Obra de Patricia Delgado, "La mecedora" Óleo sobre lino (Sala Conca, 2009) Portada del libro |
“La cultura, como la historia,
es
un fenómeno en evolución,
ligada
a la realidad económica y social del medio”.
AMÍLCAR CABRAL
Por Francisco Javier González
(Isla de La Gomera, 2010)
He comenzado con una cita de Amílcar Cabral y un título que parece calcado del de “La Liberación Nacional y la Cultura”
que fue el texto que el guineano leyó en la Universidad de Siracusa con motivo de un homenaje al primer
presidente del FRELIMO, Eduardo Mondale, cuyo nombre lleva
hoy la Universidad de Maputo.
Para Cabral
-alma Mater de la independencia
de Guinea Bissau y de la
macaronésica Cabo Verde- ante
la dominación foránea, el pueblo debía oponer una tenaz resistencia cultural
con el objetivo de “la conquista de la
independencia nacional y con la perspectiva de la construcción del progreso
económico y social”. A ojos de Cabral,
la cultura constituye el elemento más esencial de la historia de un pueblo, sea
el pueblo que sea. Para él, “la
cultura es, quizás, el producto de su historia tanto como la flor es el producto
de una planta”, pero ¿la cultura es “solo” el producto de la historia o
es también un motor de la misma?.
El marxismo clásico plantea que la
historia es el desarrollo de la lucha de clases, pero ¿qué es la cultura sino
la comprensión del propio valor histórico, del yo individual y colectivo, de
los derechos y deberes, de las relaciones humanas y las del hombre con el
medio? ¿Podría, entonces, ser la lucha de clases el motor de la historia sin
que las clases, mediante la cultura, tomen conciencia de sí mismas y de su
realidad?.
¿Podría entenderse la Revolución Francesa sin ser precedida por la Ilustración?. ¿No fueron primero los
libros y luego los fusiles de la Comuna?.
Creo que es la cultura la que confiere un carácter particular, individual, al
fenómeno histórico, aunque, como fenómeno colectivo, diluye esa subjetividad
del individuo y su necesidad particular en la objetividad colectiva como
sociedad y, dentro de esta, de la necesidad de la clase a la que pertenece y
del pueblo en que esta se integra.
Nos surge ahora otra cuestión: el creador
individual, el escritor, el artista, como portador de esa individualidad,
¿puede crear “arte puro”, aislado de su entorno social?. Y si esto, que viene a
ser algo así como el sexo de los ángeles, no es posible ¿es el creador un
simple plasmador de la realidad que lo rodea o, por el contrario, su creación
tiene capacidad transformadora sobre ese entorno e, incluso, sobre su
dintorno?. En la realidad, la fórmula –antigua fórmula permanentemente
rediviva- del “arte puro” no es más que el refugio banal del que medra en su
contexto social, al que no enjuicia ni critica, y busca solo un cierto orgasmo
estético que no pasa de ser un onanismo sin horizontes, aunque se vista de
sonoros nombres de escuelas, corrientes o tendencias posmodernas.
El conceptismo extremo, la palabra por si misma, el
sonar de los claros clarines, no pasa de ser un guiño cómplice y complaciente
con la sociedad en ese momento dominante. Es el predominio del continente sobre
el contenido, carece del sentido utópico, de la utopía como barrunto de un
orden nuevo y diferente, del proyecto de futuro que tiene –o debe tener- la
expresión cultural creadora.
Estos son los conspicuos ocupantes
de los sillones de tertulias “intelectuales” de casinos y ateneos, profetas de
su limitado círculo a los que el siempre lúcido Antonio Bermejo llamó “gallitos
que lanzan su canto fanfarrón subidos en lo alto de sus estercoleros”.
Frente a estos “famas” cortazarianos, que terminan siempre deviniendo en
aburridos “esperanzas”, Samir Delgado ha elegido ser “cronopio” -y,
como buen cronopio, idealista y sensible- pero apegado a la tierra y luchando
por ella.
Deja además Samir
Delgado bastante clara su idea al respecto en el artículo de esta obra, “A los poetas celestes”, al decirnos
que “la política y la estética pueden
ir juntas, sin caer en la demagogia arbitraria de un panfleto, sin caer en el
preciosismo gratuito de un soneto…”. En realidad la creación -literaria,
artística, filosófica, técnica, científica…- es, como todo acto cultural,
resultado del desarrollo histórico, hija del momento en que surge, y su autor,
el creador, como el campesino, el obrero manual o el deportista, es el producto
de su época y de su sociedad.
No sin razón
escribía Mao Tse-tung: “No existe en realidad el arte por el arte,
ni arte que esté por encima de las clases, ni arte que se desarrolle al margen
de la política o sea independiente de ella”. No hay más posibilidades
reales para la creación que realizarla para la transformación de la sociedad o
realizarla para continuar el status y justificar su permanencia.
