Paco Sánchez, Friso del Atlántico (2012) |
DOMINGO PÉREZ MINIK dijo en algún lugar que una isla no se
concibe más que como principio y término de una tragedia geológica. Y precisamente
en la sala que atesora la biblioteca personal con su propio nombre, quiero yo
compartir con ustedes un viaje simbólico por las islas, estas islas, todas las
islas. Y no puedo, recién llegado de
Madrid, dejar de compartir una imagen que me acompaña desde hace tiempo en la
lejanía. La del océano mar, el mar océano de la memoria, el mar que determina
las insularidades del tiempo de nuestras vidas.
En esta clausura de
las jornadas de Joven Crítica Canaria que han protagonizado ustedes, dedicando un tiempo impagable a la
crítica canaria yo quisiera empezar con el propio Domingo Pérez Minik, hombre
de letras, que atendió en su trayectoria intelectual la poesía canaria, la
novela europea y el teatro contemporáneo como ningún otro crítico de su época.
Esa versatilidad, ese amor por lo que uno hace en los ámbitos de la cultura se
echa en falta más que nunca en estos tiempos de crisis total. La
especialización, el academicismo, el enrarecimiento del panorama cultural
canario dividido no puede continuar este camino hacia ninguna parte. Por eso me
siento ahora infinitamente agradecido por disfrutar personalmente de un
retorno a las islas compartiendo con ustedes una mirada a nuestra literatura, a
nuestro arte, a nuestra poesía, con otras medias horas jugando a los dados en
la historia de los tinteros, siguiendo la siempre original referencia del
vanguardista canario Agustín Espinosa, otro hombre de letras irrepetible.
Queridos compañeros,
estoy seguro de que en esta biblioteca se han dicho cosas muy interesantes y
necesarias para el debate y el encuentro intergeneracional dentro de un
escenario cultural isleño bastante incierto y demasiado ausente ante los
desafíos de la sociedad global de hoy. Por eso yo quiero hablar de las
narrativas de los mestizo, de las raíces y de las metas de la gran aventura
literaria que son estas islas, metáforas puras surgidas de la entraña mítica
del océano atlántico.
Yo pienso que hoy en
día, ante las tendencias sectarias, gremiales, academicistas heredadas de un
pasado no tan lejano, es imprescindible que las nuevas generaciones asuman el
reto de propiciar un clima favorable para la fertilidad creativa y la crítica
saludable, responsable y consecuente hacia las necesidades de nuestros días
futuros, de nuestros congéneres, de cara a la ciudadanía, a una sociedad que
requiere en los reinos de lo virtual un completo derecho a la cultura, a la
expresión, a la comunicación. Repetir los errores del pasado no debe ser una
ecuación de valor matemática, por ello dejemos atrás los personalismos
estériles, los trasnochados privilegios de autoridad, las envidias
intoxicantes, y entre todos los creadores, críticos, lectores, responsables de
la cultura institucional, portadores de la memoria colectiva, de los bienes
patrimoniales, de nuestra cultura en general, crucemos juntos el puente de la pasión por el arte y la literatura sin
mayores obstáculos. Y nada más nos queda, frente a los lastres de un progreso
destructivo a escala planetaria, que el derecho a seguir soñando con un mundo
mejor, más justo y solidario. Este mundo globo azul que son islas continentes a la deriva de todas
las cosmogonías habitables.
La utopía de la que
hablaron los griegos residía muy cerca de Canarias. Nunca lo olvidemos. Por
esto mismo, quisiera yo hablar ahora y de nuevo sobre canarias, de la
literatura de las islas donde vivimos, como un espacio tricontinental poblado
de mitos y abierto al porvenir. Y quiero sobre todo desvelar el sentido de las
narrativas de lo mestizo, de las huellas híbridas que fundamentan -a mi modo de
ver- el devenir del acervo cultural canario, de la tradición poética de este
archipiélago con 5 siglos de trayectoria: el archivo literario que visto en su
totalidad devenida, a la manera de constante histórica con vectores de
múltiples y variados registros, que se proyecta con una fisonomía diferencial,
constituyente de lo que vendría a ser la futura literatura nacional canaria.
