martes, 30 de mayo de 2017

Creación cultural y liberación (Prólogo del libro Una casa mal amueblada)


Obra de Patricia Delgado, "La mecedora" Óleo sobre lino (Sala Conca, 2009)  Portada del libro




La cultura, como la historia,
es un fenómeno en evolución,
ligada a la realidad económica y social del medio”.

AMÍLCAR CABRAL

Por Francisco Javier González
(Isla de La Gomera, 2010)

He comenzado con una cita de Amílcar Cabral y un título que parece calcado del de “La Liberación Nacional y la Cultura” que fue el texto que el guineano leyó en la Universidad de Siracusa con motivo de un homenaje al primer presidente del FRELIMO, Eduardo Mondale, cuyo nombre lleva hoy la Universidad de Maputo.
Para Cabral -alma Mater de la independencia de Guinea Bissau y de la macaronésica Cabo Verde- ante la dominación foránea, el pueblo debía oponer una tenaz resistencia cultural con el objetivo de “la conquista de la independencia nacional y con la perspectiva de la construcción del progreso económico y social”. A ojos de Cabral, la cultura constituye el elemento más esencial de la historia de un pueblo, sea el pueblo que sea. Para él, “la cultura es, quizás, el producto de su historia tanto como la flor es el producto de una planta”, pero ¿la cultura es “solo” el producto de la historia o es también un motor de la misma?.
           El marxismo clásico plantea que la historia es el desarrollo de la lucha de clases, pero ¿qué es la cultura sino la comprensión del propio valor histórico, del yo individual y colectivo, de los derechos y deberes, de las relaciones humanas y las del hombre con el medio? ¿Podría, entonces, ser la lucha de clases el motor de la historia sin que las clases, mediante la cultura, tomen conciencia de sí mismas y de su realidad?.
¿Podría entenderse la Revolución Francesa sin ser precedida por la Ilustración?. ¿No fueron primero los libros y luego los fusiles de la Comuna?. Creo que es la cultura la que confiere un carácter particular, individual, al fenómeno histórico, aunque, como fenómeno colectivo, diluye esa subjetividad del individuo y su necesidad particular en la objetividad colectiva como sociedad y, dentro de esta, de la necesidad de la clase a la que pertenece y del pueblo en que esta se integra.
Nos surge ahora otra cuestión: el creador individual, el escritor, el artista, como portador de esa individualidad, ¿puede crear “arte puro”, aislado de su entorno social?. Y si esto, que viene a ser algo así como el sexo de los ángeles, no es posible ¿es el creador un simple plasmador de la realidad que lo rodea o, por el contrario, su creación tiene capacidad transformadora sobre ese entorno e, incluso, sobre su dintorno?. En la realidad, la fórmula –antigua fórmula permanentemente rediviva- del “arte puro” no es más que el refugio banal del que medra en su contexto social, al que no enjuicia ni critica, y busca solo un cierto orgasmo estético que no pasa de ser un onanismo sin horizontes, aunque se vista de sonoros nombres de escuelas, corrientes o tendencias posmodernas.
El conceptismo extremo, la palabra por si misma, el sonar de los claros clarines, no pasa de ser un guiño cómplice y complaciente con la sociedad en ese momento dominante. Es el predominio del continente sobre el contenido, carece del sentido utópico, de la utopía como barrunto de un orden nuevo y diferente, del proyecto de futuro que tiene –o debe tener- la expresión cultural creadora.
            Estos son los conspicuos ocupantes de los sillones de tertulias “intelectuales” de casinos y ateneos, profetas de su limitado círculo a los que el siempre lúcido Antonio Bermejo llamó “gallitos que lanzan su canto fanfarrón subidos en lo alto de sus estercoleros”. Frente a estos “famas” cortazarianos, que terminan siempre deviniendo en aburridos “esperanzas”, Samir Delgado ha elegido ser “cronopio” -y, como buen cronopio, idealista y sensible- pero apegado a la tierra y luchando por ella.
Deja además Samir Delgado bastante clara su idea al respecto en el artículo de esta obra, “A los poetas celestes”, al decirnos que “la política y la estética pueden ir juntas, sin caer en la demagogia arbitraria de un panfleto, sin caer en el preciosismo gratuito de un soneto…”. En realidad la creación -literaria, artística, filosófica, técnica, científica…- es, como todo acto cultural, resultado del desarrollo histórico, hija del momento en que surge, y su autor, el creador, como el campesino, el obrero manual o el deportista, es el producto de su época y de su sociedad.
 No sin razón escribía Mao Tse-tung: “No existe en realidad el arte por el arte, ni arte que esté por encima de las clases, ni arte que se desarrolle al margen de la política o sea independiente de ella”. No hay más posibilidades reales para la creación que realizarla para la transformación de la sociedad o realizarla para continuar el status y justificar su permanencia.
