De izquierda a derecha: Samir Delgado y Leonardo Nin, McAllen, Texas, (2017) |
No es extraño que la voz de
Federico García Lorca corone el pórtico de entrada del libro “Poemas en blanco
y negro” del dominicano Leonardo Nin, egresado de la Universidad de Harvard y exponente
de la diáspora caribeña en la literatura contemporánea de nuestro continente
mayor. Nada extraño que sea necesario cruzar el nocturno de Brooklyn Bridge del
poeta granadino universal para que comience la aventura poética en blanco y
negro de Leonardo Nin, autor excepcional con un futuro cargado de esperanzas a
quien conocí en el Festival de Poesía Latinoamericana en McAllen, Texas, el
pasado otoño.
Ya con su libro entre manos
tampoco es casualidad que durante la concatenación de estos poemas en blanco y
negro publicados en San Salvador allá por 2014 se escuchen de fondo el eco de
voces trascendentales como las de Manuel Del Cabral, Jacques Roumain, Roque
Dalton y el propio Whitman. El libro de Nin, residente en Boston y declamador
de largo recorrido en la más pura tradición oral del Caribe, es un epifenómeno:
un suceso que proviene a continuación de una larga historia de mestizajes, de
tropismos, de idas y vueltas en el tiempo y el espacio. El poeta deviene a
través de la escritura, tras su periplo migratorio participa de una constelación
mayor, forma parte intrínseca de una tradición de rupturas y de un legado
transgeneracional que va más allá de una identidad nacional.
Leonardo Nin nació en República
Dominicana en el 74, el mismo año en el que fue asesinada la activista
campesina Mama Tingó y en la década de los Juegos que padeció la impronta más criminal
del gobierno de Balaguer, un escritor que compartiría junto a su opositor Juan
Bosch el Premio Nacional de Literatura en el 90, el dictador abogado que
instauró como presidente un Faro a Cristóbal Colón y dejó tras su paso un
reguero de sangre. Y es que volver la mirada a la Dominicana hoy requiere tener
muy en cuenta el blanco y el negro, las luces y las sombras que entretejen el
libro de Nin, unos poemas que exploran la convergencia múltiple de la propia
existencia, del halo vital y de la identidad personal, que más que dividida
está constituida en sí misma por muchas tintas, salvaguarda del arcoíris y de
la variedad enriquecedora, así el poeta es como asume el desafío de echarse a
la espalda un libro poético, máxima expresión junto a la novela del artefacto
cultural sobreviviente a la decadencia global internautica, que abre fuego
contra el embrutecimiento soporífero de la televidencia y la anemia colectiva
del bioconsumo posmoderno, convirtiendo el potencial performativo del idioma en
un acontecimiento vital, en un performance de confesionalidad clarividente que
refleja el compromiso ético y la apertura de miras del poeta caribeño a día de
hoy, que habla español y baila salsa bajo los cielos azul petróleo del imperio.
Para el dominicano “la isla no
es más que un punto en letargo”, el horizonte común que define una forma de
ser, el hábitat primigenio que se hace memoria a través de la distancia y
configura la excepción del ciudadano insular de por vida. El Caribe, al igual
que las islas de la Macaronesia en la costa noroeste africana, participa de un
movimiento propio, de una geopolítica mayor a base de lirismo y utopía, como
dejó dicho el cubano Benítez Rojo, también de urdimbres académicas como
Leonardo Nin, es la isla que se repite y así ocurre que el futuro es el origen.
Derek Walcott lo promulgó a los cuatros vientos: el insular no necesita de la
nostalgia del edén perdido en el pasado del europeo blanco occidental, su
diversidad le constituye en depositario de la promesa de un paraíso futuro,
hecho a base de mezclas míticas, de un cosmopolitismo ancestral.
A fin de cuentas, la obra poética
y literaria de Leonardo Nin, que también frecuenta la narrativa con títulos
como “Guazábaras” o “Mañana, si Dios muere” pertenece a la estela de autores
llamados a proseguir el camino de la resistencia pacífica, del trabajo
cotidiano en el ámbito de la cultura a machete y candela, iluminando espacios
de confluencia y puntos de intersección, avivando el panorama de festivales
internacionales y dejando huella del acervo de la isla, por ello no es ajeno el
dominicano al juego del lenguaje poético que intercala vocablos del griego y
denominaciones del creole, a la mixtura y la síntesis, a la proclamación sin
pudores de la alegría de vivir allá donde va y el pronunciamiento ético ante
los derroteros del mundo entero, planeta en blanco y negro, haciendo tan suyo
el dolor de los desaparecidos en Argentina como contagiando a los demás el
baile en la noche feliz de la insularidad, un estar del poeta frente al público que
sintoniza la magia y el atrevimiento, la seriedad de la academia y la dulzura
del Caribe, rindiendo tributos a Papá Legbá como se debe, catarsis y liberación
página tras página, deseando para sí mismo una muerte última, solo y amarrado a
un árbol, como en Macondo.
Analco, Ciudad de
Durango, México
Samir Delgado, 2018
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