miércoles, 24 de septiembre de 2014

Benidorm mon amour (Y dos poemas de Sylvia Plath)

Fotografía de Sylvia Plath en la playa 


Ir de nuevo al jardín cerrado
que tras los arcos de la tapia,
entre magnolios, limoneros,
guarda el encanto de las aguas.

Cernuda

ALACANT en el visor digital de la estación de tren. Amarillo internáutico. En el andén pasa un AVE igual que un bólido fuera de órbita. Estremecimiento total de la sensibilidad. Escenas de star trek en el coche tres, asiento 7A. La resaca nocturna congestiona la psiqué con un sabor de letanías neutras. Los pasajeros más cercanos figuran en duermevela con auriculares. Afuera fluyen verdes postimpresionistas, canelas pastel con apariencia de membrillo dulzón. Y un azul de estratosfera. Leo a dentelladas dos poemas de Sylvia Plath. En el tránsito ferroviario cada página aparece a la vista como una constelación lejana.


PENELOPE terrace en el puertito de Alicante. Casi como en casa. Su mar huele a griego antiguo. Azul térmico de las holidays locales. Siempre en el centro de la ciudad: los bancos, las instituciones, las banderas. La calle comercial con setas mágicas luce su particular escaparatismo consumista. No he visto turistas, parece que esta ciudad asume el rol de capitalidad, sin aquellos destellos ultravacacionales. Es un dormitorio, un lugar de existencia ordinaria. La spain costera limitrofe. Hay mucha moda alrededor. El mediodia sabe igual que un helado derretido. Empalaga. Sin un céntimo en el bolsillo, pasear sus calles es lo más parecido a la levitación.


TRAVELLING particular costero mediterráneo. Dos chicas alicantinas se hacen trenzas en el asiento frontal. Una señora hojea una novela de Agatha Cristie. A mano izquierda el mundo de lo real: terrazas, fachadas, jardines. Y a mi derecha las playas del invierno con oleajes apolíneos. Naturaleza con vistas al infinito terrestre. Si pudiera quedarme así en este viaje, sería feliz. Ajeno por completo a los telediarios y sus partes de la guerra. Igual que Ted Hughes y Sylvia Plath en su luna de miel en Benidorm, año 1956.


HOTEL PRINCE. Verse durante horas en la búsqueda aleatoria del lugar de acogida, en medio de un laberinto de traseras de restaurante y recepciones hoteleras blindadas ante el vecino local. Las otras odiseas del forastero recién llegado. Desde la terraza admiro el final dócil y festivo de un viernes. Las siluetas neoyorkinas de la ciudad conmueven a la vista. Nunca pensé tener tan cerca Manhattan con turistas anglo en lugar de la afroamerican people en sus aceras. Entonces llega la ducha iniciática con jabón de glicerina cortesía del hotel. Tv en on antes de la velada. Perfume, zapatos de ocasión, libros en mano. El tiempo en un hotel siempre es finisecular.


LA ENSOÑACIÓN del jardín mínimo, iluminado, esencial anónimo del hotel. Sus balcones como decorado interior paralelo. La luz de los dormitorios que siguen una vida propia atemporal. La historia turística de los lugares que se escribe en mi memoria.


GAVIOTAS. Volver a tenerlas cerca de nuevo. De la especie alicantina mediterránea. Su vuelo arriba para el cobijo de la mirada. Vi una gaviota mayor, abuela de todas las demás, en la arena de Playa Poniente. Pensé en su temporalidad propia, el radio cotidiano de su arenal, aquello que constituye la esencia de sus días.


UNA CIUDAD TRISTE. A pesar de la solera vacacional de medio siglo largo, con los abuelos de toda la nación recorriendo sus encantos climáticos, esta ciudad es muy triste. Tristísima diría mejor, sus miradores no tienen vocación de infinito. Y sin embargo, tan propiamente mía. Imagino a Sylvia Plath y a Ted Hughes recorriendo sus azules primitivos, ajenos por completo a los desenlaces fatales del porvenir. La ciudad de la luna de miel para los poetas. Qué tristeza ahora, la ciudad sin ellos.


EL CASCO metahistórico de Benidorm está repleto de tabernas euskaldunas. Igual que una chinatown, Playa del Inglés con sus british pubs, y tantos otros lugares hipervisitados, con su cerco de lo marginal predominante y lo económico impositivo. Lo folclórico turístico y la presencia matemática de los visitantes que dejan su huella en la arena de los destinos vacacionales hacia la nada.