El creador intelectual, pues, no es alguien fuera de su tiempo y su lugar. Tiene una función determinada en la sociedad: perpetuarla o transformarla. Samir Delgado lo asume y se manifiesta con “la obligación de tomar partido ante los hechos” y muy “lejos de refugiarse en escapismos estéticos y clichés narrativos importados”.
Todos los hombres son intelectuales, porque como nos aclaraba Gramsci “no hay actividad humana de la cual se pueda excluir toda intervención intelectual, no se puede separar al homo faber del homo sapiens”, cada cual, sea cual sea su profesión o su nivel de formación es, a su forma, prosigue Gramsci, “un filósofo, un artista, un hombre de gusto, participa de una concepción del mundo, tiene una consciente línea moral”, pero el “intelectual” en el sentido cotidiano y pleno de la palabra, es el creador consciente de sí mismo, de aquello que crea y de para que lo crea. No es, ni puede ser nunca, el receptor-poseedor de un saber enciclopédico que levanta a su alrededor un muro protector de su supuesta superioridad cultural, ni el que cuelga en su pared títulos universitarios y algún master de cualquier universidad privada.
Es el que, recogiendo el saber y sentir de su pueblo, no se limita a describirlo literariamente, sino que trata de exponer, mediante el lenguaje de la cultura, la expresión de ese sentir que el pueblo no puede expresar. Es la voz de los sin voz, un mediador de la cultura desde y hacia el pueblo del que forma parte, y ese sentido de la creación “desde y para” es lo que late en los epígrafes de todo este libro de Samir Delgado.
El grado máximo de la opresión sobre un pueblo es secuestrarle su historia e impedirle desarrollar, a partir de ella, su propia cultura. “Enterrar la memoria histórica de un pueblo es desarmarlo frente a la opresión, es enterrarlo a él mismo” nos decía Sekou Touré. Esa historia nos ha sido arrebatada y tergiversada por la dominación colonial. Han empezado arrancándonos hasta nuestro lugar físico en este planeta.
Por ello, crear nuestra propia cultura, la indispensable para liberarnos, requiere empezar a tomar conciencia de nuestra africanidad en contra, expresamente, de los eurocantos de sirena de nuestras autoridades delegadas, tanto culturales como políticas. El párrafo siguiente, “….la burguesía trató de formar el concepto de que la “cultura” era únicamente la europea, contraponiéndola a la africana como “no cultura”. Esta distorsión de la realidad se realizaba con indudable finalidad político-ideológica, y nos separaba de pueblos a los cuales estamos unidos en la historia por una misma explotación y por múltiples elementos culturales, comunes en sus orígenes” parece el resultado de un análisis sobre el papel de aculturación y destrucción identitaria que caracteriza a la actuación de la burguesía dependiente canaria y de sus lacayos intelectuales, esos que se niegan a crear una cátedra de estudios y lengua amazigh, pero no es así, pertenece a “La Historia como arma” del cubano Manuel Moreno Fraginals, escrita para una sociedad, como la cubana, que tiene mucho en común con la canaria.
Es esa aculturación, libresca y castradora, la que denuncia Samir Delgado, con feriantes que rememoran a Viera con juguetes aerostáticos –el primer globo que construyó Viera en Madrid era serio, no una boutade de popes “culturales”- para celebrar el “Día de la Letras Canarias”, con “la elite cultural arrimada con eterno retorno sobre las bandejas de sabrosas croquetas frías” y disertaciones de algún Premio Canarias, de los que, dicho sea de paso, opino que sobran más de uno y faltan unos cuantos, como por ejemplo Francisco Tarajano Pérez, aunque a mi querido amigo Paco difícilmente se lo darán por su comprometida trayectoria intelectual en lucha por nuestra independencia nacional, ejemplo justamente de lo que estoy describiendo como intelectual.
Samir Delgado, que es consciente de “lo maquiavélica o liberadora que puede llegar a ser la educación como diseño de la identidad”, de “la incultura de la endofobia” y de “que llevamos siglos forzados de espalda al continente”, aprecia por ello el puente cultural canario-senegalés que El Hadj Amadou Ndoye  tiende, desde hace muchos años.
Amadou fue un buen colaborador de la revista “La Sorriba” que tuve el honor de dirigir. Guardo todavía una foto que me envió de una agarrada de lucha senegalesa entre el pequeño Boy Niang y el gigante del equipo de Oualo, Mohamed Aly, que parece un calco de una antigua foto de una agarrada histórica entre Tabletas y Mandarria y en la que, como en nuestra lucha, el chico ganó y el grande perdió, todo ello aunque nuestra “intelligentsia” criolla, euroapapanatada, se empeñe en buscar los orígenes de la lucha canaria en Suiza o en León.
