martes, 1 de diciembre de 2020

"Pintura número 100" Reseña de Quintín Alonso Méndez

 

César Manrique "Pintura número 100"(1962)

Reseña del libro "Pintura número 100. César Manrique in memoriam" XXV Premio de Poesía Tomás Morales, 2019

"Cada número semeja un recuerdo como imagen, clavado en la pared imaginaria de la memoria por punchas oxidadas por el salitre como heridas que salvan

Pintura número 100 se disculpa, busca apoyo en el bastión insondable de la obra pictórica -la palabra ha de ser imagen para ser poesía- de César Manrique, homenaje a quien antes de la palabra se hundió en la poesía de la imagen, imagen voluble en cada golpe de instante, en cada soplo, latido, del tiempo, aunque detenido tiempo, y la vertió, con los pigmentos cósmicos de la lava, la luz y el océano, en el lienzo, la piedra, la grieta, materia atlántica de isla, de universo, nunca de continente.

Pero Pintura número 100 es más que mirarse y verse en un espejo, simple placer del contemplarse y desconocerse en el saberse, es raíz, desnudez del poeta ante sí mismo, ante el paisaje sobrecogedor de lo inalcanzable, totalidad dispersa del yo en cada partícula, en cada poro de cada palabra, descubierta, reinventada, acogida como propia, es decir, como universal, planta, roca, luz, sed de agua, piel de mar, de la luz que va más allá de los sentidos, penetra, traspasa, socava, intima, se queda, vuela, se hace aire, naturaleza, misterio y reconocimiento, asombro y descubrimiento, cada vez descubrimiento, primera vez, en cada acto de la fusión mística-material con el planeta isla, naufragio siempre, casa siempre. Samir se abre -flor carnal de piedra, piel de roca fósil, de aire-, en Pintura número 100, en seis cabalísticos pétalos («el sueño», «la pintura», «los volcanes», «fósiles», «la isla», «el artista»), pero el número no importa, aunque seamos límite, origen y final, un menudo átomo de espacio creador del tiempo, de materia volcánica y océano, salitre y fuego de las entrañas, pero antes de los dos extremos terrenales está lo que no tiene tiempo, lo que es la eternidad del siempre, éxtasis de lo quieto, quizás el vacío, poema perfecto.

Samir Delgado viene de una poesía cerrada, hermética, porque dos muros de piedra a los lados del camino estrecho, evitando la luz inmensa del vuelo y no dejando ver más que la escasa aparente luz del limitado objetivo al final de un túnel o laberinto girando sobre sí mismo, no dejaban ver la transparencia de la nada, de la totalidad, pero un golpe de caída, o abismo, o vuelo, ha tirado abajo los muros y entonces surge, se desparrama, se vierte, el poeta, el que aún teme pero ya se atreve a desnudarse, a despojarse del yo, aún con el pudor, pero el atrevimiento, del niño, del adolescente, del hombre, ante el descubrimiento y el estupor, pero entonces desaparece el humano, el invasor, y no necesita escarbar: pululan los versos como polen, invisibles, con y por la piel de los sentidos.

Solo quiero decir, desde mi inconciencia de mundo, que Pintura número 100 (infinito número) es poesía, sin saberlo, sin proponérselo, sin quererlo, espontáneo como el nacimiento de la primera única célula: poesía: indestructible: de origen volcánico y de algas los pigmentos de las imágenes, óleo de océano atlántico.

Y brota en el malpaís la palabra barroca, sin ella no podría la poesía asomarse/no asomarse a la magnanimidad de isla, de surcos sobre el océano comunicándose con otra isla, imantados territorios náufragos, aislados, entrelazados, de isla.

Esta poesía con mayúsculas se abre a los horizontes y al mismo tiempo se cierra en flor, de lava y mar, de isla.

¿Son los números fechas, instantes, luminosas heridas, pequeñas marcas que vamos dejando para encontrarle el regreso a los recuerdos? ¿es un fósil el barroquismo? ¿es leyenda lo barroco, la lengua de la palabra, surco, piedra, sed, pájaros de sol trasparente trayendo todos los colores picoteando en las mañanas labriegas, en las noches grilladas por la tristeza que es pobre? La pintura no es más que plasmar la imagen, las infinitas imágenes dentro de la imagen, según el ánimo de la luz, el óleo no es más que la esencia de la tierra, su misma raíz. Cada número semeja un recuerdo como imagen, clavado en la pared imaginaria de la memoria por punchas oxidadas por el salitre como heridas que salvan.

Es en el pétalo número tres de la rosa de los vientos, en «los volcanes» (aquí soy débil, más débil), donde Samir Delgado, o mejor dicho, la poesía de Samir, ya íntegra e impúdicamente despojado del yo, es más isla, más silencio, herida, dolor, terruño, más uva sedienta, siempre insatisfecha, de la roca volcánica. Sentencias. Cada destilarse de un poema se desparrama sobre el lienzo en delicada, seca, pura sentencia. Samir: Pintura número 100: Poesía. Cuerpo de poesía.

Solo es el comienzo. Siempre

                                              

Quintín Alonso Méndez, escritor y novelista

Bajamar, Tenerife, 2020

No hay comentarios:

Publicar un comentario