miércoles, 24 de junio de 2020

Alan Smith. El poeta que descubrió a Galdós

Fotografía cortesía de Alan Smith (Perú, 2019)


En 1979 el poeta Alan Smith descubre en la Biblioteca Nacional un libro inédito de Galdós que supondrá la publicación de la novela póstuma “Rosalía”, una sorpresa inesperada para el universo literario galdosiano y una predestinación para el joven profesor norteamericano, nacido en Costa Rica, que este año se jubila en la Universidad de Boston. Tras tomar conciencia de haber tenido ante sus ojos una novela sin título que solamente conocía el propio Galdós, Alan Smith permaneció en el metro madrileño con la perplejidad y la emoción de haber encontrado un manuscrito que sería presentado parcialmente en el Coloquio Internacional de Literatura Hispánica de Santander de 1981 y publicada en una edición de Cátedra de 1984.

Desde entonces han pasado décadas entre dos siglos y el poeta Alan Smith ha representado a la estirpe de ensayistas y profesores entregados en vida al estudio y la difusión del mundo galdosiano. Suya ha sido una perseverancia doble, las nuevas lecturas sobre el imaginario mitológico del escritor canario o su relación con otros autores como Flaubert y la prolongación universal en el ámbito angloamericano de sus novelas. Alan Smith ha legado su dedicación a Galdós en numerosos artículos especializados, su firma en la Revista de anales galdosianos ha sido providencial para establecer una continuidad generacional y su paso por las islas en varias ocasiones ha significado la aportación de una mirada experta sobre la literatura de Galdós, además de haber leído sus propios poemas pertenecientes a la voz de una trayectoria creativa de reconocimiento internacional. Libros suyos como Alcancía o Libro del lago contienen el pulso lírico de un autor que escribe en español, con un acento madrileño puro, amante de la literatura en ambas orillas- suya es la edición dedicada a la poesía de Robert Creeley en el año 2000- y cuya pasión secreta por la pintura no tardará en ser reconocida. Su sueño es pasar una larga temporada en Madrid pintando, no ha cesado de viajar a España cada año y junto a su dedicación docente a orillas del Charles River la escritura poética ha sido su verdadero lugar de origen. 

En este año del centenario de la muerte de Galdós, la figura emblemática del autor que fallece ciego en el Madrid de 1920 permanece bajo la estela crucial de representar a uno de los mayores exponentes de la novela en español de todos los tiempos. Después de Galdós, en el transcurso de un siglo han despertado nuevas miradas alrededor del imaginario atlántico, el designio de la periferia y la conexión inédita de narrativas mestizas que confluyen bajo el universo de la condición insular. Sin duda, después de la novela póstuma encontrada por Alan Smith la imagen de Galdós ha ganado mayor profundidad entre Castilla y América, con un testigo de excepción que ha dedicado su carrera de profesor a estimular la lectura en español y la investigación universitaria de numerosas generaciones en Boston. Galdós refleja el más nítido pulso de cosmopolitismo literario que se asemeja a la estela de otras personalidades tardías de la cultura universal en la modernidad como Derek Walcott, Saint-John Perse y Lezama Lima, insulares también y que como Galdós hicieron de la escritura un mundo para habitar.

Volver a Galdós cien años después, con el eco de sus libros en la memoria de poetas como Alan Smith, establece la posibilidad de nuevas ventanas que confluyen hacia la visión clarividente de un escritor inmortal que universalizó las islas y la España de su época a través de la literatura. Otros insulares como el Vizconde de Buen Paso o Alonso Quesada también cruzaron el océano para llegar a Madrid con otros destinos, la literatura de las islas ha forjado autores que como Galdós realizaron a su manera un retablo de los episodios del tiempo que les tocó vivir y convirtieron el oficio de la creación en un modo esencial de supervivencia. El poeta Alan Smith descubrió a Galdós y en las islas tendrá su casa siempre.  

Publicado originalmente en Diario de Avisos, Suplemento cultural El Perseguidor, Junio 2020

lunes, 15 de junio de 2020

Manuel Felguérez in memoriam



La ciudad mexicana de Zacatecas alberga el único museo de arte abstracto de América Latina, junto a una variada pinacoteca de artistas de la denominada Generación de la Ruptura se encuentran en un lugar de excepción los murales de Osaka, las piezas mayúsculas de los artistas mexicanos que hicieron para la muestra de la Exposición Universal de Japón en 1970 un conjunto pictórico único en su género. Entre ellos Manuel Felguérez, artista pionero de la abstracción que combinó la experiencia de la plástica con la escultura, la exploración radical de la computadora con fines artísticos y la creación de un universo personal que lo caracterizaron durante toda su vida como el artista vivo mexicano de mayor reconocimiento junto a otro de los grandes, el oaxaqueño Francisco Toledo.