LOS HOTELES -juntos y a la vez- establecen un mapa, una cartografía, un esquema de lo efímero estable. Volver a su hábitat común me familiariza con la nada impersonal. ¿Provenir de un lugar donde no hay lugar para sí?


BENIDORM mon amour. Un viaje por sus noches es igual que una lluvia de estrellas, un colapso pasajero en el territorio de los sentidos. Un hogar para la despedida final. Los rascacielos necesitan para subsistir una promesa de vuelta. Ha sido una alegría conocer a los miembros del Liceo Poético de Benidorm. Entre los poetas nunca habrá fronteras.


UNA CIUDAD nos puede hacer soñar. La interrogante por excelencia es si podríamos hacer vida en ella. Un dilema de absolutos. Cada uno debe tener su devoción particular a ciertos lugares, a ciertas atmósferas, a ciertos mandatos. No hacer caso a nuestra intuición supone un traspiés personal. Me pregunto a solas por Benidorm. En el momento justo en que atardece y la tinta es tan fría como el suelo de los parques. Vuelan algunos mirlos alrededor y casi a ras de suelo. Recuento la hojarasca que cae entre mis pies y recojo la más bella y perfecta después de su destrucción. Un remanso de felicidad colmada.


MAKING LOVE all the night. El tránsito cronológico pulverizado entre las sábanas. La ciudad afuera en completa mudez, sin ecos de la fiesta turística intergaláctica. Habitación adentro de los amantes en 1956: una estrella supernova. Los cuerpos danzan al unísono en su columpio de la seducción. A flor de piel lo terso prohibido. Dulzura del sésamo. Una canción en los labios. Las caricias nunca son soberanas.


PASEAR los vericuetos de la avenida marítima con sus aires deportivos sibilinos. El agua azul complaciente en su altiplanicie marítima. Humedece con azúcares salitrosos nuestra mirada. El mar aquilata los sentidos de lo porvenir libre de cálculos y recuentos mundanos. Así me parece que una de las válvulas de escape ante tanta represión acumulada en las vidas urbanas de la ciudad es la propia escritura. Es la mejor forma de embarcarse a los mundos de la subjetividad. Lejos de la obligación escolar, de los adiestramientos salariales, de la constricción ideológica. Escribir se parece a la inmersión en el mar cuando nadie está en el agua. Una libertad de infinitudes.


LAS IGLESIAS de una ciudad están a un solo paso, a poco metros de sus centros. Un instante nada más hace falta para adentrarse en el silencio de milenios. Siempre que visito una ciudad frecuento por costumbre: el parque, las iglesias, los mercados y su cementerio. Hay un instante solo para obsequiarnos su quintaesencia, la profundidad del lugar, el pulso a su caudal liberador. Sin más religiosidad que la debida a los tiempos vitales de lo humano.


EL MAR. Acudir al mar para zambullirse en sus azules húmedos, ahumados, densificantes. El camino es largo, intraducible, a contracorriente de los inviernos. Solo el mar en la soledad del universo. Arriba las gaviotas indivisibles, abajo los peces del milagro bíblico. Solo el mar es del mar. Nosotros los paseantes asilvestrados, los merodeadores del azul insulario, los muchachos enfermos del salitre tenemos preferencia por sus frutos. Acudir al mar en comunión con las horas absolutas, cuaderno en mano, al mar siempre.


UNA TAZA de café a este lado de la galaxia. Toda ciudad tiene sus coordenadas básicas y solemnes, lo real configurado. Hablo de una totalidad integral en cada ciudad que asume la variedad de sus momentos. El mundo es amplio y compartible. Nada tan simple como una taza de café para sentir la soledad a deshoras de una ciudad cualquiera. Pongamos por caso: Benidorm.


LLUVIA. La narración no se detiene jamás en la ciudad. Cuando escampa sus pájaros vuelven a las ramas exquisitas. He visto a los gatos del jardín del hotel subirse a las vallas con galantería animal. Y los niños cruzan la avenida de sus vidas igual que otra tempestad. Vuelvo a imaginar a Ted Hughes y Sylvia Plath, el matrimonio perfecto, la pareja poética en su origenes antes del declive absoluto. Del sacrificio y de la liberación.


