Reseña del libro "Pintura número 100. César Manrique in memoriam" XXV Premio de Poesía Tomás Morales, 2019
"Cada número semeja un recuerdo como imagen, clavado en la pared imaginaria de la memoria por punchas oxidadas por el salitre como heridas que salvan
Pintura número 100 se disculpa, busca apoyo en
el bastión insondable de la obra pictórica -la palabra ha de ser imagen para
ser poesía- de César Manrique, homenaje a quien antes de la palabra se hundió
en la poesía de la imagen, imagen voluble en cada golpe de instante, en cada
soplo, latido, del tiempo, aunque detenido tiempo, y la vertió, con los
pigmentos cósmicos de la lava, la luz y el océano, en el lienzo, la piedra, la
grieta, materia atlántica de isla, de universo, nunca de continente.
Pero Pintura número 100 es más que mirarse y verse en un espejo, simple
placer del contemplarse y desconocerse en el saberse, es raíz, desnudez del
poeta ante sí mismo, ante el paisaje sobrecogedor de lo inalcanzable, totalidad
dispersa del yo en cada partícula, en cada poro de cada palabra, descubierta,
reinventada, acogida como propia, es decir, como universal, planta, roca, luz,
sed de agua, piel de mar, de la luz que va más allá de los sentidos, penetra,
traspasa, socava, intima, se queda, vuela, se hace aire, naturaleza, misterio y
reconocimiento, asombro y descubrimiento, cada vez descubrimiento, primera vez,
en cada acto de la fusión mística-material con el planeta isla, naufragio
siempre, casa siempre. Samir se abre -flor carnal de piedra, piel de roca
fósil, de aire-, en Pintura número 100,
en seis cabalísticos pétalos («el sueño», «la pintura», «los volcanes», «fósiles»,
«la isla», «el artista»), pero el número no importa, aunque seamos límite,
origen y final, un menudo átomo de espacio creador del tiempo, de materia
volcánica y océano, salitre y fuego de las entrañas, pero antes de los dos
extremos terrenales está lo que no tiene tiempo, lo que es la eternidad del
siempre, éxtasis de lo quieto, quizás el vacío, poema perfecto.
Samir Delgado viene de una
poesía cerrada, hermética, porque dos muros de piedra a los lados del camino
estrecho, evitando la luz inmensa del vuelo y no dejando ver más que la escasa
aparente luz del limitado objetivo al final de un túnel o laberinto girando
sobre sí mismo, no dejaban ver la transparencia de la nada, de la totalidad, pero
un golpe de caída, o abismo, o vuelo, ha tirado abajo los muros y entonces
surge, se desparrama, se vierte, el poeta, el que aún teme pero ya se atreve a
desnudarse, a despojarse del yo, aún con el pudor, pero el atrevimiento, del
niño, del adolescente, del hombre, ante el descubrimiento y el estupor, pero
entonces desaparece el humano, el invasor, y no necesita escarbar: pululan los
versos como polen, invisibles, con y por la piel de los sentidos.
Solo quiero decir, desde
mi inconciencia de mundo, que Pintura
número 100 (infinito número) es poesía, sin saberlo, sin proponérselo, sin
quererlo, espontáneo como el nacimiento de la primera única célula: poesía:
indestructible: de origen volcánico y de algas los pigmentos de las imágenes,
óleo de océano atlántico.
Y brota en el malpaís la
palabra barroca, sin ella no podría la poesía asomarse/no asomarse a la
magnanimidad de isla, de surcos sobre el océano comunicándose con otra isla,
imantados territorios náufragos, aislados, entrelazados, de isla.
Esta poesía con mayúsculas
se abre a los horizontes y al mismo tiempo se cierra en flor, de lava y mar, de
isla.
¿Son los números fechas,
instantes, luminosas heridas, pequeñas marcas que vamos dejando para
encontrarle el regreso a los recuerdos? ¿es un fósil el barroquismo? ¿es
leyenda lo barroco, la lengua de la palabra, surco, piedra, sed, pájaros de sol
trasparente trayendo todos los colores picoteando en las mañanas labriegas, en
las noches grilladas por la tristeza que es pobre? La pintura no es más que
plasmar la imagen, las infinitas imágenes dentro de la imagen, según el ánimo
de la luz, el óleo no es más que la esencia de la tierra, su misma raíz. Cada
número semeja un recuerdo como imagen, clavado en la pared imaginaria de la
memoria por punchas oxidadas por el salitre como heridas que salvan.
Es en el pétalo número tres
de la rosa de los vientos, en «los volcanes» (aquí soy débil, más débil), donde
Samir Delgado, o mejor dicho, la poesía de Samir, ya íntegra e impúdicamente despojado
del yo, es más isla, más silencio, herida, dolor, terruño, más uva sedienta,
siempre insatisfecha, de la roca volcánica. Sentencias. Cada destilarse de un
poema se desparrama sobre el lienzo en delicada, seca, pura sentencia. Samir: Pintura número 100: Poesía. Cuerpo de
poesía.
Solo es el comienzo.
Siempre
Quintín
Alonso Méndez, escritor y novelista
Bajamar,
Tenerife, 2020
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