Fotografía de Sylvia Plath en la playa
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Ir
de nuevo al jardín cerrado
que
tras los arcos de la tapia,
entre
magnolios, limoneros,
guarda
el encanto de las aguas.
Cernuda
ALACANT en el visor digital de la
estación de tren. Amarillo internáutico. En el andén pasa un AVE
igual que un bólido fuera de órbita. Estremecimiento total de la
sensibilidad. Escenas de star trek en el coche tres, asiento 7A. La
resaca nocturna congestiona la psiqué con un sabor de letanías
neutras. Los pasajeros más cercanos figuran en duermevela con
auriculares. Afuera fluyen verdes postimpresionistas, canelas pastel
con apariencia de membrillo dulzón. Y un azul de estratosfera. Leo a
dentelladas dos poemas de Sylvia Plath. En el tránsito ferroviario
cada página aparece a la vista como una constelación lejana.
PENELOPE terrace en el puertito de
Alicante. Casi como en casa. Su mar huele a griego antiguo. Azul
térmico de las holidays locales. Siempre en el centro de la ciudad:
los bancos, las instituciones, las banderas. La calle comercial con
setas mágicas luce su particular escaparatismo consumista. No he
visto turistas, parece que esta ciudad asume el rol de capitalidad,
sin aquellos destellos ultravacacionales. Es un dormitorio, un lugar
de existencia ordinaria. La spain costera limitrofe. Hay mucha moda
alrededor. El mediodia sabe igual que un helado derretido. Empalaga.
Sin un céntimo en el bolsillo, pasear sus calles es lo más parecido
a la levitación.
TRAVELLING particular costero
mediterráneo. Dos chicas alicantinas se hacen trenzas en el asiento
frontal. Una señora hojea una novela de Agatha Cristie. A mano
izquierda el mundo de lo real: terrazas, fachadas, jardines. Y a mi
derecha las playas del invierno con oleajes apolíneos. Naturaleza
con vistas al infinito terrestre. Si pudiera quedarme así en este
viaje, sería feliz. Ajeno por completo a los telediarios y sus
partes de la guerra. Igual que Ted Hughes y Sylvia Plath en su luna
de miel en Benidorm, año 1956.
HOTEL PRINCE. Verse durante horas en la
búsqueda aleatoria del lugar de acogida, en medio de un laberinto de
traseras de restaurante y recepciones hoteleras blindadas ante el
vecino local. Las otras odiseas del forastero recién llegado. Desde
la terraza admiro el final dócil y festivo de un viernes. Las
siluetas neoyorkinas de la ciudad conmueven a la vista. Nunca pensé
tener tan cerca Manhattan con turistas anglo en lugar de la
afroamerican people en sus aceras. Entonces llega la ducha iniciática
con jabón de glicerina cortesía del hotel. Tv en on antes de la
velada. Perfume, zapatos de ocasión, libros en mano. El tiempo en un
hotel siempre es finisecular.
LA ENSOÑACIÓN del jardín mínimo,
iluminado, esencial anónimo del hotel. Sus balcones como decorado
interior paralelo. La luz de los dormitorios que siguen una vida
propia atemporal. La historia turística de los lugares que se
escribe en mi memoria.
GAVIOTAS. Volver a tenerlas cerca de
nuevo. De la especie alicantina mediterránea. Su vuelo arriba para
el cobijo de la mirada. Vi una gaviota mayor, abuela de todas las
demás, en la arena de Playa Poniente. Pensé en su temporalidad
propia, el radio cotidiano de su arenal, aquello que constituye la
esencia de sus días.
UNA CIUDAD TRISTE. A pesar de la solera
vacacional de medio siglo largo, con los abuelos de toda la nación
recorriendo sus encantos climáticos, esta ciudad es muy triste.
Tristísima diría mejor, sus miradores no tienen vocación de
infinito. Y sin embargo, tan propiamente mía. Imagino a Sylvia Plath
y a Ted Hughes recorriendo sus azules primitivos, ajenos por completo
a los desenlaces fatales del porvenir. La ciudad de la luna de miel
para los poetas. Qué tristeza ahora, la ciudad sin ellos.
EL CASCO metahistórico de Benidorm está
repleto de tabernas euskaldunas. Igual que una chinatown, Playa del
Inglés con sus british pubs, y tantos otros lugares hipervisitados,
con su cerco de lo marginal predominante y lo económico impositivo.
Lo folclórico turístico y la presencia matemática de los
visitantes que dejan su huella en la arena de los destinos
vacacionales hacia la nada.
