"constelaciones- 32"
Fotografía (2010-2011)
© Karina Beltrán
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El libro "Cosmovisión atlántica" de próxima publicación
obtuvo el Accésit V Premio Poeta Bento, Fundación Néstor Álamo en 2012
LA PINTURA COMO LA POESÍA
Recuerdo ahora al poeta Antonio
Gamoneda cuando en cierta ocasión afirmaba que el arte no necesita explicarse,
pero que a veces es necesario formular otras preguntas que revelen su sentido,
sean hechas por filósofos o por poetas. De esta forma -concluía el poeta- ante
una pieza de Chillida, solo el poeta puede decir: “La exactitud es el vértigo”.
Pienso en Gamoneda porque sus
palabras indagan en la esencia que implica recíprocamente arte y poesía. Una
relación cimentada desde antiguo y que ha hecho que Octavio Paz dijera que el
poeta es el mejor crítico de arte y que un pintor es alguien que traduce las
palabras en imágenes plásticas, y, a su vez, el poeta traduce en palabras las
líneas, planos y colores. O, por expresarlo con el decir de José Ángel Valente
–de nuevo otro poeta-, poesía y pintura, ya desde sus orígenes, han fraguado
una sólida alianza en torno a la misma “materia oscura” que las dos comparten.
En ambos –poeta y pintor- confluye una pugna semejante por aprehender las
mismas cosas innombrables: esas que constituyen la “materia oscura” que merodea
en torno a lo inefable.
Ciertamente –e insisto aquí en lo
que desarrollé en mi ensayo “De la misma materia oscura: el diálogo entre arte
y literatura”, incluido en el volumen Signos
de la tribu publicado en Canarias por Ediciones Idea, en 2007-, la
vinculación entre poesía y pintura se remonta muy atrás en el tiempo.
Recordemos que existe un tipo de poema denominado “écfrasis”, cultivado desde
la Antigüedad, en el que el poeta ha de esforzarse por plasmar en las palabras
el equivalente o paralelo poético de una pintura concreta. Lo practicó
Baudelaire y, después de él, Apollinaire, Valèry, Max Jacob, Breton… Y, entre
los españoles, Cirlot, Alberti, Hierro, Crespo y tantos otros.
Además del “écfrasis”, poetas y
pintores se han aliado con frecuencia, aunando sus voluntades y esfuerzos en la
creación de una obra conjunta en donde la palabra y la imagen se reflejen
mutuamente. La memoria del arte y la de la literatura está ferazmente
alimentada de ejemplos que lo testimonian.
Para
Leonardo Da Vinci el arte es una “cosa mental”. El arquitecto y urbanista
italiano La Padula sostiene que es “una cosa loca”. Nuestro Antonio Gamoneda
defiende que es una “cosa espiritual”. Y es conocida la definición visionaria de
Lautréamont cuando dijo aquello de que el arte es “el encuentro fortuito de un
paraguas y una máquina de coser en una mesa de disección”. Y yo entiendo que esos intentos de aprehender
la naturaleza esencial del arte, su condición más íntima, la verdad en que
establece su ser, pueden tener un manifiesto paralelismo con la afirmación de
Valente de que el reto de la poesía consiste en que debe decir con palabras
aquello que no puede decirse con palabras. Por mi parte mantengo que además de
sed de comunicación, fuente de conocimiento y aspiración de revelación, la
poesía es nada más y nada menos que un milagro del lenguaje. O dicho de otra
manera: el poema no debe querer decir, sino ser. La pintura, el arte, ya sea
desde una simiente “mental, loca, espiritual o visionaria”, se hermana con la
poesía en su profunda y radical naturaleza de aspirar a ser en sí misma, de
cumplirse más allá de los límites de la representación. De ahí la vocación
complementaria entre poetas y pintores.
Por referirme solamente a Canarias,
en nuestra poesía contemporánea contamos con muestras significativas de esa
alianza entre poesía y pintura. Ahí están las colaboraciones de nuestros
surrealistas con Juan Ismael. O el feliz encuentro entre Pedro García Cabrera y
Jesús Ortiz. O las creaciones
vanguardistas de Juan Hidalgo en el grupo ZAJ. O las sugerencias de líneas y
siluetas de Alejandro Togores para los poemas de tradición oriental de Mariano
Vega. O las asociaciones de la palabra de Sánchez Robayna con las imágenes de
Vicente Rojo, Ràfols-Casamada, Roberto Cabot, Denis Long o Tàpies. O los poemas
de Alberto Pizarro acompañando las obras de José Abad. O los de Domínguez Jaén
para creaciones de Jerónimo Maldonado. O los textos de Krawietz y León sobre
dibujos de Francisco Acosta. O el reciente poemario de Octavio Pineda sobre
cuadros de Óscar Domínguez…. La nómina es abundante y podría seguir
incrementándose el recuento. Con ello no haríamos sino constatar de forma
fehaciente esa significativa y perdurable atracción que arte y literatura,
poesía y pintura, emanan entre -y desde- ellas.
En el origen de todo esto resuenan
los ecos de Horacio en su Epístola ad
Pisones donde se encuentra su ya clásica afirmación de “Pictura ut poesis”, esto es: “La pintura
es como la poesía”. La máxima horaciana subraya esa misma esencia inagotable
que imbrica ambas disciplinas y que tantas y tan memorables colaboraciones ha
propiciado y sigue haciéndolo. Se trata, en suma, de una inagotable presencia,
de un próspero y floreciente diálogo que confluye en un mismo destino que se
prolonga en la edad del tiempo.