Pero la cultura es dinámica, aunque hunda sus raíces en la historia, por lo que el intelectual comprometido con su pueblo y su devenir no puede, de ninguna forma, abstraerse de su evolución, como no puede obviar su pasado. Por ello tampoco puede renunciar a la creación de una nueva cultura, siempre específica para su pueblo, que sea, ella misma, expresión de una nueva moral de liberación, opuesta a la moral de dominación y explotación, a la del beneficio fácil, la destrucción del territorio y la destrucción de la idiosincrasia propia del pueblo y su identidad.
Una cultura que sea un paso más en la lucha por romper privilegios, acabar con prejuicios y avanzar en lo que es realmente la espina dorsal de la historia: la lucha del esfuerzo humano por la libertad y la dignidad, libertad y dignidad que la dominación exógena siempre niega, antes con el puro y brutal ejercicio de la fuerza, ahora, como en la obra del kabilio Mulud Mammeri con la estrategia de “L’opium et le bâton” y alguna zanahoria en forma de prebendas tipo RIC para la burguesía dependiente.
Plantea Samir Delgado un interrogante, que venimos arrastrando in hilo tempore de Viana y Cairasco, sobre “literatura canaria” o “literatura hecha en Canarias”. Ya mi amigo y compañero de brega en muchos y diversos aconteceres, Africo Amazigh, ha contestado en sus trabajos, esencialmente en “El árbol de la Nación Canaria”. Por mi parte ya he expresado que, para mi, “Cultura Nacional” canaria es solo la que se hace en función y con destino a la consecución de la independencia política, que no tiene, por fuerza, que ser “Cultura Popular”.
¿Qué características le impone esa premisa?. En el actual estado de desarrollo de la lucha política en Canarias, fundamentalmente una: la crítica del sistema. Recuerdo que hace ya bastantes años, uno de mis profesores en la Facultad de Químicas de Aguere, José Antonio Padrón, más filósofo y literato que químico y privilegiado compañero de cultura peripatética con Isaac de Vega y Rafa Arozarena, me decía cuando le hablaba del impacto que entonces me causó “Fetasa”: ¿Sabes lo que son Isaac y Rafa? ¡Clavos en el zapato de esta sociedad!.Ahora bien, la crítica no puede ser solo sobre la estética de la obra realizada. Tiene que ser ética, ahondar en la raíz ideológica que motiva y transmite la obra y enmarcarla en una cultura que sirva al propósito de la liberación individual y colectiva, porque, hay que recalcarlo, no hay creación de ningún tipo separable de la historia y de la política. Esta faceta está permanentemente presente en esta obra con un escritor que confiesa que esta suya es “literatura de terrero”.
Para terminar este prólogo que, burla burlando se me alarga más de lo prudente, me planteo ¿no será –junto con el “síndrome del colonizado”- el alejamiento de su realidad social y política una de las causas del escaso interés que el canario del común siente por muchos de nuestros escritores?. Desde los años 60 del pasado siglo, con el fuerte rebrote del sentimiento identitario y de la lucha independentista, se produjo un boom creador en Canarias desde la música hasta la literatura. Como ejemplo valen los “Cuadernos de Historia” de Hermógenes Afonso/ Hupalupa editados por Solidaridad Canaria con una tirada inicial de 10.000 ejemplares rápidamente agotados, o el “Natura y Cultura” o las “Antologías de textos de Literatura Canaria” de Rafael Franquelo y Víctor Ramírez… y así toda una pléyade de escritores que han llegado al lector.
Fuertemente críticos, rompen los adocenados moldes de los, en acertada definición delgadiana, “lacayos de librea que van a las cortes para hacerle la venia al amo”, esos que apuntalan con sus obras el sistema colonial, destructor de nuestra realidad. Es esta faceta lacayuna de creadores ad hoc del arte por el arte, de pavos reales de ajadas plumas, la que Samir Delgado fustiga, con inusitada dureza, en “Juventud punto com”, al mostrar la problemática desnuda de nuestra esperanza como pueblo: la juventud. Pero, en un buen ejercicio como intelectual orgánico, oferta, junto al análisis crítico, el horizonte de la solución: “nuevos cauces de participación democrática… capacidad de decisión… elegir libremente los pasos a dar… ser los artífices de un desarrollo equilibrado y sostenible, con la redistribución de la riqueza y factores sociales igualitarios… para construir el futuro cambiando el presente por una Canarias Libre”.
Yo solo añadiría que Samir Delgado, un escritor joven, sin prescindir de un continente sobrio y elegante para envolver un substancioso contenido, está resumiendo en esta apretada síntesis final, un programa de la Izquierda Nacional Canaria.


