Robert Rauschenberg’s “Port of Entry, Anagram (A Pun)” 1998 |
El soñador cuya
mirada estremecida cae sobre el fragmento
que sostiene en su
mano viene a transformarse en alegórico
Walter Benjamin
1, A-2010
***
Cuán lejos quedó ya la tarea del mítico Hermes, insigne portavoz de los
dioses griegos, que traía consigo desde los altos cielos olímpicos aquellos
mensajes que sostenían el orden en la vida de los mortales. Y muy a pesar de
esta remota lejanía, todavía en la mayoría de sociedades occidentales pervive
entre los códigos legales de la constitucionalidad
una especie de autoridad divina, la voz perdurable de una tradición que se
impone con el paso del tiempo como algo propio de la naturaleza. Parece como
si, en un show callejero los voceros de los mass media que controlan la información del nuevo orden mundial nos ofrecieran
con el juego de la televisión una verdad
revelada sobre el mundo como en los tiempos de la magia medieval.
***
Hay una escena paradigmática en la película “Annie Hall”(1977) de Woody Allen y Diane Keaton, que vale como lección para la mayoría de los
profesores universitarios: mientras hacen cola para ir al cine, un profesor de
la universidad de Columbia atormenta
al cómico Alvy Singer con una
retahíla sobre sociología del arte y las tesis semióticas de Marshall McLuhan. En un arranque de
sarcástica originalidad, Woody Allen
se dirige a la cámara y ante el molesto pedante que clamará por la libertad
expresiva y su autoridad universitaria, aparecerá repentinamente el propio
autor de la “Galaxia Gutenberg” (1962),
que en viva persona reprochará al profesor que todas las teorías por su boca no
suenan más que a un dislocado popurrí de falacias. Es una pena que, en las
aulas de muchas facultades, no existan también este tipo de bambalinas
cinematográficas para la recusación de teorías.
***
No son pocos los retratos al óleo sobre la efigie de
numerosos filósofos antiguos y modernos que en su día posaron de cara a la
galería de la inmortalidad, cada uno en particular representando a las
distintas vertientes epistemológicas de la historia de la filosofía occidental.
Pero una cosa les une a todos por igual, ya sea desde las prestigiosas entradas
de la Enciclopedia Británica
hasta el Diccionario Ferrater Mora:
siempre yacerá en el trasfondo de sus semblantes el mismo patriarcalismo que ha predominado en
las instituciones de toda la cultura
oficial.
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Ningún ejemplo más contundente sobre la represión en
los centros de internamiento psicológico que la novela de Ken Kesey “Alguien voló sobre el nido del
cuco” (1962) llevada con un éxito ya consumado al cine clásico gracias
al director Milos Forman. Y es
que en las ramas especializadas de la psiquiatría todavía planea la suposición
idealista de que las batas blancas y los fármacos clínicos podrán seguir de
cerca los trastornos mentales del enfermo cuyos problemas son derivados de su
propio infortunio. Menos mal que todavía algunos libros siguen vinculando con
sutil clarividencia los síntomas de la esquizofrenia
con el modo de vida en el capitalismo.
En la escena del indio norteamericano
que se libera del panóptico
está la clave del futuro.
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Con la invención de la daguerrotipia en la génesis
de la modernidad aumentaron las esperanzas por alcanzar en las representaciones
de todo tipo la completa objetividad de cada tiempo histórico. Ya sea desde el
obcecamiento del naturalismo en
el campo experimental literario hasta las tendencias pictóricas realistas más
fieles a la virtuosidad de las copias de cualquier paisaje: siempre el anhelo de total objetividad seguía muy de
cerca el camino de las lupas del laboratorio. Pero, bajo la aparente
benevolencia que hay en la estela de las ciencias naturales, se esconde un
peligroso mecanismo de reproducción. Y esto fue lo que animaba tanto a la fe
ciega en el progreso de las teorías del evolucionismo.
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Fue al principio Thomas Moro quien hizo gala de los
mejores ideales renacentistas imaginando una sociedad utópica más tarde
dibujada entre falansterios por el socialismo francés de Saint-Simon. Luego fue
la pluma del escritor norteamericano Aldous Huxley quien establecería un
hipotético mundo feliz que ya contenía los mismos ramalazos de fatalidad que la
fecha “1984” en la afamada novela del magnífico George Orwell. Unas y otras,
apostaron en su momento por ofrecer entre el derrame normativo de tinta bíblica
un perfil para la posteridad, todas ellas puestas ya a la venta como utopías
con un código de barras.
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Las manifestaciones que irrumpieron en las calles de
todo el mundo frente a la guerra de Vietnam,
tuvieron el mismo cromatismo que dio luz a las noches de alboroto cuando se
desencadenó la toma del Palacio de
Invierno en Moscú, al
igual que las algaradas por los adoquines de París retumbaron con la misma fuerza que las balas
ensangrentadas en la Plaza de
Tlatelolco. No sabemos qué pasará mañana, pero la revolución siempre parece hacer sus
pinitos cuando alguien se decide finalmente a destapar un arco iris.