Quiero decir, queridos
compañeros de esta generación del nuevo siglo, que el principio y el fin de
toda literatura en estas islas, en todos los continentes del verbo, para mí
realmente no sería otra cosa más que el testimonio, la invención, el
compromiso, la experiencia y el legado de la palabra ante el vacío de los
acantilados de la especie humana. Quiero
seguir pensando que la utopía es posible a pesar de la decadencia irremisible a
la que estamos sometidos bajo los imperios del olvido. El creador canario ha
sabido resistir múltiples penalidades a lo largo de la historia y el arte
sobrevive por su alto grado de verdad. Yo imagino siempre que hablo del mar de
las islas al artista Tony Gallardo puliendo a conciencia con su radial un
callao atlántico. Y al poeta Domingo López Torres desaparecido en las
profundidades abisales. Y las tempestades de corcheas en una sinfonía de Falcón
Sanabria. Por los creadores que habitaron esta tierra, estos mares, estas
islas, son tricontinentales y su historia es esencialmente una poetología de lo
universal particular.
Ahora bien, lejos, muy
lejos del reclamo folclórico, del inventario al uso de la estampa regional, de
las señas de identidad turistificadas, de lo que yo vengo a hablar es de un
latido profundo, de una protensión- de aquello que persiste en la conciencia
sin duración temporal- y que es a la vez compartido tanto por los primeros
creadores de las pintaderas aborigenes como por los últimos premios nobel
residentes en las islas. Por lugareños y foráneos. Por los habitantes,
viajeros, transeúntes, nómadas y criaturas renacidas en la isla. Yo defiendo la
pertenencia a una luz. A los territorios volcánicos del símbolo, al imaginario
atlántico de islas cuya predestinación geográfica es esencialmente
tricontinental. Y tanto la cueva guanche de Óscar Domínguez como el risco con
plataneras de Jorge Oramas- por citar mis cuadros predilectos- documentan un
sentido y una lógica para el desentrañamiento de una identidad canaria de vuelo
universal que tiende a materializarse en el tiempo de la historia. Es de la
cuestión de una nesologia venidera de lo que que vengo yo a hablar aquí. De una
teleología de lo insular desvestida del canon dominante. Más allá de la
microtradición hispánica mentada por Andrés Sánchez Robayna o la atlanticidad
de Canarias rebautizada por Juan Manuel García Ramos, yo quisiera poner sobre
la mesa la visibilidad de un corpus literario con un estatuto postautonómico
inédito viable. Una mirada sobre el hecho poético insular con dispositivo de
gravitación liberadora.
Así es que, echando un
vistazo al pasado inmediato, veremos que ya el poeta Manuel Padorno hablaba en
su discurso del Premio Canarias de 1990, de una indefinición cultural que debía
llegar a término para arreglarse el solar, la Comarca canaria habitada
por el hombre del sur de Europa, del norte de África, del este de América.
También un poco más atrás, en los años
30, el autor Juan Manuel Trujillo reivindicada una tradición en la que plasmar
el sentir de lo insular abierto al tiempo fundacional de las vanguardias.
Todavía más atrás,
hasta los románticos de La
Laguna- con Nicolás Estévanez a la cabeza en sus 40 años de
exilio parisino- visionaron en la estirpe de los antiguos canarios el
salvoconducto ideal de su escape hacia el mito. Los modernistas ubicaron en el
cosmopolitismo del mar su razón de ser y los primeros cantores que celebraron
desde las islas-el renacimiento prematuro de Cairasco de Figueroa o Antonio de
Viana- la percepción de la naturaleza y la descripción inaugural de lo
acontecido formaron parte de ese universo de la insularidad que se manifestaba
de por sí en el factum de la distancia y la particularidad. Lo distinto al
centro. La Macaronesia
hizo de nuestro designio insular la diferencia.
Y podemos rastrear
también en el decurso del tiempo, de que forma los poetas sociales del
mediosiglo rompieron el silencio de la dictadura desde las islas, así como los
ensayos experimentales con el lenguaje a cargo de los autores de la generación
última y las estéticas tardías que reiteran su vínculo con el paisaje insular y
el papel de la conciencia debeladora de un conocimiento poético deben su
dimensión experimental al propio cosmos insular que les constituye en esencia.
Por ello no es admisible una exclusividad de la potestad poética en la figura
del autor que parece habitar en sus cavilaciones metafísicas sobre el jable y
la palmera completamente ajeno a la realidad inmediata del deterioro, de la
hecatombe humana en aguas del atlántico, de la miseria puertas adentro en las
barriadas capitalinas. Las islas han sido un tubo de ensayo de múltiples
monocultivos y el periplo discontinuo de sus artes y sus letras está interconectado
al magma histórico del archipiélago. De sus aguas y de sus costas.