UN HOGAR es la necesidad básica por excelencia. Al carajo con los nutrientes, el abrigo y la unesco. Un sitio donde estarse, lo más elemental para el poeta. Aunque sean dos tablas de madera a la intemperie de las playas insulares. Un hogar. Ese punto de referencia, de estadía existencial, de aposentamiento del ser. El agua turbia necesita una pasividad esencial para recuperar su líquida transparecencia en un charco. Todas las aves de paso en Benidorm, con sus extraños plumajes y procedencias diversas, continuarán el viaje hacia sus lugares propios, hacia los rincones de su azogue, los espacios que son hogar en el tiempo. De ahí toda ciudad, el hogar, en cada poema.


UN MAPA de las ventanas y las estrellas propias en cada ciudad. Y una habitación siempre, como aquella de Virginia Woolf, en donde la luz sea mi luz.


NUEVAS VISITAS cada día. Las calles esenciales, sus tejados repetitivos, las despedidas constantes del azul. Una ciudad la sabemos nuestra cuando se hace visible en la memoria, tras nuestros pasos fugitivos, en cada cruce secuencial, en el testimonio de sus bulevares comerciales en horario de cierre. Entonces el derecho a la salida, al retorno, a la escapada invertida que sobreviene como una excepción del viaje.

El EJE providencial de la ciudad es un cielo propio. La pureza extrema de cada instante vivencial, la cadencia íntima placentera por cada paso sucedido. Una ciudad que nos una con la edad de sus quimeras.


LOS ÁRBOLES son el confín inmediato de lo vivo en las terrazas. Los paseantes lejanos mascullan sus hazañas del extravío. Adentro solo el silencio de las palabras en expansión constante por el cuaderno de viaje. He caminado por Benidorm con paso acelerado, sin hablar con nadie, in extremis huyendo de la parafernalia publicitaria de los servicios, las ofertas, y los superlujos. Benidorm sin palacio, sin corona y sin oropeles. He cruzado la noche intranquila de los carruseles luminosos, de las burbujas de jabón prístinas, de las tabernas errabundas por las que el mundo es mundo. Y todo es un recuerdo, como los árboles de cada mañana.


AGUASAL del mediterráneo en la botella de la matiné final. Una despedida de Benidorm hasta los inviernos venideros de otra insolación imposible. Ya en la gramola personal solamente una canción. Aquella que se parezca al viento, al mar y a las noches de amor.

Adiós Sylvia, la poesía es una forma de redención.



Nana de la cebolla /Alicante lullaby

En Alicante, lanzan los barriles rodando
malamente por los rugosos adoquines,
junto a las fondas donde te sirven una paella amarilla,
bajo los ruidosos balcones de las callejuelas traseras,
mientras los gallos y las gallinas,
en las azoteas de las casas,
reposan con sus crestas y sus cacareos.

Los tranvías de color naranja china tintinean al traquetear
a los pasajeros bajo el chisporroteo de las astillas añiles
que espumean a mares los cables eléctricos:
A lo largo del puerto sibilante, los enamorados
soportan el retumbar de los altavoces que,
desde las palmeras iluminadas por los neones,
truenan rumbas y sambas que ningunas orejeras consiguen atenuar.

Oh Cacofonía, diosa del jazz y de las grescas,
Señora, con voz cascada, de las gaitas y los címbalos:
Ahórrate tus con brio, tus capricciosos,
Tus crecendos, cadenzas, prestos y prestissimos
Y permite que pose (piano, pianissimo)
mi cabeza en la almohada,
arrullada por susurrantes liras y violas.


Melones de fiesta /Fiesta melons

En Benidorm hay melones,
carros tirados por burros, cargados

de incontables melones,
óvalos y pelotas
verde brillante, arrojadizos,
decorados con rayas

color verde tortuga oscuro.
Elige uno con forma de huevo, con forma de mundo,

Y lánzalo rodando a casa, para degustarlo
en el candente mediodía:

pieles de sapo, suaves y jugosos,
enormidades de pulpa rosada,

cantalupos de piel rugosa
y corazón anaranjado.

Cada rodaja va tachonada
de semillas pálidas o negras
que puedes esparcir como confeti
bajo los pies de

este mercado de comedores de melón,
de aficionados a la fiesta.

Silvia Plath, Poesía completa (1956-1963). Bartleby Editores, 2009.