José Lezama Lima (1910-1976) |
Cómo aislar los fragmentos de la noche
para apretar algo con las manos
LEZAMA
Yo
quiero rendir de este lado del Atlántico unos minutos de sentido
homenaje al Lezama de 1976- hace más de cuarenta años- tras el reencuentro con La Habana
mediante el rescate de mis queridos libros traídos de Cuba,
algunas palabras de testimonio directo aún supervivientes y las
sensaciones viajeras de primera mano que prosiguen ellas solas la
misma vereda legendaria de los siglos de intercambio y parentesco
entre nuestras islas.
No
puedo tomar la palabra sin antes dejar constancia de mi
agradecimiento a los cubanos Virgilio López Lemus y Manuel García
Verdecia que en pocas horas de seminario festivalero prendieron en mí
la imago de la utopía lezamiana, al igual que debo citar por su
infinito amor insulario a los jóvenes poetas holguineros Luis Yuseff
y Yanier Hechevarría, pues con ellos y a través de ellos, yo
certifiqué en pleno malecón habanero la completa similitud sobre el
devenir de nuestros desvelos líricos y de nuestras inquietudes
existenciales ante el universo de la insularidad.
Supongan
ustedes ahora, mediante la fuerza ambiental de cualquier espacio
repleto de libros, que por la gracia de la licencia poética podamos
traer hasta Tenerife a un Lezama resucitado de entre las cenizas. O
si lo prefieren, ya que Cuba está incluida entre los afiches
turísticos que inundan los escaparates de las travel agency de todo
el mundo, podamos ir ya mismo de viaje hasta la calle Trocadero para
tomar contacto directo con la misma atmósfera que dio al mundo
Paradiso.
Y
es que, de cualquier modo, veremos que el ímpetu romántico del
filósofo Schleiermacher por establecer unos fundamentos
hermenéuticos que posibiliten una comprensión ideal para que
podamos situarnos en el lugar del autor reconstruyendo así la
génesis original de un texto resulta, a todas luces, una tentativa
caduca. Ya sea por la ineludible evidencia sobre la movilidad de la
escritura puesta en circulación por la deconstrucción del
francés-argelino Jacques Derrida. Ya sea por la contundente muestra
científica del semiótico Mijail Bajtin sobre el hecho de que todo
signo ideológico supone un reflejo material sobre el estado de la
fricción social en la historia de los pueblos.
Así,
dicho esto, toda lectura de Lezama supondrá un diálogo abierto con
la tradición de su legado poético y el horizonte de nuestro propio
devenir histórico, no valen ya las interpretaciones académicas con
una clarividente función policíaca y tampoco las adscripciones
generacionales oportunistas que recogen para su provecho el potens
lezamiano reciclado del anhelo revolucionario.
Yo
quisiera, ahora mismo, pensar en Lezama siguiendo las referencias de
José Agustín Goytisolo que le recordaba “ fumando un largo
puro, sentado en un balancín y abanicándose al calor de aquel
setiembre habanero que pareció quererse distinguir por una exagerada
humedad, por un pesado aliento que subía de la tierra como el vaho
de un horno por decirlo con palabras del Génesis en la historia de
Lot” (J.A. Goytisolo, 1966).
De
igual modo, teniendo a mano el conjunto de su obra poética que se
nos muestra cada noche insular bajo la atracción del azar
concurrente y la vivencia oblicua, quisiera referirme al propio caldo
de cultivo donde se desarrolló la faceta más analítica del poeta
como fue su vinculación a la revista Orígenes, que tanto nos
recuerda a la trayectoria de la generación surrealista de Tenerife
Gaceta de Arte en la época de la república. Así nos lo cuenta el
profesor Nilo Palenzuela cuando alude a “los animadores
de Orígenes que desentrañan las imágenes de la diferencia y
suprimen las distancias de Europa y América, y del Norte y del Sur,
y recogen textos o visiones en una suerte de antropofagia. La
revista, como en las utopías renacentistas, sitúa sobre Cuba un
aprendizaje que puede encontrarse en todas las lenguas. Aquí
aparecen textos traducidos al español de Saint-John Perse, de
Heidegger, del pintor Braque, de W.C. Williams o de W.H Auden. Es la
grandeza de las alturas insulares y acaso también su exasperada
necesidad. Aquí se manifiestan las obsesiones universalistas con el
deseo de atrapar la unidad y de sortear el laberinto de Babel.”
