El
premio Nobel caribeño Derek Walcott dijo una vez que amar un horizonte es la
insularidad. Lejos del tópico del aislamiento y de la lejanía, cada vez es más
transparente el reconocimiento de la poesía de las islas como uno de los
espacios vitales que han brindado otra cartografía necesaria de la modernidad.
También el poeta griego Odysseas Elytis aludía a que lo importante no es la
excepción sino cómo se concibe la regla. La soledad cósmica de la escritura
conjuga a la perfección con la vocación universal de las libertades y la
fraternidad humana. La condición planetaria y las galaxias también constituyen
archipiélagos de luz a la deriva del infinito.
Cuando
en 1966 al abrigo del Museo Canario en Las Palmas de Gran Canaria surgía la
generación de poesía canaria última, Lázaro Santana apenas superaba el
meridiano de los veinte años y publicaba su libro “El hilo no tiene fin”,
iniciando una andadura singular por las aguas de la creación y el ensayo que representaría
a la postre una de las voces mayores de la literatura insular. Hay una edición
de la revista malagueña Caracola de aquella época que atesora un reflejo
esencial del quehacer poético de los autores canarios y las antologías
configuraban una unidad de sentido entre la diversidad de poéticas que estaban
naciendo entre las islas. Una de ellas, la compilada por Lázaro Santana en la
colección Tagoro en 1969, es uno de los buques insignia para conocer de primera
mano los fogales pretéritos de la literatura insular en la antesala de la
democracia. Y revistas como Fablas fueron desde entonces un eslabón esencial
para la ebullición de la cultura tras largas décadas de infortunio y represión
por la dictadura.
Justamente
en aquel año de la llegada a la luna, Lázaro Santana frecuentaba la ribera del
Connecticut River y dialogaba líricamente con Luis Cernuda-uno de sus poetas
admirados- y con el propio Alonso Quesada, otro de sus íntimos. De aquella
experiencia el libro “Recordatorio USA”, publicado por el Cabildo de Gran
Canaria en 1971, de quinientos ejemplares al cuidado de Ventura Doreste y
Alfonso Armas, dedicado al pintor Antonio Padrón con quien estableció una de
las amistades más fértiles de la cultura canaria, a pesar de la muerte
prematura del artista galdense cuyo centenario se celebra este mismo año. Las
islas del poeta a partir de entonces amanecían radiantes para el porvenir donde
los viajes alrededor del mundo, el diálogo con la pintura y la escritura
poética entre Playa del Águila y la Puntilla supondrían el periplo futuro de
Lázaro Santana.
En el ochenta
aniversario del poeta, la estela de monografías sobre arte y pintores que han
constituido la dilatada dedicación crítica de Lázaro Santana representan una
puerta de entrada a la tradición del diálogo con las artes que tan fecundo
resultado ha propiciado para el panorama cultural de cualquier territorio. Esa
vocación de coleccionista y amante de la pintura ha supuesto la existencia de
libros fundamentales como Visión insular, publicado en 1988 con ensayos
memorables sobre las relaciones entre la vanguardia artística de las islas, el
indigenismo y la obra plástica de los artistas de la Escuela Luján Pérez,
además de un texto de referencia para el estudio y conocimiento de otro de los
poetas insulares, Silvestre de Balboa, fundador de la literatura cubana.
Muchos
títulos firmados por Lázaro Santana se han convertido en libros de cabecera
para la divulgación y el acercamiento de la ciudadanía a la obra de otros
muchos artistas como César Manrique, Pedro González, Cristino de Vera, Juan
Bordes o su Prehistoria de Manuel Millares. Entre los muchos hitos, sin duda
también el volumen dedicado a Ramón Gaya, el murciano exiliado de los años de
la república, a quien el poeta dedicó otro de sus ensayos sobre el pensamiento
de la pintura, en la infinita colección de libros que la editorial Ultramarino
dirigida por Lázaro Santana durante décadas ha ofrecido a todos los públicos,
desde aquellos primeros Apócrifos de Catulo del poeta hasta otros títulos
imprescindibles como el de Jacinto Verdaguer dedicado a Tenerife. De hecho, la
pasión por los libros de autor y el mundo de la traducción ha sido otra de las
islas visitadas que han significado para Lázaro Santana un lugar de peregrinaje
constante, el nomadismo hacia otras lenguas y parajes que dieron a la luz otros
libros de un aura especial como el dedicado a los tankas y jaikus de poetas
japoneses, los “Cinco poemas” del griego Anastases Ilión o el reciente diálogo
con el poeta veneciano Matteo Forani, que se unen a la amistad literaria de
Lázaro Santana con otros poetas como Cavafis y Alonso Quesada- con epistolarios
míticos como el mantenido con Gabriel Miró o Unamuno-, autores con quienes ha
compartido el tiempo insulario de la literatura.
Entre
los libros de poesía de Lázaro Santana hay títulos providenciales que forman
parte de la constelación poética de entre siglos, desde el Cuaderno guanche de
1977 a los aparecidos en la prestigiosa editorial Hiperión, como “Destino” y “Que
gira entre las islas”, además de recopilaciones esenciales como “Bajo el signo
de la hoguera” o “Un libro blanco” que abarca de 1989 a 2015, y más recientes
como la bellísima colección de poemas “Suite Israel y otros poemas de otoño”,
con versos firmados a la luz propicia de El Escorial en el otoño de Madrid -con
Galdós entre sus sombras- y la ciudad Santa, hasta el fabuloso ensayo “El
cuadro hecho” y otros muchos como “Mapa de la frontera”, “Territorio”, “Partes
del tiempo” y “Habla de uno” de 2018.
Y en
este archipiélago literario de las islas de Lázaro Santana, sin duda alguna sus
libros de viajes a Italia constituyen un memorial imprescindible, que ahonda en
la huella viajera del poeta insular que nace extranjero también y hace suyo el
latido y la luz de la vida cotidiana de ciudades como Venecia y Roma en libros
de confidencias y notas de bitácora como “Rosso Fiorentino”, “Aguatinta” y
“Recuento romano” que rinden un homenaje tardío al país amado de otros poetas
como Yves Bonnefoy y que harán las delicias del lector en todas las orillas del
mundo.
Publicado
originalmente en el suplemento cultural El Perseguidor, Diario de Avisos
(Canarias, mayo 2020)
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