viernes, 20 de agosto de 2021

Esta luz que arde. Sobre “Pintura número 100. César Manrique in memoriam” Por Lucía Rosa González

 

Portada del libro 


Reseña, XXV Premio Internacional de Poesía Tomás Morales

Si en Celan las palabras transgredían la realidad para crearla, en el caso de “Pintura número 100. Manrique in memoriam”, el poeta atraviesa los lienzos del artista lanzaroteño, absorbe su esencia y traduce no el lienzo sino el impulso del instante contemplado. Los poemas de Samir Delgado dan testimonio de ese acto íntimo, profundo, como si viese los lienzos a través de un caleidoscopio. He aquí el enigma; cómo de hondo fue el encuentro con la obra de Manrique para que se proyecte en el poeta la necesidad vital de trascender poéticamente tal revelación existencial.

En “Pintura número 100 Manrique in memoriam”, Premio Internacional de Poesía Tomás Morales 2019, dividido en seis apartados muy significativos («el sueño», «la pintura», «los volcanes», «fósiles», «la isla» y «el artista»), el insaciable universo poético de Samir Delgado interpreta el arte de César Manrique que ahora es doblemente inmortal. 

En las intensas páginas de esta celebración poética da la sensación de que la sensibilidad del autor se anticipa a lo que los sentidos perciben. Y esta mirada imaginativa explosiona y acontece en un trance verbal como si la palabra no hubiera existido antes: “En una sola letra cabe el destino/ de todos los blancos de la nieve / La soledad del artista se alimenta / del fuego nocturno de las sombras”.

Porque la isla tiene manos y ojos, pero también la escultura o el cuadro y quien pinta la isla, una fusión tridimensional de seres que se transfiguran en sonido, ese otro ser que emerge y fluye con vida propia en la voz indispensable del autor que llega al rescate de la isla mediante el arte. Y es una voz que anda y respira y, si le cortaras las piernas que despliega, no trastocaría el rumbo porque ya es raíz germinada y bebe la ebriedad de la llama en la matriz de la isla engendrada.

Tal celebración sonora del color da paso a la herida del color, como si Samir rasguñara la sustancia de la luz que desprenden los seres que pueblan la mente poderosa de Manrique y los engullera; ¡no!, como si los mordiera y nos los devolviera trascendidos por medio de la saliva de la memoria: “Las manos de César encienden el lenguaje secreto de la noche de un bosque en las estrellas”.

Esta luz que arde en los primeros apartados de “Pintura número 100” se condensa y oscurece en “Los volcanes”, pero no se cierra del todo para dar paso al silencio, y en este ambiente de indagación en la negrura, la potencia de la lava aparece sin nombrarla y sucede y se entrega desnuda al lenguaje. Hay un encontronazo vibrante del paisaje con las palabras; un ejercicio de mimetización recíproca del lienzo con el paisaje y del paisaje con el cuadro, procedimiento visible en los poemas “Quemadas”, “Soo”, “Tinecheide” o “Tobas”. 

Con un lenguaje desgarrado irrumpe el clímax en el conjunto de poemas de “Fósiles”, animales ancestrales empotrados en la lava que recreó Manrique, quien afirmaba que “la muerte que es las huellas de la vida es vida también”. Conmueve el poema “Torso enterrado”, colores sobrios, duros en el cuadro de Manrique, que en las páginas habitadas por “El torso” en Samir se tornan abrupto silencio, silencio estrujado: “El sueño de un pergamino de la lluvia en la noche del espanto que maúlla al olivar este silencio cielo arriba”, sucesión de imágenes que se besan encadenadas, sin tregua, en las que se presiente el conflicto, el duelo del arte que se revuelve a trozos en el interior de la tierra. 

Pero algo que es para siempre debería estar vivo, en lo oscuro; quebrado el aliento, brega el arte, se desprende de labios, pechos, mente, desenterrando al fin el alma que permanece sin los huesos en la voz tan personal y necesaria del poeta que va del drama del enterramiento a la percepción de la muerte, de la que extrae no el bramido sino el timbre del bramido, su eterna resonancia. 

Y además erupciones, lava que se derrumba y entra en ti como el hambre; versos eléctricos lo mismo que chispazos para que te vires y vuelvas de nuevo a leer el texto. Esa es la poesía de Samir Delgado. Y el poeta en su interior como las venas: “Llévate contigo la naranja y el volcán porque después de ti toda la luz volverá a ser la lluvia”.  


Lucía Rosa González, poeta y dramaturga

Los Llanos de Aridane, La Palma, 2021