jueves, 15 de octubre de 2020

Ramón Gaya "Un cielo espléndido, de una belleza desmesurada"

                       Ramón Gaya (Murcia, 10 de octubre 1910-Valencia, 15 de octubre 2005)


El pincel también tuvo que seguir el camino del exilio de los poetas. Es el caso de Ramón Gaya, embarcado en el Sinaia. En su casa de Murcia observé mis primeras imágenes de Chapultepec antes de que el parque defeño formara parte de mi paisaje cotidiano predilecto en México, sus verdes, el colofón del azul, arboledas en domingo.

 Con el poeta y artista me sucedió igual que con otras obras de arte: una vez asumida su verdad como propia — alétheia de los griegos — donación del color, del sentido interiorizado del óleo para uno mismo, al través del deleite contemplativo -sosiego del instante- el parque como tal se parecerá al cuadro, y no al revés. Este fenómeno de donación, transfusión estética, del cuadro a la realidad, sugiere un valor trascendental a la imagen, esbozo primordial para asumir una poética de la visibilidad, que en plena sociedad de la saturación, la velocidad y el predominio de lo informativo, me interesa como proyecto vital de escritura. Admiro la obra de Ramón Gaya desde entonces con una atención in crescendo, el murciano fallecido en 2005 es autor de poemas y ensayos sobre arte de una hondura iluminante. En uno de sus diarios muestra reticencia malhumorada por abandonar París sin ver su primavera, aquejado de haber vivido trece años sin estaciones en México DF. Y cuenta, ya de regreso en otros junios a mediados del 50:

<<Llegada a México. Atontamiento y cansancio. Una cierta alegría. Sensación de ceguera. Algunos buenos amigos han venido a recibirme. Un cielo espléndido, de una belleza desmesurada. Todo parece asentado en su lugar. No, no falta nada, o casi nada. Falto... yo. Veremos cuándo llego>>

Ramón Gaya formó parte de la experiencia republicana de las Misiones pedagógicas y en concreto del Museo circulante, en el que copias de obras de arte del Museo del Prado —las mismas obras salvadas por Alberti y María Teresa León bajo los bombardeos sobre Madrid— eran divulgadas en los pueblos más recónditos como fórmula de la renovación educativa del momento. Y también en las trincheras del frente, lugar donde la poesía de Miguel Hernández redoblaba los ánimos del combate. El pintor poeta, exiliado en México también, representa una figura crucial, vivificadora de la del del huerto —a diferencia de la huerta— como un espacio de cultura, exponente del intelectual español honesto y comprometido, cuya trayectoria artística y vivencial caminaba con el peso sobre los hombros de la historia fatídica de una república acribillada, plantado frente a un cuadro de Tiziano, de un atardecer en Italia:

<<Es magnífico y al mismo tiempo desesperante que, después de varios siglos, las cosas sigan ahí, completamente inéditas, desconocidas, intactas>>


Samir Delgado


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