Reseña del libro “Pintura número 100” XXV Premio de Poesía Tomás Morales
La entrega literaria de Samir Delgado “Pintura número 100” (César Manrique in memoriam), obra ganadora del XXV Premio Internacional de Poesía Tomás Morales (2019) recorre el universo manriqueño con formidable aliento poético en correspondencia con la versatilidad de la obra del artista lanzaroteño. Dividido en seis secciones, el libro conforma una topografía y una cosmogonía entre arte y poesía, territorios colindantes y extensivos, concluyentes. La lectura de la isla que en César se vuelve epicentro de un mundo dentro de otro a través de materiales tangibles, Samir Delgado lo transforma por medio de la palabra en otros mundos dentro de este (Éluard) con la materia del verso, heraldo fidedigno del espíritu.
Pintar la isla para recobrarla, escribir la isla para habitarla, Samir Delgado inició un buen día su exilio voluntario del archipiélago canario en busca de su destino (easy rider). Y tras su etapa conquense, primera estación donde dejó su impronta de revolucionario de las artes, alcanzó suelo mexicano, el mítico horizonte que acogió a tantos refugiados de la tragedia española del siglo veinte. Desde México, Samir Delgado está más presente que nunca a través del continente de los sueños con el archipiélago que lleva en la sangre. Y la prueba de esto reside en su titánico quehacer literario de ejercicio poético y labor crítica de los últimos años con excelentes libros como la trilogía precedente sobre arte y artistas: Galaxia Westerdahl, Las geografías circundantes (Tributo a Manuel Millares) y Jardín Seco -publicado por la editorial madrileña Bala Perdida- en torno a la obra de Fernando Zóbel.
Este volumen dedicado a la nebulosa estelar del gran César Manrique en el centenario de su nacimiento es un virtuoso homenaje en verso que traduce el espíritu de un creador inigualable desde la intensidad de un poeta en plenitud de sus facultades. El resultado bien a la vista está y el lector revive a través de estos poemas un itinerario sembrado de elementos icónicos representativos de un singular mundo artístico. Versos de fuego grabados en los surcos de la piedra, en el alma del paisaje que borbotea el aliento de los volcanes como “las piedras que siempre dicen la verdad después de la lluvia”. La soledad del artista, la soledad del poeta “se alimenta del fuego nocturno de las sombras” pero hay mucha luz en los versos de Samir y en el universo de César, -y mucha sombra en el anverso-, reflejos pintados porque aún persiste “muy lejos todo el sol/para después de la muerte”.
Las manos del pintor y las manos del poeta “encienden el lenguaje secreto de la noche de un bosque en las estrellas” y así los universos duales se corresponden y superponen fusionándose en explosiones infinitas desde la noche de los tiempos hasta el día sin fin. En la serie “Fósiles” (sección cuarta del libro) encontramos poderosos ecos del pasado, el pasado que nos habla con un verbo aplastante, permutativo, versos que son versículos enroscados como enredaderas en llamas, vestigios de un mundo paleontológico, testamento y testimonio de la muerte en poemas como Torso enterrado, Pájaro aplastado, Toro calcinado, Fósil anfibio. En la sección quinta “La isla”, el ser errante, alegoría del destino humano, reconoce su soñado renacimiento, encarna la isla y cierra los ojos para verla nacer dentro de sí jugando con el viento, juguete y jugador, comodín atemporal del universo.
Y llegamos al epílogo, un mundo verdadero frente a un mundo de imitación, “el engranaje turístico global”, ante la hora de la verdad, la hora del despojamiento de las máscaras, de la velocidad de la luz y la velocidad terrestre más allá del aire muerto para el desaliento del pájaro y el estigma de la flor de volcán. El poema BMW735i, una obra emblemática de César que simboliza su destino de “ser contemporáneo del futuro” define ese momento a partir del cual el artista entra en la inmortalidad: “Toda/ la sangre/ de un solo/cuerpo/detenida/al margen/de la circulación/el único instante/ del ángel”.
Pintura y poesía, éxtasis y vértigo, satélites, cometas, semillas y frutos, contorsionismos de arte y espacio, letra y claroscuros, huellas en el camino “la huella de un diente de sol” rastrean el devenir de las raíces en el cielo, el itinerario del artista perdido en los caminos del bosque de la existencia. César Manrique, a través de su legado encontró a su poeta, el artista de los sueños que da la réplica, el filósofo que argumenta y el profeta que anuncia: todo orden será superado por su perfectibilidad. En el poema “Solo en arena negra” de la primera sección (El sueño) círculo perfecto, leemos: “Al pintar la isla otra voz dirá entonces el nombre del origen de la caldera y la cárcava y el primer fuego”. Y más allá de la simbiosis de los lenguajes el corazón planea como un pájaro camino de una desierta lejanía indescifrable.
Publicado originalmente en Diario de Avisos, Suplemento cultural "El Perseguidor"
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