lunes, 1 de junio de 2020

Lázaro Santana, las islas del poeta



El premio Nobel caribeño Derek Walcott dijo una vez que amar un horizonte es la insularidad. Lejos del tópico del aislamiento y de la lejanía, cada vez es más transparente el reconocimiento de la poesía de las islas como uno de los espacios vitales que han brindado otra cartografía necesaria de la modernidad. También el poeta griego Odysseas Elytis aludía a que lo importante no es la excepción sino cómo se concibe la regla. La soledad cósmica de la escritura conjuga a la perfección con la vocación universal de las libertades y la fraternidad humana. La condición planetaria y las galaxias también constituyen archipiélagos de luz a la deriva del infinito.

Cuando en 1966 al abrigo del Museo Canario en Las Palmas de Gran Canaria surgía la generación de poesía canaria última, Lázaro Santana apenas superaba el meridiano de los veinte años y publicaba su libro “El hilo no tiene fin”, iniciando una andadura singular por las aguas de la creación y el ensayo que representaría a la postre una de las voces mayores de la literatura insular. Hay una edición de la revista malagueña Caracola de aquella época que atesora un reflejo esencial del quehacer poético de los autores canarios y las antologías configuraban una unidad de sentido entre la diversidad de poéticas que estaban naciendo entre las islas. Una de ellas, la compilada por Lázaro Santana en la colección Tagoro en 1969, es uno de los buques insignia para conocer de primera mano los fogales pretéritos de la literatura insular en la antesala de la democracia. Y revistas como Fablas fueron desde entonces un eslabón esencial para la ebullición de la cultura tras largas décadas de infortunio y represión por la dictadura.

Justamente en aquel año de la llegada a la luna, Lázaro Santana frecuentaba la ribera del Connecticut River y dialogaba líricamente con Luis Cernuda-uno de sus poetas admirados- y con el propio Alonso Quesada, otro de sus íntimos. De aquella experiencia el libro “Recordatorio USA”, publicado por el Cabildo de Gran Canaria en 1971, de quinientos ejemplares al cuidado de Ventura Doreste y Alfonso Armas, dedicado al pintor Antonio Padrón con quien estableció una de las amistades más fértiles de la cultura canaria, a pesar de la muerte prematura del artista galdense cuyo centenario se celebra este mismo año. Las islas del poeta a partir de entonces amanecían radiantes para el porvenir donde los viajes alrededor del mundo, el diálogo con la pintura y la escritura poética entre Playa del Águila y la Puntilla supondrían el periplo futuro de Lázaro Santana.

En el ochenta aniversario del poeta, la estela de monografías sobre arte y pintores que han constituido la dilatada dedicación crítica de Lázaro Santana representan una puerta de entrada a la tradición del diálogo con las artes que tan fecundo resultado ha propiciado para el panorama cultural de cualquier territorio. Esa vocación de coleccionista y amante de la pintura ha supuesto la existencia de libros fundamentales como Visión insular, publicado en 1988 con ensayos memorables sobre las relaciones entre la vanguardia artística de las islas, el indigenismo y la obra plástica de los artistas de la Escuela Luján Pérez, además de un texto de referencia para el estudio y conocimiento de otro de los poetas insulares, Silvestre de Balboa, fundador de la literatura cubana.

Muchos títulos firmados por Lázaro Santana se han convertido en libros de cabecera para la divulgación y el acercamiento de la ciudadanía a la obra de otros muchos artistas como César Manrique, Pedro González, Cristino de Vera, Juan Bordes o su Prehistoria de Manuel Millares. Entre los muchos hitos, sin duda también el volumen dedicado a Ramón Gaya, el murciano exiliado de los años de la república, a quien el poeta dedicó otro de sus ensayos sobre el pensamiento de la pintura, en la infinita colección de libros que la editorial Ultramarino dirigida por Lázaro Santana durante décadas ha ofrecido a todos los públicos, desde aquellos primeros Apócrifos de Catulo del poeta hasta otros títulos imprescindibles como el de Jacinto Verdaguer dedicado a Tenerife. De hecho, la pasión por los libros de autor y el mundo de la traducción ha sido otra de las islas visitadas que han significado para Lázaro Santana un lugar de peregrinaje constante, el nomadismo hacia otras lenguas y parajes que dieron a la luz otros libros de un aura especial como el dedicado a los tankas y jaikus de poetas japoneses, los “Cinco poemas” del griego Anastases Ilión o el reciente diálogo con el poeta veneciano Matteo Forani, que se unen a la amistad literaria de Lázaro Santana con otros poetas como Cavafis y Alonso Quesada- con epistolarios míticos como el mantenido con Gabriel Miró o Unamuno-, autores con quienes ha compartido el tiempo insulario de la literatura.

Entre los libros de poesía de Lázaro Santana hay títulos providenciales que forman parte de la constelación poética de entre siglos, desde el Cuaderno guanche de 1977 a los aparecidos en la prestigiosa editorial Hiperión, como “Destino” y “Que gira entre las islas”, además de recopilaciones esenciales como “Bajo el signo de la hoguera” o “Un libro blanco” que abarca de 1989 a 2015, y más recientes como la bellísima colección de poemas “Suite Israel y otros poemas de otoño”, con versos firmados a la luz propicia de El Escorial en el otoño de Madrid -con Galdós entre sus sombras- y la ciudad Santa, hasta el fabuloso ensayo “El cuadro hecho” y otros muchos como “Mapa de la frontera”, “Territorio”, “Partes del tiempo” y “Habla de uno” de 2018.

Y en este archipiélago literario de las islas de Lázaro Santana, sin duda alguna sus libros de viajes a Italia constituyen un memorial imprescindible, que ahonda en la huella viajera del poeta insular que nace extranjero también y hace suyo el latido y la luz de la vida cotidiana de ciudades como Venecia y Roma en libros de confidencias y notas de bitácora como “Rosso Fiorentino”, “Aguatinta” y “Recuento romano” que rinden un homenaje tardío al país amado de otros poetas como Yves Bonnefoy y que harán las delicias del lector en todas las orillas del mundo.   

 

Publicado originalmente en el suplemento cultural El Perseguidor, Diario de Avisos (Canarias, mayo 2020)


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