miércoles, 1 de diciembre de 2021

"La palabra que se escribe" Conferencia en la Casa Museo Benito Pérez Galdós

José Revueltas (1914-1986)


Desde la ventanilla del primer avión de un largo itinerario de regreso a Las Palmas de  Gran Canaria he visto un desierto con nubes de Baja California, la bruma matinal de Tijuana y un atisbo del océano Pacífico. Ya con horario de Madrid también he vuelto a contemplar otro paisaje auroral, el de la Castilla profunda con un atardecer primaveral, inundado de colores pastel, ocres de la memoria de un solar rememorado por Galdós en  muchos de sus escritos. 

Para llegar a la isla se debe cruzar el Atlántico, otro paisaje más para culminar este pórtico de un regreso al mar iluminado, aquella única eternidad descubierta por Rimbaud. En esta tarde de velada cultural en la Casa Museo Pérez Galdós  quiero recuperar esos paisajes, la realidad de toda mirada contiene una dimensión escribible, este carácter diáfano y poliédrico de la palabra y la imagen unidas hacen de los libros un patrimonio tangible capaz de manifestar una verdad, una “aletheia”, una  revelación de conocimiento. 

Creo que las novelas de Galdós son espejos vivientes que nos  hablan al oído reclamando ser vistas, he visto La Fontana de Oro en Madrid y las calles  aledañas de El Parnasillo, siempre me acuerdo estando en Madrid de aquella imagen de  Manuel Padorno, poeta varado en Castilla, cuando dijo que Madrid olía a Galdós, también  le pasó algo parecido a Martín Chirino, y a Manuel Millares, las ciudades se entienden a  través de los libros que hablan de ellas, así sucede con Nueva York y Lorca, no es posible  uno sin la otra. 

Todos estos paisajes que quiero compartir en esta Casa Museo constituyen una estampa íntima para la imaginación evocativa, la realidad se constituye mayormente de imágenes,  las recreaciones oculares que la mente humana asimila y reconstruye en un proceso  cerebral incógnito para la mayoría. De esa realidad se puede decir de todo por ser vivida  de muchos modos, escribir la realidad es una forma de eternizarla, quienes la habitan  tendrán un sinfín de maneras de contarla y hacerla suya, la realidad es un crisol de experiencias infinitas por ser humanas. Todos los personajes de Galdós forman parte del  pasado y por haber sido escritos habitan un tiempo propio, el de la literatura. 

Todas las literaturas han forjado una perspectiva original de los modos de existencia y de las  realidades de otros tiempos, pasados y futuros, el valor de la escritura contiene un  compromiso esencial que arraiga en lo propiamente humano, somos memoria y tiempo  vivible, como los personajes de novela, la ficción no necesariamente escapa de la realidad, muchas maneras de narrar han asumido el factor decisivo de ser vida contada que influye  y manifiesta el orden de la realidad, esta es una de las vivencias de la literatura más  universales, lo dijo Cortázar en el prólogo del "Libro de Manuel", lo que se cuenta anticipa  modos de existencia que se desean perdurables, el escritor es un hacedor de mundos, el  demiurgo de carne y hueso que se nutre de imágenes y subsiste y pervive a pesar del  silencio de la desmemoria y el desarraigo incontenible de la era virtual y del vacío que nos  está tocando vivir. 

Creo que autores de hoy como Alessandro Baricco, a quien tuve la  oportunidad de conocer hace años en Madrid, adquieren el impulso de su escritura en el  valor ético de la fabulación, volver a decir el mundo y la necesidad de contarlo es de cara  al futuro un paradigma esencial, especialmente por los excesos de la virtualidad de las  pantallas y de las nuevas tecnologías, lo invisible está en todos lados, la humanidad corre  el riesgo de una ceguera irremisible, la vida se nos escapa de las manos.

He querido comenzar esta conferencia con algunos paisajes de la travesía hasta esta isla  atlántica, de regreso ya tras un período intenso y fecundo de residencia en México, quiero  hablar hoy de José Revueltas, el escritor mexicano nacido en Durango en 1914, año  crucial del siglo XX, natalicio también de Octavio Paz, nuestro Premio nobel. Y digo  nuestro por mi asumida mexicanidad, los isleños que emigramos a América podemos  exigir una doble pertenencia al idioma, creo que la identidad es eso, una elección vital de  apego a un paisaje, a un modo de expresarlo, a un acento distinto que comparte la  universalidad de una lengua. He hablado de José Revueltas ya en multitud de ocasiones  para referirme a la ciudad de Francisco Villa y de los alacranes, era hora de hacerlo en mi  isla, en la Casa Museo Galdós, creo que se cumple así un designio y un compromiso  asumido de lealtad y de agradecimiento a las tierras mexicanas que me han dado cobijo y renacimiento. 

Y precisamente hablar de Revueltas, implica hacerlo del papel del escritor  como figura de la historia, en estos tiempos de incertidumbre quiero reivindicar más que  nunca el valor inconmensurable de quien escribe a pesar de la rareza y la extravagancia  que, a día de hoy, sigue implicando escoger esta condición errática y peregrina  mayormente de las existencias posibles de la vida, defender a quienes asumen el reto  irredimible de escribir, de resistir escribiendo, ante los avatares de la existencia social que es una barricada ante las amenazas reales de extinción y de pérdida que ensombrecen el  nuevo siglo, el futuro. 

De hecho, lo dije en otra ocasión en este mismo lugar, la  universalidad de Galdós está en su ausencia de la isla, en su insularidad atlántica habitada  desde la lejanía, Don Benito escribía como se mirar al mar, en su totalidad fluyente, en su  devenir episódico, en su absoluta transparencia de las almas vistas como a través del agua  y el sol, de nuevo la imagen de la isla, el realismo evocante y solidario de las otras vidas,  de la vida que nace a la mirada, de los paisajes morales de un territorio y de un tiempo  infinito. José Revueltas hizo de la escritura su caballo de batalla, como Galdós contó lo  que se veía y lo que no, dio luz a una obra narrativa y cuentística capaz de asumir el peso  de la historia, como lo evoca el crítico Evodio Escalante, también duranguense, la  literatura de Revueltas es “una máquina de escribir” que confronta y ajusta cuentas con  el poder, en los libros suyos hay dolor y hay sufrimiento, los libros sufren y compadecen, están vivos de tanta muerte a sus espaldas. Su segunda novela “El luto humano” cifra el  espanto y la desolación de la guerra cristera, en la mayoría de narraciones incluidas en  volúmenes como “Dios en la tierra” o “Dormir en tierra” se visibiliza un acabamiento, el  movimiento interno de la historia donde las existencias humanas confrontan la dureza y la hostilidad del destino, nos cuenta Revueltas:  

"¿De dónde venía esa pesadilla? ¿Cómo había nacido? Parece que los hombres habían aprendido algo inaprensible y  ese algo les había tornado el cerebro cual una monstruosa bola de fuego, donde el empecinamiento estaba fijo y  central, como una cuchillada. Negarse. Negarse siempre, por encima de todas las cosas, aunque se cayera el  mundo, aunque de pronto el Universo se paralizase y los planetas y las estrellas se clavaran en el aire. Los  hombres entraban en sus casas con un delirio de eternidad, para no salir ya nunca, y tras de las puertas  aglomeraban impenetrables cantidades de odio seco, sin saliva, donde no cabían ni un alfiler ni un gemido. Era difícil para los soldados combatir en contra de Dios, porque Él era invisible, invisible y presente, como una espesa  capa de aire sólido o de hielo transparente o de sed líquida. ¡Y cómo son los soldados! Tienen unos rostros morenos, de tierra labrantía, tiernos, y unos gestos de niños inconscientemente crueles. Su autoridad no les viene  de nada. La tomaron en préstamo quién sabe dónde y prefieren morir, como si fueran de paso por todos los lugares  y les diera un poco de vergüenza todo. Llegaban a los pueblos solo con cierto asombro, como si se hubieran echado  encima todos los caminos y los trajeran ahí, en sus polainas de lona o en sus paliacates rojos, donde, mudas, aún  quedaban las tortillas crujientes, como matas secas”.

Quiero mencionar entonces, junto a Galdós y a Revueltas, en defensa del papel de quien  escribe, a autores como Miguel Delibes y José Luis Sampedro, a Manuel Vázquez  Montalbán, a Goytisolo, intelectuales del panorama hispanohablante que se han ido recientemente en los últimos lustros, su presencia en la cultura representa un valor  primordial para el pensamiento y la ética, es el escritor un ser moral en esencia y entre  comillas, que está más allá de la verdad y la mentira convencionales. De hecho, cuando  Saramago escribió La caverna dijo todo lo que se podía decir de un mundo porvenir que hace de su condición de posibilidad la propia experiencia del desarraigo y de la extorsión a  la vida, muy a pesar de los siglos continuamos bajo el cielo de la incertidumbre y el caos, más visible ahora en el actual estado de alarma pandémica, a pesar del progreso y de las  máquinas, la esperanza de un mundo mejor es una promesa insatisfecha y de eso supo Galdós cuando la ceguera invadió su mundo interior y la memoria fue entonces el último  hábitat definitivo de su realidad poblada de sombras, rostros y perfiles que como al  comienzo de Miau, salen en tromba a las cuatro de la tarde hacia la Plaza del Limón, con  “algazara de mil demonios” y se hacen himno y belleza.  

