lunes, 26 de septiembre de 2016

“Las abejas que golpeaban los cristales”, Relato sobre la visita de Charles Piazzi Smyth al Teide

Charles Piazzi Smyth: The Great Comet of 1843


Las Islas Canarias son la zona ultrasensible del planeta
André Breton


Nadie jamás imaginó en la isla de las maldiciones que una mañana veraniega de 1856 zarparía desde Southampton la más célebre incursión astronómica capitaneada por Charles Piazzi Smyth, un egiptólogo de pésima reputación que soñaba con la posibilidad de cruzar el atlántico de camino a la estrellas.

A bordo del buque Titania, la expedición científica había sido patrocinada por acaudalados británicos que sentían la tentación de ganarse la inmortalidad costeando los aparatosos catalejos ópticos y primitivos telescopios de la época que estaban fabricados con la finalidad de acariciar los cráteres lunares.

Una vez pisaron tierra, tras hospedarse en un hotel del Puerto de la Cruz, pasaron por una infinidad de turbulencias y costosos desplazamientos en burros hasta las Cañadas del Teide. Todos los resultados científicos logrados por la arribada de Charles Piazzi Smyth supusieron un avance notorio para la captación de imágenes nocturnas, llegando incluso a conseguir para mayor gloria de las islas, tan celebradas por la mitología grecolatina, que en la propia superficie lunar se bautizaran los picos de Tenerife.

Como no podía ser de otra manera, a nuestro observador distinguido le acompañaba su esposa Jessie Duncan, remota descendiente de Hipatia de Alejandría y Madame Châtelet, todas aquellas mujeres computadoras del harén de Pickering y las primeras astrónomas de la Royal Society, la mirada femenina sobre el universo que durante milenios fue silenciada bajo los impedimentos de la cultura oficial en las cortes de la sabiduría.

Y es que nadie jamás imaginó que fuera la propia hermana de Tycho Brahe la que durante las oscuras noches del siglo XVI registró el cálculo de las órbitas planetarias, tampoco que Aspasia de Mileto fuera una de las grandes artífices de la retórica griega y mucho menos aún que el descubrimiento astronómico de los púlsars fuera un hallazgo de Jocelyn Bell, aquellos faros celestes que hipnotizaron a Carl Sagan como un polvo de estrellas de infinita edad cósmica.

Ahora todo el mundo contempla extasiado el impresionante complejo astronómico en las Cañadas del Teide, la isla de las maldiciones acoge una gran multitud de científicos que podrán indagar en las espirales galácticas que laten a millones de años luz, pero en el revés de los tiempos, siempre quedará entre el eco de los grandes relatos de la humanidad, el zumbido inquietante de las abejas que golpeaban los cristales.



Samir Delgado (2009) 

Relato finalista VI Concurso Universitario de Relato Breve Día del Libro, Universidad de La Laguna.

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