Del libro, Una casa mal amueblada, Baile del Sol, Islas Canarias (Mayo, 2010)

jueves, 25 de mayo de 2017

Las maletas de Amadou (In memoriam)

Obra del artista africano Paul Onditi (Kenya)

En recuerdo del profesor senegalés El Hadji Amadou Ndoye (1947-2013)


Amadou Ndoye ha vuelto de visita a las islas. 

Casi siempre quienes hemos tenido la honda satisfacción de conocerle hablamos sobre él en tiempo pasado, con un plácido pretérito verbal que define literalmente las estancias pasajeras de este entrañable y reconocido profesor de literatura, conversador refinadísimo sobre la compleja materia que es la vida y un prestigioso intelectual senegalés que con sobrados adverbios ha dedicado sus investigaciones al bagaje de la narrativa canaria de fin de siglo. 

Estuvo entre nosotros, otra vez más, para luego volver a su casa de Dakar, en un acostumbrado viaje de ida y vuelta repetido en las últimas décadas para bien de nuestras letras, ya que la facturación de sus maletas adquiere con el tiempo un estatus de verdadero puente literario. 

Yo siempre lo imaginé al frente de un aula bulliciosa con jóvenes senegaleses recitando el abecedario en español, contagiando a su más que difícil auditorio entre alusiones poéticas de algún autor canario y las experiencias vividas en sus periplos por las islas, utilizando cierta maestría nemotécnica que recuerda a los relatores de leyendas africanas. 

Cuando se dispone a tomar rumbo fuera de Senegal, país natal que él mismo como buen padre de familia ha visto progresar con el sudor de su gente y del cual nos dice con orgullo que nunca abandonará- a pesar de las ofertas generosas que le llegan desde sus viejos alumnos en otras latitudes-, toma en el aeropuerto un aire de literaria levedad, su maleta embarcada entre la maraña burocrática de las aduanas suele pasar desapercibida, con sus atuendos típicos y sabrosos productos de las calles de Dakar para sus amistades canarias.

Mientras transcurre su habitual agenda por las islas, siempre ocupada con exquisita disposición del tiempo para tejer redes de amistad y cumplir sobradamente con las expectativas del público en cada una de las actividades culturales diseñadas por alguna entidad, nosotros desconocemos ante su más que entrañable presencia cómo transcurren las manecillas del reloj en las aulas de la Universidad de Chiek Anta Diop, de qué lado se pone el sol en torno a su casa familiar y cómo se acuesta de cansada la luna en las noches calurosas de Dakar.

En cambio, él sí ha palpado el bullicio de los pibes canarios que le miran con atención al perder clases de matemáticas y disfrutar de sus charlas bilingües, él sabe bien que en las islas nuestros mayores ven bailar el sol desde cualquier peña y cuánto de largo es el horizonte sobre nuestra avenida marítima, la costa ansiada en los sueños truncados de miles de jóvenes africanos que arriesgan sus vidas cada día.