La palabra escrita es un cúmulo galáctico a pequeña escala, contiene fuerza y  movimiento, late en su propio ecosistema, y el escritor asume el desafío de decir y en esa dimensión ética se encuentra la raíz del valor humano de la escritura, la identidad conciudadana de los escritores de todas las épocas. Para Azorín, la vigencia de un escritor  clásico se encuentra en la sensación de que cuando se lee hay una representación propia  que refleja las inquietudes de la existencia de quien lee. También para Albert Camus el  designio de la rebeldía era consustancial a la hora de la escritura, él que provenía de raíces argelinas, solicitaba a los intelectuales de Francia intransigencia y dignidad frente a los  embates de la desigualdad y la penuria humana. 

Novelar es una forma de supervivencia y creo que Galdós hizo de su arte un modo de convivir con sus congéneres, tal vez la manera más viva y real de ser libre estaba en el derecho a contar lo que se vive, y Galdós recreó en sus libros el retablo del espíritu humano en la sociedad española de su época, universalizó el devenir de las vidas en su tiempo vivido, eternidad y cosmopolitismo de la palabra. 

Por ejemplo, en "La familia de León Bloch" se sabe que Galdós hizo la crítica del  neocatolicismo y del auge de la modernidad capitalista, la cuestión de la fe y del fanatismo y de la decadencia social insostenible y de la libertad, son temas fecundos y coincidentes  que a la hora de establecer un paralelismo deseable con la narrativa de José Revueltas hace posible que surja el signo de admiración y de sorpresa, de encandilamiento, este asombro íntimo que quiero trasladar aquí, en la Casa Museo, en un momento crucial de la sociedad humana que a nivel planetario se encuentra ante nuevos riesgos y viejas  incertidumbres. Los escritores avivan la llama de la conciencia y proyectan el estado de emergencia a su total visibilidad. 

El premio Nobel griego Odyseas Elytis hablaba del  esperma negro, la tinta de las literaturas nacionales que pronunciaban las distintas formas  de perseverar en el tiempo humano del planeta. Este papel de la literatura como espacio simbólico, como hábitat de las sombras de todo lo que sucede, me parece recurrente para establecer en el corpus de un autor o una autora un alto grado de verdad reveladora sobre  el acontecer de las existencias. José Revueltas en un pasaje de sus diarios, otorgaba su parecer al respecto: 

Nadie tiene una verdad propia, privada, una verdad que tenga la virtud de aislarlo como a un  profeta único. La verdad existe fuera de nosotros, con nosotros o contra nosotros, pero siempre, forzosa, necesariamente, es una verdad compartida y que triunfa. La tarea del escritor es  descubrir esa verdad y tomar su partido de una manera ardiente, violenta, total” (JR, OC,  18:96) 

En este sentido, entre la narrativa de Galdós y José Revueltas se puede atisbar un espíritu  compartido de transustanciar la realidad en palabra escrita, el lenguaje entendido como  materia sígnica y como conducto ideológico, siguiendo los parámetros de Mijail Bajtin y su teoría dialógica del lenguaje, posibilita pensar en ambas literaturas como expresiones  genuinas de su tiempo, uno fue depositario de los Episodios Nacionales, otro el  cuestionador del orden y militante de la escritura que daría cuenta del lado moridor de las  existencias. Siempre imagino alrededor de la figura de Galdós a un hombre solemnemente  volcado en sus papeles diarios, prosa eminente y fluida, la escritura como dispositivo de  reencarnaciones y ecos polifónicos, su registro de la realidad condensa la noosfera de un  país y de unas circunstancias existencialmente absolutizadas en su trasvase del pliego de  tinta, y Revueltas preso, extremada al límite la condición del hálito y del hilo de voz, el  escritor mexicano que presiente su destino a cada instante, cuenta del otro como su  congénere también, el lado galdosiano de la escritura se acentúa al grado del grito y la  zozobra. Revueltas proviene del pensamiento materialista dialéctico, leninista y  heterodoxo a un mismo tiempo, su célula Carlos Marx del Partido Comunista mexicano era el tabique de la resistencia imaginativa, del compromiso con los débiles y los pobres de  la nación, lejos de la estructura del partido y de la jerarquía, era el escritor de los  márgenes y del presidio. 

Galdós republicano, anticlerical y progresista, democratiza la existencia y reivindica en su escritura la voz humana, hace la crónica magistral de su  mundo, desde la Guerra de Independencia hasta la Restauración de Alfonso XII, qué  decir del retablo total de Madrid en Fortunata y Jacinta, sus personajes aparecen y  reaparecen en otros libros, la etapa final santanderina alude a lo mitológico en lugares como Ursaria y la propia Castilla de El caballero encantado donde se afronta el sistema caciquil y la decadencia fraguada bajo las consecuencias del 98 en España. En su devenir como escritor, Revueltas nace todavía en los períodos convulsos de la Revolución  mexicana, todo su mundo trasciende paralelamente en la toma de conciencia de los  traumas de una nación naciente a la modernidad, ambos escritores y ambas realidades eclipsan en libros de coyuntura existencial, se constituyen en mundos propios a la vista  del lector. 

Y vuelvo sobre lo dicho en otro momento en este mismo lugar, en otra travesía de ida y  vuelta entre Canarias y México, Galdós fue depositario de la verdad de un tiempo,  escribidor de los cambios sistemáticos de un país, hizo suyo el designio de contar la vida  bajo el prisma de quien habita un lugar con la mirada del visitante, el relator proviene de  lejos y llega para quedarse de todos los modos posibles, en el eco de las voces de sus  personajes. La condición insular de Galdós fue compartida también por otro canario, Alonso Quesada, recuerden su Poema truncado de Madrid, para mí uno de los documentos escritos del modernismo literario de mayor enjundia y belleza, la voz del poeta atlántico  que va y viene de la Metrópolis y expresa su disentimiento y su admiración, el escritor que  posee el don de la visión y de la palabra, llegado de otros faros hacia el centro de la realidad, y comparado a Galdós, completa incluso su predestinación, reniega de la cultura  del palacio y de la oficialidad, se regresa y se ausenta voluntariamente, vuelve al origen.

Como sucede con muchos otros autores y autoras de las islas, la hora canaria implica una  distancia y una conciencia del mundo, no es exclusiva de un solo archipiélago, también  otros escritores de ultramar y en otras lenguas habitan un mismo desconcierto: en verso tenemos a Walcott en las Antillas, y en prosa a Houellebecq que nació en el Índico, la ironía innata de la mirada del habitante insular también es posible encontrarla en las  literaturas de la marginalidad y de la exclusión, en el latido universal de las voces que  luchan por ser escuchadas, en la escritura y en los libros que aspiran a renacer un mundo nuevo. De esta procedencia y de esta denominación es la literatura de José Revueltas, repito, nacido en Durango, la nueva Vizcaya, territorio interior de la república mexicana,  hábitat de los indios tepehuanos y huicholes, lugar de expolio minero y de emigración  clandestina, de la sed del desierto y del vértigo de la Sierra Madre, sus personajes reviven la penitencia del misterio de la vida y el destino aciago de la perdición y la pobreza, la  locura y el martirio. 

Sus otros episodios literarios se construyen desde el cautiverio y la  reclusión, son bocanadas de aire que cuentan la vida desdichada de personajes que se  tambalean en la oscuridad del penal, desde Los muros de agua, escrita en 1940, hasta El  Apando de 1969, el paso de Revueltas por la cárcel de las Islas Marías y de Lecumberri, a  propósito de huelgas y protestas a favor de la dignidad del campesinado y de los  estudiantes en 1968, recuerden la matanza de Tlatelolco, significó la encarnación en la mirada del escritor duranguense de un cosmos de vivencias capaz de echarse a la espalda  todo el peso de su realidad, la tragedia individual y colectiva campa a sus anchas por las  páginas del mexicano, así escribe en un post epígrafe de su primera novela:  

“Imaginaba cosas prodigiosamente extrañas. Había olvidado quiénes eran los sujetos que  estaban ahí y no podía darse una explicación satisfactoria. Desde luego aquello no era un  sueño. Era la muerte, había muerto y todo eso se desarrollaba después de la muerte. Era esta  como una explosión blanca, de electricidad que removía los nervios y los levantaba hacia el aire. 

Pero, además, era un golpe asestado sobre el tiempo y el espacio, que hacía perdedizo el pasado,  del cual no volvía a saberse nada en absoluta. Se vivía nada más el instante preciso, sin  memoria y sin capacidad del porvenir, como una briznita de paja, abandonada en mitad del  universo” 

En un reciente volumen de la colección Centzontle, titulado “México: visitar el sueño” del  francés Philippe Ollé-Laprune, con primera edición de 2011, se atestigua de modo sucinto la tesis de que la literatura ha sido el espacio fundamental en el que se ha desarrollado la  tensión originaria sobre la noción de ocupación y de interpretación del territorio que  proviene desde los albores de cualquier país. Escribir ha sido una forma de aplacar el  misterio de México y tal vez, desde un vuelo rasante alrededor de la novelística revolucionaria de Revueltas, esta clave panorámica de la literatura como exorcismo y  como sudario contenga un volumen de certeza que prolonga hacia los libros del mexicano  una carga magnética de consecuencias imprevisibles. Leerlo es transitar el desierto y el  penal, entrecruzar el martirio colectivo y la sed y el hambre y el presidio. Y de igual  modo, leer a Galdós otorga un mosaico de existencias visitables que hace de su mundo literario un ventanal abierto de la problemática esencial de la propia entelequia de España. El documento escrito atesora un punto de vista, una expresión de la memoria y  una forma de configurar la verdad de las cosas en esencia.