Más aún: para la
comprensión de la perspectiva tricontinental de una literatura nacional canaria
es necesario esclarecer objetivamente la propia determinación dialéctica entre
el espacio sociohistórico y la conformación de las subjetividades creativas. Tanto
en la defensa a ultranza de la tradición como en las posiciones de ruptura, el
lenguaje mismo adquiere valor primordial, concentrando un papel protagónico
como vehículo ideológico del acontecer vital. La literatura es eco de voces en
la historia del tiempo. Y en esa diversidad de latidos encontramos el indicio
básico de lo mestizo: el topos de lo poético está poblado de imágenes, de
signos, de huellas. No es la supuesta pervivencia de un origen en la
prehistoria de los libros, sino la mescolanza quintaesencial del detritus
literario en el devenir de la existencia del ser humano en la tierra lo que
constituye el firmamento creativo de la insularidad.
La lectura de Canarias
como espacio tricontinental no es otra quimera a la carta. Bajo los dogmas de
la circulación de mercancías en el capitalismo tardomoderno, lo exótico
permanece bajo su dominio. Lo típico canario resulta nuevamente inmerso bajo la
maquinaria de sugestión publicitaria neocolonial de la que las propias élites
insulares se han beneficiado durante la larga historia de las penalidades, del
analfabestismo, de los ataques piráticos o la emigración clandestina.
Tras el legado de las
visitas a las islas de científicos, poetas, escritores y personalidades
europeas de la cultura que conformaron una mirada hacia el territorio insular
que irradiaba un aura de misterio y deslumbramiento, los procesos mercantiles
de adaptación geopolítica a la realidad del sistema han invertido ese espectro
aurático bajo la forma siniestra del paquete turístico vacacional. Yo, incluso,
me atrevería a decir ahora mismo, que las poéticas meditativas, consoladas
ellas solas en el refugio de su pose, en el artefacto iluminado, en su comunión
ascética con el lenguaje, quedan atrapadas
en un envase artificial, elitista y desnaturalizado por las lógicas del
consumo y resultan cómplices en su hábitat neutral con los mecanismos de
control social y desarticulación filosófica de las utopías.
La exclusividad del
halo poético, de la proyección novelística, de la focalización académica de los
cánones de calidad y reconocimiento literarios forman parte connatural del
establishment. Por eso el reclamo de la tricontinentalidad rompe todas las
fronteras. Por todo esto que digo, una interpretación comprensiva sobre la
emergencia de las narrativas de lo mestizo vistas como modelo nutricional
alternativo en la constitución de una literatura canaria liberada de los
mimetismos, de los pastiches, de las subvenciones requiere una apuesta por la
pluralidad, por la convivencia, por la sinergia. No es de recibo que islas
adentro el capítulo de la narrativa de los 70 quede cerrado sin la revisión
completa de sus exponentes, de sus participantes y de sus excluidos. Al igual
que islas afuera no es justo que no se reconozca su existencia como reducto
coetáneo y complementario al boom latinoamericano. El realismo mágico ya se
registraba en autores como Orlando Hernández, al igual que el testimonio social
que se inicia en la novela venezolana pasa por la pluma de José Antonio Rial. Y
en el plano poético, desde un plano internacional sobre los autores en lengua
española del siglo XX tampoco se puede mantener en la marginal exclusividad de
lo insular a poetas de distintas generaciones que van del gomero Pedro García
Cabrera al grancanario Manuel González Sosa.
Muchos de nuestros
autores incursionaron en su tratamiento del idioma con una originalidad
innegable: el español de Canarias atesora un potencial especial repleto de
sonoridades tricontinentales. Y no es
extraño
que, en las corrientes filosóficas de la modernidad, el lenguaje, la
comunicación y el diálogo fuesen quienes tomasen el testigo a la imagen
prototípica de una subjetividad que se había anclado en una deficitaria
conciencia de lo individual. Por suerte, las nuevas tendencias en la
interpretación del hecho literario abogan por una ruptura esencial y
democrática donde una pluralidad de voces conforman la voz del narrador. Las
novelas en las islas quedarían de este modo a mano del lector -del ciudadano a
fin de cuentas-, a la manera de unas vetas simbólicas abiertas para el
desentrañamiento de nuestro devenir como pueblo. La literatura sería el
esqueleto primordial de lo social histórico en devenir permanente.