Tal vez no pase mucho tiempo hasta su próximo retorno a nuestra tierra, precisamente ahora en estos momentos ya esté de vuelta contando las novedades a sus compañeros de Departamento universitario, pero lo que sí es seguro para nosotros, que llevamos siglos forzados de espaldas al continente, es que mañana en el trayecto de nuestro profesor nuevos libros canarios estarán circulando a una nueva vida y en plena libertad por las manos de estudiantes senegaleses, abriendo horizontes de futuro para un encuentro venidero, todo gracias a las maletas de Amadou.

Samir Delgado, Una casa mal amueblada, Baile del sol, 2010


domingo, 21 de mayo de 2017

Reseñas del libro "Las geografías circundantes" (I)


(Libro editado por el Gobierno de Canarias, Prólogo de Alfonso de la Torre, 2016)

Millares en la memoria de un poeta


Cecilia Domínguez Luis


Cuando un escritor -en este caso un poeta- elige como protagonista o fuente de inspiración a un artista relevante, como es el caso de Manolo Millares, un artista plástico de fama internacional, se encuentra con unos límites marcados por la obra del artista, que parece indicarle el camino a seguir. Claro que esos límites son solamente externos y su superación o acomodo depende del propio poeta.
En el caso del libro que nos ocupa, su autor, Samir Delgado ha sabido enfrentarse a esos límites, de tal manera que, siguiendo su propio camino, ha sabido encontrar el territorio propicio para ofrecernos sus geografías circundantes.
El poeta inicia el camino junto al pintor. Un camino en el que vida y arte van a darse la mano para penetrar en los entresijos de una memoria colectiva. La memoria de un pasado aborigen que, en la primera parte de este libro, titulada, precisamente “Las geografías circundantes” sitúa al escritor frente al lienzo Aborigen y escribe:
Una espiral al vacío
la primigenia
soldadura de la carne 
saja del tiempo insular.

Si la palabra aquí se vuelve reivindicativa de la memoria, como lo hace la pintura de Millares, la vida de este pintor forma parte también de ese imaginario poético que Samir va desgranando a lo largo de las tres partes en las que se divide el libro.
En esta primera parte, aún existe variación de color en los cuadros de Millares. Espirales, figuras geométricas, ocres, verdes, azules, rojos, negros, con lo que nos habla de ese pasado, de la cuadrangulación/de una isla interior:/un objetivo íntimo, al mismo tiempo que aparece el deseo de recuperación de los juguetes perdidos en la playa.
Pero la vida avanza y, con ella, la mirada del pintor que necesita explorar otros  medios para expresar su postura frente a la existencia.
Y las arpilleras comienzan a dar forma a ese mundo que se va tornando hostil o, al menos, no deseado.
Y aparece la necesidad del viaje, de la marcha de esa Ítaca que llega a agobiarlo pero cuyo alejamiento hace que encumbre todas las distancias. Así lo expresa el poeta en su poema “Millares, 1955”, a través de un yo del pintor que es, a su vez, el yo del propio poeta.
La arpillera surge con rotundidad, como lo hace el poema de Samir cuando dice: LA MANO y el hilo/ tuercen al punzón/ su abrigo de junco.
Aún quedan dos grandes hitos para la vida y arte de Millares: la fundación del grupo El Paso, recogido en un texto que, a manera de carta  a Cirlot, habla de la preocupación de una serie de artistas para ofrecer una visión crítica y comprometida ante la realidad, tanto artística como vital.
El otro gran hito es la aparición del “Homúnculo” que, según Paracelso, es una criatura del subsuelo, lugar en el que encuentra todo lo que necesita, y al que el poeta pregunta acerca de sus propias preocupaciones existenciales.
Con estas preguntas se inicia la segunda parte del libro, “Los escombros”.
Todos sabemos que los escombros son materia de desecho que provienen de cualquier derribo, ya sea real o imaginario, físico, moral o ético.
Aquí, el poeta pone en palabras esa necesidad de demolición, de bajada a los infiernos, para `poder resurgir de entre nuestras propias ruinas. Y los colores se convierten en símbolos de esta destrucción necesaria. El negro, el rojo y el blanco se convierten en símbolos de la muerte, del acabamiento, pero, al mismo tiempo de denuncia, de lucha contra los espantajos de la guerra, las injusticias, el dolor.
Esta vez, arte y poesía se unen en la denuncia, en la reivindicación de la libertad, a pesar de la oscuridad aparente de “La galería de la mina”, poema diecisiete, o del “Asesinato del amor”, poema dieciocho, donde UNA BALA/ ensangrenta/ las sienes/ de la víctima/ eros yaciente/ en el semisótano/ de la eternidad
En esta parte, la evocación de un poeta como Miguel Hernández no es baladí, pues el poeta oriolano conoció muy bien las sombras, el amor truncado por una muerte injusta. El derrumbe.
Pero se hace preciso salir de la oscuridad, resurgir de los propios escombros, y hacerlo con un grito; un grito al rojo vivo, con el que empieza la última parte de este libro, “El grito”, donde “El gran díptico” viene a ser una clave de sol/ en la densa armadura/ para orquesta sinfónica/ del gran díptico universal
La vida de Millares vuelve a estas páginas en el poema veintinueve, donde Samir Delgado hace una interpretación muy personal y poética de la película documental sobre el pintor titulada, precisamente Millares, donde la muerte, duración inversa, protagoniza casi todos sus versos.
Artista y poeta saben que hay que excavar, hundirse en la corriente de la vida y la muerte, para brotar, como lo hacen las semillas. Y el blanco y el negro apuestan, junto al grito del primer hombre, por el vuelo de las palomas.
Blanco y negro, negro y blanco que cierran este bello libro, en un poema sin título con el que se despide al artista.
Samir Delgado ha sabido encontrar la luz que despide las arpilleras de Millares. Ha sabido excavar en las profundas derrotas y victorias de un artista universal, y viajar, de su mano a los lugares profundos de nuestro origen, de nuestro ser y estar en este mundo terrible y hermoso, a pesar de todo.

