Charles Piazzi Smyth: The Great Comet of 1843 |
“Las
Islas Canarias son la zona ultrasensible del planeta”
André
Breton
Nadie
jamás imaginó en la isla de las maldiciones que una mañana
veraniega de 1856 zarparía desde Southampton la más célebre
incursión astronómica capitaneada por Charles Piazzi Smyth, un
egiptólogo de pésima reputación que soñaba con la posibilidad de
cruzar el atlántico de camino a la estrellas.
A
bordo del buque Titania, la expedición científica había sido
patrocinada por acaudalados británicos que sentían la tentación de
ganarse la inmortalidad costeando los aparatosos catalejos ópticos y
primitivos telescopios de la época que estaban fabricados con la
finalidad de acariciar los cráteres
lunares.
Una
vez pisaron tierra, tras hospedarse en un hotel del Puerto de la
Cruz, pasaron por una infinidad de turbulencias y costosos
desplazamientos en burros hasta las Cañadas del Teide. Todos los
resultados científicos logrados por la arribada de Charles Piazzi
Smyth supusieron un avance notorio para la captación de imágenes
nocturnas, llegando incluso a conseguir para mayor gloria de las
islas, tan celebradas por la mitología grecolatina, que en la propia
superficie lunar se bautizaran los picos de Tenerife.
Como
no podía ser de otra manera, a nuestro observador distinguido le
acompañaba su esposa Jessie Duncan, remota descendiente de Hipatia de Alejandría y Madame Châtelet, todas aquellas mujeres
computadoras del harén de Pickering y las primeras astrónomas de la
Royal Society, la mirada femenina sobre el universo que durante
milenios fue silenciada bajo los impedimentos de la cultura oficial
en las cortes de la sabiduría.
Y
es que nadie jamás imaginó que fuera la propia hermana de Tycho
Brahe la que durante las oscuras noches del siglo XVI registró el
cálculo de las órbitas planetarias, tampoco que Aspasia de Mileto
fuera una de las grandes artífices de la retórica griega y mucho
menos aún que el descubrimiento astronómico de los púlsars fuera
un hallazgo de Jocelyn Bell, aquellos faros celestes que
hipnotizaron a Carl Sagan como un polvo de estrellas de infinita edad
cósmica.
Ahora
todo el mundo contempla extasiado el impresionante complejo
astronómico en las Cañadas del Teide, la isla de las maldiciones
acoge una gran multitud de científicos que podrán indagar en las
espirales galácticas que laten a millones de años luz, pero en el
revés de los tiempos, siempre quedará entre el eco de los grandes
relatos de la humanidad, el zumbido inquietante de las abejas que
golpeaban los cristales.
Samir
Delgado (2009)
Relato finalista VI Concurso
Universitario de Relato Breve Día del Libro, Universidad de La
Laguna.
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