A esa
mutua implicación cabe añadir el empeño del poeta isleño Samir Delgado, cuya
última entrega poética, Cosmovisión
atlántica (La isla que habita en los cuadros), se ofrece a los
lectores.
“LA ISLA NECESITA AL ARTISTA”
No es la primera vez que Samir
Delgado vincula su discurso poético a la interpretación –y recreación- de obras
pictóricas. Ya lo hizo en Galaxia
Westerdahl y en Las geografías
circundantes (Tributo a Manuel Millares). El primero de ellos, publicado
por el MACEW, en 2016, obtuvo el XV Premio Internacional de Poesía Luis Feria
(2013) de la Universidad de La Laguna. El segundo fue editado por la
Viceconsejería de Cultura del Gobierno de Canarias y el MACEW, también en 2016,
con motivo del 90 aniversario del nacimiento de Millares y el 50 del Museo de
Arte Abstracto Español.
En ambos poemarios no solo se trata de poemas a la manera de
“écfrasis”, sino que, por encima de la mera descripción de lo que los cuadros
muestran en su combinación de líneas, planos, formas, volúmenes y colores,
Samir Delgado introduce un doble elemento significativo que en Cosmovisión atlántica ahonda y amplía su
propuesta. Por un lado, una derivación hacia la reflexión sobre la naturaleza
originaria de la isla y su devenir en el tiempo. Y, por otro, la revelación de
su más íntimo ser insular, unívocamente unida a su condición de creador volcado
en el oficio de las palabras.
Son 25 los poemas –escritos en
forma de prosa- que componen Cosmovisión
atlántica. El primero de ellos consta de cinco epígrafes agrupados bajo el
título que da nombre al libro. Los 24 restantes son fruto de la contemplación
de otros tantos cuadros debidos al mismo número de artistas que han escogido
como sujeto y objeto de sus obras el paisaje de la geografía insular.
Hay, sí, en el poemario un
paralelo y recíproco impulso motivador. El
poeta se sitúa ante un estímulo exterior –el cuadro- y ese estímulo le
conduce a la introspección, a la búsqueda de su propio conocimiento como isleño
y como ser. Pero, igualmente, desde la conciencia interior –su misma
existencia- desarrolla un proceso que lo lleva a reflejarse en los espejos del
cuadro. Así, pues, el mero comentario lírico, el ejercicio descriptivo de la
obra de arte mediante la palabra, ve incrementados sus niveles de significación
y el alcance de su propuesta.
Porque –subrayémoslo de nuevo-
Samir Delgado es consciente tanto de su esencialidad isleña como de su
condición de creador. Y por eso, singularmente en el primer poema, en los cinco
textos ahí reunidos, indaga críticamente en los elementos que definen la isla y
en la necesidad de la implicación de los creadores con la incertidumbre de su
memoria y su devenir. Es por ello que afirma en uno de sus versos que “la isla
necesita al artista”. Para cumplirse en sí misma y en su destino. Para que sea
algo más que un accidente geográfico y ofrezca todo el potencial que ese su
“ver distinto” –al decir de Padorno-, encierra.
Poesía, entonces, que trasciende
la apariencia y lo inmediato para formular cuestiones que participan de lo
filosófico, lo ideológico y lo ético. Todo ello cristalizando en una suerte de
ontología del ser, de la cultura, del arte, como empresa dignificadora y
necesaria de la existencia. Y todo ello, igualmente, expresado con un lenguaje
que se aleja tanto de la simple y mera exhibición autobiográfica como de la
exégesis o la glosa sin más, para fraguar en una sugestiva, arriesgada y
enriquecedora repercusión de sentidos.
En los poemas de Cosmovisión atlántica las palabras se
buscan a sí mismas en los ecos de su propia musicalidad, naciendo al
significado desde lo remoto y profundo para traspasar los límites de lo
escuetamente informativo. Tras sus resonancias culturalistas, el lenguaje da
paso a los significados imprevistos y sugerentes, a una estética plural donde
se asocia la visión descriptiva con lo conceptual, lo filosófico con la
impregnación ética, además de referentes simbólicos e históricos. De esta
manera, el decir poético fluye con una intensa contención, como destellos o
vislumbres cuajados de múltiples horizontes de interpretación, y donde la
dicción novedosa y la polivalencia de sentidos se abren a una sublimación de la
interioridad a la par que a la indagación sobre el sentido de ser isla en la
isla. Aquí, al cabo, el discurso poético compone un hallazgo novedoso, inédito
por momentos, pleno de atrevimiento, no solo formal sino también ideológico y
crítico.
Ciertamente, como apuntaba
Gamoneda, el arte no necesita explicarse, pero a veces es necesario formular otras
preguntas que revelen su sentido, sean hechas por filósofos o por poetas. En su
Cosmovisión atlántica el poeta isleño
acude a la pintura para formular esas “otras preguntas” que inquieren más allá,
más adentro, de lo que muestran los lienzos. Preguntas que, en este caso,
desembocan en el desvelamiento íntimo, en la exploración de la categoría
isleña, en el ser y existir de la isla a la que, perteneciéndole,
pertenece.
Samir Delgado se sitúa en la
contemplación de una serie de cuadros de artistas diversos. Y en los cuadros
-esos cuadros en los que habita la isla-, en tanto germinan sus palabras se
vislumbra a sí mismo para descubrirse habitado por la isla misma y por lo que
esa isla es y por lo que puede ser por la intervención creadora del arte y los
artistas.
Esa es la búsqueda. Ese el reto
que propone.
Sabas Martín, Madrid, 2017
Sabas Martín (1954)
Poeta, escritor,
periodista, Académico Honorario de la Academia Canaria de la Lengua
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