Este papel protagónico de la literatura hace que los textos reiteren el eco de una voz y una  elección de estilo y una coyuntura histórica que caracteriza a la tradición de una lengua.  De ahí que en tiempos distintos y aún en el mismo idioma, Galdós y Revueltas, fueron dos  exiliados de su propio tiempo que naufragaron en la memoria de sus libros, testigos implacables de una realidad rediviva en cada página, dos buques insignias del idioma  español, como Cervantes en sus días finales del Madrid de los Austrias y el barrio de las Musas, o Max Aub, otro de los escritores que quiero reivindicar a modo de despedida,  autor de la generación del exilio republicano, sus personajes escritos en México provienen  de la España desangrada bajo la tragedia imperdonable de la Guerra Civil. 

Escritor entre dos cielos, su memoria configura el patrimonio desorbitado de quienes  sufrieron en carne viva el tormento de la conflagración, sus diferentes Campos de la  conocida serie de El laberinto mágico reclaman volver a ser leídos, discutidos y  considerados en un mapa de la realidad social de España y México que a día de hoy, aún tan revueltiana la segunda como galdosiana la primera, precisan de nuevos espacios de  ciudadanía, la literatura vuelve a sostener bajo sus umbrales todo el peso de la historia y  escribir, escribir la realidad, vuelve a ser un canto de sirena capaz de irradiar un reencantamiento del mundo tan necesario como deseable, como sucede con los paisajes  que constituyen nuestra memoria íntima del transcurso del tiempo y del espacio, aquellas  iridiscencias imaginarias del agua y de la luz en el desierto de Baja California, entremezcladas con los ramalazos de azul ultramarino de mi isla y los ocres de Castilla que  tienden hacia la nostalgia de todo interior, hacen de la mirada propia otro universo en expansión, recuperar el sentido de la vida y la autenticidad de todas las existencias es uno de los ingredientes ineludibles de la creación. 

Los realismos de Galdós y Revueltas van tomados de la mano, los libros abren puertas, allí suceden cosas, sus voces nos llaman, al  igual que el vacío hace de la ventanilla del avión a miles de pies de altura un mundo desconocido y palpitante, es el ángulo muerto de la eternidad: la palabra que se escribe.


Samir Delgado, abril 2021
Durango (México) -Las Palmas de Gran Canaria

lunes, 15 de noviembre de 2021

"Margarito Cuéllar, cuarenta años de escritura"

 



El poeta Margarito Cuéllar acaba de ser galardonado con el Premio Internacional de Poesía Golden Magnolia de Shanghái (China) 2021



La obra poética del mexicano Margarito Cuéllar cumplirá cuarenta años de trayectoria en 2022 y representa un paradigma en el panorama hispánico de la literatura contemporánea. Atesora los factores necesarios para considerarse en su conjunto, tras cuatro décadas de escritura a sus espaldas, una obra mayor de su generación y la voz poética del panorama literario mexicano. La obtención del XL Premio Hispanoamericano de Poesía “Juan Ramón Jiménez” en España, pone de manifiesto la rotundidad fabuladora de su voz literaria, capaz de internacionalizar el aura exultante de la mexicanidad poética y postularse como uno de los escritores en lengua española del presente. La existencia del poeta, la posibilidad del encuentro de otras imágenes distintas a las de la pantalla y el simulacro, hace de la constelación de la escritura un hábitat esencial de lo humano y un espacio de resistencia para las esperanzas de un mundo mejor. La obra poética de Margarito Cuéllar es un aldabonazo a la posibilidad de nuevos renacimientos en la órbita de las poéticas de la diferencia y de la diversidad, sus libros baten la espuma de los mares frente al silencio de la sociedad del espectáculo.

El autor mexicano posee el don de la ubicuidad, su mirada alterna un mosaico de vertebraciones cosmovisionales que van desde los episodios familiares al caudal infinito de lugares de su biografía sentimental. La poesía aterriza y vuelve a levantar vuelo en cada uno de sus libros, materializando un corpus mitoliterario que atraviesa el mapamundi de su tiempo con la velocidad de un bólido. El poeta asume su pertenencia a un espacio literario que es la mexicanidad, el Nuevo Mundo que en el espejo roto de la historia llega a su mayoría de edad y confiere a la lengua española un color y una profundidad distinta. Desde la publicación en 1982 del libro “Que el mar abra sus puertas para que entren los pájaros”, hasta “Las edades felices” (Hiperión, 2013), la voz poética de Margarito Cuéllar reconstruye el horizonte de su pertenencia a una sociedad como la mexicana repleta de contradicciones -esplendor y decadencia- en un vínculo biográfico que resulta a todas luces el mejor caldo de cultivo para su proyección futura. 

Cada libro publicado por Margarito Cuéllar ha supuesto una donación de sentido y un pulso a la vida que el mexicano ha asumido como un desafío generacional. Ante la mudez y el estrépito, frente a la dolencia y el amargor de la vida social de un México en deuda con su propio destino, la catarsis de lo poético que se detona en su obra literaria sintetiza la voluntad de vivir y el apego sideral de la escritura a la fascinación por los alrededores de cada vida vivida, un valor incuestionable del poeta a lo largo de la historia Igual que como se arrojan los dados para tentar al azar, los poemas del escritor mexicano evocan y transgreden, irradian el tiempo y el espacio de su génesis escritural con una naturalidad espontánea, rica en evocaciones de la propia tradición poética, la cita de referencias constantes a otros poetas y a otras épocas evidencia la condición transfronteriza de su denominación de origen.

En el título exponente del meridiano de su trayectoria creativa en la década de los 90, se destacan enseguida los relumbres de su patente poética: “Tambores para empezar la fiesta”, la poesía desde entonces es un éxtasis a compartir, pan y vino que se multiplica como los peces bíblicos, y se hace milagro eternizando la experiencia del mundo del poeta: desde el verano en el Valle de Santa Catarina a un fin de semana en Nacataz, de los poemas para protegerse del sol a los que donde nunca es de noche, en el cubo de hielo expuesto al sol y en la propia poesía concebida y nombrada por Margarito Cuéllar por los siglos de los siglos  “rimbaudveloz, apollinagua, mallarluz”, la poesía “oficiante, ritual. Vaca echada como pasto a los dioses” (Verbum, en Cuaderno para celebrar, 2000).
 
En su reciente libro “Nadie, salvo el mundo” galardonado en la Andalucía de Juan Ramón Jiménez, la muerte se habita en cada poema y los recuerdos de familia se universalizan para ser contados en el eterno retorno de las hogueras del mundo. El poeta vuelve a ponerse los atuendos del chamán, de los Tlamacazqui o guardianes de los dioses aztecas, para revelar los haces de luz y de sombra que pertenecen a todas las vidas del hombre y de la mujer, de los seres vivos en el planeta. Dice Margarito Cuéllar que “todos estamos muertos en el sueño” y esa inmaterialidad de la visión es la que fecunda el acervo de la escritura que aspira tanto a lo inmemorial como a lo cotidiano. Y el mexicano pone el acento en la existencia de Matria y de todas las mujeres que dan a luz y en los cuerpos que al nombrarlos se hacen presentes.

La particular experiencia de la muerte en México es un patrimonio de la humanidad y en esa misma dimensión de originalidad y de diferencia puede también la poesía mexicana asumirse como colofón a una travesía de siglos de vida cultural y literaria en lengua española. Hay en cada libro del autor una ofrenda y un altar, los poemas pueden aparecer en el milagro y hacerse vida plena, como los libros inéditos del escritor José Carlos Becerra encontrados en la guantera de su coche estrellado en la curva eterna de Brindisi.

Publicado originalmente en Diario de Avisos, Islas Canarias

lunes, 11 de octubre de 2021

“La misma sed de entonces” El cuaderno de Provenza de Vicente Valero



 El autor Vicente Valero (Ibiza, 1963) ofrece a los lectores un cuaderno de viajes a los territorios de Paul Cézanne, la travesía de un diálogo necesario con los referentes literarios y ecológicos de Provenza


El poeta siente la misma sed de entonces, hacer memoria de lecturas pasadas y ver en vivo directo los lugares que fueron inspiración para otros constituye un ejercicio de ciudadanía, de cosmovisión. En el viaje de Vicente Valero a los lugares de la vida de Paul Cézanne o René Char, en la provenza francesa, hay una puerta abierta para el reencuentro esencial con el universo literario y artístico que significó varios hitos en la historia tardía de nuestra civilización. La modernidad, la fundación del paisaje, el diálogo entre la poesía y la pintura, la conciencia de la naturaleza son referentes del humanismo que, muy a pesar de la era global de las tecnologías y del consumo terminal de todo lo vivo, sostienen el valor de la belleza.


Vicente Valero recorre en coche la Provenza. El escritor ibicenco traza el mapa de la escapada, del retorno, de la ascensión al Mont Ventoux en compañía de Petrarca, se asoma a la Venecia campesina de L'Isle sur la Sorgue para seguir los pasos de René Char, visita la tumba de Camus. Hay en el viaje de regreso, en la cita a ciegas con la montaña Sainte-Victoire, un sentido de pertenencia del poeta a la tradición de la mirada poética como acto de fe en la vida y también de búsqueda a través de la escritura de un mundo que desaparece, que se esfuma. El arte y la literatura van de la mano, en el momento crucial del imaginario de una Europa que corre el riesgo de quedar secuestrada de nuevo, esta vez por las fronteras del dinero, del poder, de la discordia.


