jueves, 25 de enero de 2018

Reseña “Poemas en blanco y negro” del escritor dominicano Leonardo Nin

De izquierda a derecha: Samir Delgado y Leonardo Nin, McAllen, Texas, (2017)

No es extraño que la voz de Federico García Lorca corone el pórtico de entrada del libro “Poemas en blanco y negro” del dominicano Leonardo Nin, egresado de la Universidad de Harvard y exponente de la diáspora caribeña en la literatura contemporánea de nuestro continente mayor. Nada extraño que sea necesario cruzar el nocturno de Brooklyn Bridge del poeta granadino universal para que comience la aventura poética en blanco y negro de Leonardo Nin, autor excepcional con un futuro cargado de esperanzas a quien conocí en el Festival de Poesía Latinoamericana en McAllen, Texas, el pasado otoño.

Ya con su libro entre manos tampoco es casualidad que durante la concatenación de estos poemas en blanco y negro publicados en San Salvador allá por 2014 se escuchen de fondo el eco de voces trascendentales como las de Manuel Del Cabral, Jacques Roumain, Roque Dalton y el propio Whitman. El libro de Nin, residente en Boston y declamador de largo recorrido en la más pura tradición oral del Caribe, es un epifenómeno: un suceso que proviene a continuación de una larga historia de mestizajes, de tropismos, de idas y vueltas en el tiempo y el espacio. El poeta deviene a través de la escritura, tras su periplo migratorio participa de una constelación mayor, forma parte intrínseca de una tradición de rupturas y de un legado transgeneracional que va más allá de una identidad nacional.

Leonardo Nin nació en República Dominicana en el 74, el mismo año en el que fue asesinada la activista campesina Mama Tingó y en la década de los Juegos que padeció la impronta más criminal del gobierno de Balaguer, un escritor que compartiría junto a su opositor Juan Bosch el Premio Nacional de Literatura en el 90, el dictador abogado que instauró como presidente un Faro a Cristóbal Colón y dejó tras su paso un reguero de sangre. Y es que volver la mirada a la Dominicana hoy requiere tener muy en cuenta el blanco y el negro, las luces y las sombras que entretejen el libro de Nin, unos poemas que exploran la convergencia múltiple de la propia existencia, del halo vital y de la identidad personal, que más que dividida está constituida en sí misma por muchas tintas, salvaguarda del arcoíris y de la variedad enriquecedora, así el poeta es como asume el desafío de echarse a la espalda un libro poético, máxima expresión junto a la novela del artefacto cultural sobreviviente a la decadencia global internautica, que abre fuego contra el embrutecimiento soporífero de la televidencia y la anemia colectiva del bioconsumo posmoderno, convirtiendo el potencial performativo del idioma en un acontecimiento vital, en un performance de confesionalidad clarividente que refleja el compromiso ético y la apertura de miras del poeta caribeño a día de hoy, que habla español y baila salsa bajo los cielos azul petróleo del imperio.

Para el dominicano “la isla no es más que un punto en letargo”, el horizonte común que define una forma de ser, el hábitat primigenio que se hace memoria a través de la distancia y configura la excepción del ciudadano insular de por vida. El Caribe, al igual que las islas de la Macaronesia en la costa noroeste africana, participa de un movimiento propio, de una geopolítica mayor a base de lirismo y utopía, como dejó dicho el cubano Benítez Rojo, también de urdimbres académicas como Leonardo Nin, es la isla que se repite y así ocurre que el futuro es el origen. Derek Walcott lo promulgó a los cuatros vientos: el insular no necesita de la nostalgia del edén perdido en el pasado del europeo blanco occidental, su diversidad le constituye en depositario de la promesa de un paraíso futuro, hecho a base de mezclas míticas, de un cosmopolitismo ancestral.

A fin de cuentas, la obra poética y literaria de Leonardo Nin, que también frecuenta la narrativa con títulos como “Guazábaras” o “Mañana, si Dios muere” pertenece a la estela de autores llamados a proseguir el camino de la resistencia pacífica, del trabajo cotidiano en el ámbito de la cultura a machete y candela, iluminando espacios de confluencia y puntos de intersección, avivando el panorama de festivales internacionales y dejando huella del acervo de la isla, por ello no es ajeno el dominicano al juego del lenguaje poético que intercala vocablos del griego y denominaciones del creole, a la mixtura y la síntesis, a la proclamación sin pudores de la alegría de vivir allá donde va y el pronunciamiento ético ante los derroteros del mundo entero, planeta en blanco y negro, haciendo tan suyo el dolor de los desaparecidos en Argentina como contagiando a los demás el baile en la noche feliz de la insularidad,  un estar del poeta frente al público que sintoniza la magia y el atrevimiento, la seriedad de la academia y la dulzura del Caribe, rindiendo tributos a Papá Legbá como se debe, catarsis y liberación página tras página, deseando para sí mismo una muerte última, solo y amarrado a un árbol, como en Macondo.



Analco, Ciudad de Durango, México
Samir Delgado, 2018  

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