lunes, 14 de diciembre de 2020

Canarias y la poesía hispanoamericana

 


El pasado mes de noviembre tuve el honor de participar en el Coloquio Iberoamericano de Poesía del mítico Claustro de Sor Juana en Ciudad de México, un espacio de encuentro de diversas nacionalidades que ha debido sortear esta coyuntura sanitaria global. Allí pude afirmar que una tradición poética como la de Canarias está construida a contracorriente respecto al centro y que aún siendo considerada como una región ultraperiférica hubo en las islas un renacimiento, modernismo, surrealistas y poesía civil. Canarias ha sabido reconstruir su propia tradición frente a las inercias del poder, por lo que hoy en día la creación poética insular, naturalmente plural y diversa, posibilita que un universo simbólico como el de los archipiélagos se reivindique como el de los otros que nunca fueron y no dejaron ser, ya que nosotros somos los otros en el revés del proceso de civilización. Pienso en Alonso Quesada o el Vizconde de Buen Paso quienes regresan de sus viajes a Madrid con un mismo pálpito desorbitado.  

La tradición poética de las islas bebe de la lengua española y sin embargo no debe arrastrar ninguna inferioridad en su relación con otras tradiciones del español o de otras lenguas. Las islas cuentan con un extenso patrimonio creativo en su devenir cultural, cada vez es más necesaria la crítica literaria y el diálogo entre generaciones, sin embargo de nada valen las exclusiones y los apartamientos de la rivalidad entre tendencias, todas las voces suman la riqueza de la polifonía, por ello seguir por la senda del desconocimiento de la amplia cartografía de la poesía canaria no debería ser la pauta en la afirmación de alternativas. En el reciente artículo del poeta Ernesto Suárez en los Cuadernos Hispanoamericanos, se ofrece una valiosa miscelánea de elecciones personales sobre voces poéticas que abarcan desde los años 80 hasta el 2020. A pesar de las habituales ausencias, sería muy positivo para el diálogo crítico tener en cuenta a autores prominentes ya fallecidos como José Carlos Cataño o Francisco Tarajano, distantes en la edad y en el registro, pero que confirman la pluralidad de nuestro paisaje poético. Desde la voz del poeta del desarraigo que habita la isla por la distancia y el poeta de la identidad ancestral que regresa de la emigración. Como ellos hay una multitud de poéticas múltiples que merecen ser consideradas sin el menosprecio del silencio y manifiestan la existencia de una diversidad necesaria en la literatura insular.

A pesar de la desaparición crónica de revistas literarias con la llegada del milenio y de la inexplicable falta de publicación de las actas de los últimos congresos de poesía canaria en lo que llevamos de siglo, la tradición poética insular confluye en la transición democrática hasta la Autonomía de un modo intergeneracional. Las islas navegan desde el eco de las palabras hacia nuevas realidades y por eso las grandes carencias de estudios canarios en la universidad y del apoyo institucional al libro editado en las islas abona los terrenos del latifundio de nuestro propio desarraigo dentro y fuera de las islas. La escritura poética en Canarias es una gran aportación poco conocida aún en las literaturas hispanoamericanas, lo he presenciado en foros académicos de la diáspora caribeña en Nueva York y en festivales como el de Medellín.

Nuestras letras son un crisol de posibilidades aún inexploradas, lejos de abandonar la isla tal vez lo que precisamos es regresar nuevamente a ella, a la tierra inmemorial de los imaginarios, si bien toda frontera implica un límite, la identidad tricontinental de Canarias reúne las condiciones históricas de una personalidad atlántica que puede significarse en alternativa universalmente deseable, frente a los dogmas y elixires de la realidad dominante durante siglos. Ahí están las poéticas de las otras insularidades de la Macaronesia, todavía bajo el silencio de una distancia del idioma que pone a la luz la inacabada posibilidad de las teleologías de lo insular como proyecto universalista, libre del disfraz del falso exotismo y los jardines del bienestar superficial de los hoteles cinco estrellas que nunca vieron Galdós o Dulce María Loynaz.    

Puede resultar de interés un verso del poeta fluvial francés Jacques Darras cuando afirma que la poesía es una industria metafórica indígena, los seres vivos en tanto habitantes del planeta precisan del imaginario de lo poético, de ahí que a pesar de la encrucijada planetaria que cada vez se parece más a una segunda pérdida del paraíso en una fase irreversible, resulta que la poesía, la literatura y las múltiples disciplinas artísticas de la expresión humana son auténticos oasis en resistencia sobre la corporalidad de todo signo, mantienen el pulso del humanismo y de los acervos de la cultura que sostienen la utopía, lejos de la cortesanía oficial del sistema que ha llevado montañas de paraliteratura a las librerías en crisis.

En la Universidad del Claustro de Sor Juana de la Ciudad de México, un diálogo entre poetas de distintas procedencias y lugares muestra que son necesarios los espacios de diálogo en la universidad. Más allá de la gran tradición de la poesía existen las otras tradiciones de la diferencia enriquecedora, de la diversidad por descubrir, sin tener que rendirse más pleitesía a premios de poesía con nombres de la realeza. Por suerte, existen circuitos internacionales de literatura que alientan el descubrimiento de otras poéticas de la disidencia y del compromiso cívico, de la paz y de los valores de la solidaridad y el multilingüismo, la necesidad de nuevas alteridades que confluyan por medio del maravilloso vehículo de la palabra y de los imaginarios que sobreviven a pesar del simulacro y de la repetición de un espectáculo global que en Canarias se traduce en la visita de millones de turistas al año. El paisaje social del sur turístico ha encontrado nuevos filones de creación literaria en las generaciones de autores insulares nacidos en los 80 y como sucedió en otras épocas la realidad tiene en la creación literaria un espejo de proyección histórica.

Ante los desenlaces insospechados de esta nueva crisis universal, la poesía canaria y la literatura hispanoamericana pueden significarse como el lugar de la memoria y el salvoconducto para la propia condición de nuestra humanidad, una encrucijada que nos ofrece la posibilidad de reconceptualizar todo de nuevo, como sucedió en los tiempos de la II República española, donde tras el auge de la vanguardia literaria llegó el golpe de la dictadura de las derechas que todavía se atreven a retirar poemas de Miguel Hernández en Madrid. Volver a tomar la palabra es el futuro y el diálogo entre las poéticas de la insularidad nos conecta con la actualidad de la cultura planetaria, de camino al deseado arcoíris de la convivencia y de la pluralidad de voces, nativas y extranjeras, las narrativas del mestizaje y del ensueño fundacional de la literatura de Canarias que nos recuerdan esa búsqueda desde la perplejidad y la magua del existir en obras poéticas como la de José María Millares Sall, quien sin salir de la isla, fundó el horizonte de Liverpool.

Publicado originalmente en Canarias 7

14 de diciembre de 2020

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