LOS HOTELES -juntos y a la vez-
establecen un mapa, una cartografía, un esquema de lo efímero
estable. Volver a su hábitat común me familiariza con la nada
impersonal. ¿Provenir de un lugar donde no hay lugar para sí?
BENIDORM mon amour. Un viaje por sus
noches es igual que una lluvia de estrellas, un colapso pasajero en
el territorio de los sentidos. Un hogar para la despedida final. Los
rascacielos necesitan para subsistir una promesa de vuelta. Ha sido
una alegría conocer a los miembros del Liceo Poético de Benidorm.
Entre los poetas nunca habrá fronteras.
UNA CIUDAD nos puede hacer soñar. La
interrogante por excelencia es si podríamos hacer vida en ella. Un
dilema de absolutos. Cada uno debe tener su devoción particular a
ciertos lugares, a ciertas atmósferas, a ciertos mandatos. No hacer
caso a nuestra intuición supone un traspiés personal. Me pregunto a
solas por Benidorm. En el momento justo en que atardece y la tinta es
tan fría como el suelo de los parques. Vuelan algunos mirlos
alrededor y casi a ras de suelo. Recuento la hojarasca que cae entre
mis pies y recojo la más bella y perfecta después de su
destrucción. Un remanso de felicidad colmada.
MAKING LOVE all the night. El tránsito
cronológico pulverizado entre las sábanas. La ciudad afuera en
completa mudez, sin ecos de la fiesta turística intergaláctica.
Habitación adentro de los amantes en 1956: una estrella supernova. Los cuerpos danzan al
unísono en su columpio de la seducción. A flor de piel lo terso
prohibido. Dulzura del sésamo. Una canción en los
labios. Las caricias nunca son soberanas.
PASEAR los vericuetos de la avenida
marítima con sus aires deportivos sibilinos. El agua azul
complaciente en su altiplanicie marítima. Humedece con azúcares
salitrosos nuestra mirada. El mar aquilata los sentidos de lo
porvenir libre de cálculos y recuentos mundanos. Así me parece que
una de las válvulas de escape ante tanta represión acumulada en las
vidas urbanas de la ciudad es la propia escritura. Es la mejor forma
de embarcarse a los mundos de la subjetividad. Lejos de la obligación
escolar, de los adiestramientos salariales, de la constricción
ideológica. Escribir se parece a la inmersión en el mar cuando
nadie está en el agua. Una libertad de infinitudes.
LAS IGLESIAS de una ciudad están a un
solo paso, a poco metros de sus centros. Un instante nada más hace
falta para adentrarse en el silencio de milenios. Siempre que visito
una ciudad frecuento por costumbre: el parque, las iglesias, los
mercados y su cementerio. Hay un instante solo para obsequiarnos su
quintaesencia, la profundidad del lugar, el pulso a su caudal
liberador. Sin más religiosidad que la debida a los tiempos vitales
de lo humano.
EL MAR. Acudir al mar para
zambullirse en sus azules húmedos, ahumados, densificantes. El
camino es largo, intraducible, a contracorriente de los inviernos.
Solo el mar en la soledad del universo. Arriba las gaviotas
indivisibles, abajo los peces del milagro bíblico. Solo el mar es
del mar. Nosotros los paseantes asilvestrados, los merodeadores del
azul insulario, los muchachos enfermos del salitre tenemos
preferencia por sus frutos. Acudir al mar en comunión con las horas
absolutas, cuaderno en mano, al mar siempre.
UNA TAZA de café a este lado de la
galaxia. Toda ciudad tiene sus coordenadas básicas y solemnes, lo
real configurado. Hablo de una totalidad integral en cada ciudad que
asume la variedad de sus momentos. El mundo es amplio y compartible.
Nada tan simple como una taza de café para sentir la soledad a
deshoras de una ciudad cualquiera. Pongamos por caso: Benidorm.
LLUVIA. La narración no se detiene jamás
en la ciudad. Cuando escampa sus pájaros vuelven a las ramas
exquisitas. He visto a los gatos del jardín del hotel subirse a las
vallas con galantería animal. Y los niños cruzan la avenida de sus
vidas igual que otra tempestad. Vuelvo a imaginar a Ted Hughes y
Sylvia Plath, el matrimonio perfecto, la pareja poética en su
origenes antes del declive absoluto. Del sacrificio y de la
liberación.