Antes que Valero, poeta y escritor de la insularidad mediterránea, Peter Handke se adentró en los territorios de Provenza para visitar a Cézanne, para recuperar la originalidad meditante de sus colores y de una naturaleza en proceso de desencantamiento final. Habla el Nobel alemán del momento en que aparecieron las refinerías de petróleo y de la decisión de Cézanne para dejar de pintar L´Estaque. La luz especial y mágica, la vida de un ser en paz, es el arte para Handke. Y esa atmósfera eternizada en la pintura de Cézanne, en el árbol de Le grand pin que motiva un poema al escritor viajero, pervive en los cuadros como un mundo abierto para el yo, para la mirada contemporánea que necesita luz y espacio libres. Dice Handke que la visita al Sainte-Victoire supuso un renacimiento, el derecho a escribir y conseguir algo, la imagen única, la vida a pleno pulmón, la manzana lanzada al aire.


Siguiendo los pasos de Handke y de Valero, nos damos cuenta de que la jaula de hierro de la que habló el sociólogo Max Weber ha vuelto para quedarse en nuestra sociedad pandémica. A los excesos de la burocracia en el desarrollo del Estado moderno, se suman ahora otros nuevos aislamientos, donde la tristeza cotidiana amenaza con ser una constante patológica sin remedio milagroso. Se ve en los ojos que se descubren sobre las mascarillas, en la actualidad de los perfiles de Facebook, hay una necesidad honda de contacto y de intercambio, a pesar del Covid la luz de las pantallas en el rostro de los internautas ya se está pareciendo en algo al espectro de luz matinal de la rendija de un calabozo del siglo XIX. Fuera del orden de la información y de los escaparates está la naturaleza o lo que queda de ella.


El propio Rilke, encontró en las pinturas de Cézanne el ideal de vida plena, en sus cartas de visita al Salon d'Automne vislumbró la extrañeza feliz de lo que crean al mirarlos, escribir los cuadros de Cézanne se convirtió en una plenitud, ya que “es como si hicieran algo por uno”. La promesa de un mundo mejor, de la libertad y la belleza, de ser un derecho se ha convertido en un imperativo al servicio de lo que está muerto, de las mercancías y de las cosas, de lo que tiene precio. Y tal vez, gracias a estos viajes de la ecocrítica literaria, en la excursión de Vicente Valero a Provenza, se nos advierte de la encrucijada y de la posibilidad del infinito.


Visto el escenario que se avecina para los recién llegados años 20, las formas de reclusión social que ha generado la crisis sanitaria no van a ser las únicas experiencias de fractura y de vaciedad. Respirar aire libre se ha convertido en un derecho fundamental pendiente de protocolos sociales. Y todo parece indicar que la normalidad venidera supondrá un retroceso en el ejercicio de las libertades, si es que ese derecho humano ha sido realmente practicado en algún momento de las democracias modernas. El cuaderno de Provenza de Vicente Valero, brillante y evocativo, audaz en la pertinencia de las fechas y de los lugares, nos seduce al tour, a sentir la misma sed de entonces. Y a la conciencia de la pérdida absoluta de sentido de un modelo humano de progreso que ha tocado a su fin. Las sucursales bancarias que han privatizado los cascos históricos de las ciudades europeas evidencian las tesis del filósofo alemán Walter Benjamin, donde el capitalismo se ha convertido en religión.


Publicado originalmente en Canarias 7 y Diario de Avisos

viernes, 10 de septiembre de 2021

"El valor de un libro de poemas sobre la pintura, se trata de romper el cerco de la mudez y de la indiferencia" Sobre el libro "Jardín seco" (Editorial Bala Perdida)

 

  

El libro "Jardín seco" precisamente responde a una ética del paisaje y de la biodiversidad que se transparenta en un mosaico de imágenes que conjugan ríos, horizontes de luz, soles nocturnos. Todo un imaginario sobre el entorno natural de los paisajes de Castilla y la figura universal del artista Fernando Zóbel (1924-1984)


Hay un concierto para piano y orquesta del compositor español José Luis Turina que recomiendo mucho a la hora de profundizar en la pintura de Fernando Zóbel. Cuando escribí el libro "Jardín seco" tuve ocasión de escuchar esa música de fondo, a más de diez mil kilómetros del Museo de Arte abstracto, era un modo esencial de recuperar ese vértigo íntimo que proviene de la contemplación en vivo directo de las abstracciones del río Júcar, del ornitóptero y otros cuadros trascendentales del artista. Ya son multitud de generaciones de visitantes del Museo que han presenciado el hechizo de las Casas colgadas y las pinturas de Zóbel, de algún modo hay una eternidad visible en el vínculo del artista con la ciudad, ya no se entienden ambos por separado, es el encanto de las vanguardias y de las tradiciones en la cultura y el arte, al final la historia también se pinta y se escribe, las creaciones permanecen con mayor solidez que los vaivenes de la política y de las instituciones.

Desde la primera presentación del libro en la Embajada mexicana de Madrid, en octubre de 2019, tuve la sensación de que el poemario iba a tener un largo recorrido, en 2024 se cumple el centenario de Fernando Zóbel y para entonces cada libro sobre el artista adquirirá un valor esencial. Hay varios libros descatalogados sobre la pintura de Zóbel que vale la pena rescatar también. En este caso, un libro de poemas se escribe en absoluta soledad, y en el diálogo con la pintura se produce una atmósfera de relaciones y confluencias, de sentimientos y percepciones que van más allá de la pura interpretación de los colores y de las formas. Creo que un libro de poemas sobre pintura evoca el derecho a la libre interpretación del arte y al infinito de posibilidades que hay en la experiencia del hecho artístico, es un reclamo de los imaginarios y de la riqueza del lenguaje. El valor patrimonial de los museos hoy también cuenta mucho, a la hora de asumir mi dedicación a la escritura poética sobre pintura,  considero los museos como espacios de consagración al silencio de la belleza, al compromiso con un mundo mejor lleno de significados y de musicalidad. Y el libro "Jardín seco" precisamente responde a una ética del paisaje y de la biodiversidad que se  transparenta en un mosaico de imágenes que conjugan ríos, horizontes de luz, soles nocturnos. Todo un imaginario sobre el entorno natural de los paisajes de Castilla y la figura universal del artista, a quien se rinde homenaje con la puesta en escena de una voz en off que se acerca al volumen del susurro y de la confidencia. Los poemas aspiran a la misma gravitación que las creaciones plásticas, el libro en sí mismo es un diálogo poético sin límites, en la orilla del río, frente a frente con la pintura.  

Cuenca atesora como ninguna otra ciudad el imaginario crucial de toda una generación de artistas que marcaron un sello de identidad y un legado en el proceso de transición democrática. La fundación del museo fue el obsequio del artista a la posteridad y su pintura goza actualmente de un reconocimiento importante que se va a acentuar con la próxima aparición del Catálogo razonado de su obra, impulsado y promovido por instituciones como Fundación Juan March y Ayala Foundation, la Fundación Azcona y los herederos del artista. Y ha sido escrito por el crítico de arte Alfonso de la Torre, autor del prólogo de "Jardín seco".

La labor investigadora de Alfonso de la Torre en torno a la generación abstracta de Cuenca ha sido vital para la memoria y la preservación de una época que, a mi modo de ver, constituye la mejor forma de universalizar un lugar como Cuenca en el panorama contemporáneo. Fue un hito que se resiste a la extinción de sus mejores momentos, por eso cada visita al museo de arte abstracto es una garantía de futuro, para que las jóvenes generaciones conecten con el potencial irradiante de una pintura abstracta y del aura contemplativo que se genera en esos instantes. El impacto de las nuevas tecnologías y los excesos del consumo de información a través de las pantallas están dificultando la mirada y la experiencia del arte, las personas prefieren sacar fotos en lugar de ver las obras, de ahí el valor de un libro de poemas sobre la pintura, se trata de romper el cerco de la mudez y de la indiferencia que la sociedad de consumo expande en los modos de relación humana con la naturaleza, la vida o el arte.

Ahora que se cumple un nuevo aniversario natalicio del artista Fernando Zóbel, la proyección del libro de poemas sobre su pintura tendrá un ritmo natural y se espera que pronto pueda ser considerado en los institutos de bachillerato, para que pueda leerse en una asignatura y se pueda debatir en clase, hablar de arte y poesía en el ámbito académico seguirá siendo esencial para tener una educación de calidad, en valores y en sensibilidades, por eso los museos y los libros, la mirada poética y el conocimiento del arte me parecen cruciales para que la deshumanización de la sociedad no sea irreparable. Además del libro "Jardín seco" hay otras publicaciones dedicadas a artistas de la generación abstracta, como por ejemplo Manuel Millares, a quien dediqué un volumen editado por el Gobierno de Canarias en 2016. Espero que se pueda volver a publicar con el apoyo de la Diputación de Cuenca. Ahora realizo el bosquejo de nuevos libros sobre pintura, la obra de Antonio Saura tiene un poder de imantación sobre la realidad actual que me parece improrrogable, de hecho va a ser un periplo de toda una vida que ya he asumido para siempre, escribir sobre pintura y habitar los cuadros desde la creación poética. Es un modo de permanecer en Cuenca desde la residencia en América.

Como el concierto de piano dedicado a Fernando Zóbel siempre habrá en un libro de poemas un momento secreto para el recuerdo, para la evocación y el ensueño. Es la vida de un río que podemos sentir como propia, así pintó el artista la belleza de la ciudad y de su luz, desde la memoria.