***
Las noticias diarias anuncian el parte policial de
la nueva arribada dramática de una patera inundada con más de 150 inmigrantes
irregulares. Los prototípicos Ulises subsaharianos que osaron cruzar el
estrecho han sucumbido a la tenebrosa metafísica de la Deuda Externa. A la misma vez, un crucero trasatlántico
repleto de distinguidos visitantes británicos y holandeses llega hasta el
Puerto de La Luz donde recitaba el modernista Alonso Quesada, invitados por las
autoridades locales a una degustación de plátanos con gofio y un suculento
postre de bienmesabe repartido por azafatas con
típicos trajes folclóricos. El Premio Nobel colombiano Gabriel García
Márquez firmaría con agrado un guión de tanto realismo mágico, ya que ni la
lluvia de gorriones muertos de los “Cien años de soledad” en Macondo superan en
trascendencia la fotografía de aquel Adán africano que la marea llevó hasta las
Dunas de Maspalomas. Para el colmo de los titulares periodísticos, una
inversión institucional ha cerrado un acuerdo multimillonario para que
cosmonautas rusos disfruten de un Centro especial de vacaciones en las islas,
uniéndose bajo un mismo palmeral la jet-set del Kremlin con la temida mafia del
Este, apareciendo spots televisivos con los sueños futuristas del gran
fabulador Julio Verne promocionando el archipiélago como un mismísimo viaje a
la Luna.
***
Una arquitectura descomunal brota como los herpes en la calidez de las
islas siempre anheladas por Malinowski- referente de la antropología moderna- que de volver por estas costas
de sol y playa debiera doctorarse en la ciencia de la criminología. Y es que, las contradicciones cada vez más
sentidas entre el desarrollo equilibrado y sostenible de un pueblo y la
inversión casi total de sus propiedades naturales para racionalizar
rentablemente el ampuloso negocio turístico se asemejan con un parentesco de
película a Miami. De esta
forma, las autoridades han facilitado con sus decretos un ambiente virtual de
magnitudes futuristas, con espacio y tiempo prefabricados, en virtud de ofrecer
a la carta unos servicios de ocio 5 estrellas para el consumidor europeo. Por cierto, esa emergente clase turista
que el mismísimo Karl Marx
nunca diagnosticó. Y es que, los
millones de visitantes que pisan el Aeropuerto Doña Sofía son en alto porcentaje asalariados con su
mes de relajo, garantías etiquetadas por la socialdemocracia germana y el laborismo británico sin contar los que vienen directamente de Madrid con derecho a residencia. Esta fluctuante
presión demográfica, lleva consigo una teleología de último modelo pues la tajada económica de los beneficios generados
tiene como primer y último motor el circuito de capital financiero europeo. La
bienaventuranza de las familias hospedadas en overbucking tiene así plenas potestades para el máximo
aprovechamiento lúdico en las piscinas y las discotecas, la maximización moral
de su pasaje "terapéutico",
disfrutando de un destino situado geográficamente en ninguna parte: aquella
ensoñación padecida por André Breton al contemplar las Cañadas
del Teide.
***
Cuando Stendhal,
escritor romántico francés de las guerras napoleónicas, visitó en su día Florencia, bautizó con su propio nombre al síndrome
que provocaba en los visitantes un éxtasis por la belleza radiante del
patrimonio universal. Ahora bien, no debe confundirse la naturaleza desbordante
de los enclaves paisajísticos con la belleza despampanante de las obras de
arte, ya que lo sublime
despierta en el espectador una sensación de grandiosidad angustiosa, algo así
como el sentimiento de un alpinista que al borde del Everest contempla la majestuosidad de las alturas
estratosféricas. Mientras que, por otro lado, lo bello provoca a su manera un estado de tibia
gracia pasajera que por sobredosis puede llevarnos a padecer el síndrome estendaliano. No hace mucho tiempo, el poeta canario Lázaro
Santana, durante sus cortas estancias
en la ciudad italiana de Florencia
donde habita el legado de los Médicis, confesaba no haber padecido semejante estado de embriaguez, sino que
más bien entre las páginas inundadas por el aroma de los cafés expresos acusaba la presencia masiva de los turistas
que únicamente a ciertas horas de la tarde daban un respiro a la ciudad. Sólo
entonces, se podía contemplar de cerca el pulso cotidiano de la vida de los
lugareños en flamante pérdida de autenticidad, algo que recuerda muy de cerca
la polémica desatada por el escritor Régis Debray contra la mítica Venecia transformada en un parque temático lleno de
aglomeraciones: son los mismos turistas con calcetines de colores y sombreros
ridículos que marchan por las calles más emblemáticas de las islas.
Samir Delgado, Una casa mal amueblada, Baile del Sol
(2010)
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