Ahí están las pistas sobre
la determinación de los conflictos sociales que constituyen nuestro horizonte
común. Y hasta las huellas de lo ideológico latentes en la conformación del
imaginario dominante sobre el paisaje. En los libros están las raíces
geohistóricas y socioantropológicas que determinan la mirada hacia el mundo
exterior. Y, muy especialmente, los filones de ineditez que se ofrecen en el
banquete de todo encuentro crítico con los productos de la cultura insular.
Cada página de nuestras novelas es como un tubo volcánico en el que perduran
capas solidificadas de la realidad. Lo tricontinental por venir augura una
oleada creativa que bañaría un archipiélago postautonómico.
En una visión panorámica sobre el caldo de cultivo
que estructura nuestra contemporaneidad- hay que recordar
junto a
todo lo dicho hasta ahora- las fricciones en el debate del arte y el
pensamiento de vanguardia en las islas, donde se interrogaba el papel de la literatura y la
plástica a la hora de legitimar sus propósitos éticos y el sentido de sus
propuestas estéticas en una sociedad moderna. Por suerte, aquí el indigenismo
pictórico superaba con creces a la herencia tradicional de cierto halo
romántico, que había capitalizado la mirada hacia el pasado con una nostalgia
trasnochada. Efectivamente, la tendencia hacia el tipismo canario, redundaba en
una imagen bucólica de la historia, pastoril y decimonónica, que nada
representaba sobre la realidad viviente de un campesinado insular que había
soportado a sus espaldas largos siglos de malestar y pobreza.
La urbanidad creciente en ciudades como Las
Palmas de Gran Canaria en el último medio siglo debe transcribirse así como una
fluctuación cultural entre lo local y lo global. Un atlantismo particular. La
cultura de las islas en el preámbulo a la democracia habilitaba la
experimentación sobre el metabolismo de lo canario universal en ciernes. Y es
importante no perder de vista jamás la función del compromiso del
escritor y del artista con su tiempo. Algunos autores de la crítica literaria
en las islas, como Lázaro Santana, hablaron hace tiempo de la “mirada insular”,
algo así como una constante de similitudes y diferencias que habían
caracterizado a los intelectuales y artistas de las Islas Canarias. Para tener
en cuenta este lugar de las islas en la estela tricontinental, debemos
mencionar la coyuntura histórica de aquellas décadas primordiales de nuestra
historia reciente marcadas por las postrimerías del franquismo y el
advenimiento de la democracia. El estatuto de autonomía de las islas hoy también
es una forma de narratividad performativa. Lo que se dice es. Con sus peligros,
aciertos y errores.
Durante la trastienda de nuestros días, en el
panorama literario de las islas estaba gestándose el llamado boom de la
narrativa, con una generación de los 70 denominada de los narraguanches: léase
el testimonio experimental de la vida estudiantil y la decadencia de la
burguesía chicharrera en el libro “Los puercos de Circe” de Luis Alemany-
reciente Premio Canarias de Literatura-, o la inmortalidad del paisaje volcánico
y la feminidad paradigmática de una isla como Lanzarote en la famosa novela
“Mararía” de Rafael Arozarena. El deambuleo narrativo urbano-existencial de la
“Crónica de la nada hecha pedazos” del primer Juan Cruz. La prosa indagadora
del mestizaje americano en la narrativa de Juancho Armas Marcelo. Los
personajes marginales y la transgresión social por los riscos capitalinos en el
corpus literario de Víctor Ramírez. Todos ellos a su manera representaban una
manera de contar desde las islas que podía presumir de una peculiar relación de
parentesco con la gran ebullición histórica de las mejores voces
latinoamericanas del momento. Me refiero aquí a la hora intergaláctica del
argentino Julio Cortázar y su particular búsqueda lúdica del otro lado, la clarividencia
demoledora de la sombra de dictadores a lo Miguel Ángel Asturias o la
visibilización del mundo afrocaribeño en la poética cósmica de José Lezama
Lima.