 

Publicado originalmente en Enciende Cuenca, 2021


miércoles, 1 de septiembre de 2021

"Las cartas de un artista" Daniel Venegas, joven pintor duranguense en Alemania

 

Estudio del artista Daniel Venegas Larreta en Dresden (Alemania)

La constelación de jóvenes artistas mexicanos que cruzan el Atlántico para encontrar un futuro en la Vieja Europa 


Hay unas cartas del artista mexicano José Clemente Orozco que revelan la vida del pintor durante su estancia providencial en la ciudad de Nueva York. Hace cien años del testimonio que atraviesa el alma de Orozco, el frío puede tocarse en aquellas cartas destinadas a su amigo Jean Charlot. Hoy en día se escriben mails y la comunicación instantánea ha modificado los modos de relación entre las personas. Sin embargo, la vida de los artistas parece que no cambia demasiado en el transcurso de los siglos. Frente al silencio cósmico del blanco de los lienzos, un pintor mexicano siempre tendrá un mismo pulso, desde los murales de Bonampak al hiperrealismo dominante en el panorama artístico de lugares como Durango, la ciudad de los hermanos Revueltas, el mezcal y los alacranes.

En febrero de este año, el joven artista duranguense Daniel Venegas Larreta inauguró una exposición en el Instituto Ars Avanti de Leipzig, una intervención en el espacio de la galería localizada en la Escuela de Diseño alemana, con otras cartas puestas sobre la mesa. Se trataba del juego de cartas de la conocida lotería mexicana, puestas en posición de pirámide, cada carta era una versión imaginativa en técnica mixta del joven artista que conectaba con el imaginario simbólico de su tierra. Las cartas de la copa, el chamán o la catrina se ilustraban de un modo sugerente y atractivo, ante los ojos del habitual visitante sajón de los museos alemanes, donde las obras que proceden de México conservan un poder de irradiación y de magnetismo ancestral, un sol del país de Frida y Diego que alterna lo real maravilloso con la contundente realidad sociopolítica de su historia reciente.

Daniel Venegas cruzó varias veces el océano para desarrollar un intercambio académico internacional en la Universidad de Castilla-La Mancha. Como otros artistas de Durango, por ejemplo el pintor Edgar Mendoza, ha encontrado en el destino europeo un futuro prometedor para desarrollar su vocación más profunda, pintar y vivir, vivir para pintar. Además de tatuador y escultor, ha incursionado en proyectos artísticos con exponentes de su generación de la Escuela de Pintura, Escultura y Artesanías de la Universidad Juárez de Durango. Aunque la carrera artística se hace en solitario. Y desde su estudio en una antigua fábrica de la localidad de Dürrröhrsdorf-Dittersbach, en plena Sajonia suiza, comparte las horas de creación junto a la artista alemana Jenny Hoffman. Ambas vidas se cruzaron en México cuando la artista desarrolló una residencia en la ciudad de Durango, exponiendo en el Museo Palacio de los Gurza en el invierno de 2019.

Las cartas de Orozco en Nueva York concluyen de modo precipitado cuando el pintor relata que ha recibido un encargo en Guadalajara. Una huella de la vida de Orozco que desentraña el paso de gigante que supuso para su trayectoria vital el proyecto del mural del hombre en llamas en la Capilla Mayor del Instituto Cabañas, declarado Patrimonio de la Humanidad en 1997. El artista regresó a su país y Nueva York significó siempre el mundo, la civilización, el lado de la historia personal que se lleva por dentro para afrontar el destino. 

El artista Daniel Venegas pinta en su estudio de los bosques de Sajonia cuando en México se duerme, por la diferencia horaria es como si el artista viviera durante las horas del sueño de su ciudad natal. Cuando todo es silencio en los alrededores del Parque Guadiana y el amanecer despunta sobre el Cerro de los Remedios. El joven pintor tiene todo el futuro por delante y las cartas están echadas. Se vive para pintar y se pinta viviendo.


Daniel Venegas (Dresden, 2021)

   


 

viernes, 20 de agosto de 2021

Esta luz que arde. Sobre “Pintura número 100. César Manrique in memoriam” Por Lucía Rosa González

 

Portada del libro 


Reseña, XXV Premio Internacional de Poesía Tomás Morales

Si en Celan las palabras transgredían la realidad para crearla, en el caso de “Pintura número 100. Manrique in memoriam”, el poeta atraviesa los lienzos del artista lanzaroteño, absorbe su esencia y traduce no el lienzo sino el impulso del instante contemplado. Los poemas de Samir Delgado dan testimonio de ese acto íntimo, profundo, como si viese los lienzos a través de un caleidoscopio. He aquí el enigma; cómo de hondo fue el encuentro con la obra de Manrique para que se proyecte en el poeta la necesidad vital de trascender poéticamente tal revelación existencial.

En “Pintura número 100 Manrique in memoriam”, Premio Internacional de Poesía Tomás Morales 2019, dividido en seis apartados muy significativos («el sueño», «la pintura», «los volcanes», «fósiles», «la isla» y «el artista»), el insaciable universo poético de Samir Delgado interpreta el arte de César Manrique que ahora es doblemente inmortal. 

En las intensas páginas de esta celebración poética da la sensación de que la sensibilidad del autor se anticipa a lo que los sentidos perciben. Y esta mirada imaginativa explosiona y acontece en un trance verbal como si la palabra no hubiera existido antes: “En una sola letra cabe el destino/ de todos los blancos de la nieve / La soledad del artista se alimenta / del fuego nocturno de las sombras”.

Porque la isla tiene manos y ojos, pero también la escultura o el cuadro y quien pinta la isla, una fusión tridimensional de seres que se transfiguran en sonido, ese otro ser que emerge y fluye con vida propia en la voz indispensable del autor que llega al rescate de la isla mediante el arte. Y es una voz que anda y respira y, si le cortaras las piernas que despliega, no trastocaría el rumbo porque ya es raíz germinada y bebe la ebriedad de la llama en la matriz de la isla engendrada.

Tal celebración sonora del color da paso a la herida del color, como si Samir rasguñara la sustancia de la luz que desprenden los seres que pueblan la mente poderosa de Manrique y los engullera; ¡no!, como si los mordiera y nos los devolviera trascendidos por medio de la saliva de la memoria: “Las manos de César encienden el lenguaje secreto de la noche de un bosque en las estrellas”.

Esta luz que arde en los primeros apartados de “Pintura número 100” se condensa y oscurece en “Los volcanes”, pero no se cierra del todo para dar paso al silencio, y en este ambiente de indagación en la negrura, la potencia de la lava aparece sin nombrarla y sucede y se entrega desnuda al lenguaje. Hay un encontronazo vibrante del paisaje con las palabras; un ejercicio de mimetización recíproca del lienzo con el paisaje y del paisaje con el cuadro, procedimiento visible en los poemas “Quemadas”, “Soo”, “Tinecheide” o “Tobas”. 

Con un lenguaje desgarrado irrumpe el clímax en el conjunto de poemas de “Fósiles”, animales ancestrales empotrados en la lava que recreó Manrique, quien afirmaba que “la muerte que es las huellas de la vida es vida también”. Conmueve el poema “Torso enterrado”, colores sobrios, duros en el cuadro de Manrique, que en las páginas habitadas por “El torso” en Samir se tornan abrupto silencio, silencio estrujado: “El sueño de un pergamino de la lluvia en la noche del espanto que maúlla al olivar este silencio cielo arriba”, sucesión de imágenes que se besan encadenadas, sin tregua, en las que se presiente el conflicto, el duelo del arte que se revuelve a trozos en el interior de la tierra. 

Pero algo que es para siempre debería estar vivo, en lo oscuro; quebrado el aliento, brega el arte, se desprende de labios, pechos, mente, desenterrando al fin el alma que permanece sin los huesos en la voz tan personal y necesaria del poeta que va del drama del enterramiento a la percepción de la muerte, de la que extrae no el bramido sino el timbre del bramido, su eterna resonancia. 

Y además erupciones, lava que se derrumba y entra en ti como el hambre; versos eléctricos lo mismo que chispazos para que te vires y vuelvas de nuevo a leer el texto. Esa es la poesía de Samir Delgado. Y el poeta en su interior como las venas: “Llévate contigo la naranja y el volcán porque después de ti toda la luz volverá a ser la lluvia”.  


Lucía Rosa González, poeta y dramaturga

Los Llanos de Aridane, La Palma, 2021




jueves, 15 de julio de 2021

El retorno de la pintura. José Martín, un artista fuera de serie

 

Tumba del artista en el Cementerio de Tazacorte


El conjunto de cuadros de José Martín que se exponen en el CAAM hasta finales de octubre supone una especie de arqueología del arte canario contemporáneo. El comisariado del rescate de la pintura de José Martín, a cargo de Celestino Celso Hernández por encargo del CAAM, ha sido una labor de compromiso y un acierto trascendental


Toda la belleza que no fue un día encuentra su lugar en la pintura. El arte ha sido en todos los tiempos un espacio único para desvelar esencias y encrucijadas, cada país atesora en su tradición artística un cúmulo de referencias que valen para establecer un espejo de su historia. Así la pintura ha tomado la forma del retrato, de la fundación de los paisajes y de la reivindicación de los sueños individuales y colectivos. El crítico de arte John Ruskin dedicó toda su vida a coleccionar pinturas de Turner y escribió todo lo que se podía decir de las nubes y de los atardeceres en la obra del genio que donó sus cuadros a la nación inglesa y que ahora representan la reliquia de la luz y de la pintura en una posmodernidad pandémica.

La obra de arte tiene un valor documental, estético y de evocación para la sensibilidad humana. Las islas en el devenir de los siglos han tenido en la pintura uno de sus mejores valores de representación, desde los aborígenes a las vanguardias, de la cueva pintada a las casas de colores de Jorge Oramas, nuestra identidad se sostiene en el patrimonio de los colores y de las formas, la belleza ha sido un destello fulgurante que late todavía en los volcanes de César Manrique o hasta en las arpilleras de Manolo Millares. Como dice el filósofo coreano Byung-Chul Han vivimos una crisis de la belleza bajo el dominio de lo digital, que solo aspira al me gusta publicitario, hoy el consumo de imágenes hace imposible cerrar los ojos, esta frase vale para el nuevo siglo y hay pinturas que más allá de los museos y de las postales, reviven en quien las mira el hecho de estar vivos, son trascendencia y sucesión, magma de lo humano que constituye los imaginarios, la libertad.

