domingo, 27 de diciembre de 2020

"El milagro de pintar versos de lava" Reseña del libro “Pintura número 100”


Reseña del libro “Pintura número 100” XXV Premio de Poesía Tomás Morales
Por María Jesús Alvarado


¿Qué fue primero? ¿La isla -volcán, viento, luz, memoria-, la pintura o la poesía? El milagro del arte ocurre cuando todo ello se confunde, cuando el poeta se convierte en materia y pinta el paisaje con sus versos. El orden no importa, tampoco la lógica ni el tiempo. César Manrique (1919-2019) fechó su Pintura nº100 en 1962, cuando ya había visto, sentido y respirado mucha isla. Samir Delgado la convierte en poesía cuando César cumple cien años, cuando es más pintura, más lienzo, más isla.  Porque el artista no muere nunca, crece con su obra cada día que pasa, y cualquiera que se acerque a ella, sea ahora o en cien años más, tendrá el privilegio de transitar por su paisaje como si fuera el momento en que la lava bullía desde las profundidades de la tierra para cubrir de negro y rojo la superficie de Lanzarote, y entenderá que los árboles puedan enraizar en el cielo y crecer hacia la tierra, buscando el fuego.

La contemplación emocional consciente del arte nos conecta con nuestra esencia más profunda y con la infinitud del universo. Conseguirlo a través de un recorrido de versos que nos la describen es también un arte. Y eso es lo que hace el poeta Samir Delgado, que practica la contemplación del arte con una mirada amplia, sencilla e íntima, consiguiendo que nuestra visión de las obras y artistas a los que nos convoca, aun siendo conocidos, se torne totalmente nueva y entusiasmada tras la lectura de sus versos.

Con este poemario, Samir Delgado no se limita a acercarnos a la Pintura nº100 de Manrique, sino que nos hace caminar por toda su obra pictórica y a través de ella homenajea con asombro y admiración la naturaleza volcánica de Lanzarote y el sueño de un artista que consiguió contagiarnos y convertirlo en el sueño de todos para este archipiélago tan necesitado de realidades que lo salven de sí mismo.

Precisamente “El sueño” es el título de la primera parte de este libro, que sigue con “La pintura”, “Los volcanes”, ¨Fósiles”, “La isla” y “El artista”. A través de cada uno de estos apartados, los versos de Samir Delgado nos llevan a redescubrir los lugares de la isla: Femés, Soo, Timanfaya, Las salinas, Famara, como si fuésemos el propio Manrique cuando los recorrió y se impregnó de ellos por primera vez, y nos conecta a su vez con su espíritu universal y cosmopolita, llevándonos a lugares tan diversos y dispersos como Atenas, Altamira, El Támesis, Venecia, Laussane, África, Amazonas, La Gran Manzana, Central Park, Lexington Avenue o el cine Princesa. La isla de Lanzarote como epicentro de un movimiento que nos conecta con la vida que late en cualquier rincón del planeta, y con la muerte, que puede sorprendernos en cualquier momento, como sorprendió a César en su BMW735i. Solo por sorpresa podía irse ese hombre que se atrevía a jugar con el viento pero incapaz de representar la guerra. 

Pintura nº100 nos adentra, verso a verso, entre cenizas y asombro, en una isla que arde y que nace en cada nueva mirada que la cubre. Una isla que se ve a sí misma desde fuera y desde dentro. Atlántico bañando la memoria. Viento africano que acaricia el espanto del fuego. Luz convertida en tierra negra, en sal, en huella. Negro que arde para envolver la isla en silencio permanente. Eso y mucho más es el milagro de Lanzarote, lo que esta Pintura número 100 de Manrique y Delgado no quiere que olvidemos. 


