jueves, 30 de enero de 2020

El limo de la reminiscencia “Por el gran mar” de Andrés Sánchez Robayna

Andrés Sánchez Robayna "Por el gran mar" (Galaxia Gutenberg, 2019)


Hay libros en el devenir de la vida literaria de un autor contemporáneo que marcan un compás decisivo para atraer nuevos lectores de poesía en el mercado editorial. La visibilidad de una obra poética en el transcurso de esta tercera década de siglo depende de muchos factores que tienen que ver no solo con la trayectoria vital de un autor, sino también con la profundidad de su escritura, el potencial de trasvase de vivencias universales, el sentido gravitacional que habita en el universo poético de una voz. El más reciente libro de Andrés Sánchez Robayna (Las Palmas, 1952) titulado “Por el gran mar” (Galaxia Gutenberg, 2019) es uno de esos libros que a toda página están llamados a significarse como punta de iceberg de una biografía poética indispensable para entender el crisol del panorama poético en español, más aún al retratar de un modo íntegro la cosmovisión de su personalidad creativa, un poeta clarividente y solar que ha acentuado el poder revelatorio del lenguaje y el valor de la reflexión crítica en estos tiempos de incertidumbre global.

En México, la obra literaria del poeta y profesor Andrés Sánchez Robayna atesora un reconocimiento dilatado en el tiempo y ha facilitado el puente cultural para un diálogo fructífero en el mundo de las letras en español. Desde la publicación de una antología de poemas en la editorial Vuelta hasta la práctica aparición de los tres volúmenes de sus diarios en el prestigioso Fondo de Cultura Económica, la firma del autor canario se ha consolidado en la orilla mexicana como una de las expresiones del ámbito literario en español y su legado conserva tras multitud de libros y quehaceres la fértil amplitud de una mirada singular que aboga desde sus orígenes por la poesía y la modernidad ante los derroteros de la nueva era digital y cibernética. Su trayectoria como profesor universitario en la Cátedra de literatura española de la Universidad de La Laguna ya ha supuesto la donación de buena parte de su biblioteca, el antecedente primordial de la Revista Syntaxis y la importantísima labor de impulso y consolidación del Taller de Traducciones, que permanece como un espacio necesario para visibilizar la poesía internacional en el declinado universo de las humanidades. 

Una dedicación que además ha estado enriquecida con la constante aportación de obra ensayística de capital trascendencia, en asuntos relativos al paradigma de figuras históricas como Góngora, el diálogo con el arte y los artistas -suyo es el reciente libro dedicado a la obra plástica de Jorge Oramas- y la temática de la insularidad que ha ocupado al autor durante décadas, desde la imprescindible reunión de poetas canarios bajo el título Museo atlántico de principios de los ochenta, hasta el Cuaderno de las islas publicado por Lumen al principio de la década que acaba de concluir, y donde se citan textos de todas las épocas y lenguas bajo el designio y el hechizo de los horizontes insulares. Y no sobra recalcar otros impulsos de enorme significación como la edición primera que realizó Sánchez Robayna del poemario Lo imprevisto de Domingo López Torres –autor justamente homenajeado el pasado año por la ciudad de Santa Cruz de Tenerife- y la dedicación frecuente al estudio y difusión de la vanguardia artística y literaria de las islas que cada nueva década renueva el atractivo potencial de la tradición canaria en el marco casi inexplorado de una historia literaria de los territorios polifónicos de la insularidad atlántica del Caribe y la Macaronesia.

Además, para Andrés Sánchez Robayna el año 2019 supuso la oportunidad de una nueva edición de El libro, tras la duna (Sexto Piso), un volumen original de 2002 indispensable en su recorrido poético que incorpora esta vez novedades como el prólogo del francés Yves Bonnefoy, extractos de diarios sucintos que valen como documento heurístico del proceso de escritura y el dibujo original que Antoni Tápies dedicó especialmente a un poemario crucial en el desarrollo de los ciclos poéticos del autor. La luz y el mar, así como la isla toda, constituyen el espectro del mundo interior del poeta que ausculta el limo de la reminiscencia, el tiempo de los astros y el de la memoria familiar con un mismo pulso creador, el conjunto de su obra es un acicate para la indagación permanente del lenguaje que posibilita la propia huella de la vida en el deambular inexorable del tiempo. Y vuelven de nuevo París o Barcelona a ser las ciudades de evocación autobiográfica, junto a la luminosidad atlántica del paisaje insular que es habitado por medio del poema, más que como escenario escogido a priori bajo una determinación funcional, como en los sueños resultan ser el barranco y el oleaje, las nubes y las rocas, los signos vitales y geománticos de una hermenéutica que aspirando con influjo del romanticismo a lo absoluto y a la eternidad, es capaz de brindar al lector del mañana instantáneas de la vida personal que trascienden hacia una mirada universalizable de la propia existencia y la configuración del hecho poético como un elemento de verdad, de aletheia, de empatía humanizadora que reviste a la escritura de un grado de conciencia iluminadora y resistente ante la estandarización del yo desalmado y teledirigido de la globalización económica.

