viernes, 5 de febrero de 2016

Lezama Lima en Playa de las Américas: poesía y hermenéutica

José Lezama Lima (1910-1976)




Cómo aislar los fragmentos de la noche
para apretar algo con las manos
LEZAMA


Yo quiero rendir de este lado del Atlántico unos minutos de sentido homenaje al Lezama de 1976- hace más de cuarenta años- tras el reencuentro con La Habana mediante el rescate de mis queridos libros traídos de Cuba, algunas palabras de testimonio directo aún supervivientes y las sensaciones viajeras de primera mano que prosiguen ellas solas la misma vereda legendaria de los siglos de intercambio y parentesco entre nuestras islas.

No puedo tomar la palabra sin antes dejar constancia de mi agradecimiento a los cubanos Virgilio López Lemus y Manuel García Verdecia que en pocas horas de seminario festivalero prendieron en mí la imago de la utopía lezamiana, al igual que debo citar por su infinito amor insulario a los jóvenes poetas holguineros Luis Yuseff y Yanier Hechevarría, pues con ellos y a través de ellos, yo certifiqué en pleno malecón habanero la completa similitud sobre el devenir de nuestros desvelos líricos y de nuestras inquietudes existenciales ante el universo de la insularidad.

Supongan ustedes ahora, mediante la fuerza ambiental de cualquier espacio repleto de libros, que por la gracia de la licencia poética podamos traer hasta Tenerife a un Lezama resucitado de entre las cenizas. O si lo prefieren, ya que Cuba está incluida entre los afiches turísticos que inundan los escaparates de las travel agency de todo el mundo, podamos ir ya mismo de viaje hasta la calle Trocadero para tomar contacto directo con la misma atmósfera que dio al mundo Paradiso.

Y es que, de cualquier modo, veremos que el ímpetu romántico del filósofo Schleiermacher por establecer unos fundamentos hermenéuticos que posibiliten una comprensión ideal para que podamos situarnos en el lugar del autor reconstruyendo así la génesis original de un texto resulta, a todas luces, una tentativa caduca. Ya sea por la ineludible evidencia sobre la movilidad de la escritura puesta en circulación por la deconstrucción del francés-argelino Jacques Derrida. Ya sea por la contundente muestra científica del semiótico Mijail Bajtin sobre el hecho de que todo signo ideológico supone un reflejo material sobre el estado de la fricción social en la historia de los pueblos.

Así, dicho esto, toda lectura de Lezama supondrá un diálogo abierto con la tradición de su legado poético y el horizonte de nuestro propio devenir histórico, no valen ya las interpretaciones académicas con una clarividente función policíaca y tampoco las adscripciones generacionales oportunistas que recogen para su provecho el potens lezamiano reciclado del anhelo revolucionario.

Yo quisiera, ahora mismo, pensar en Lezama siguiendo las referencias de José Agustín Goytisolo que le recordaba “ fumando un largo puro, sentado en un balancín y abanicándose al calor de aquel setiembre habanero que pareció quererse distinguir por una exagerada humedad, por un pesado aliento que subía de la tierra como el vaho de un horno por decirlo con palabras del Génesis en la historia de Lot” (J.A. Goytisolo, 1966).


De igual modo, teniendo a mano el conjunto de su obra poética que se nos muestra cada noche insular bajo la atracción del azar concurrente y la vivencia oblicua, quisiera referirme al propio caldo de cultivo donde se desarrolló la faceta más analítica del poeta como fue su vinculación a la revista Orígenes, que tanto nos recuerda a la trayectoria de la generación surrealista de Tenerife Gaceta de Arte en la época de la república. Así nos lo cuenta el profesor Nilo Palenzuela cuando alude a “los animadores de Orígenes que desentrañan las imágenes de la diferencia y suprimen las distancias de Europa y América, y del Norte y del Sur, y recogen textos o visiones en una suerte de antropofagia. La revista, como en las utopías renacentistas, sitúa sobre Cuba un aprendizaje que puede encontrarse en todas las lenguas. Aquí aparecen textos traducidos al español de Saint-John Perse, de Heidegger, del pintor Braque, de W.C. Williams o de W.H Auden. Es la grandeza de las alturas insulares y acaso también su exasperada necesidad. Aquí se manifiestan las obsesiones universalistas con el deseo de atrapar la unidad y de sortear el laberinto de Babel.” (Nilo Palenzuela, 2002)

Cuando el filósofo alemán Walter Benjamin leía a través de los versos de Baudelaire el paisaje finisecular de la París de las galerías comerciales, nos estaba ilustrando de forma alegórica la prehistoria de la modernidad donde el poeta estaba siendo desplazado bajo el peso de la masa social, ya la experiencia auténtica de la subjetividad romántica había quedado sepultada por la lógica de la reproducción industrial que convertía hasta las obras de arte en mercancías. Y, así de este modo, nace la interrogante sobre el papel que ha jugado el verso de Lezama en La Habana, cuando la globalización económica está desangrando las identidades de las naciones de todo el globo bajo el impacto del rodillo capitalista, con nuestra recreación literaria de las noches insulares corremos de pronto el peligro de caer bajo los esquemas mercantiles del imperio del dinero, no parece que la erótica de la lejanía nos brinde un espacio de redención cuando las imágenes de la sociedad del espectáculo son descifradas por las leyes del mercado.

Si traemos a Lezama hasta aquí tendremos que ir por la fuerza motriz de nuestro tiempo marcado por la era del turismo masivo hasta Playa de las Américas, al igual que Varadero irrumpe en la retina de los millones de viajeros que van hacia Cuba desde Europa. Parece que la cultura ya solo queda como patrimonio a la venta, el paisaje como territorio explotable y el pasado como moneda de cambio en las transacciones humanas. Solamente la poesía parece deslindarse de los patrones normativos de comunicación. Será tarea de los poetas de hoy salir al paso de esta encrucijada revalidando los destellos emancipatorios del verbo poético, no es otra la cuestión. Aquí está Lezama.

Finalmente, siguiendo las palabras del propio ministro cubano de Cultura, Abel Prieto, vemos que “cualquier intento de simplificar el proyecto utópico de Lezama choca con la singularidad de su estructura: la fe de Lezama en un futuro superior para los hombres se da en una compleja estratificación en niveles diversos, que van desde el regreso al Paraíso y la derrota de la muerte; hasta el logro de una totalidad metafísica que nos devuelva la armonía perdida y que- acudiendio eventualmente al taoísmo- liquide la diferencia entre sujeto y objeto, entre el yo y el no yo, pasando por un curiosísimo programa social de corte nacionalista y católico, fundamentado en el poder revolucionador de la cultura artístico-literaria. Todo esto, sazonado por una visión redentora del papel de América Latina, por la presencia quemante de Martí y por esa luminosidad, difícilmente precisable, con que tocó siempre al destino de su país. Son estratos innumerables: estéticos, filosóficos, éticos, sociales y- especialmente- mixtos. Y todos se comunican; confluyen, en las aguas hirvientes del Puraná que se estiran hacia las puertas soñadas.” (Abel Prieto, 1988).

Yo solo puedo decir aquí, de este lado de nuestro Atlantic ocean, que yo estuve en San Cristóbal de La Habana, no se imaginan ustedes la fuerza envolvente de sus calles y de sus gentes, un stop en el tiempo que tanto presume como que agoniza, a estas horas del 40 aniversario del último viaje del poeta y su Ángel de la Jiribilla, solo vale seguir creyendo en la utopía, en una orilla y en la otra, pues todas las orillas confluyen en una sola gracias a la poesía de José Lezama Lima.

Samir Delgado, 2010-2016



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