Publicado originalmente en el periódico Canarias 7, Islas Canarias


 

lunes, 21 de diciembre de 2020

“De la naturaleza artística a la nebulosa lírica: una ruta bidireccional” Reseña de Noel Olivares

 



Reseña del libro “Pintura número 100” XXV Premio de Poesía Tomás Morales


La entrega literaria de Samir Delgado “Pintura número 100” (César Manrique in memoriam), obra ganadora del XXV Premio Internacional de Poesía Tomás Morales (2019) recorre el universo manriqueño con formidable aliento poético en correspondencia con la versatilidad de la obra del artista lanzaroteño. Dividido en seis secciones, el libro conforma una topografía y una cosmogonía entre arte y poesía, territorios colindantes y extensivos, concluyentes. La lectura de la isla que en César se vuelve epicentro de un mundo dentro de otro a través de materiales tangibles, Samir Delgado lo transforma por medio de la palabra en otros mundos dentro de este (Éluard) con la materia del verso, heraldo fidedigno del espíritu.

Pintar la isla para recobrarla, escribir la isla para habitarla, Samir Delgado inició un buen día su exilio voluntario del archipiélago canario en busca de su destino (easy rider). Y tras su etapa conquense, primera estación donde dejó su impronta de revolucionario de las artes, alcanzó suelo mexicano, el mítico horizonte que acogió a tantos refugiados de la tragedia española del siglo veinte. Desde México, Samir Delgado está más presente que nunca a través del continente de los sueños con el archipiélago que lleva en la sangre. Y la prueba de esto reside en su titánico quehacer literario de ejercicio poético y labor crítica de los últimos años con excelentes libros como la trilogía precedente sobre arte y artistas: Galaxia Westerdahl, Las geografías circundantes (Tributo a Manuel Millares) y Jardín Seco -publicado por la editorial madrileña Bala Perdida- en torno a la obra de Fernando Zóbel.

Este volumen dedicado a la nebulosa estelar del gran César Manrique en el centenario de su nacimiento es un virtuoso homenaje en verso que traduce el espíritu de un creador inigualable desde la intensidad de un poeta en plenitud de sus facultades. El resultado bien a la vista está y el lector revive a través de estos poemas un itinerario sembrado de elementos icónicos representativos de un singular mundo artístico. Versos de fuego grabados en los surcos de la piedra, en el alma del paisaje que borbotea el aliento de los volcanes como “las piedras que siempre dicen la verdad después de la lluvia”. La soledad del artista, la soledad del poeta “se alimenta del fuego nocturno de las sombras” pero hay mucha luz en los versos de Samir y en el universo de César, -y mucha sombra en el anverso-, reflejos pintados porque aún persiste “muy lejos todo el sol/para después de la muerte”.

Las manos del pintor y las manos del poeta “encienden el lenguaje secreto de la noche de un bosque en las estrellas” y así los universos duales se corresponden y superponen fusionándose en explosiones infinitas desde la noche de los tiempos hasta el día sin fin. En la serie “Fósiles” (sección cuarta del libro) encontramos poderosos ecos del pasado, el pasado que nos habla con un verbo aplastante, permutativo, versos que son versículos enroscados como enredaderas en llamas, vestigios de un mundo paleontológico, testamento y testimonio de la muerte en poemas como Torso enterrado, Pájaro aplastado, Toro calcinado, Fósil anfibio. En la sección quinta “La isla”, el ser errante, alegoría del destino humano, reconoce su soñado renacimiento, encarna la isla y cierra los ojos para verla nacer dentro de sí jugando con el viento, juguete y jugador, comodín atemporal del universo.

Y llegamos al epílogo, un mundo verdadero frente a un mundo de imitación, “el engranaje turístico global”, ante la hora de la verdad, la hora del despojamiento de las máscaras, de la velocidad de la luz y la velocidad terrestre más allá del aire muerto para el desaliento del pájaro y el estigma de la flor de volcán. El poema BMW735i, una obra emblemática de César que simboliza su destino de “ser contemporáneo del futuro” define ese momento a partir del cual el artista entra en la inmortalidad: “Toda/ la sangre/ de un solo/cuerpo/detenida/al margen/de la circulación/el único instante/ del ángel”.

Pintura y poesía, éxtasis y vértigo, satélites, cometas, semillas y frutos, contorsionismos de arte y espacio, letra y claroscuros, huellas en el camino “la huella de un diente de sol” rastrean el devenir de las raíces en el cielo, el itinerario del artista perdido en los caminos del bosque de la existencia. César Manrique, a través de su legado encontró a su poeta, el artista de los sueños que da la réplica, el filósofo que argumenta y el profeta que anuncia: todo orden será superado por su perfectibilidad. En el poema “Solo en arena negra” de la primera sección (El sueño) círculo perfecto, leemos: “Al pintar la isla otra voz dirá entonces el nombre del origen de la caldera y la cárcava y el primer fuego”. Y más allá de la simbiosis de los lenguajes el corazón planea como un pájaro camino de una desierta lejanía indescifrable.