El creador intelectual, pues, no es alguien fuera
de su tiempo y su lugar. Tiene una función determinada en la sociedad:
perpetuarla o transformarla. Samir
Delgado lo asume y se manifiesta con “la obligación de tomar partido ante los hechos” y muy “lejos de refugiarse en escapismos estéticos
y clichés narrativos importados”.
Todos los hombres son intelectuales, porque como
nos aclaraba Gramsci “no hay actividad humana de la cual se pueda
excluir toda intervención intelectual, no se puede separar al homo faber del
homo sapiens”, cada cual, sea cual sea su profesión o su nivel de
formación es, a su forma, prosigue Gramsci,
“un filósofo, un artista, un hombre de
gusto, participa de una concepción del mundo, tiene una consciente línea moral”,
pero el “intelectual” en el sentido cotidiano y pleno de la palabra, es el
creador consciente de sí mismo, de aquello que crea y de para que lo crea. No
es, ni puede ser nunca, el receptor-poseedor de un saber enciclopédico que
levanta a su alrededor un muro protector de su supuesta superioridad cultural,
ni el que cuelga en su pared títulos universitarios y algún master de cualquier
universidad privada.
Es el que, recogiendo el saber y sentir de su
pueblo, no se limita a describirlo literariamente, sino que trata de exponer,
mediante el lenguaje de la cultura, la expresión de ese sentir que el pueblo no
puede expresar. Es la voz de los sin voz, un mediador de la cultura desde y
hacia el pueblo del que forma parte, y ese sentido de la creación “desde y
para” es lo que late en los epígrafes de todo este libro de Samir Delgado.
El grado máximo de la opresión sobre un pueblo es
secuestrarle su historia e impedirle desarrollar, a partir de ella, su propia
cultura. “Enterrar la memoria
histórica de un pueblo es desarmarlo frente a la opresión, es enterrarlo a él
mismo” nos decía Sekou Touré.
Esa historia nos ha sido arrebatada y tergiversada por la dominación colonial.
Han empezado arrancándonos hasta nuestro lugar físico en este planeta.
Por ello, crear nuestra propia cultura, la
indispensable para liberarnos, requiere empezar a tomar conciencia de nuestra
africanidad en contra, expresamente, de los eurocantos de sirena de nuestras
autoridades delegadas, tanto culturales como políticas. El párrafo siguiente, “….la burguesía trató de formar el concepto
de que la “cultura” era únicamente la europea, contraponiéndola a la africana
como “no cultura”. Esta
distorsión de la realidad se realizaba con indudable finalidad político-ideológica,
y nos separaba de pueblos a los cuales estamos unidos en la historia por una
misma explotación y por múltiples elementos culturales, comunes en sus
orígenes” parece el resultado de un análisis sobre el papel de
aculturación y destrucción identitaria que caracteriza a la actuación de la
burguesía dependiente canaria y de sus lacayos intelectuales, esos que se
niegan a crear una cátedra de estudios y lengua amazigh, pero no es así, pertenece a “La Historia como arma” del cubano Manuel Moreno Fraginals, escrita para una sociedad, como la
cubana, que tiene mucho en común con la canaria.
Es esa aculturación, libresca y castradora, la que
denuncia Samir Delgado, con
feriantes que rememoran a Viera con
juguetes aerostáticos –el primer globo que construyó Viera en Madrid
era serio, no una boutade de
popes “culturales”- para celebrar el “Día
de la Letras Canarias”, con “la
elite cultural arrimada con eterno retorno sobre las bandejas de sabrosas
croquetas frías” y disertaciones de algún Premio Canarias, de los que, dicho sea de paso, opino que sobran
más de uno y faltan unos cuantos, como por ejemplo Francisco Tarajano Pérez, aunque a mi querido amigo Paco difícilmente se lo darán por su
comprometida trayectoria intelectual en lucha por nuestra independencia
nacional, ejemplo justamente de lo que estoy describiendo como intelectual.
Samir Delgado, que es consciente de “lo maquiavélica o liberadora que puede llegar a ser la educación como
diseño de la identidad”, de “la
incultura de la endofobia” y de “que
llevamos siglos forzados de espalda al continente”, aprecia por ello el
puente cultural canario-senegalés que El
Hadj Amadou Ndoye tiende, desde
hace muchos años.
Amadou fue un buen colaborador de la revista “La Sorriba” que tuve el honor de
dirigir. Guardo todavía una foto que me envió de una agarrada de lucha
senegalesa entre el pequeño Boy Niang
y el gigante del equipo de Oualo,
Mohamed Aly, que parece un
calco de una antigua foto de una agarrada histórica entre Tabletas y Mandarria y en la que, como en nuestra lucha, el chico ganó y el
grande perdió, todo ello aunque nuestra “intelligentsia”
criolla, euroapapanatada, se
empeñe en buscar los orígenes de la lucha canaria en Suiza o en León.