Sobre los antecedentes de la Generación de la Ruptura, la crítica de arte Lelia Driben ha mencionado la irrupción de la vanguardia mexicana en respuesta al canon dominante del muralismo que universalizó la pintura de Diego Rivera. Junto a Manuel Felguérez otros artistas como Vlady, hijo del revolucionario soviético Victor Serge que se exilió en México, o Roger von Gunten de origen suizo y radicado en México desde finales de los años cincuenta, afrontaron el nuevo horizonte de la plástica mexicana con la exploración de la pintura abstracta y la búsqueda de nuevos lenguajes que dieran respuesta a las transformaciones sociales de la modernidad en América Latina. Entre los demás componentes hay que citar a Arnaldo Coen, Brian Nissen, Vicente Rojo, Fernando García Ponce, Francisco Icaza y Gilberto Aceves, también fallecido el pasado otoño. Y además la notable artista Lilia Carrillo, precursora de la abstracción lírica junto a creadoras norteamericanas como Helen Frankenthaler y que contrajo matrimonio con Manuel Felguérez en una visita a Washington en 1960. La pareja mexicana de artistas atrajo desde entonces toda la atención sobre el periplo de una generación que nada tenía que envidiar a la de Nueva York o Cuenca, donde el museo de arte abstracto español constituía el capítulo europeo del lenguaje abstracto internacional con artistas de la talla de Antonio Saura, Manuel Millares y el propio Fernando Zóbel.

En México como relata el premio Nobel francés Le Clézio se encuentra el fuego del mito y los símbolos ancestrales de la civilización. El reto artístico de Manuel Felguérez fue poner color y forma al pulso universal de los sueños de un país y de un continente, marchó en su juventud a Francia y desertó de la Academia para afrontar el desafío de ser artista. Obtuvo la Beca Guggenheim y anduvo como investigador en Harvard, para regresar a México y constituirse desde la UNAM como el artífice y promotor de una vocación generacional para tomar a manos llenas el porvenir. De su obra sobresalen numerosas esculturas públicas, una creación plástica de identidad universal y la incursión absolutamente novedosa en el arte digital mediante la codificación matemática y el empleo de las nuevas tecnologías con el hallazgo de prototipos de inteligencia artificial.

Junto a otros dos artistas zacatecanos de trascendencia, como Pedro Coronel y Francisco Goitia, el pintor Manuel Felguérez pasará a la posteridad por el impulso transformador de su creatividad y el ensueño evocativo que reflejan todas sus obras a lo largo de más de medio siglo dedicado al reclamo de la libertad expresiva en un país designado a seguir cultivando los fuegos del mito. Tras su fallecimiento por Covid-19 este mes de junio es hora que el museo de arte abstracto que lleva su nombre en Zacatecas sea reconocido por el mundo entero como un lugar de visita obligada. Mil kilómetros al norte se encuentra la Capilla de Rothko en Houston y al otro lado del océano las otras ciudades del arte que Manuel Felguérez hizo suyas también para toda una vida. Que en paz descanse  


Publicado originalmente en el periódico Diario de Avisos, Islas Canarias, Junio 2020


       


lunes, 1 de junio de 2020

Lázaro Santana, las islas del poeta



El premio Nobel caribeño Derek Walcott dijo una vez que amar un horizonte es la insularidad. Lejos del tópico del aislamiento y de la lejanía, cada vez es más transparente el reconocimiento de la poesía de las islas como uno de los espacios vitales que han brindado otra cartografía necesaria de la modernidad. También el poeta griego Odysseas Elytis aludía a que lo importante no es la excepción sino cómo se concibe la regla. La soledad cósmica de la escritura conjuga a la perfección con la vocación universal de las libertades y la fraternidad humana. La condición planetaria y las galaxias también constituyen archipiélagos de luz a la deriva del infinito.

Cuando en 1966 al abrigo del Museo Canario en Las Palmas de Gran Canaria surgía la generación de poesía canaria última, Lázaro Santana apenas superaba el meridiano de los veinte años y publicaba su libro “El hilo no tiene fin”, iniciando una andadura singular por las aguas de la creación y el ensayo que representaría a la postre una de las voces mayores de la literatura insular. Hay una edición de la revista malagueña Caracola de aquella época que atesora un reflejo esencial del quehacer poético de los autores canarios y las antologías configuraban una unidad de sentido entre la diversidad de poéticas que estaban naciendo entre las islas. Una de ellas, la compilada por Lázaro Santana en la colección Tagoro en 1969, es uno de los buques insignia para conocer de primera mano los fogales pretéritos de la literatura insular en la antesala de la democracia. Y revistas como Fablas fueron desde entonces un eslabón esencial para la ebullición de la cultura tras largas décadas de infortunio y represión por la dictadura.

