miércoles, 1 de enero de 2020

“Una tercera dimensión, un espacio poético y plástico” Reseña del libro Jardín seco



Michael K. Schuessler
Profesor y ensayista, Doctor en Lenguas y Literaturas Hispánicas por la Universidad de California (UCLA)

Hace no mucho escribí un breve texto sobre el vate estadunidense Walt Whitman, quien en 2019 cumplió 200 años, y cuyo verso libre y estentóreo servía para recordarme que muy pocos poetas aún practicaban los versos cincelados y platerescos del aquel siglo de oro español, que, por cierto, abarcó dos siglos: ya casi no se escriben sonetos, ni liras, ni décimas, ni, mucho menos, silvas, si bien estas eran las formas que había estudiado con tanto entusiasmo durante años en UCLA, en particular bajo la tutela de mi recién desaparecido maestro, el español exiliado en México, José Pascual Buxó: no solo gran autoridad en la cultura literaria novohispana, sino poeta él mismo, y muy bueno. Esto lo menciono porque debo confesar que descubrí la belleza y el ingenio de la poesía contemporánea guiado por los sinuosos versos de Samir Delgado, quien, en el libro Jardín seco evoca y practica una especie de poesía sincrética que si bien ha dejado atrás el corsé formal de octosílabos y endecasílabos, encierra en su esencia los valores más insondables, inabarcables, diría también “inefables”, de la poesía universal, es decir, la poesía con “p grande”.
En primer lugar, muchos, si no todos, de estos poemas se inscriben en el subgénero poético llamado “écfrasis”, y con eso quiero decir que son versos que, a partir y por medio de imágenes verbales, recrean obras artísticas, plásticas, en este caso los lienzos de Fernando Zóbel, un extraordinario pintor español nacido en Filipinas, a quien, debo confesarles, yo desconocía por completo. Así que la primera tarea de esta encomienda fue la de buscar información sobre este artista, su juventud filipina, sus estudios en la universidad de Harvard, su contacto con el arte abstracto de artistas estadunidenses de la talla de Mark Rothko y Franz Kline. Zóbel resultó ser toda una revelación y si hubiera tenido más tiempo, mis palabras serían acompañadas por las imágenes pictóricas de este gran pintor español, cuya obra custodia -en la hermosa y aérea ciudad de Cuenca- el Museo del Arte Abstracto Español. Nunca había asociado España con la pintura no-representativa, abstracta, pero de repente me acordé de una visita al Museo del Prado donde, en la lobreguez de su sótano, pude observar las pinturas de quien muchos consideran el padre del arte moderno: Francisco de Goya.
Pero volvamos a la écfrasis, porque creo que sirve muy bien para un primer acercamiento a este poemario de Samir Delgado. Este tópico literario llamado écfrasis (del griego “explicar hasta el final”) es tan antiguo como la cultura clásica grecolatina, pues nos viene del poeta griego Simónides de Ceos, nacido en 556 a.c., autor de la célebre -si bien a veces mal interpretada- frase: «la poesía es pintura que habla y la pintura poesía muda». Siglos después, nada menos que el gran vate romano Horacio reformularía esta frase de una manera más concisa: “ut pictura poesis” (como en la pintura, en la poesía). En el caso de estos poemas de Samir Delgado, la relación entre los dos géneros artísticos es más que una supuesta afinidad inter-artística, porque en sus versos el poeta logra crear lo que se podría designar como una tercera dimensión, un espacio poético y plástico que no solo refleja, sino que recrea la obra de arte que ha servido como inspiración de sus versos. Con esto quiero decir que no es solo una recreación verbal de un objeto plástico – pensemos, por ejemplo, en la romántica “Oda a una urna griega” donde el inglés John Keats pinta con palabras los elementos visuales más emblemáticos de este recipiente funerario. Tampoco es lo que se podría considerar -como en el caso del celebrado soneto de la ya mencionada Décima Musa: “Este que ves, engaño colorido”, donde, por medio de la “versificación” de un silogismo clásico, la monja jerónima critica y expone un retrato suyo por lo que, al fin y al cabo, a través de su  “cauteloso engaño del sentido” resulta ser: “polvo, sombra, tierra y nada”, esto porque su condición física, plástica, inalterable, no permite el irremediable pasar del tiempo. No, los poemas de Samir Delgado (de estructuras varias, pero todos con los principales elementos que, a pesar de todo, siempre han constituido (y constituirán) el acto poético: el ritmo, la imagen, la metáfora, e incluso la musicalidad. Y ahí está otro aspecto de su poesía, un acto poético que se podría llamar “sinestésico”, en donde los colores se vuelven sonidos, el tacto se convierte en color, el aroma en imagen, todo esto un producto muy complejo de las impresiones (las transmisiones) de los cuadros de Zóbel observados intensamente con el ojo poético del autor, quien, como en un acto de sortilegio, pasa estas impresiones por el crisol de su perspicacia, su destreza verbal, y su sensibilidad poética, para devolvernos algo que nunca es simplemente el producto del lienzo sino, quizá, la verbalización lírica de lo que el cuadro no comunicaba, acto que, en el libro de Samir Delgado, resulta en un producto híbrido, autónomo, una especie de golem del verso que toma de sus diversas partes (imagen y palabra) y siete sentidos, para invocar algo nuevo que solo existe en otro plano de la existencia en un esfuerzo que, como otro Simónedes de Ceos, Samir Delgado “explica hasta el final”.

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