Pero la cultura es dinámica, aunque hunda sus
raíces en la historia, por lo que el intelectual comprometido con su pueblo y
su devenir no puede, de ninguna forma, abstraerse de su evolución, como no
puede obviar su pasado. Por ello tampoco puede renunciar a la creación de una
nueva cultura, siempre específica para su pueblo, que sea, ella misma,
expresión de una nueva moral de liberación, opuesta a la moral de dominación y
explotación, a la del beneficio fácil, la destrucción del territorio y la
destrucción de la idiosincrasia propia del pueblo y su identidad.
Una cultura que sea un paso más en la lucha por
romper privilegios, acabar con prejuicios y avanzar en lo que es realmente la
espina dorsal de la historia: la lucha del esfuerzo humano por la libertad y la
dignidad, libertad y dignidad que la dominación exógena siempre niega, antes
con el puro y brutal ejercicio de la fuerza, ahora, como en la obra del kabilio
Mulud Mammeri con la estrategia
de “L’opium et le bâton” y
alguna zanahoria en forma de prebendas tipo RIC para la burguesía dependiente.
Plantea Samir
Delgado un interrogante, que venimos arrastrando in hilo tempore de Viana
y Cairasco, sobre
“literatura canaria” o “literatura hecha en Canarias”. Ya mi amigo y compañero
de brega en muchos y diversos aconteceres, Africo Amazigh, ha contestado en sus trabajos, esencialmente en
“El árbol de la Nación Canaria”.
Por mi parte ya he expresado que, para mi, “Cultura Nacional” canaria es solo
la que se hace en función y con destino a la consecución de la independencia
política, que no tiene, por fuerza, que ser “Cultura Popular”.
¿Qué características le impone esa premisa?. En el
actual estado de desarrollo de la lucha política en Canarias, fundamentalmente una: la crítica del sistema. Recuerdo
que hace ya bastantes años, uno de mis profesores en la Facultad de Químicas de Aguere,
José Antonio Padrón, más
filósofo y literato que químico y privilegiado compañero de cultura
peripatética con Isaac de Vega
y Rafa Arozarena, me decía
cuando le hablaba del impacto que entonces me causó “Fetasa”: ¿Sabes lo que son Isaac y Rafa?
¡Clavos en el zapato de esta sociedad!.Ahora bien, la crítica no puede ser solo
sobre la estética de la obra realizada. Tiene que ser ética, ahondar en la raíz
ideológica que motiva y transmite la obra y enmarcarla en una cultura que sirva
al propósito de la liberación individual y colectiva, porque, hay que
recalcarlo, no hay creación de ningún tipo separable de la historia y de la
política. Esta faceta está permanentemente presente en esta obra con un
escritor que confiesa que esta suya es “literatura
de terrero”.
Para terminar este prólogo que, burla burlando se
me alarga más de lo prudente, me planteo ¿no será –junto con el “síndrome del colonizado”- el
alejamiento de su realidad social y política una de las causas del escaso
interés que el canario del común siente por muchos de nuestros escritores?.
Desde los años 60 del pasado siglo, con el fuerte rebrote del sentimiento
identitario y de la lucha independentista, se produjo un boom creador en Canarias desde la música hasta la
literatura. Como ejemplo valen los “Cuadernos
de Historia” de Hermógenes
Afonso/ Hupalupa editados por Solidaridad
Canaria con una tirada inicial de 10.000 ejemplares rápidamente
agotados, o el “Natura y Cultura”
o las “Antologías de textos de
Literatura Canaria” de Rafael
Franquelo y Víctor Ramírez…
y así toda una pléyade de escritores que han llegado al lector.
Fuertemente críticos, rompen los adocenados moldes
de los, en acertada definición delgadiana,
“lacayos de librea que van a las
cortes para hacerle la venia al amo”, esos que apuntalan con sus obras
el sistema colonial, destructor de nuestra realidad. Es esta faceta lacayuna de
creadores ad hoc del arte por
el arte, de pavos reales de ajadas plumas, la que Samir Delgado fustiga, con inusitada dureza, en “Juventud punto com”, al mostrar la
problemática desnuda de nuestra esperanza como pueblo: la juventud. Pero, en un
buen ejercicio como intelectual orgánico, oferta, junto al análisis crítico, el
horizonte de la solución: “nuevos
cauces de participación democrática… capacidad de decisión… elegir libremente
los pasos a dar… ser los artífices de un desarrollo equilibrado y sostenible,
con la redistribución de la riqueza y factores sociales igualitarios… para
construir el futuro cambiando el presente por una Canarias Libre”.
Yo solo añadiría que Samir Delgado, un escritor joven, sin prescindir de un
continente sobrio y elegante para envolver un substancioso contenido, está
resumiendo en esta apretada síntesis final, un programa de la Izquierda Nacional Canaria.
Del libro, Una
casa mal amueblada, Baile del Sol, Islas Canarias (Mayo, 2010)
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