El poeta Margarito Cuéllar acaba de ser galardonado con el Premio Internacional de Poesía Golden Magnolia de Shanghái (China) 2021
La obra poética del mexicano Margarito Cuéllar cumplirá cuarenta años de trayectoria en 2022 y representa un paradigma en el panorama hispánico de la literatura contemporánea. Atesora los factores necesarios para considerarse en su conjunto, tras cuatro décadas de escritura a sus espaldas, una obra mayor de su generación y la voz poética del panorama literario mexicano. La obtención del XL Premio Hispanoamericano de Poesía “Juan Ramón Jiménez” en España, pone de manifiesto la rotundidad fabuladora de su voz literaria, capaz de internacionalizar el aura exultante de la mexicanidad poética y postularse como uno de los escritores en lengua española del presente. La existencia del poeta, la posibilidad del encuentro de otras imágenes distintas a las de la pantalla y el simulacro, hace de la constelación de la escritura un hábitat esencial de lo humano y un espacio de resistencia para las esperanzas de un mundo mejor. La obra poética de Margarito Cuéllar es un aldabonazo a la posibilidad de nuevos renacimientos en la órbita de las poéticas de la diferencia y de la diversidad, sus libros baten la espuma de los mares frente al silencio de la sociedad del espectáculo.
El autor mexicano posee el don de la ubicuidad, su mirada alterna un mosaico de vertebraciones cosmovisionales que van desde los episodios familiares al caudal infinito de lugares de su biografía sentimental. La poesía aterriza y vuelve a levantar vuelo en cada uno de sus libros, materializando un corpus mitoliterario que atraviesa el mapamundi de su tiempo con la velocidad de un bólido. El poeta asume su pertenencia a un espacio literario que es la mexicanidad, el Nuevo Mundo que en el espejo roto de la historia llega a su mayoría de edad y confiere a la lengua española un color y una profundidad distinta. Desde la publicación en 1982 del libro “Que el mar abra sus puertas para que entren los pájaros”, hasta “Las edades felices” (Hiperión, 2013), la voz poética de Margarito Cuéllar reconstruye el horizonte de su pertenencia a una sociedad como la mexicana repleta de contradicciones -esplendor y decadencia- en un vínculo biográfico que resulta a todas luces el mejor caldo de cultivo para su proyección futura.
Cada libro publicado por Margarito Cuéllar ha supuesto una donación de sentido y un pulso a la vida que el mexicano ha asumido como un desafío generacional. Ante la mudez y el estrépito, frente a la dolencia y el amargor de la vida social de un México en deuda con su propio destino, la catarsis de lo poético que se detona en su obra literaria sintetiza la voluntad de vivir y el apego sideral de la escritura a la fascinación por los alrededores de cada vida vivida, un valor incuestionable del poeta a lo largo de la historia Igual que como se arrojan los dados para tentar al azar, los poemas del escritor mexicano evocan y transgreden, irradian el tiempo y el espacio de su génesis escritural con una naturalidad espontánea, rica en evocaciones de la propia tradición poética, la cita de referencias constantes a otros poetas y a otras épocas evidencia la condición transfronteriza de su denominación de origen.
En el título exponente del meridiano de su trayectoria creativa en la década de los 90, se destacan enseguida los relumbres de su patente poética: “Tambores para empezar la fiesta”, la poesía desde entonces es un éxtasis a compartir, pan y vino que se multiplica como los peces bíblicos, y se hace milagro eternizando la experiencia del mundo del poeta: desde el verano en el Valle de Santa Catarina a un fin de semana en Nacataz, de los poemas para protegerse del sol a los que donde nunca es de noche, en el cubo de hielo expuesto al sol y en la propia poesía concebida y nombrada por Margarito Cuéllar por los siglos de los siglos “rimbaudveloz, apollinagua, mallarluz”, la poesía “oficiante, ritual. Vaca echada como pasto a los dioses” (Verbum, en Cuaderno para celebrar, 2000).
En su reciente libro “Nadie, salvo el mundo” galardonado en la Andalucía de Juan Ramón Jiménez, la muerte se habita en cada poema y los recuerdos de familia se universalizan para ser contados en el eterno retorno de las hogueras del mundo. El poeta vuelve a ponerse los atuendos del chamán, de los Tlamacazqui o guardianes de los dioses aztecas, para revelar los haces de luz y de sombra que pertenecen a todas las vidas del hombre y de la mujer, de los seres vivos en el planeta. Dice Margarito Cuéllar que “todos estamos muertos en el sueño” y esa inmaterialidad de la visión es la que fecunda el acervo de la escritura que aspira tanto a lo inmemorial como a lo cotidiano. Y el mexicano pone el acento en la existencia de Matria y de todas las mujeres que dan a luz y en los cuerpos que al nombrarlos se hacen presentes.
La particular experiencia de la muerte en México es un patrimonio de la humanidad y en esa misma dimensión de originalidad y de diferencia puede también la poesía mexicana asumirse como colofón a una travesía de siglos de vida cultural y literaria en lengua española. Hay en cada libro del autor una ofrenda y un altar, los poemas pueden aparecer en el milagro y hacerse vida plena, como los libros inéditos del escritor José Carlos Becerra encontrados en la guantera de su coche estrellado en la curva eterna de Brindisi.
Publicado originalmente en Diario de Avisos, Islas Canarias
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