Todos ellos, a su manera, configuran la
quintaesencia de una literatura en español, poliédrica y multifuncional, que
había desafiado poco a poco al centro del extinto imperio colonial español. El
poder de la imaginación estaba suplantando a las huecas castidades de una
narrativa en crisis. No está de más, en este repaso genérico a las nuevas y renovadoras
tendencias literarias, tener en consideración la aparición influyente de obras
en español como la de Juan Rulfo con su lenguaje conciso y existencial capaz de
transmitir la vida fantasmagórica de los habitantes de Comala, la jerga porteña
de un Roberto Arlt y la riqueza de mundos en la obra descomunal del Premio Nobel
colombiano Gabriel García Márquez. Pero en Europa, también ya venía de lejos un
cambio de registro total para el arte de narrar, evidenciado en las obras de
Kafka a Robert Musil con un sujeto individual escindido, así como el
tratamiento del espacio y de la memoria en las obras de Marcel Proust o James
Joyce.
Como ocurre en todas las culturas, los cambios
económicos y sociales estructuran las formas de ver el mundo, y son los
escritores quienes marcan el rumbo o cambian la historia en la manera de
contarla. Así fue como la invasión de la ciencia sobre la vida humana
sobrecogió a Ernesto Sábato. Y Faulkner y Steinbeck y Ginsberg o Kerouac
literaturizaron los rostros ocultos de la potencia emergente de los Estados
Unidos de América. Y en África, la gran desconocida, qué decir apenas de sus
premios Nobel, de sus literaturas nacionales, de sus vanguardias. Por ellos, la
literatura nos sobrevive. Y es un desafío en las islas asumir su tricontinentalidad
con todos los influjos y reflujos de
cultura colindantes.
A estas alturas del debate sobre el posible
estatuto diferencial de la literatura hecha en Canarias, yo opino que se está
rozando la estridencia, ni la propia rotundidad justificada de nuestro derecho
a la diferencia por razones geográficas y lingüísticas respecto a la literatura
española, ni tampoco la cerrazón del discurso homologado acerca de la
inexistencia de una literatura distinta y propiamente canaria más allá de las
literaturas en lengua española, valen para la dilucidación de una vía de escape
que nos saque del atolladero en esta irresoluta hipermodernidad. Nos va la vida
en ello. Créanme lo que digo. Las literaturas de los pueblos equilibran el
desmedido proceso de pérdida de memoria y la mutación de la capacidad de
percepción de la realidad cada vez más compleja, virtual y cibernética haciendo
que las novelas sean una mínima barricada para el humanismo.
Por eso, repito una vez más, yo
quisiera
defender públicamente, en esta tarde feliz de noviembre, el hecho de que las
islas atesoran una estela histórica que sigue el rumbo de una tradición propia,
con un diálogo deficitario muchas veces con su entorno geográfico, lingüístico
y cultural debido al aislamiento secular, producto de una dependencia
estructural respecto al centro que la ha llevado tristemente a la imitación y a
la repetitividad de lo culturalmente estandarizado. Esa es la pobreza del nuevo
siglo, en plena sociedad de la información, en las universidades y en las instituciones
se desconoce, se imposibilita, se menoscaba el enorme potencial tricontinental
de nuestra cultura. El paisaje, la creación cultural, los bienes naturales no
se internacionalizan desde el marco de una soberanía democrática, sino desde su
productividad económica exterior.
A decir verdad, en el particular modus vivendi de
las islas se ha interiorizado desde siempre el influjo de las visitas foráneas
con autores extranjeros y la acumulación interior de múltiples escuelas y
tendencias que han ido sedimentando unas raíces dinámicas y sensibles para el
tropismo y la fluctuación de interrelaciones, la variedad como sustancia
identificable de lo canario en la cultura. Por eso queda a la vista que somos
islas de simbiosis cultural. Nuestro futuro es la interdependencia. Una
plataforma transfronteriza de las culturas y las artes, del turismo y el
paisaje, no del petróleo y las divisas.
También, a la postre, el paisaje literario de las
islas ha supuesto un caldo de cultivo para que durante diversos momentos históricos
en nuestras islas fueran cultivadas tanto la ruptura innovadora de las
vanguardias como el surrealismo, así como la eclosión distintiva de fórmulas
clásicas como el romanticismo tardío o la propia hibridación de tendencias
artísticas que han explorado las posibilidades de lo mestizo. La mezcla,
queridos compañeros, como una construcción de lo utópico que desde los griegos
ha señalado el horizonte de Canarias.