Publicado originalmente en Diario de Avisos, Suplemento cultural "El Perseguidor"

lunes, 14 de diciembre de 2020

Canarias y la poesía hispanoamericana

 


El pasado mes de noviembre tuve el honor de participar en el Coloquio Iberoamericano de Poesía del mítico Claustro de Sor Juana en Ciudad de México, un espacio de encuentro de diversas nacionalidades que ha debido sortear esta coyuntura sanitaria global. Allí pude afirmar que una tradición poética como la de Canarias está construida a contracorriente respecto al centro y que aún siendo considerada como una región ultraperiférica hubo en las islas un renacimiento, modernismo, surrealistas y poesía civil. Canarias ha sabido reconstruir su propia tradición frente a las inercias del poder, por lo que hoy en día la creación poética insular, naturalmente plural y diversa, posibilita que un universo simbólico como el de los archipiélagos se reivindique como el de los otros que nunca fueron y no dejaron ser, ya que nosotros somos los otros en el revés del proceso de civilización. Pienso en Alonso Quesada o el Vizconde de Buen Paso quienes regresan de sus viajes a Madrid con un mismo pálpito desorbitado.  

La tradición poética de las islas bebe de la lengua española y sin embargo no debe arrastrar ninguna inferioridad en su relación con otras tradiciones del español o de otras lenguas. Las islas cuentan con un extenso patrimonio creativo en su devenir cultural, cada vez es más necesaria la crítica literaria y el diálogo entre generaciones, sin embargo de nada valen las exclusiones y los apartamientos de la rivalidad entre tendencias, todas las voces suman la riqueza de la polifonía, por ello seguir por la senda del desconocimiento de la amplia cartografía de la poesía canaria no debería ser la pauta en la afirmación de alternativas. En el reciente artículo del poeta Ernesto Suárez en los Cuadernos Hispanoamericanos, se ofrece una valiosa miscelánea de elecciones personales sobre voces poéticas que abarcan desde los años 80 hasta el 2020. A pesar de las habituales ausencias, sería muy positivo para el diálogo crítico tener en cuenta a autores prominentes ya fallecidos como José Carlos Cataño o Francisco Tarajano, distantes en la edad y en el registro, pero que confirman la pluralidad de nuestro paisaje poético. Desde la voz del poeta del desarraigo que habita la isla por la distancia y el poeta de la identidad ancestral que regresa de la emigración. Como ellos hay una multitud de poéticas múltiples que merecen ser consideradas sin el menosprecio del silencio y manifiestan la existencia de una diversidad necesaria en la literatura insular.

A pesar de la desaparición crónica de revistas literarias con la llegada del milenio y de la inexplicable falta de publicación de las actas de los últimos congresos de poesía canaria en lo que llevamos de siglo, la tradición poética insular confluye en la transición democrática hasta la Autonomía de un modo intergeneracional. Las islas navegan desde el eco de las palabras hacia nuevas realidades y por eso las grandes carencias de estudios canarios en la universidad y del apoyo institucional al libro editado en las islas abona los terrenos del latifundio de nuestro propio desarraigo dentro y fuera de las islas. La escritura poética en Canarias es una gran aportación poco conocida aún en las literaturas hispanoamericanas, lo he presenciado en foros académicos de la diáspora caribeña en Nueva York y en festivales como el de Medellín.

Nuestras letras son un crisol de posibilidades aún inexploradas, lejos de abandonar la isla tal vez lo que precisamos es regresar nuevamente a ella, a la tierra inmemorial de los imaginarios, si bien toda frontera implica un límite, la identidad tricontinental de Canarias reúne las condiciones históricas de una personalidad atlántica que puede significarse en alternativa universalmente deseable, frente a los dogmas y elixires de la realidad dominante durante siglos. Ahí están las poéticas de las otras insularidades de la Macaronesia, todavía bajo el silencio de una distancia del idioma que pone a la luz la inacabada posibilidad de las teleologías de lo insular como proyecto universalista, libre del disfraz del falso exotismo y los jardines del bienestar superficial de los hoteles cinco estrellas que nunca vieron Galdós o Dulce María Loynaz.    