En el latido de la obra poética de Sánchez Robayna se encuentra un halo místico que afirma el surgimiento de un no saber que es perplejidad aurática y esplendente de la experiencia de vivir y del lenguaje ante el imperio de la racionalidad tecnologizante y el ordenamiento hiperconsumista de los deseos. Como en toda producción literaria de largo alcance, de la lectura meditada de sus libros y la consulta sistemática de sus diarios, pueden hallarse los indicios y las huellas de una reveladora incursión hacia el misterio mismo de la vida y la apasionante suculencia de una mirada hacia la naturaleza insular que desprende todo el magma utópico que ha destellado en cinco siglos diferentes momentos de universalidad y cosmopolitismo.

Ha estado siempre Sánchez Robayna muy cerca de Lezama Lima o de Juan Ramón Jiménez, el diálogo con la tradición no ha estado exento de modalidades de experiencia discursiva y de tramos de dilucidación poética para la vertebración de una moral de la imagen que se sucede como lingotes de significación vital. Así la campana tañe repetidamente en el trasfondo de la memoria, el bosque transitado o el ave irreal registran lo desconocido que resurge en el poema con la estatura filosófica de un proyecto de escritura que ha alcanzado el clímax de las coordenadas de la poesía para todas las épocas y lugares. En su nuevo libro, el poeta inicia el tempo de la lectura mediante el conjuro de una ola y la evocación trascendental de instantes de la infancia en la isla, el autor invoca la obertura de los treinta y cinco poemas que constituyen un libro providencial dedicado a la persona amada de un modo profundamente conmovedor, ante los avatares de la finitud y de la muerte, y que sin duda alguna potencia la entrada de lleno en el mundo propio del autor que ha sido referente de un oficio escritural que ha combinado el ensayo, la poesía y los diarios como un proyecto vital unitario.

Al igual que Octavio Paz o José Ángel Valente, autores afines con un lugar destacado en el patrimonio de amistades poéticas que han enriquecido la mirada de Sánchez Robayna, el mar y la isla del poeta canario van más allá de la pradera de Frédéric Boyer o la Rua dos Douradores de Pessoa-lugares y espacios de fundación mitopoética- siendo el firmamento escrutado de la isla, el volcán y su silencio ancestral, la cartografía genuina de una escritura que refulge desde la carne propia como un tránsito existencial que espejea la hondura y el vértigo de la interrogación contempladora y el hallazgo de la belleza compartida que el poeta siempre ha confiado en un acto permanente de donación al lector, de la palabra y la imagen, del mundo y de la luz, mientras “resuena la grava, el sol revive, el cielo gira”.              

Samir Delgado, 2020

Publicado originalmente en el suplemento cultural El Perseguidor
Diario de Avisos, Islas Canarias

miércoles, 1 de enero de 2020

“Una tercera dimensión, un espacio poético y plástico” Reseña del libro Jardín seco



Michael K. Schuessler
Profesor y ensayista, Doctor en Lenguas y Literaturas Hispánicas por la Universidad de California (UCLA)

