jueves, 8 de mayo de 2014

La vida vivida. Homenaje al artista italiano Marco Ippolito Viola (1958-1994)

La vida vivida, Auditorio de Cuenca, Mayo 2014


Marco hizo de Cuenca su lugar de residencia para la creación en vida. 
Gracias a los testimonios de quienes le conocieron durante el periplo personal que le llevó a vivir la vida intensamente- esta vida que es siempre única e intransferible- bajo los cielos nítidos de Buenache de la Sierra, cuentan a la posteridad que era un hombre apasionado, impulsivo y plenamente arrojado a esa dimensión de la vida exclusiva para los aventurados que se desviven por la función creativa de la existencia.
Y es que Marco amaba la belleza por encima de todo lo demás. El grado supremo de contemplación que reside desde los antiguos griegos en el acto por sí mismo de la creatividad. Su arjé fue la vida misma. He ahí el sentimiento post trágico de toda su existencia: el resumen incompleto de su legado artístico acumulado en la residencia de Buenache de la Sierra muestra a todas luces la perdurabilidad del amor, la profundidad de su mirada atónita e incombustible sobre la materia prima que insufla dinamismo a toda forma de arte y el dedicado apasionamiento con que él-soplete y pincel en mano- abordaba cada hora de su vida: todas las vidas como íntimas totalidades.
Fue Marco un transeúnte del vértigo. El nervio puro de su imaginación procede de las aguas infantiles del Lago de Garda. El trabajo quimérico sobre el que se embarcó en vida tenía que ver con los abismos anfibios: el pez paseante, exhibido al mundo terráqueo como su animal de compañía, representa un símbolo del otro paradigma civilizatorio que reclama la comunión con el origen, el respeto a la vida de toda forma orgánica, la relación umbilical que nos sostiene en la naturaleza. En su retrato, en la representación de lo humano, en el trabajo foto explorativo sobre la corporalidad femenina empleó toda suerte de escamas, emplastes marino-dérmicos, aquellas pieles mudadas del pez primitivo que multiplicó los devenires azarosos de la especie.
Justo bajo el umbral que separa el mundo analógico de la irrupción absoluta del mundo protodigital, Marco fue el último artista. Manos a la obra, enfrascado en la nave itinerante del demiurgo, en su peculiar mirada sobre el acontecer diario abundó en el tratamiento obsesivo de la materia, la atracción permanente por las carnes del tiempo mundano, el cuerpo de la vida en su plena densidad acumulativa. Él a solas, y también en compañía de otros artistas amigos como Javier Florén, Julián Pacheco o Chema Cavero entre otros- vislumbró como uno más de sus coetáneos la venidera dimensión de lo virtual computerizado, se mantuvo ajeno y puro-casi por completo- a las mecánicas clasificatorias de la imagen pixelada y el ordenamiento general reductivo de la virtualidad dominante. Fue a su manera, como él quiso ser, un extranjero en Buenache de la Sierra, un creador que vivió la tradición de la ruptura neoconceptual y la nueva experimentación escultórica, como si fuera el último de los artistas modernos en plena globalización.
Solamente un zapping- tan extraño y fantasmático- rescatado de las últimas cintas VHS, refleja la quintaesencia del tiempo que le tocó deshojar a manos llenas, como un testigo robinsoniano de la manipuladora basura mediática que sobrevendría en los canales unidimensionales de la televisión italiana. Un ejemplo visionario el suyo que a la postre, junto a la serie mínima de esculturas que componen parte de toda su obra, muestran el pulso físico, halterofílico y hasta postmetafísico del ser humano individual ante el imperio creciente de la sociedad del espectáculo, la reducción al absurdo de los clichés nacionales y las maquinarias bucrocráticas en la Europa del capital que se encontraba en su fase de crisis preliminar expansiva.
Marco puso en vida, frente a frente, a Dante y a Beatrice, rediseñó en su mente el caballo de troya, dio pie al ente hermafrodita, sostuvo una mirada solidaria hacia los dramas de lo humano, inmortalizó la experiencia de ser padre en la figura de Agata, fue hombre y artista, ciudadano y emigrante, esposo y aventurero que cruzó al otro lado de la memoria del tiempo un mes de mayo, cuando empezaban a retoñar los robles, cuando el corazón se detuvo, en el instante que consuma y eterniza su recuerdo, esta obra soñada, esta materia que es tributo, confesión y homenaje de la vida vivida.
*La figura del artista italiano Marco Ippolito Viola (1958-1994) cumple veinte años tras su desaparición súbita en la ciudad de Cuenca. La estela de su obra representa al paradigma del creador europeo nómada y transversal de la modernidad tardía, comprometido con el trabajo directo sobre los materiales y una filosofía de vida dedicada a la creación. Tras sus años de formación en Florencia y el paso por ciudades como Nueva York y Berlín, afincó su residencia en Buenache de la Sierra, significándose como uno de los artistas partícipes en la oleada del movimiento cultural posterior a la generación abstracta.