domingo, 20 de septiembre de 2020

Benedetti en Nueva York

 

Fotografía del autor (Nueva York, 2018)

Este mes de septiembre se cumple el centenario del poeta uruguayo y la suspensión del Congreso Internacional convocado por la Universidad de Alicante, el Centro de Estudios Literarios Iberoamericanos y el Instituto Cervantes no ha impedido la celebración de la obra del poeta


Todas las calles de Nueva York se parecen a un poema de Lorca. Cuando se llega a Nueva York por primera vez hay un sentimiento de euforia combinado con la extrañeza de caminar el futuro, otro planeta. El 14 de septiembre de 1959 el poeta uruguayo Mario Benedetti disfruta de un cumpleaños en la Gran Manzana, y cuenta de un cielo de ayer sobre sus hombros y de un gallo que canta al Empire State Building y millones de mandíbulas en la ciudad de los rascacielos. Aquel era el año de la revolución cubana, del auge bélico con la guerra de Vietnam y de las terribles inundaciones en Uruguay. Y es además el año de la víspera de la novela La Tregua en la que el poeta maduro, el hombre de escritorios y oficinas, ya entrado en los cuarenta, atestigua la universalidad de la nostalgia del bandoneón y de los cielos plomizos de Montevideo en un libro necesario dentro de la narrativa latinoamericana.

Con su poema hecho desde Nueva York tiene lugar la aportación del uruguayo al imaginario de los poetas que han dado testimonio de la ciudad global a través de sus escrituras, los poemas prevalecen al devenir de los tiempos, constituyen el acervo y la médula de los lugares, de las memorias. José Hierro donó a la posteridad su último poemario en 1998, el reconocido cuaderno neoyorquino donde hay un diálogo tardío con los fantasmas que pueblan el Hudson lorquiano, el mismo río que Federico reinventó en sus años de la Columbia University. La publicación del mítico libro fue en México en 1940, todavía pueden encontrarse ediciones originales en las librerías de antigüedades de la calle Donceles, cuatro años después de su asesinato impune. Y otro de los libros enigmáticos corresponde al poeta árabe Adonis que publica en 1971 el Epitafio para Nueva York, un ajuste de cuentas del escritor sirio libanés con la metrópolis occidental.

La megalópolis que vio nacer la poesía norteamericana por boca de Whitman lleva en sus entrañas los versos de muchos poetas que han hecho de su mirada lírica un testamento decisivo. Y Benedetti no podía quedarse en silencio tampoco, suyo es el poema de la extenuación íntima y de la esperanza postergada, el poeta habla de la cruz del confort en la frente del imperio y de un paso del tiempo que no es el verdadero, como no era verdadero su cumpleaños en aquellas calles, en aquellas sombras.

Ahora que se cumple su centenario hay que recordar la presencia del poeta uruguayo en Tenerife, en varias ocasiones visitó la isla del Teide, fue memorable su recital poético en compañía de Daniel Viglietti en el Paraninfo de la Universidad de La Laguna y cuando en el año 2000 se le concedió el Premio Son Latino, allí fue donde le conocí y pude saludarle, estrechar su mano, desearle buena suerte,  al poeta de los inventarios y de los amores juveniles, el de las primaveras con una esquina rota.


 Publicado originalmente en suplemento El Perseguidor, Diario de Avisos, Canarias

20 de septiembre de 2020

lunes, 14 de septiembre de 2020

La última carta de Pedro Lezcano

Fotografía cortesía de Maribel Lacave, 1981

Firmada en el mes de agosto de 2002, en la víspera insospechada de su muerte por venir, el poeta Pedro Lezcano escribe en su ordenador, al que denomina juguete informático, una última carta a su amiga Maribel Lacave, autora canaria residente en Chile. Tras décadas de amistad, confiesa que quiere contarle como era aquel ahora suyo, tan distinto al de otro ayer, octogenario y maltrecho. Estaba comenzando un nuevo siglo, el poeta Pedro Lezcano había nacido en Madrid y habían pasado muchos otros veranos ante sus ojos, los más oscuros del franquismo y también los veranos de la democracia. Suya era la isla submarina, la que se encuentra bajo el agua, la de los poemas que escribió durante toda una vida.

Dice Pedro Lezcano en su carta que pensaba que morir era otra cosa, y celebra el mar y la luz, la maravilla inalcanzable del mundo en la casa de Santa Brígida. Hay fotografías de familia en esa última carta que Maribel Lacave conserva como oro en paño en su casa de Chiloé, en los sures del mundo que se han convertido en la otra isla de la poeta canaria, autora de libros necesarios en la literatura de nuestros días. Y le dice Pedro Lezcano a su lejana amiga, a quien prologó libros suyos con otras cartas, que a pesar de guardar luto por su cuerpo envejecido sigue luchando por amar la vida. Habla de Chile, de cuando fue en viaje semi clandestino para cumplir con la tarea de auxiliar con recaudaciones monetarias de solidaridad a los sindicatos chilenos que padecían la crueldad despiadada de la dictadura de Pinochet.

Y es que Pedro Lezcano fue un hombre pacifista y de letras, amante de los libros y de la humanidad, ajedrecista y micólogo, poeta dibujante que supo de imprentas y de dramaturgia, de revistas y tribunas. Y fue además el escritor nacido en Madrid que hizo de la insularidad su predestinación. El augurio de haber llegado al mundo en tierra continental le hizo descubrir los secretos del volcán, admira a los modernistas y sus conocimientos de filosofía pura le acercan a la cultura como el lugar desde el que vivir, desde el lado iluminador del pensamiento crítico, de la rebeldía de ideales.

Ya es un clásico en la tradición insular de la poesía aludir a la Antología Cercada que compartió con los hermanos Millares Sall, el poema de la maleta de los años 80 llevado a cómic y musicalizado por el Taller Canario -Rogelio Botanz es su mejor recitador-, libros suyos forman parte esencial de las bibliotecas públicas de las islas y como Presidente del Cabildo de Gran Canaria, durante el primer lustro de los años 90, demostró que la poesía también deber entenderse con los imperativos de la vida pública. Tras años de militancia política en la izquierda fue de los diputados canarios que defendió la autodeterminación de los pueblos, el derecho democrático que debía ser ejercido para el progreso de una sociedad. De hecho, igual que otros poetas canarios, como Francisco Tarajano y Agustín Millares, fue defensor de la clase trabajadora.  Amigo del Sahara y de Cuba, de Nicaragua, de los pueblos que tejen la esperanza de sus días, frente a un sistema que lleva al planeta hacia la fatalidad y el colapso.

En la última carta que Pedro Lezcano escribe a la poeta canaria Maribel Lacave, cuyos versos considera un faro de honestidad, sabía que conservaba la lucidez aunque en los atardeceres sombríos de la edad esa clarividencia podía ser fatídica. Escribe de su paraíso, que era bañarse en la costa de la isla con toda suerte de azares. Y le pide que le cuente de aquellas tierras mapuches, del otro lado del mundo, y que regrese pronto, porque se le estaban acumulando los abrazos sobre el mar. Y firma, de puño y letra, la última carta, fe de vida.


Publicado originalmente en el periódico Canarias 7

13 de septiembre de 2020