21 de Mayo 2017, Santa Cruz de Tenerife
Suplemento cultural El Perseguidor- Diario de Avisos

 

sábado, 20 de mayo de 2017

"Florencia trip" (Poema de la serie Kodak Universal)

Henri Cartier-Bresson, Florencia, Italia, (1933) Gelatina de plata




Galileo inventó el primer telescopio
bajo el peso de una absoluta soledad
                       
pronto calculó la danza de los planetas
a través de la magna bóveda de Florencia

nunca imaginó que la residencia de su vida
acogería a miles de turistas con video cámaras

ahora ellos demuestran el movimiento de la tierra


Samir Delgado, extraído del libro Planeta turista (Amargord, 2014)





lunes, 15 de mayo de 2017

"Konvolut" (Apuntes, notas, fragmentos de la papelera de reciclaje)

Robert Rauschenberg’s “Port of Entry, Anagram (A Pun)” 1998

El soñador cuya mirada estremecida cae sobre el fragmento
que sostiene en su mano viene a transformarse en alegórico

Walter Benjamin
 
 1, A-2010


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Cuán lejos quedó ya la tarea del mítico Hermes, insigne portavoz de los dioses griegos, que traía consigo desde los altos cielos olímpicos aquellos mensajes que sostenían el orden en la vida de los mortales. Y muy a pesar de esta remota lejanía, todavía en la mayoría de sociedades occidentales pervive entre los códigos legales de la constitucionalidad una especie de autoridad divina, la voz perdurable de una tradición que se impone con el paso del tiempo como algo propio de la naturaleza. Parece como si, en un show callejero los voceros de los mass media que controlan la información del nuevo orden mundial nos ofrecieran con el juego de la televisión una verdad revelada sobre el mundo como en los tiempos de la magia medieval.   

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Hay una escena paradigmática en la película “Annie Hall”(1977) de Woody Allen y Diane Keaton, que vale como lección para la mayoría de los profesores universitarios: mientras hacen cola para ir al cine, un profesor de la universidad de Columbia atormenta al cómico Alvy Singer con una retahíla sobre sociología del arte y las tesis semióticas de Marshall McLuhan. En un arranque de sarcástica originalidad, Woody Allen se dirige a la cámara y ante el molesto pedante que clamará por la libertad expresiva y su autoridad universitaria, aparecerá repentinamente el propio autor de la “Galaxia Gutenberg” (1962), que en viva persona reprochará al profesor que todas las teorías por su boca no suenan más que a un dislocado popurrí de falacias. Es una pena que, en las aulas de muchas facultades, no existan también este tipo de bambalinas cinematográficas para la recusación de teorías.  