Puede resultar de interés un verso del poeta fluvial francés Jacques Darras cuando afirma que la poesía es una industria metafórica indígena, los seres vivos en tanto habitantes del planeta precisan del imaginario de lo poético, de ahí que a pesar de la encrucijada planetaria que cada vez se parece más a una segunda pérdida del paraíso en una fase irreversible, resulta que la poesía, la literatura y las múltiples disciplinas artísticas de la expresión humana son auténticos oasis en resistencia sobre la corporalidad de todo signo, mantienen el pulso del humanismo y de los acervos de la cultura que sostienen la utopía, lejos de la cortesanía oficial del sistema que ha llevado montañas de paraliteratura a las librerías en crisis.

En la Universidad del Claustro de Sor Juana de la Ciudad de México, un diálogo entre poetas de distintas procedencias y lugares muestra que son necesarios los espacios de diálogo en la universidad. Más allá de la gran tradición de la poesía existen las otras tradiciones de la diferencia enriquecedora, de la diversidad por descubrir, sin tener que rendirse más pleitesía a premios de poesía con nombres de la realeza. Por suerte, existen circuitos internacionales de literatura que alientan el descubrimiento de otras poéticas de la disidencia y del compromiso cívico, de la paz y de los valores de la solidaridad y el multilingüismo, la necesidad de nuevas alteridades que confluyan por medio del maravilloso vehículo de la palabra y de los imaginarios que sobreviven a pesar del simulacro y de la repetición de un espectáculo global que en Canarias se traduce en la visita de millones de turistas al año. El paisaje social del sur turístico ha encontrado nuevos filones de creación literaria en las generaciones de autores insulares nacidos en los 80 y como sucedió en otras épocas la realidad tiene en la creación literaria un espejo de proyección histórica.

Ante los desenlaces insospechados de esta nueva crisis universal, la poesía canaria y la literatura hispanoamericana pueden significarse como el lugar de la memoria y el salvoconducto para la propia condición de nuestra humanidad, una encrucijada que nos ofrece la posibilidad de reconceptualizar todo de nuevo, como sucedió en los tiempos de la II República española, donde tras el auge de la vanguardia literaria llegó el golpe de la dictadura de las derechas que todavía se atreven a retirar poemas de Miguel Hernández en Madrid. Volver a tomar la palabra es el futuro y el diálogo entre las poéticas de la insularidad nos conecta con la actualidad de la cultura planetaria, de camino al deseado arcoíris de la convivencia y de la pluralidad de voces, nativas y extranjeras, las narrativas del mestizaje y del ensueño fundacional de la literatura de Canarias que nos recuerdan esa búsqueda desde la perplejidad y la magua del existir en obras poéticas como la de José María Millares Sall, quien sin salir de la isla, fundó el horizonte de Liverpool.

Publicado originalmente en Canarias 7

14 de diciembre de 2020

martes, 1 de diciembre de 2020

"Pintura número 100" Reseña de Quintín Alonso Méndez

 

César Manrique "Pintura número 100"(1962)

Reseña del libro "Pintura número 100. César Manrique in memoriam" XXV Premio de Poesía Tomás Morales, 2019

"Cada número semeja un recuerdo como imagen, clavado en la pared imaginaria de la memoria por punchas oxidadas por el salitre como heridas que salvan

Pintura número 100 se disculpa, busca apoyo en el bastión insondable de la obra pictórica -la palabra ha de ser imagen para ser poesía- de César Manrique, homenaje a quien antes de la palabra se hundió en la poesía de la imagen, imagen voluble en cada golpe de instante, en cada soplo, latido, del tiempo, aunque detenido tiempo, y la vertió, con los pigmentos cósmicos de la lava, la luz y el océano, en el lienzo, la piedra, la grieta, materia atlántica de isla, de universo, nunca de continente.