Y el peligro que sobrevuela en el panorama de la
cultura es que, el deterioro ecológico producido por los excesos del turismo
masivo, también contrae sobre la epidermis social y creativa una incapacitación
generalizada para la autoconstrucción de un imaginario posible. Quiero decir
que la literatura y el arte canario atesoran por su riqueza testimonial un
potencial emancipador que vale como una caja de resistencia ante el rodillo
aplastante de lo mercantil y lo turistificado. Y así mismo sostengo que, a fin
de cuentas, la vida rezumante en las novelas canarias constituye en su
diversidad un espejo ideal interpretativo mediante el cual es posible la
comprensión de la realidad de hoy en las islas.
Ante nuestra difícil tesitura en el plano
dominante de lo turístico cultural, yo creo que ha llegado el momento de
apostar por la visibilización de una literatura canaria que afirme su
existencia potencial, sin reproducir los mecanismos de reconocimiento aplicados
al continente, al dogma de un progreso
visto por la óptica uniformadora de las naciones-estado europeas y
occidentalocéntricas. Quiero decir que nuestros libros, permanecen en el tiempo
del mito, las palabras que dieron cuenta originalmente de nuestras islas
también adquieren carta de naturaleza en las novelas contemporáneas sirviendo
como narración del acontecer. Solamente
lo diré esta vez y nada más que de pasada, pues será en otros lugares donde
deberá debatirse cuerpo a cuerpo en el plano de las ideas.
Yo sugiero la evidencia rastreable de una
literatura nacional canaria vista como una totalidad expresiva de la historia
de un pueblo cuya realidad -geopolítica y archipielágica- le brinda en este
nuevo siglo la posibilidad de ser un nuevo territorio de ese universo atlántico
que se está materializando a través del diálogo directo con las otras islas de
su misma condición.
En pleno auge de las nuevas tecnologías y el
intercambio acelerado de información, la posibilidad de la conexión y de la
interdependencia de Canarias con la gran ribera atlántico caribeña de naciones
es viable, deseable y tan real como la vida misma. Por medio del arte y la
literatura se han escrito muchos destinos de los pueblos. Y precisamente las
islas que durante siglos fueron lugar de monocultivos, explotación y
sometimiento bajo unas estructuras sociales piramidales y jerárquicas, reúnen
en su haber los archivos de memoria para redimensionar virtualmente su espacio
tricontinental.
Al proseguir por la senda de la dependencia
marginal respecto a los centros de irradiación de poder y la sujeción a los
soportes excluyentes del modelo turístico transnacional que hace de los
paisajes exóticos un reclamo insostenible de consumo masivo bajo la circulación
de mercancías en el circuito global del capital, estaremos al borde del
precipicio. Y han sido, precisamente, la poesía, el arte y la literatura,
quienes ante la historia de los lastres de la humanidad han mantenido la
vigilancia para salvaguardar los derechos y las aspiraciones de los pueblos del
mundo.
En este sentido, repito, Canarias a través de
muchas de sus novelas todavía por redescubrir entre el gran público, ha venido
gestando un caudal de referencias cuyo valor radica en la defensa de la utopía,
el paraíso y la belleza, así como el testimonio de un trágico decurso histórico
que replica al infinito el relato de la decadencia o la caída del hombre del
feliz estadio de su naturaleza divina. Los libros de literatura han sido
fundamentales para la ciencia moderna, para el progreso social y, sobre todo lo
demás, para ofrecer un mosaico en red sobre la pluralidad de contextos y la
semejanza de encrucijadas que entrecruzan los cuatro puntos cardinales del
planeta. Y es que, una misma realidad constituyó históricamente a los otros
archipiélagos que están habitando el planeta, con nuevos desafíos de
integración y supervivencia, al ser sociedades deudoras de la emigración y el
mestizaje, así como de la manipulación y el ecocidio por ser zonas sensibles de
belleza turistificable.
Tal vez la historia ponga finalmente cada lugar
en su sitio. Esperemos que las islas soñadas desde Plutarco a Julio Verne,
desde Cairasco a Alberto Vázquez Figueroa, desde Alexander Von Humboldt a
Miguel de Unamuno puedan reivindicar algún día por venir su propio lugar en el
mundo. Aunque no sean más que una tragedia geológica tal como dijo Domingo
Pérez Minik, en algún lugar antes de que su biblioteca se reuniera aquí mismo,
ante nuestros ojos, en unas islas que son territorio de la poesía, un
archipiélago volcánico tricontinental.
Junio/ Noviembre 2013
Madrid-Cuenca-Tenerife
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