La recién inaugurada exposición de pintura del artista palmero José Martín, en el Centro Atlántico de Arte Moderno de Las Palmas de Gran Canaria, representa un hecho singular sobre las posibilidades de reescribir la historia del arte en las islas y del mar abierto que supone la creación plástica de nuestro archipiélago para los hallazgos y los mitos en un tiempo marcado por el colapso y la incertidumbre. El artista Pepe Torres, como se le conoció en su pueblo de Tazacorte, descansa en el cementerio municipal de la isla bonita desde 1996, allí hay una placa conmemorativa de su fallecimiento que reivindica su figura. En el Ayuntamiento cuelgan algunas de sus pinturas junto a piezas de Bruno Brandt, como un reclamo postrero de sus personalidades auténticas. Hay en sus obras una frescura y un potencial evocativo fuera de serie que no participa de modas y tendencias, su vida de leyenda no aparece en los manuales de arte oficial y como muchos creadores de las islas, hizo del silencio del volcán su propio destino, el único modo de sobrevivir era pintar.

Hubo también en la historia de la cultura y del exilio otro artista de nombre Jusep Torres, de segundo apellido Campalans, inventado por el escritor Max Aub en una de sus mejores novelas y que según se creyó realmente había formado parte del nacimiento del cubismo en París y se refugió en las selvas de Chiapas. Nuestro artista palmero, Pepe Torres, lejos de la ficción de la novela de Max Aub, vivió parte de su vida al socaire de la luz de Tazacorte, un pueblo y un puerto en el mapa del atlántico, hay posibles dibujos suyos en las paredes olvidadas de un antiguo almacén del municipio palmero que peligra por el impacto de unas obras de carreteras, y que por iniciativa local, se defiende para ser declarado Bien de Interés Cultural.

El conjunto de cuadros de José Martín que se exponen en el CAAM hasta finales de octubre supone una especie de arqueología del arte canario contemporáneo. El comisariado del rescate de la pintura de José Martín, a cargo de Celestino Celso Hernández por encargo del CAAM, ha sido una labor de compromiso y un acierto trascendental, no solo para visibilizar el legado artístico de un creador canario que habitó en los tiempos de la dictadura y de la democracia con un mismo latido de resistencia y de marginalidad, sino también para incidir en el paradigma del arte insular como espacio de escritura de nuestra propia historia y el lugar del museo como signo democrático y de ciudadanía.

En la pintura renace el tiempo de los ojos que descubren por primera vez el mundo, tan sumergidos como estamos bajo el imperio de la pantalla como canon de la verdad, los cuadros de Pepe Torres insinúan la profundidad de los cuerpos y de la luz, el detonante que supone la imaginación para la vida, el artista vivió entre la espada y la pared con los colores como único sustento, llegó a falsificar billetes con una maestría de película y padeció prisión. De su pueblo era también el pintor Cándido Camacho, artífice de la generación del 70, de Pepe Torres habla el artista en uno de los pocos textos de su autoría que permanecieron tras su fatídico accidente de tráfico en 1992. De su puño y letra nos llega la confesión de la influencia iniciática de la personalidad de José Martín. Hay una fotografía de Domingo Vega en la que se ven juntos a los dos artistas, estaban en la isla y el mundo provenía de muy lejos, hacia sus pinturas, los cuadros que podemos mirar todavía como se miran de noche las estrellas, en silencio, igual a como solamente se puede pensar la muerte, o la belleza de los horizontes del pasado o la paleta de un pintor.

Publicado originalmente en Canarias 7

lunes, 14 de junio de 2021

“Arte de la memoria” Reseña del libro “La carta de Cambridge” por Mariano Castro

 



Por Mariano Castro
Director de la Casa del poeta de Trasmoz

Escritura rota, fragmento, quiebra de la linealidad espacio temporal como manifestación de un aliento con residencia en la singularidad y proyectado hacia lo eterno universal.

Un fingido balbuceo rompe el orden de una sintaxis que desmiente el lenguaje prefijado y fijado para elevarse hacia la cima de un sentimiento pensado, de un pensamiento sentido, justo en el instante de la aparición del signo.

Habla la luz, claman los colores, las sinestesias bordan el mapa machadiano donde se inscriben los topónimos de una aventura fantástica y real. Una realidad –dolorosa realidad- cuyo rostro transformado exhibe las arrugas de los sueños –estamos hechos de la materia de los sueños, advirtió Shakespeare-, para mejor nombrar aquello que nos hace y nos deshace.

La escritura, nos dice Samir Delgado, en un sustancioso texto liminar, constituye una materialización del sueño y la esperanza habita el tiempo de las islas del exilio. Exilio, el de Antonio Machado como paradigma de la barbarie, pero exilio también el que todos vivimos por nuestra condición de extranjeros. Somos extranjeros incluso para nosotros mismos. Parece un chiste malo o una inoportuna y grosera broma esta última reflexión al contemplar la tragedia de Machado, mas tengo para mí que Samir prolonga la condición y extrañeza del ser humano desde una crítica social profunda y poco convencional hacia territorios ontológicos donde muy bien podría resonar la palabra de otro gran desubicado, el poeta egipcio francófono y ciudadano francés, Edmónd Jabès. En Un extranjero con, bajo el brazo, un libro de pequeño formato, proclama: “Aquello que ve la luz es extranjero a la luz misma”.

Pedro Garfias, otro exiliado, escribe: “Qué cerca de tu tierra te has sabido quedar”, y Delgado nos lo recuerda en el epígrafe de Retourner, primera sección del libro La carta de Cambridge. Lo imposible que se vuelve inevitable, dice Juan Larrea en ese mismo epígrafe. La proximidad, tan sólo la cercanía –una cercanía indeterminada y fiada al albur que tropieza con fronteras y pasos clausurados- como único refugio y morada posibles. Las migajas como lecho para el descanso tras una búsqueda indesmayable.

Pero ¿qué tierra es esa que te ha expulsado a la vecindad?

La poeta portuguesa, Ana Luisa Amaral, recientemente galardonada con el Reina Sofía de Poesía Iberoamericana –y que, por cierto, fue publicada por primera vez en español, por Olifante, la misma editorial que ahora da cobijo a esta luminosa en la oscuridad Carta de Cambridge- afirma, decía,  que “la misión de la poesía, si tuviera alguna, sería preservar memorias”. La escritura de Samir Delgado, no sólo preserva las memorias, sino que las aviva, las enciende y claman frente a los terribles muros de silencio, frente al oído ciego y el ojo sordo.

¿Qué tierra es esta –otra vez y mil veces más- que te ha expulsado? ¿Qué esperanza te queda? ¿Y qué esperanza queda para aquellos que no sufren el sufrimiento de los otros?

Arte de la memoria, Delgado abre también, no ya una memoria individual, un espacio inútil de recuperación de la experiencia solitaria de una subjetividad siempre precaria, sino que convoca a otras voces, una gran asamblea de ánimas, que conforman esa verdad que jamás puede alcanzarse de una vez por todas, como nos enseñó Esquilo en su Prometeo. Hasta sesenta y tres de aquéllas comparecen en el libro para dar cuenta, para presentar los distintos matices, planos y facetas de un espacio donde, cabe al pensamiento, se excita el movimiento emocional, la purga del olvido.

Corifeo en el centro de la Orchestra-escenario, Samir Delgado acuerda el registro de un contumaz desorden desde la conciencia clara de la magnitud del empeño que descansa en el ser del no ser, en la plenitud del vacío, en la locuacidad del silencio, en el salpicado de notas para una sinfonía que, desde siempre, se sabe incompleta, y, por eso mismo, tiende a la completitud. Esta es la inteligencia y la razón poética de quien, como Samir, puebla su universo con semejante generosidad. Otra paradoja más que nos atraviesa: la voz propia siempre se inscribe en lo común, en la expresión de lo colectivo. Sólo puede recibir quien sabe dar; sólo sabe dar quien puede recibir; sólo puede escribir quien se atreve a escuchar aun con el riesgo de ser tachado, borrado, diluido.

Portbou. Antonio Machado. Corpus Barga. Dos fotografías para la desolación. La imagen del sufrimiento callado, la vejez anticipada, el aniquilamiento. Ya no hay camino, piensa Concha Zardoya, para el poeta que hizo del camino existencia y metáfora universal.

“El tiempo detenido de ayer en la frontera”, escribe Samir, y continúa: “volver a sentir el periplo vital / frente a su réplica en la pantalla //  bajo el impulso inmediato de la mirada / hacia el horizonte de aquel mismo cielo / que fue el tragaluz del último mar // es la terateia: la maravilla del encuentro de la voz / en el eco de cada palabra revivida”.

 Respira la palabra. Autarquía de la palabra. Autarquía del mar y del poema. “Y en cualquier instante puede llegar el poema / como un naufragio de Turner / / desde la autarquía del mar / anochece el hotel Bougnol”, nos advierte el autor de La carta de Cambridge.

Las palabras saben de nosotros lo que nosotros ignoramos de ellas, escribe René Char. El poeta francés sabe también que la poesía es palabra en el tiempo. ¿Un tiempo extinto o un tiempo no iniciado, o tal vez siempre reiniciado en el poema?