Justamente en aquel año de la llegada a la luna, Lázaro Santana frecuentaba la ribera del Connecticut River y dialogaba líricamente con Luis Cernuda-uno de sus poetas admirados- y con el propio Alonso Quesada, otro de sus íntimos. De aquella experiencia el libro “Recordatorio USA”, publicado por el Cabildo de Gran Canaria en 1971, de quinientos ejemplares al cuidado de Ventura Doreste y Alfonso Armas, dedicado al pintor Antonio Padrón con quien estableció una de las amistades más fértiles de la cultura canaria, a pesar de la muerte prematura del artista galdense cuyo centenario se celebra este mismo año. Las islas del poeta a partir de entonces amanecían radiantes para el porvenir donde los viajes alrededor del mundo, el diálogo con la pintura y la escritura poética entre Playa del Águila y la Puntilla supondrían el periplo futuro de Lázaro Santana.

En el ochenta aniversario del poeta, la estela de monografías sobre arte y pintores que han constituido la dilatada dedicación crítica de Lázaro Santana representan una puerta de entrada a la tradición del diálogo con las artes que tan fecundo resultado ha propiciado para el panorama cultural de cualquier territorio. Esa vocación de coleccionista y amante de la pintura ha supuesto la existencia de libros fundamentales como Visión insular, publicado en 1988 con ensayos memorables sobre las relaciones entre la vanguardia artística de las islas, el indigenismo y la obra plástica de los artistas de la Escuela Luján Pérez, además de un texto de referencia para el estudio y conocimiento de otro de los poetas insulares, Silvestre de Balboa, fundador de la literatura cubana.

Muchos títulos firmados por Lázaro Santana se han convertido en libros de cabecera para la divulgación y el acercamiento de la ciudadanía a la obra de otros muchos artistas como César Manrique, Pedro González, Cristino de Vera, Juan Bordes o su Prehistoria de Manuel Millares. Entre los muchos hitos, sin duda también el volumen dedicado a Ramón Gaya, el murciano exiliado de los años de la república, a quien el poeta dedicó otro de sus ensayos sobre el pensamiento de la pintura, en la infinita colección de libros que la editorial Ultramarino dirigida por Lázaro Santana durante décadas ha ofrecido a todos los públicos, desde aquellos primeros Apócrifos de Catulo del poeta hasta otros títulos imprescindibles como el de Jacinto Verdaguer dedicado a Tenerife. De hecho, la pasión por los libros de autor y el mundo de la traducción ha sido otra de las islas visitadas que han significado para Lázaro Santana un lugar de peregrinaje constante, el nomadismo hacia otras lenguas y parajes que dieron a la luz otros libros de un aura especial como el dedicado a los tankas y jaikus de poetas japoneses, los “Cinco poemas” del griego Anastases Ilión o el reciente diálogo con el poeta veneciano Matteo Forani, que se unen a la amistad literaria de Lázaro Santana con otros poetas como Cavafis y Alonso Quesada- con epistolarios míticos como el mantenido con Gabriel Miró o Unamuno-, autores con quienes ha compartido el tiempo insulario de la literatura.

Entre los libros de poesía de Lázaro Santana hay títulos providenciales que forman parte de la constelación poética de entre siglos, desde el Cuaderno guanche de 1977 a los aparecidos en la prestigiosa editorial Hiperión, como “Destino” y “Que gira entre las islas”, además de recopilaciones esenciales como “Bajo el signo de la hoguera” o “Un libro blanco” que abarca de 1989 a 2015, y más recientes como la bellísima colección de poemas “Suite Israel y otros poemas de otoño”, con versos firmados a la luz propicia de El Escorial en el otoño de Madrid -con Galdós entre sus sombras- y la ciudad Santa, hasta el fabuloso ensayo “El cuadro hecho” y otros muchos como “Mapa de la frontera”, “Territorio”, “Partes del tiempo” y “Habla de uno” de 2018.

Y en este archipiélago literario de las islas de Lázaro Santana, sin duda alguna sus libros de viajes a Italia constituyen un memorial imprescindible, que ahonda en la huella viajera del poeta insular que nace extranjero también y hace suyo el latido y la luz de la vida cotidiana de ciudades como Venecia y Roma en libros de confidencias y notas de bitácora como “Rosso Fiorentino”, “Aguatinta” y “Recuento romano” que rinden un homenaje tardío al país amado de otros poetas como Yves Bonnefoy y que harán las delicias del lector en todas las orillas del mundo.   

 

Publicado originalmente en el suplemento cultural El Perseguidor, Diario de Avisos (Canarias, mayo 2020)