 
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No son pocos los retratos al óleo sobre la efigie de numerosos filósofos antiguos y modernos que en su día posaron de cara a la galería de la inmortalidad, cada uno en particular representando a las distintas vertientes epistemológicas de la historia de la filosofía occidental. Pero una cosa les une a todos por igual, ya sea desde las prestigiosas entradas de la Enciclopedia Británica hasta el Diccionario Ferrater Mora: siempre yacerá en el trasfondo de sus semblantes el mismo patriarcalismo que ha predominado en las instituciones de toda la cultura oficial.  

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Ningún ejemplo más contundente sobre la represión en los centros de internamiento psicológico que la novela de Ken Kesey “Alguien voló sobre el nido del cuco” (1962) llevada con un éxito ya consumado al cine clásico gracias al director Milos Forman. Y es que en las ramas especializadas de la psiquiatría todavía planea la suposición idealista de que las batas blancas y los fármacos clínicos podrán seguir de cerca los trastornos mentales del enfermo cuyos problemas son derivados de su propio infortunio. Menos mal que todavía algunos libros siguen vinculando con sutil clarividencia los síntomas de la esquizofrenia con el modo de vida en el capitalismo. En la escena del indio norteamericano que se libera del panóptico está la clave del futuro. 

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Con la invención de la daguerrotipia en la génesis de la modernidad aumentaron las esperanzas por alcanzar en las representaciones de todo tipo la completa objetividad de cada tiempo histórico. Ya sea desde el obcecamiento del naturalismo en el campo experimental literario hasta las tendencias pictóricas realistas más fieles a la virtuosidad de las copias de cualquier paisaje: siempre el anhelo de total objetividad seguía muy de cerca el camino de las lupas del laboratorio. Pero, bajo la aparente benevolencia que hay en la estela de las ciencias naturales, se esconde un peligroso mecanismo de reproducción. Y esto fue lo que animaba tanto a la fe ciega en el progreso de las teorías del evolucionismo. 

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Fue al principio Thomas Moro quien hizo gala de los mejores ideales renacentistas imaginando una sociedad utópica más tarde dibujada entre falansterios por el socialismo francés de Saint-Simon. Luego fue la pluma del escritor norteamericano Aldous Huxley quien establecería un hipotético mundo feliz que ya contenía los mismos ramalazos de fatalidad que la fecha “1984” en la afamada novela del magnífico George Orwell. Unas y otras, apostaron en su momento por ofrecer entre el derrame normativo de tinta bíblica un perfil para la posteridad, todas ellas puestas ya a la venta como utopías con un código de barras.  

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Las manifestaciones que irrumpieron en las calles de todo el mundo frente a la guerra de Vietnam, tuvieron el mismo cromatismo que dio luz a las noches de alboroto cuando se desencadenó la toma del Palacio de Invierno en Moscú, al igual que las algaradas por los adoquines de París retumbaron con la misma fuerza que las balas ensangrentadas en la Plaza de Tlatelolco. No sabemos qué pasará mañana, pero la revolución siempre parece hacer sus pinitos cuando alguien se decide finalmente a destapar un arco iris.

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Las noticias diarias anuncian el parte policial de la nueva arribada dramática de una patera inundada con más de 150 inmigrantes irregulares. Los prototípicos Ulises subsaharianos que osaron cruzar el estrecho han sucumbido a la tenebrosa metafísica de la Deuda Externa. A la misma vez, un crucero trasatlántico repleto de distinguidos visitantes británicos y holandeses llega hasta el Puerto de La Luz donde recitaba el modernista Alonso Quesada, invitados por las autoridades locales a una degustación de plátanos con gofio y un suculento postre de bienmesabe repartido por azafatas con  típicos trajes folclóricos. El Premio Nobel colombiano Gabriel García Márquez firmaría con agrado un guión de tanto realismo mágico, ya que ni la lluvia de gorriones muertos de los “Cien años de soledad” en Macondo superan en trascendencia la fotografía de aquel Adán africano que la marea llevó hasta las Dunas de Maspalomas. Para el colmo de los titulares periodísticos, una inversión institucional ha cerrado un acuerdo multimillonario para que cosmonautas rusos disfruten de un Centro especial de vacaciones en las islas, uniéndose bajo un mismo palmeral la jet-set del Kremlin con la temida mafia del Este, apareciendo spots televisivos con los sueños futuristas del gran fabulador Julio Verne promocionando el archipiélago como un mismísimo viaje a la Luna.  