Todo está siempre abierto a los días azules. Respira la palabra, y Samir Delgado acompaña ese flujo lingüístico y, sencillamente, permite que se exprese. En la página, él es una tachadura. ¿Qué movimiento es éste que armoniza el caudal rítmico con la materia conceptual? Todo tiene en La carta de Cambridge una libérrima naturaleza musical y pictórica, que, afortunadamente, el poeta ha podido anotar. Y, sin embargo, en el libro conviven poesía, prosa, artículo y ensayo. Hasta la ficha artística de “Antonio Machado, 1966”, escultura del aragonés Pablo Serrano, se hace un hueco sin estridencia, en un libro inclasificable y absolutamente necesario.

Termino ya con la certeza de haber esbozado signos pobres e incompletos en la superficie de una mar inabarcable. Me disculpo por ello, mas diré en mi descargo, que en La carta de Cambridge, el final es el principio. Todo final auténtico es el comienzo de un tiempo no iniciado o siempre reiniciado como más arriba dije. Así es, alimentado con una extraordinaria estructura circular, en este libro.

Acepten, por favor, esta aventura, este viaje iniciático, exploren los límites de la palabra, del ser, de la existencia, gocen con la belleza de la mano de un poeta que honra, sin ninguna duda, la memoria de nuestro Antonio Machado más universal. Ojalá que los dioses concedan a Samir Delgado honra semejante.

Zaragoza, junio 2021


domingo, 25 de abril de 2021

"Las dos luces del faro” Una alegoría atlántica del amor (Sobre la pintura de Juan Hernández)

 

Obra de Juan Hernández, Serie Poemas del Faro


Conferencia dedicada a la obra del artista canario Juan Hernández (1956-1988) en Casa-Museo León y Castillo, Cabildo de Gran Canaria

Fue Juan Hernández el artista del desparpajo, yo lo siento así cuando veo sus Poemas del Faro que tratan sobre la sombra luminosa de un estandarte y de un símbolo que ha formado parte de mi propia educación sentimental, mis primeras memorias infantiles están marcadas por la intermitencia de su luz, a él acudo en la búsqueda incesante de una verdad donada que es experiencia común, la belleza de las islas, esta luz de volcán que sigue siendo un hábitat para el ensueño, como los atardeceres de Turner que algún día veré, pronto, en su pintura, porque la realidad es más real en los cuadros por ser imágenes que imantan vida, quien mira da vida a lo mirado, como la pintura sacra que nos ofrece la misión del evangelio y el mensaje divino, la obra plástica contemporánea nos brinda para la encrucijada digital del nuevo orden mundial un recordatorio de que ver, es algo más que consumir, verse viendo es un espacio de reflexión estética y de resurgimiento del sentido, por eso se pinta y se escribe, por eso el Faro de Maspalomas evocó en la vida del artista una visión y un motivo, el primer indicio de vida, la luz de un faro, la noticia de tierra firme, de un lugar para el hallazgo y el retorno, aquello que se ve de la isla en la lejanía, lo primero y lo último de todas las existencias, luz propiciadora, luz de la conciencia y del límite, espacio sideral, noche estrellada


Hay una pintura de Turner, el pintor inglés, que trata sobre el Faro de Bell Rock en la costa escocesa del Mar del Norte. Tempestad oceánica y luminosidad pétrea en el lienzo del artista que donó toda su obra a la nación y fue descrito como el padre del arte moderno por el crítico John Ruskin, autor que escribió durante toda su vida sobre los cuadros de su compatriota. Ha venido conmigo desde México su libro dedicado a Turner, el artista que se ató a un mástil de barco para vivenciar una tormenta en alta mar y quien después de haber visto un barco naufragado nunca más pudo regresar a la contemplación de un navío sin esa herida de la tragedia humana. Viene conmigo el libro porque uno de los propósitos esenciales de mi viaje de retorno y visita a las islas pasa por la posibilidad de ver un sol de Turner, en tiempos de pandemia me pregunto si la idea de un atardecer, de un amanecer, pueden resistir en su plenitud liberadora a un encierro de la vida que ha puesto en jaque el modelo global de existencia en el último año. Quiero ver un sol de Turner en sus pinturas. El arte además de representar la realidad, de trasladar la naturaleza con sus formas y colores al espejo del lienzo, también es capaz de eternizar la vivencia de quien pinta a sus congéneres vivos y a futuros habitantes del planeta, la pintura metaboliza y se hace imagen, carne de imaginarios, memoria viva del acontecer. Mimetiza y trasciende, no ha sido otra la huella radical del arte en el transcurso del siglo XX, la creatividad se constituye en reclamo utópico y en modo de denuncia, el dolor y la belleza han ido de la mano. Por eso mi deseo de ver una pintura de Turner se parece a la necesidad de recuperar la fe, tengo la certeza de que solo el arte nos salva y desde Egipto a nuestros días la única forma de eternidad se dibuja y se escribe.

Quiero compartir con ustedes durante esta velada de la Casa-Museo León y Castillo, dedicada al Faro de Maspalomas que comenzó a destellear en el año de 1890, un sentimiento de fascinación y de recuerdo sobre la figura de un artista y de una generación, y su patrimonio memorial que pervive en sus pinturas como una reminiscencia evocativa sobre la vida de las islas, sobre la insularidad universal que es la vía más rápida y efectiva de experimentar la soledad del universo, la orfandad y el destino de las existencias. La pintura, lo pintable y lo pintado suponen el espacio quintaesencial de las representaciones de la vida y del mundo que perduran y perviven y pernoctan en las culturas. Somos unas islas de creación y el ingeniero León y Castillo que pensó en sus dibujos la altura y la estructura de un faro internacional requería justamente de su imaginación para dar vida a la piedra y a la luz.

Así escribió: “afecta a una explanada de forma rectangular y mide 35 metros de ancho por 36 de largo, por el lado de la torre su perímetro es circular, concéntrico al de ésta, a fin de que resulte constante el ancho de 8 metros que ha de quedar entre el edificio y muros de sostenimiento de la misma. Esta disposición proporciona mucha comodidad a los torreros y reserva al edificio de las avenidas. La torre y la casa forman pues un solo edificio que ha de proyectarse con las proporciones convenientes para que resulte un conjunto armónico.” (Juan de León y Castillo)

Cuando el artista Juan Hernández pintó su serie de Poemas del faro, a mediados del 80, había en el sur de la isla de Gran Canaria un latido cosmopolita de millones de turistas que cada año vendrían a la costa más al sur de Europa con una motivación esencialmente mítica, vacacionar en el paraíso durante una estancia pasajera, esta es la verdadera misión de un lugar predestinado por los griegos, brindar el horizonte a la contemplación de la belleza. Y los artistas canarios, históricamente han sido los pintadores de cuevas, los pioneros de la geometría y de la sacralidad primitiva, en las islas se pinta desde los orígenes y el destino del arte puede llegar a ser la de dibujar mundos posibles, imágenes de la realidad que se realizan en la materia inextinguible de los colores y de las formas. El faro de Maspalomas, el sonido del mar de noche y la luz del día que ilumina como otro faro de la vida eran pintados por Juan Hernández en mis propios años de infancia, yo miraba y vi aquel mismo faro desconocido en su esencia, estrangulado por la presión demográfica, por el consumismo masivo, por el deterioro de una Charca y de unas Dunas que se estaban convirtiendo en una copia de sí mismas, en una reliquia para la memoria del lugar y solamente como sucedió en otros momentos de la historia, escribir y pintar aquella realidad era un modo de salvarlas.

En la década del 70 la democracia inicia su periplo en el archipiélago y los antecedentes históricos para el crisol de artistas que toman el relevo generacional son una dictadura fatal que resquebrajó los cimientos del progreso y de la libertad de la II República, con sus vanguardias y tendencias artísticas, y un páramo institucional que lejos de potenciar la ebullición de las libertades y la consolidación de nuevos proyectos de creación, instauró en el territorio de lo social una maquinaria dineraria centrada en la especulación total y en el mercado omniabarcante: el sur turístico proviene de una transacción económica multinacional a gran escala con expropiaciones de la tierra, turboconstrucción y deterioro exponencial que en todas las dimensiones de la isla, la económica y la de los valores, ha significado la producción de un espacio ficcional de recreo turístico y vacacional que tiene al Faro como fiel testigo del devenir.

Yo provengo de esa ciudad y soy nativo del mestizaje y de la conversión del paisaje en una postal, como en otros lugares del mundo en el proceso de modernización acelerada del período de las últimas décadas del siglo XX, Canarias atesoró en su haber un culmen democrático que se materializa en la Autonomía y una implosión de estéticas tardías que interaccionan con el Paradise devenido en establishment del cemento y las divisas. Quienes provenimos del sur sentimos el paraje y el entorno con un sentido extraviado de pertenencia, el desarraigo estructural y el desmedido proceso de estandarización turística nos ha arrebatado un vínculo y unas raíces que se hacen vitales para conservar la identidad y ejercer de modo íntegro nuestra propia alteridad para con el visitante. El Faro de Maspalomas es un símbolo del progreso y también de lo irreversible de una fase terminal de invisibilidad que supone el futuro. Los Poemas del faro, de Juan Hernández, la alegoría atlántica del amor, contemplan una caracola de los orígenes, la estrelitzia o flor del paraíso se yergue sobre el azul, una ballena blanca y un Cupido nos cuentan de un lugar y de una historia fundante, el artista lima asperezas con la angustia y con el pesar de un tiempo de hecatombe y nos regala su Faro que es roca arrancada del mar, la noche estrellada y la arena negra, los días y las noches del Faro del recuerdo, el mar quieto y el mar que suena, el Faro con nube naranja, el Faro azul y el de la nube, el Faro dorado y el ángel lezamiano, porque para mí todos los ángeles enseñan una de sus alas y sucede lo imprevisible de la imago, el azar concurrente, como el que nos une a un recuerdo y a una pintura, a una intimidad vivida que se comparte y se eterniza.    