Hace no mucho escribí un breve texto sobre el vate estadunidense Walt Whitman, quien en 2019 cumplió 200 años, y cuyo verso libre y estentóreo servía para recordarme que muy pocos poetas aún practicaban los versos cincelados y platerescos del aquel siglo de oro español, que, por cierto, abarcó dos siglos: ya casi no se escriben sonetos, ni liras, ni décimas, ni, mucho menos, silvas, si bien estas eran las formas que había estudiado con tanto entusiasmo durante años en UCLA, en particular bajo la tutela de mi recién desaparecido maestro, el español exiliado en México, José Pascual Buxó: no solo gran autoridad en la cultura literaria novohispana, sino poeta él mismo, y muy bueno. Esto lo menciono porque debo confesar que descubrí la belleza y el ingenio de la poesía contemporánea guiado por los sinuosos versos de Samir Delgado, quien, en el libro Jardín seco evoca y practica una especie de poesía sincrética que si bien ha dejado atrás el corsé formal de octosílabos y endecasílabos, encierra en su esencia los valores más insondables, inabarcables, diría también “inefables”, de la poesía universal, es decir, la poesía con “p grande”.
En primer lugar, muchos, si no todos, de estos poemas se inscriben en el subgénero poético llamado “écfrasis”, y con eso quiero decir que son versos que, a partir y por medio de imágenes verbales, recrean obras artísticas, plásticas, en este caso los lienzos de Fernando Zóbel, un extraordinario pintor español nacido en Filipinas, a quien, debo confesarles, yo desconocía por completo. Así que la primera tarea de esta encomienda fue la de buscar información sobre este artista, su juventud filipina, sus estudios en la universidad de Harvard, su contacto con el arte abstracto de artistas estadunidenses de la talla de Mark Rothko y Franz Kline. Zóbel resultó ser toda una revelación y si hubiera tenido más tiempo, mis palabras serían acompañadas por las imágenes pictóricas de este gran pintor español, cuya obra custodia -en la hermosa y aérea ciudad de Cuenca- el Museo del Arte Abstracto Español. Nunca había asociado España con la pintura no-representativa, abstracta, pero de repente me acordé de una visita al Museo del Prado donde, en la lobreguez de su sótano, pude observar las pinturas de quien muchos consideran el padre del arte moderno: Francisco de Goya.
Pero volvamos a la écfrasis, porque creo que sirve muy bien para un primer acercamiento a este poemario de Samir Delgado. Este tópico literario llamado écfrasis (del griego “explicar hasta el final”) es tan antiguo como la cultura clásica grecolatina, pues nos viene del poeta griego Simónides de Ceos, nacido en 556 a.c., autor de la célebre -si bien a veces mal interpretada- frase: «la poesía es pintura que habla y la pintura poesía muda». Siglos después, nada menos que el gran vate romano Horacio reformularía esta frase de una manera más concisa: “ut pictura poesis” (como en la pintura, en la poesía). En el caso de estos poemas de Samir Delgado, la relación entre los dos géneros artísticos es más que una supuesta afinidad inter-artística, porque en sus versos el poeta logra crear lo que se podría designar como una tercera dimensión, un espacio poético y plástico que no solo refleja, sino que recrea la obra de arte que ha servido como inspiración de sus versos. Con esto quiero decir que no es solo una recreación verbal de un objeto plástico – pensemos, por ejemplo, en la romántica “Oda a una urna griega” donde el inglés John Keats pinta con palabras los elementos visuales más emblemáticos de este recipiente funerario. Tampoco es lo que se podría considerar -como en el caso del celebrado soneto de la ya mencionada Décima Musa: “Este que ves, engaño colorido”, donde, por medio de la “versificación” de un silogismo clásico, la monja jerónima critica y expone un retrato suyo por lo que, al fin y al cabo, a través de su  “cauteloso engaño del sentido” resulta ser: “polvo, sombra, tierra y nada”, esto porque su condición física, plástica, inalterable, no permite el irremediable pasar del tiempo. No, los poemas de Samir Delgado (de estructuras varias, pero todos con los principales elementos que, a pesar de todo, siempre han constituido (y constituirán) el acto poético: el ritmo, la imagen, la metáfora, e incluso la musicalidad. Y ahí está otro aspecto de su poesía, un acto poético que se podría llamar “sinestésico”, en donde los colores se vuelven sonidos, el tacto se convierte en color, el aroma en imagen, todo esto un producto muy complejo de las impresiones (las transmisiones) de los cuadros de Zóbel observados intensamente con el ojo poético del autor, quien, como en un acto de sortilegio, pasa estas impresiones por el crisol de su perspicacia, su destreza verbal, y su sensibilidad poética, para devolvernos algo que nunca es simplemente el producto del lienzo sino, quizá, la verbalización lírica de lo que el cuadro no comunicaba, acto que, en el libro de Samir Delgado, resulta en un producto híbrido, autónomo, una especie de golem del verso que toma de sus diversas partes (imagen y palabra) y siete sentidos, para invocar algo nuevo que solo existe en otro plano de la existencia en un esfuerzo que, como otro Simónedes de Ceos, Samir Delgado “explica hasta el final”.