lunes, 10 de julio de 2017

“La exactitud es el vértigo” Prólogo de Sabas Martín al libro "Cosmovisión Atlántica. La isla que habita en los cuadros"

"constelaciones- 32"
Fotografía (2010-2011)
© Karina Beltrán


El libro "Cosmovisión atlántica" de próxima publicación 
obtuvo el Accésit V Premio Poeta Bento, Fundación Néstor Álamo en 2012

LA PINTURA COMO LA POESÍA


Recuerdo ahora al poeta Antonio Gamoneda cuando en cierta ocasión afirmaba que el arte no necesita explicarse, pero que a veces es necesario formular otras preguntas que revelen su sentido, sean hechas por filósofos o por poetas. De esta forma -concluía el poeta- ante una pieza de Chillida, solo el poeta puede decir: “La exactitud es el vértigo”.
           
Pienso en Gamoneda porque sus palabras indagan en la esencia que implica recíprocamente arte y poesía. Una relación cimentada desde antiguo y que ha hecho que Octavio Paz dijera que el poeta es el mejor crítico de arte y que un pintor es alguien que traduce las palabras en imágenes plásticas, y, a su vez, el poeta traduce en palabras las líneas, planos y colores. O, por expresarlo con el decir de José Ángel Valente –de nuevo otro poeta-, poesía y pintura, ya desde sus orígenes, han fraguado una sólida alianza en torno a la misma “materia oscura” que las dos comparten. En ambos –poeta y pintor- confluye una pugna semejante por aprehender las mismas cosas innombrables: esas que constituyen la “materia oscura” que merodea en torno a lo inefable.
           
Ciertamente –e insisto aquí en lo que desarrollé en mi ensayo “De la misma materia oscura: el diálogo entre arte y literatura”, incluido en el volumen Signos de la tribu publicado en Canarias por Ediciones Idea, en 2007-, la vinculación entre poesía y pintura se remonta muy atrás en el tiempo. Recordemos que existe un tipo de poema denominado “écfrasis”, cultivado desde la Antigüedad, en el que el poeta ha de esforzarse por plasmar en las palabras el equivalente o paralelo poético de una pintura concreta. Lo practicó Baudelaire y, después de él, Apollinaire, Valèry, Max Jacob, Breton… Y, entre los españoles, Cirlot, Alberti, Hierro, Crespo y tantos otros.
           

Además del “écfrasis”, poetas y pintores se han aliado con frecuencia, aunando sus voluntades y esfuerzos en la creación de una obra conjunta en donde la palabra y la imagen se reflejen mutuamente. La memoria del arte y la de la literatura está ferazmente alimentada de ejemplos que lo testimonian.
            Para Leonardo Da Vinci el arte es una “cosa mental”. El arquitecto y urbanista italiano La Padula sostiene que es “una cosa loca”. Nuestro Antonio Gamoneda defiende que es una “cosa espiritual”. Y es conocida la definición visionaria de Lautréamont cuando dijo aquello de que el arte es “el encuentro fortuito de un paraguas y una máquina de coser en una mesa de disección”.  Y yo entiendo que esos intentos de aprehender la naturaleza esencial del arte, su condición más íntima, la verdad en que establece su ser, pueden tener un manifiesto paralelismo con la afirmación de Valente de que el reto de la poesía consiste en que debe decir con palabras aquello que no puede decirse con palabras. Por mi parte mantengo que además de sed de comunicación, fuente de conocimiento y aspiración de revelación, la poesía es nada más y nada menos que un milagro del lenguaje. O dicho de otra manera: el poema no debe querer decir, sino ser. La pintura, el arte, ya sea desde una simiente “mental, loca, espiritual o visionaria”, se hermana con la poesía en su profunda y radical naturaleza de aspirar a ser en sí misma, de cumplirse más allá de los límites de la representación. De ahí la vocación complementaria entre poetas y pintores.
           
Por referirme solamente a Canarias, en nuestra poesía contemporánea contamos con muestras significativas de esa alianza entre poesía y pintura. Ahí están las colaboraciones de nuestros surrealistas con Juan Ismael. O el feliz encuentro entre Pedro García Cabrera y Jesús Ortiz. O las creaciones vanguardistas de Juan Hidalgo en el grupo ZAJ. O las sugerencias de líneas y siluetas de Alejandro Togores para los poemas de tradición oriental de Mariano Vega. O las asociaciones de la palabra de Sánchez Robayna con las imágenes de Vicente Rojo, Ràfols-Casamada, Roberto Cabot, Denis Long o Tàpies. O los poemas de Alberto Pizarro acompañando las obras de José Abad. O los de Domínguez Jaén para creaciones de Jerónimo Maldonado. O los textos de Krawietz y León sobre dibujos de Francisco Acosta. O el reciente poemario de Octavio Pineda sobre cuadros de Óscar Domínguez…. La nómina es abundante y podría seguir incrementándose el recuento. Con ello no haríamos sino constatar de forma fehaciente esa significativa y perdurable atracción que arte y literatura, poesía y pintura, emanan entre -y desde- ellas.
           
En el origen de todo esto resuenan los ecos de Horacio en su Epístola ad Pisones donde se encuentra su ya clásica afirmación de “Pictura ut poesis”, esto es: “La pintura es como la poesía”. La máxima horaciana subraya esa misma esencia inagotable que imbrica ambas disciplinas y que tantas y tan memorables colaboraciones ha propiciado y sigue haciéndolo. Se trata, en suma, de una inagotable presencia, de un próspero y floreciente diálogo que confluye en un mismo destino que se prolonga en la edad del tiempo.
            A esa mutua implicación cabe añadir el empeño del poeta isleño Samir Delgado, cuya última entrega poética, Cosmovisión atlántica (La isla que habita en los cuadros), se ofrece a los lectores.  