Justamente en este periplo del Faro bajo las tenazas del turismo masivo se encuentra el origen de la realidad contemporánea de las islas, y es donde surge la poética y la plástica de Juan Hernández y sus compañeros de generación. A ellos me remito en esta hora, para poner en valor la riqueza de un patrimonio y de un acervo artístico que se ha visto relegado al coleccionismo privado y a una necesaria visibilidad esporádica en museos y exposiciones. El papel del arte en el decurso de la cultura custodia una protagonismo esencial en este archipiélago, con personalidades como César Manrique o Manuel Millares, de mis predilectos, se pone en evidencia que el atelier del artista es la propia isla y su memoria, el acontecer del tiempo de la cultura tiene un vínculo extraordinario con la producción de belleza y de delirio que hay en las pinturas, volvamos a Turner, no hay idea de horizonte y de paisaje que no esté vinculado a la propia plasmación pictórica del artista inglés por antonomasia. Y el horizonte suyo es el mío propio, en sus pinturas podré conocer aquella otra realidad de la que provenían los turistas, ellos también deben tener una memoria y un lugar de procedencia, lo que salva al mundo y lo que nos devuelve humanidad es precisamente el arte, la vivencia de estar vivos, ver y ser vistos.

De algún modo, por la gracia concedida del poder evocativo y trascendente del arte, en el Faro poetizado en las pinturas de Juan Hernández resuena las vivencias de millones de seres humanos, habitantes de Europa, que regresaron un día a las islas afortunadas para entrar al agua y desnudar sus cuerpos bajo el sol del atlántico, el artista desflora en su cosmovisión un sentido de la existencia universalmente deseable, alquimia del color. El poeta Manuel Padorno, que escribió un texto a propósito de una exposición antológica póstuma de Juan Hernández, a quien consideraba “el ángel deslumbrado”, es quien de manera más potente ha reflejado en su ontología atlántica, tanto plástica como poética, una vía de liberación para reconstituir un paisaje onírico y humano por medio de un proyecto vivido de creación de otra realidad, nomadismo de la palabra y de la imagen, azules padornianos.

Lo he defendido en varios libros a través de la escritura poética en diálogo con la pintura y mi propia experiencia creativa ratifica la seductora constancia de que la realidad del cuadro es tanto más real que la propia realidad porque es de un tiempo distinto al de los objetos y las cosas, pertenece al mundo de la imagen y de lo visible que perdura y es constituyente de las memorias colectivas. Lejos de un platonismo tardío, las Ideas en mayúsculas, las esencias de las realidades no habitan otro mundo paralelo y a distancia virtual del terrenal cotidiano, son las pinturas, las novelas y un poema, por ejemplo, quienes reflectan un sentido y una experiencia al ojo humano, el cerebro instituye la realidad y la conforma, en un proceso físico químico milagroso que nos dota de lenguaje y nos funda como entes vivos y dotados de entendimiento, de ahí que la imagen que evoca el verbo y el concepto que plasma una forma plástica conforman nuestras biografías, como dice John Berger, el teórico inglés, se ha mirado un cuadro de modo diferentes en cada época histórica, esta ha sido la evolución de los modos de ver que han tenido la perplejidad y la sorpresa como detonantes, y el gran desafío en estos tiempos de reproducción virtual y de repetición, de simulacro, es la propia posibilidad de mirar que se está viendo colapsada bajo el imperio de lo tecnológico. Yo quiero compartir aquí esta encrucijada providencial que nos atenaza y convoca el actual proceso de tecnologización: el Faro desaparece cuando la cuantificación imposible de su imagen se multiplica al infinito consumible y solamente puede existir el Faro si el aura de su singularidad permanece en los itinerarios del diálogo de lo humano, que ha sido esencialmente un modo de convivencia entre imágenes y sentidos de lo trascendente. El arte y lo sagrado han constituido en el desarrollo de toda civilización una manera de conducir las experiencias de la finitud y las apetencias de verdad en el espíritu humano, la memoria y los modos de representar la vida tienen un sustrato poético y pictórico sustantivo, confluyente y constitutivo para la dotación de vida de un cuerpo, de un ánima, alma o psiqué, de un ser viviente y existente que percibe, establece analogías y correspondencias, ve las estrellas y las pinta. En contraste, el modelo de subjetividad dominante está siendo configurado en un trato instrumental con el entorno, codifica los segmentos de realidad en función de lo consumible, es su relación objetual una apropiación permanente de los flujos de la pantalla, del escaparate y del menú de sobrevivencia que implementa el sistema capitalista, todo se rebaja a su utilidad consumible, el paisaje, una isla en peso, puede ser un espacio reconectable de sensaciones y experiencias a la carta, el no lugar dijo Mar Augé recientemente ya no es solo el aeropuerto, también la pantalla del dispositivo electrónico. La desaparición del espacio social circundante en el entramado arquitectónico de la ciudad turística global, donde todo es individualizado en el timetable vacacional y la masificación reproduce una ilusión de realidad más cercana a la videoconsola que se hace hipermundo, virtualidad y simulacro.

Cuando Peter Handke, Premio Nobel de Literatura, en su libro Doctrina del Sainte-Victoire expresa su derecho a escribir y la posibilidad de encontrar una imagen única en la visita al reino del pintor Cézanne en la Provenza, justamente pone énfasis en la evidencia de que todo está desapareciendo, sus recuerdos de infancia de unos cuadros y la fabulación de la imagen de la montaña Sainte-Victoire que permanece en las pinturas de Cézanne -dejó de pintar el motivo cuando llegaron las refinerías- posibilita activar la imaginación, el cuadro hace pensar y visitar el Sainte-Victoire a la búsqueda de los paisajes de Cézanne constituye un detonante creativo y una reconciliación, el juego mental que propicia el nunc stans o momento de eternidad. En su libro también menciona a Hopper, el artista norteamericano de las soledades industriales, en su pintura del Faro a dos luces, del año 1929, año del crack y la depresión, configura una imagen de composición geométrica y de perspectiva que supone un ejercicio iniciático del artista que más adelante realizará la radiografía del alma americana.

El Faro de Juan Hernández se incorpora a los anales del imaginario atlántico insular como una bocanada hechizante de luz que se resiste a ser mercadotecnia, es otro Faro que se opone al que ha sido un adalid en los libros de bitácora de la ingeniería civil y el símbolo del boom turístico. Creo que la maravilla y el portento ideado por León y Castillo tiene otros sentidos monumentales, si se convirtió en el insustituible rincón para las visitas guiadas de los turoperadores, fotografía de postal internacional para la promoción hotelera gracias a su atrayente aureola de baluarte arquitectónico, también hay otra luz y otra sombra de su verticalidad soñada por Juan Hernández, su luminosidad nocturna, resplandeciente, hipnotizante, huye del canto de sirena de la publicidad y de la promoción todo incluido, por la pintura se hace sobreviviente, desde la pintura habita su verdadero sentido.

Estoy convencido de que la figura del artista Juan Hernández, querida por sus amistades y referenciada en diversos estudios académicos que analizan y vertebran una perspectiva generacional sobre el arte de las islas de los años 70 y siguientes, renace en el instante de contemplación de sus cuadros y la proyección de su huella a través del imaginario de las pinturas repite la ecuación antropogenética que subyace al hecho poético y artístico de todos los tiempos y espacios: la mirada y la cosmovisión de un lenguaje propio hace del creador un hacedor de mundos, la creación lírica o plástica ha constituido singularmente los patrimonios intangibles y las creencias y juicios sobre la realidad y en torno a la verdad y la justicia.

La Sala Conca de La Laguna en Tenerife fue el lugar donde conocí sus pinturas, aquel rincón ya extinguido fue un episodio del confluir artístico, de los performances y de las acciones artísticas del creador canario. Su desaparición actual, marcada por la ineficacia institucional y el abandono, representa un símbolo de una generación múltiple y diversa, donde Juan Hernández destacó como uno de sus principales animadores y cuyo final trágico, transmuta en hito y en relámpago, en sus pinturas renace al ojo un mundo sucedido que es vivencia y emoción, fue Juan Hernández el artista del desparpajo, yo lo siento así cuando veo sus Poemas del Faro que tratan sobre la sombra luminosa de un estandarte y de un símbolo que ha formado parte de mi propia educación sentimental, mis primeras memorias infantiles están marcadas por la intermitencia de su luz, a él acudo en la búsqueda incesante de una verdad donada que es experiencia común, la belleza de las islas, esta luz de volcán que sigue siendo un hábitat para el ensueño, como los atardeceres de Turner que algún día veré, pronto, en su pintura, porque la realidad es más real en los cuadros por ser imágenes que imantan vida, quien mira da vida a lo mirado, como la pintura sacra que nos ofrece la misión del evangelio y el mensaje divino, la obra plástica contemporánea nos brinda para la encrucijada digital del nuevo orden mundial un recordatorio de que ver, es algo más que consumir, verse viendo es un espacio de reflexión estética y de resurgimiento del sentido, por eso se pinta y se escribe, por eso el Faro de Maspalomas evocó en la vida del artista una visión y un motivo, el primer indicio de vida, la luz de un faro, la noticia de tierra firme, de un lugar para el hallazgo y el retorno, aquello que se ve de la isla en la lejanía, lo primero y lo último de todas las existencias, luz propiciadora, luz de la conciencia y del límite, espacio sideral, noche estrellada, lo que se inventa es otra isla siempre, la vida y la pintura de Juan Hernández, su alegoría atlántica del amor.