martes, 25 de abril de 2017

Las órbitas de lo inmemorial: los zoolitos de Buenache

Exposición "El curso natural de las cosas" La Casa Encendida, Madrid, 2016

 
Una historia del arte español en las últimas décadas pasa necesariamente por Buenache de la Sierra en Castilla-La Mancha. En este enclave privilegiado de la provincia de Cuenca se encuentra el museo de los zoolitos, un espacio expositivo singular y maravillante donde se ubica la obra del artista conquense Fernando Buenache. Allí puede ser contemplada día y noche, una oportunidad para que la ciudadanía tenga más cerca las quintaesencias de la escultura naturalista, una obra de arte total que conservo en la memoria como la última exposición que pude visitar en la Casa Encendida de Madrid antes del exilio voluntario en México, con piezas de Elena Aitzkoa, Francis Alÿs, Polly Apfelbaum, Herman de vries y el propio Fernando Buenache.
Cada una de las piezas artísticas de este amigo de las piedras tienen un aura especial, envolvente y cautivador, la cosmovisión del creador que encuentra su lugar de permanencia en el mismo punto de origen. Fernando Buenache es el artista necesario, de esos que de no existir habría que inventarlos para los manuales de las memorias intangibles del acontecer, en los rincones del planeta, únicos e irrepetibles, en los que el arte adquiere una dimensión de seña de identidad. Precisamente, un poeta como Juan Eduardo Cirlot, supo ver el parentesco alucinante entre los grabados rupestres de las cuevas antiquísimas y la pulsión abstracta del arte moderno: una tesis irrebatible que establece el eslabón transhistórico para definir la tendencia artística de la condición humana.
Y es que en los zoolitos hay una virtud incuestionable, como la tuvo César Manrique en la isla volcánica, es la capacidad del arte de síntesis con el paisaje circundante, el volumen de belleza alcanzada por medio de la interacción primordial con el entorno y el prodigio evocativo de una naturaleza animada en bosques oníricos, cuyo valor patrimonial supone un auténtico regalo para quien contempla. Quienes han visitado el inventario simbólico de la obra naturalista de Fernando Buenache, pacientemente acumulada en su pueblo de origen, pueden desentrañar los entresijos de una intervención en el paisaje que devuelve a la vista los regustos de la perplejidad y el asombro, la alucinación y el capricho, todas aquellas bondades de lo natural que se hacen redivivas a través de la mano del artista,  reconocible de inmediato por la personalidad de su obra, atesorada para su pueblo en un museo, de aire libre y belleza impar, tras largas décadas de dedicación solidaria y profunda a las vestiduras de la tierra serrana, donde la música electroacústica resuena de eco y las formas de piedra más alucinatorias atraen hacia Buenache las órbitas de lo inmemorial.

                                        

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