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Una arquitectura descomunal brota como los herpes en la calidez de las islas siempre anheladas por Malinowski- referente de la antropología moderna- que de volver por estas costas de sol y playa debiera doctorarse en la ciencia de la criminología. Y es que, las contradicciones cada vez más sentidas entre el desarrollo equilibrado y sostenible de un pueblo y la inversión casi total de sus propiedades naturales para racionalizar rentablemente el ampuloso negocio turístico se asemejan con un parentesco de película a Miami. De esta forma, las autoridades han facilitado con sus decretos un ambiente virtual de magnitudes futuristas, con espacio y tiempo prefabricados, en virtud de ofrecer a la carta unos servicios de ocio 5 estrellas para el consumidor europeo. Por cierto, esa emergente clase turista que el mismísimo Karl Marx nunca diagnosticó. Y es que, los millones de visitantes que pisan el Aeropuerto Doña Sofía son en alto porcentaje asalariados con su mes de relajo, garantías etiquetadas por la socialdemocracia germana y el laborismo británico sin contar los que vienen directamente de Madrid con derecho a residencia. Esta fluctuante presión demográfica, lleva consigo una teleología de último modelo pues la tajada económica de los beneficios generados tiene como primer y último motor el circuito de capital financiero europeo. La bienaventuranza de las familias hospedadas en overbucking tiene así plenas potestades para el máximo aprovechamiento lúdico en las piscinas y las discotecas, la maximización moral de su pasaje "terapéutico", disfrutando de un destino situado geográficamente en ninguna parte: aquella ensoñación padecida por André Breton al contemplar  las Cañadas del Teide.

***

Cuando Stendhal, escritor romántico francés de las guerras napoleónicas, visitó en su día Florencia, bautizó con su propio nombre al síndrome que provocaba en los visitantes un éxtasis por la belleza radiante del patrimonio universal. Ahora bien, no debe confundirse la naturaleza desbordante de los enclaves paisajísticos con la belleza despampanante de las obras de arte, ya que lo sublime despierta en el espectador una sensación de grandiosidad angustiosa, algo así como el sentimiento de un alpinista que al borde del Everest contempla la majestuosidad de las alturas estratosféricas. Mientras que, por otro lado, lo bello provoca a su manera un estado de tibia gracia pasajera que por sobredosis puede llevarnos a padecer el síndrome estendaliano. No hace mucho tiempo, el poeta canario Lázaro Santana, durante sus cortas estancias en la ciudad italiana de Florencia donde habita el legado de los Médicis, confesaba no haber padecido semejante estado de embriaguez, sino que más bien entre las páginas inundadas por el aroma de los cafés expresos acusaba la presencia masiva de los turistas que únicamente a ciertas horas de la tarde daban un respiro a la ciudad.  Sólo entonces, se podía contemplar de cerca el pulso cotidiano de la vida de los lugareños en flamante pérdida de autenticidad, algo que recuerda muy de cerca la polémica desatada por el escritor Régis Debray contra la mítica Venecia transformada en un parque temático lleno de aglomeraciones: son los mismos turistas con calcetines de colores y sombreros ridículos que marchan por las calles más emblemáticas de las islas.

 
Samir Delgado, Una casa mal amueblada, Baile del Sol (2010)

miércoles, 10 de mayo de 2017

"Clandestinos". Sobre un cuadro del artista Pedro González (1927-2016)

De la serie "La Patera" del artista canario Pedro González



LA vorágine del dolor acecha en el anonimato.
            Negras figuraciones encarnan al hombre. Y la mujer.
            Seres con el don cercenado de la mirada en tinieblas.
            Una balsa a la deriva para la concatenación de la barbarie.

            Nunca la isla soportó en su regazo tanto dolor inmemorial.




Samir Delgado, Cosmovisión atlántica. La isla que habita en los cuadros (2012)