UN HOGAR es la necesidad básica por
excelencia. Al carajo con los nutrientes, el abrigo y la unesco. Un
sitio donde estarse, lo más elemental para el poeta. Aunque sean dos
tablas de madera a la intemperie de las playas insulares. Un hogar.
Ese punto de referencia, de estadía existencial, de aposentamiento
del ser. El agua turbia necesita una pasividad esencial para
recuperar su líquida transparecencia en un charco. Todas las aves de
paso en Benidorm, con sus extraños plumajes y procedencias diversas,
continuarán el viaje hacia sus lugares propios, hacia los rincones
de su azogue, los espacios que son hogar en el tiempo. De ahí toda
ciudad, el hogar, en cada poema.
UN MAPA de las ventanas y las estrellas
propias en cada ciudad. Y una habitación siempre, como aquella de
Virginia Woolf, en donde la luz sea mi luz.
NUEVAS VISITAS cada día. Las calles
esenciales, sus tejados repetitivos, las despedidas constantes del
azul. Una ciudad la sabemos nuestra cuando se hace visible en la
memoria, tras nuestros pasos fugitivos, en cada cruce secuencial, en
el testimonio de sus bulevares comerciales en horario de cierre.
Entonces el derecho a la salida, al retorno, a la escapada invertida
que sobreviene como una excepción del viaje.
El EJE providencial de la ciudad es un
cielo propio. La pureza extrema de cada instante vivencial, la
cadencia íntima placentera por cada paso sucedido. Una ciudad que
nos una con la edad de sus quimeras.
LOS ÁRBOLES son el confín inmediato de
lo vivo en las terrazas. Los paseantes lejanos mascullan sus hazañas
del extravío. Adentro solo el silencio de las palabras en expansión
constante por el cuaderno de viaje. He caminado por Benidorm con paso
acelerado, sin hablar con nadie, in extremis huyendo de la
parafernalia publicitaria de los servicios, las ofertas, y los
superlujos. Benidorm sin palacio, sin corona y sin oropeles. He
cruzado la noche intranquila de los carruseles luminosos, de las
burbujas de jabón prístinas, de las tabernas errabundas por las que
el mundo es mundo. Y todo es un recuerdo, como los árboles de cada
mañana.
AGUASAL del mediterráneo en la botella
de la matiné final. Una despedida de Benidorm hasta los inviernos
venideros de otra insolación imposible. Ya en la gramola personal
solamente una canción. Aquella que se parezca al viento, al mar y a
las noches de amor.
Adiós Sylvia, la poesía es una
forma de redención.
Nana
de la cebolla /Alicante lullaby
En
Alicante, lanzan los barriles rodando
malamente por los rugosos
adoquines,
junto a las fondas donde te
sirven una paella amarilla,
bajo los ruidosos balcones
de las callejuelas traseras,
mientras los gallos y las
gallinas,
en las azoteas de las
casas,
reposan con sus crestas y
sus cacareos.
Los tranvías de color
naranja china tintinean al traquetear
a los pasajeros bajo el
chisporroteo de las astillas añiles
que espumean a mares los
cables eléctricos:
A lo largo del puerto
sibilante, los enamorados
soportan el retumbar de los
altavoces que,
desde las palmeras
iluminadas por los neones,
truenan rumbas y sambas que
ningunas orejeras consiguen atenuar.
Oh Cacofonía, diosa del
jazz y de las grescas,
Señora, con voz cascada,
de las gaitas y los címbalos:
Ahórrate
tus con
brio, tus capricciosos,
Tus
crecendos,
cadenzas, prestos y prestissimos
Y
permite que pose (piano,
pianissimo)
mi cabeza en la almohada,
arrullada por susurrantes
liras y violas.
Melones
de fiesta /Fiesta melons
En
Benidorm hay melones,
carros tirados por burros,
cargados
de incontables melones,
óvalos y pelotas
verde brillante,
arrojadizos,
decorados con rayas
color verde tortuga oscuro.
Elige uno con forma de
huevo, con forma de mundo,
Y lánzalo rodando a casa,
para degustarlo
en el candente mediodía:
pieles de sapo, suaves y
jugosos,
enormidades de pulpa
rosada,
cantalupos de piel rugosa
y corazón anaranjado.
Cada rodaja va tachonada
de semillas pálidas o
negras
que puedes esparcir como
confeti
bajo los pies de
este mercado de comedores
de melón,
de aficionados a la fiesta.
Silvia
Plath, Poesía
completa
(1956-1963). Bartleby Editores, 2009.