Pero Pintura número 100 es más que mirarse y verse en un espejo, simple placer del contemplarse y desconocerse en el saberse, es raíz, desnudez del poeta ante sí mismo, ante el paisaje sobrecogedor de lo inalcanzable, totalidad dispersa del yo en cada partícula, en cada poro de cada palabra, descubierta, reinventada, acogida como propia, es decir, como universal, planta, roca, luz, sed de agua, piel de mar, de la luz que va más allá de los sentidos, penetra, traspasa, socava, intima, se queda, vuela, se hace aire, naturaleza, misterio y reconocimiento, asombro y descubrimiento, cada vez descubrimiento, primera vez, en cada acto de la fusión mística-material con el planeta isla, naufragio siempre, casa siempre. Samir se abre -flor carnal de piedra, piel de roca fósil, de aire-, en Pintura número 100, en seis cabalísticos pétalos («el sueño», «la pintura», «los volcanes», «fósiles», «la isla», «el artista»), pero el número no importa, aunque seamos límite, origen y final, un menudo átomo de espacio creador del tiempo, de materia volcánica y océano, salitre y fuego de las entrañas, pero antes de los dos extremos terrenales está lo que no tiene tiempo, lo que es la eternidad del siempre, éxtasis de lo quieto, quizás el vacío, poema perfecto.

Samir Delgado viene de una poesía cerrada, hermética, porque dos muros de piedra a los lados del camino estrecho, evitando la luz inmensa del vuelo y no dejando ver más que la escasa aparente luz del limitado objetivo al final de un túnel o laberinto girando sobre sí mismo, no dejaban ver la transparencia de la nada, de la totalidad, pero un golpe de caída, o abismo, o vuelo, ha tirado abajo los muros y entonces surge, se desparrama, se vierte, el poeta, el que aún teme pero ya se atreve a desnudarse, a despojarse del yo, aún con el pudor, pero el atrevimiento, del niño, del adolescente, del hombre, ante el descubrimiento y el estupor, pero entonces desaparece el humano, el invasor, y no necesita escarbar: pululan los versos como polen, invisibles, con y por la piel de los sentidos.

Solo quiero decir, desde mi inconciencia de mundo, que Pintura número 100 (infinito número) es poesía, sin saberlo, sin proponérselo, sin quererlo, espontáneo como el nacimiento de la primera única célula: poesía: indestructible: de origen volcánico y de algas los pigmentos de las imágenes, óleo de océano atlántico.

Y brota en el malpaís la palabra barroca, sin ella no podría la poesía asomarse/no asomarse a la magnanimidad de isla, de surcos sobre el océano comunicándose con otra isla, imantados territorios náufragos, aislados, entrelazados, de isla.

Esta poesía con mayúsculas se abre a los horizontes y al mismo tiempo se cierra en flor, de lava y mar, de isla.

¿Son los números fechas, instantes, luminosas heridas, pequeñas marcas que vamos dejando para encontrarle el regreso a los recuerdos? ¿es un fósil el barroquismo? ¿es leyenda lo barroco, la lengua de la palabra, surco, piedra, sed, pájaros de sol trasparente trayendo todos los colores picoteando en las mañanas labriegas, en las noches grilladas por la tristeza que es pobre? La pintura no es más que plasmar la imagen, las infinitas imágenes dentro de la imagen, según el ánimo de la luz, el óleo no es más que la esencia de la tierra, su misma raíz. Cada número semeja un recuerdo como imagen, clavado en la pared imaginaria de la memoria por punchas oxidadas por el salitre como heridas que salvan.

Es en el pétalo número tres de la rosa de los vientos, en «los volcanes» (aquí soy débil, más débil), donde Samir Delgado, o mejor dicho, la poesía de Samir, ya íntegra e impúdicamente despojado del yo, es más isla, más silencio, herida, dolor, terruño, más uva sedienta, siempre insatisfecha, de la roca volcánica. Sentencias. Cada destilarse de un poema se desparrama sobre el lienzo en delicada, seca, pura sentencia. Samir: Pintura número 100: Poesía. Cuerpo de poesía.

Solo es el comienzo. Siempre

                                              

Quintín Alonso Méndez, escritor y novelista

Bajamar, Tenerife, 2020