“LA ISLA NECESITA AL ARTISTA”


No es la primera vez que Samir Delgado vincula su discurso poético a la interpretación –y recreación- de obras pictóricas. Ya lo hizo en Galaxia Westerdahl y en Las geografías circundantes (Tributo a Manuel Millares). El primero de ellos, publicado por el MACEW, en 2016, obtuvo el XV Premio Internacional de Poesía Luis Feria (2013) de la Universidad de La Laguna. El segundo fue editado por la Viceconsejería de Cultura del Gobierno de Canarias y el MACEW, también en 2016, con motivo del 90 aniversario del nacimiento de Millares y el 50 del Museo de Arte Abstracto Español.

En ambos poemarios  no solo se trata de poemas a la manera de “écfrasis”, sino que, por encima de la mera descripción de lo que los cuadros muestran en su combinación de líneas, planos, formas, volúmenes y colores, Samir Delgado introduce un doble elemento significativo que en Cosmovisión atlántica ahonda y amplía su propuesta. Por un lado, una derivación hacia la reflexión sobre la naturaleza originaria de la isla y su devenir en el tiempo. Y, por otro, la revelación de su más íntimo ser insular, unívocamente unida a su condición de creador volcado en el oficio de las palabras.
Son 25 los poemas –escritos en forma de prosa- que componen Cosmovisión atlántica. El primero de ellos consta de cinco epígrafes agrupados bajo el título que da nombre al libro. Los 24 restantes son fruto de la contemplación de otros tantos cuadros debidos al mismo número de artistas que han escogido como sujeto y objeto de sus obras el paisaje de la geografía insular.
Hay, sí, en el poemario un paralelo y recíproco impulso motivador. El  poeta se sitúa ante un estímulo exterior –el cuadro- y ese estímulo le conduce a la introspección, a la búsqueda de su propio conocimiento como isleño y como ser. Pero, igualmente, desde la conciencia interior –su misma existencia- desarrolla un proceso que lo lleva a reflejarse en los espejos del cuadro. Así, pues, el mero comentario lírico, el ejercicio descriptivo de la obra de arte mediante la palabra, ve incrementados sus niveles de significación y el alcance de su propuesta.
           
Porque –subrayémoslo de nuevo- Samir Delgado es consciente tanto de su esencialidad isleña como de su condición de creador. Y por eso, singularmente en el primer poema, en los cinco textos ahí reunidos, indaga críticamente en los elementos que definen la isla y en la necesidad de la implicación de los creadores con la incertidumbre de su memoria y su devenir. Es por ello que afirma en uno de sus versos que “la isla necesita al artista”. Para cumplirse en sí misma y en su destino. Para que sea algo más que un accidente geográfico y ofrezca todo el potencial que ese su “ver distinto” –al decir de Padorno-, encierra.

Poesía, entonces, que trasciende la apariencia y lo inmediato para formular cuestiones que participan de lo filosófico, lo ideológico y lo ético. Todo ello cristalizando en una suerte de ontología del ser, de la cultura, del arte, como empresa dignificadora y necesaria de la existencia. Y todo ello, igualmente, expresado con un lenguaje que se aleja tanto de la simple y mera exhibición autobiográfica como de la exégesis o la glosa sin más, para fraguar en una sugestiva, arriesgada y enriquecedora repercusión de sentidos.
           
En los poemas de Cosmovisión atlántica las palabras se buscan a sí mismas en los ecos de su propia musicalidad, naciendo al significado desde lo remoto y profundo para traspasar los límites de lo escuetamente informativo. Tras sus resonancias culturalistas, el lenguaje da paso a los significados imprevistos y sugerentes, a una estética plural donde se asocia la visión descriptiva con lo conceptual, lo filosófico con la impregnación ética, además de referentes simbólicos e históricos. De esta manera, el decir poético fluye con una intensa contención, como destellos o vislumbres cuajados de múltiples horizontes de interpretación, y donde la dicción novedosa y la polivalencia de sentidos se abren a una sublimación de la interioridad a la par que a la indagación sobre el sentido de ser isla en la isla. Aquí, al cabo, el discurso poético compone un hallazgo novedoso, inédito por momentos, pleno de atrevimiento, no solo formal sino también ideológico y crítico.
           
Ciertamente, como apuntaba Gamoneda, el arte no necesita explicarse, pero a veces es necesario formular otras preguntas que revelen su sentido, sean hechas por filósofos o por poetas. En su Cosmovisión atlántica el poeta isleño acude a la pintura para formular esas “otras preguntas” que inquieren más allá, más adentro, de lo que muestran los lienzos. Preguntas que, en este caso, desembocan en el desvelamiento íntimo, en la exploración de la categoría isleña, en el ser y existir de la isla a la que, perteneciéndole, pertenece.   
           
Samir Delgado se sitúa en la contemplación de una serie de cuadros de artistas diversos. Y en los cuadros -esos cuadros en los que habita la isla-, en tanto germinan sus palabras se vislumbra a sí mismo para descubrirse habitado por la isla misma y por lo que esa isla es y por lo que puede ser por la intervención creadora del arte y los artistas.

Esa es la búsqueda. Ese el reto que propone.  

Sabas Martín, Madrid, 2017

Sabas Martín (1954)

Poeta, escritor, periodista, Académico Honorario de la Academia Canaria de la Lengua


                 




No hay comentarios:

Publicar un comentario