Este mes de septiembre se cumple el centenario del poeta uruguayo y la suspensión del Congreso Internacional convocado por la Universidad de Alicante, el Centro de Estudios Literarios Iberoamericanos y el Instituto Cervantes no ha impedido la celebración de la obra del poeta
Todas las calles de Nueva York se
parecen a un poema de Lorca. Cuando se llega a Nueva York por primera vez hay
un sentimiento de euforia combinado con la extrañeza de caminar el futuro, otro
planeta. El 14 de septiembre de 1959 el poeta uruguayo Mario Benedetti disfruta
de un cumpleaños en la Gran Manzana, y cuenta de un cielo de ayer sobre sus
hombros y de un gallo que canta al Empire State Building y millones de
mandíbulas en la ciudad de los rascacielos. Aquel era el año de la revolución
cubana, del auge bélico con la guerra de Vietnam y de las terribles
inundaciones en Uruguay. Y es además el año de la víspera de la novela La
Tregua en la que el poeta maduro, el hombre de escritorios y oficinas, ya
entrado en los cuarenta, atestigua la universalidad de la nostalgia del bandoneón
y de los cielos plomizos de Montevideo en un libro necesario dentro de la
narrativa latinoamericana.
Con su poema hecho desde Nueva York
tiene lugar la aportación del uruguayo al imaginario de los poetas que han dado
testimonio de la ciudad global a través de sus escrituras, los poemas
prevalecen al devenir de los tiempos, constituyen el acervo y la médula de los
lugares, de las memorias. José Hierro donó a la posteridad su último poemario
en 1998, el reconocido cuaderno neoyorquino donde hay un diálogo tardío con los
fantasmas que pueblan el Hudson lorquiano, el mismo río que Federico reinventó
en sus años de la Columbia University. La publicación del mítico libro fue en
México en 1940, todavía pueden encontrarse ediciones originales en las
librerías de antigüedades de la calle Donceles, cuatro años después de su
asesinato impune. Y otro de los libros enigmáticos corresponde al poeta árabe
Adonis que publica en 1971 el Epitafio para Nueva York, un ajuste de cuentas
del escritor sirio libanés con la metrópolis occidental.
La megalópolis que vio nacer la
poesía norteamericana por boca de Whitman lleva en sus entrañas los versos de
muchos poetas que han hecho de su mirada lírica un testamento decisivo. Y Benedetti
no podía quedarse en silencio tampoco, suyo es el poema de la extenuación
íntima y de la esperanza postergada, el poeta habla de la cruz del confort en
la frente del imperio y de un paso del tiempo que no es el verdadero, como no era
verdadero su cumpleaños en aquellas calles, en aquellas sombras.
Ahora que se cumple su centenario
hay que recordar la presencia del poeta uruguayo en Tenerife, en varias ocasiones
visitó la isla del Teide, fue memorable su recital poético en compañía de
Daniel Viglietti en el Paraninfo de la Universidad de La Laguna y cuando en el
año 2000 se le concedió el Premio Son Latino, allí fue donde le conocí y pude
saludarle, estrechar su mano, desearle buena suerte, al poeta de los inventarios y de los amores
juveniles, el de las primaveras con una esquina rota.
20 de septiembre de 2020
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