Escritura
rota, fragmento, quiebra de la linealidad espacio temporal como manifestación
de un aliento con residencia en la singularidad y proyectado hacia lo eterno
universal.
Un
fingido balbuceo rompe el orden de una sintaxis que desmiente el lenguaje
prefijado y fijado para elevarse hacia la cima de un sentimiento pensado, de un
pensamiento sentido, justo en el instante de la aparición del signo.
Habla la
luz, claman los colores, las sinestesias bordan el mapa machadiano donde se
inscriben los topónimos de una aventura fantástica y real. Una realidad
–dolorosa realidad- cuyo rostro transformado exhibe las arrugas de los sueños
–estamos hechos de la materia de los sueños, advirtió Shakespeare-, para mejor
nombrar aquello que nos hace y nos deshace.
La
escritura, nos dice Samir Delgado, en un sustancioso texto liminar, constituye
una materialización del sueño y la esperanza habita el tiempo de las islas del
exilio. Exilio, el de Antonio Machado como paradigma de la barbarie, pero
exilio también el que todos vivimos por nuestra condición de extranjeros. Somos
extranjeros incluso para nosotros mismos. Parece un chiste malo o una
inoportuna y grosera broma esta última reflexión al contemplar la tragedia de
Machado, mas tengo para mí que Samir prolonga la condición y extrañeza del ser
humano desde una crítica social profunda y poco convencional hacia territorios
ontológicos donde muy bien podría resonar la palabra de otro gran desubicado,
el poeta egipcio francófono y ciudadano francés, Edmónd Jabès. En Un extranjero con, bajo el brazo, un libro
de pequeño formato, proclama: “Aquello que ve la luz es extranjero a la luz
misma”.
Pedro
Garfias, otro exiliado, escribe: “Qué cerca de tu tierra te has sabido quedar”,
y Delgado nos lo recuerda en el epígrafe de Retourner,
primera sección del libro La carta de
Cambridge. Lo imposible que se vuelve inevitable, dice Juan Larrea en ese
mismo epígrafe. La proximidad, tan sólo la cercanía –una cercanía indeterminada
y fiada al albur que tropieza con fronteras y pasos clausurados- como único
refugio y morada posibles. Las migajas como lecho para el descanso tras una
búsqueda indesmayable.
Pero ¿qué
tierra es esa que te ha expulsado a la vecindad?
La poeta
portuguesa, Ana Luisa Amaral, recientemente galardonada con el Reina Sofía de
Poesía Iberoamericana –y que, por cierto, fue publicada por primera vez en
español, por Olifante, la misma editorial que ahora da cobijo a esta luminosa
en la oscuridad Carta de Cambridge- afirma, decía, que “la misión de la poesía, si tuviera
alguna, sería preservar memorias”. La escritura de Samir Delgado, no sólo
preserva las memorias, sino que las aviva, las enciende y claman frente a los
terribles muros de silencio, frente al oído ciego y el ojo sordo.
¿Qué
tierra es esta –otra vez y mil veces más- que te ha expulsado? ¿Qué esperanza
te queda? ¿Y qué esperanza queda para aquellos que no sufren el sufrimiento de
los otros?
Arte de
la memoria, Delgado abre también, no ya una memoria individual, un espacio inútil
de recuperación de la experiencia solitaria de una subjetividad siempre
precaria, sino que convoca a otras voces, una gran asamblea de ánimas, que
conforman esa verdad que jamás puede alcanzarse de una vez por todas, como nos
enseñó Esquilo en su Prometeo. Hasta
sesenta y tres de aquéllas comparecen en el libro para dar cuenta, para
presentar los distintos matices, planos y facetas de un espacio donde, cabe al
pensamiento, se excita el movimiento emocional, la purga del olvido.
Corifeo
en el centro de la Orchestra-escenario,
Samir Delgado acuerda el registro de un contumaz desorden desde la conciencia
clara de la magnitud del empeño que descansa en el ser del no ser, en la
plenitud del vacío, en la locuacidad del silencio, en el salpicado de notas para
una sinfonía que, desde siempre, se sabe incompleta, y, por eso mismo, tiende a
la completitud. Esta es la inteligencia y la razón poética de quien, como
Samir, puebla su universo con semejante generosidad. Otra paradoja más que nos
atraviesa: la voz propia siempre se inscribe en lo común, en la expresión de lo
colectivo. Sólo puede recibir quien sabe dar; sólo sabe dar quien puede
recibir; sólo puede escribir quien se atreve a escuchar aun con el riesgo de
ser tachado, borrado, diluido.
Portbou.
Antonio Machado. Corpus Barga. Dos fotografías para la desolación. La imagen
del sufrimiento callado, la vejez anticipada, el aniquilamiento. Ya no hay
camino, piensa Concha Zardoya, para el poeta que hizo del camino existencia y
metáfora universal.
“El
tiempo detenido de ayer en la frontera”, escribe Samir, y continúa: “volver a sentir
el periplo vital / frente a su réplica en la pantalla // bajo el impulso inmediato de la mirada / hacia
el horizonte de aquel mismo cielo / que fue el tragaluz del último mar // es la
terateia: la maravilla del encuentro de la voz / en el eco de cada palabra
revivida”.
Las
palabras saben de nosotros lo que nosotros ignoramos de ellas, escribe René
Char. El poeta francés sabe también que la poesía es palabra en el tiempo. ¿Un
tiempo extinto o un tiempo no iniciado, o tal vez siempre reiniciado en el
poema?
Todo está
siempre abierto a los días azules. Respira la palabra, y Samir Delgado acompaña
ese flujo lingüístico y, sencillamente, permite que se exprese. En la página,
él es una tachadura. ¿Qué movimiento es éste que armoniza el caudal rítmico con
la materia conceptual? Todo tiene en La
carta de Cambridge una libérrima naturaleza musical y pictórica, que,
afortunadamente, el poeta ha podido anotar. Y, sin embargo, en el libro
conviven poesía, prosa, artículo y ensayo. Hasta la ficha artística de “Antonio
Machado, 1966”, escultura del aragonés Pablo Serrano, se hace un hueco sin
estridencia, en un libro inclasificable y absolutamente necesario.
Termino
ya con la certeza de haber esbozado signos pobres e incompletos en la
superficie de una mar inabarcable. Me disculpo por ello, mas diré en mi
descargo, que en La carta de Cambridge, el
final es el principio. Todo final auténtico es el comienzo de un tiempo no
iniciado o siempre reiniciado como más arriba dije. Así es, alimentado con una
extraordinaria estructura circular, en este libro.
Acepten,
por favor, esta aventura, este viaje iniciático, exploren los límites de la
palabra, del ser, de la existencia, gocen con la belleza de la mano de un poeta
que honra, sin ninguna duda, la memoria de nuestro Antonio Machado más
universal. Ojalá que los dioses concedan a Samir Delgado honra semejante.
Zaragoza, junio 2021
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