(Nilo Palenzuela, 2002)
Cuando
el filósofo alemán Walter Benjamin leía a través de los versos de
Baudelaire el paisaje finisecular de la París de las galerías
comerciales, nos estaba ilustrando de forma alegórica la prehistoria
de la modernidad donde el poeta estaba siendo desplazado bajo el peso
de la masa social, ya la experiencia auténtica de la subjetividad
romántica había quedado sepultada por la lógica de la reproducción
industrial que convertía hasta las obras de arte en mercancías. Y,
así de este modo, nace la interrogante sobre el papel que ha jugado
el verso de Lezama en La Habana, cuando la globalización económica
está desangrando las identidades de las naciones de todo el globo
bajo el impacto del rodillo capitalista, con nuestra recreación
literaria de las noches insulares corremos de pronto el peligro de
caer bajo los esquemas mercantiles del imperio del dinero, no parece
que la erótica de la lejanía nos brinde un espacio de redención
cuando las imágenes de la sociedad del espectáculo son descifradas
por las leyes del mercado.
Si
traemos a Lezama hasta aquí tendremos que ir por la fuerza motriz de
nuestro tiempo marcado por la era del turismo masivo hasta Playa de
las Américas, al igual que Varadero irrumpe en la retina de los
millones de viajeros que van hacia Cuba desde Europa. Parece que la
cultura ya solo queda como patrimonio a la venta, el paisaje como
territorio explotable y el pasado como moneda de cambio en las
transacciones humanas. Solamente la poesía parece deslindarse de los
patrones normativos de comunicación. Será tarea de los poetas de
hoy salir al paso de esta encrucijada revalidando los destellos
emancipatorios del verbo poético, no es otra la cuestión. Aquí
está Lezama.
Finalmente,
siguiendo las palabras del propio ministro cubano de Cultura, Abel
Prieto, vemos que “cualquier intento de simplificar el proyecto
utópico de Lezama choca con la singularidad de su estructura: la fe
de Lezama en un futuro superior para los hombres se da en una
compleja estratificación en niveles diversos, que van desde el
regreso al Paraíso y la derrota de la muerte; hasta el logro de una
totalidad metafísica que nos devuelva la armonía perdida y que-
acudiendio eventualmente al taoísmo- liquide la diferencia entre
sujeto y objeto, entre el yo y el no yo, pasando por un curiosísimo
programa social de corte nacionalista y católico, fundamentado en el
poder revolucionador de la cultura artístico-literaria. Todo esto,
sazonado por una visión redentora del papel de América Latina, por
la presencia quemante de Martí y por esa luminosidad, difícilmente
precisable, con que tocó siempre al destino de su país. Son
estratos innumerables: estéticos, filosóficos, éticos, sociales y-
especialmente- mixtos. Y todos se comunican; confluyen, en las aguas
hirvientes del Puraná que se estiran hacia las puertas soñadas.”
(Abel Prieto, 1988).
Yo
solo puedo decir aquí, de este lado de nuestro Atlantic ocean, que yo
estuve en San Cristóbal de La Habana, no se imaginan ustedes la
fuerza envolvente de sus calles y de sus gentes, un stop en el tiempo
que tanto presume como que agoniza, a estas horas del 40 aniversario del último viaje del poeta y su Ángel de la Jiribilla, solo
vale seguir creyendo en la utopía, en una orilla y en la otra, pues
todas las orillas confluyen en una sola gracias a la poesía de José
Lezama Lima.
Samir
Delgado, 2010-2016
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