Sergio Laignelet (Bogotá, 1969) |
Con más de
doscientas mil víctimas oficiales y millones de habitantes desplazados por un
conflicto armado que ha superado medio siglo de violencia hasta alcanzar el actual
proceso de paz, Colombia es más que un país en la historia fundamental para
comprender América Latina en el nuevo siglo. El episodio colombiano del
desastre y el colapso, con una tragedia a sus espaldas que parece salir del
fondo del abismo mediante el desarme final y la pacificación democrática,
constituye a día de hoy un lugar de paso obligado para la diplomacia
internacional y el observatorio necesario sobre el respeto a los derechos
humanos en todo el planeta. Colombia es mucho más que un territorio soberano,
el país que vio nacer y morir al Premio Nobel que legó a la posteridad la magia
de Macondo como uno de los mitos literarios más fecundos de la lengua española
tiene en su haber el paso decisivo que en términos de Realpolitik demuestra la
función de la cultura como ejemplo de patrimonio con alcance universal para
todas las naciones.
Y como en todos
los dramas humanitarios de la América Latina con las venas abiertas que Eduardo
Galeano desentrañó en libro para la esperanza futura, Colombia también tiene
diáspora, emigración forzada y una población de todos los lugares del país que
habitan en el extranjero como ciudadanos de referencia en las estadísticas del
mundo latino. Así sucedió siempre en el ámbito de la literatura y las artes,
también los creadores padecen el rigor de la guerra en cada nación y hacen de
su trayectoria vital un destino de la cultura. Muchos escritores colombianos
viven a estas horas en lugares que van de oeste a este y del sur al norte, y
precisamente retornan a Bogotá y Medellín de vez en cuando animando el ya de
por sí fértil panorama de la literatura colombiana contemporánea.
Un caso
excepcional de esta órbita colombiana de la literatura habitada por poetas del
exilio es Sergio Laignelet (Bogotá, 1969), autor radicado en Madrid desde hace
décadas y que con el paso del tiempo ha mostrado a través de sus varios libros
una personalidad única, tan sorprendente como irrepetible. Su último título
acaba de ver la luz en otoño de 2017, bajo el título That's all Folks! (poemas animados), de la editorial Lebas, un
libro contundente que supone algo más que una reafirmación estética de su
imaginario inspirado en los cuentos infantiles bajo una modalidad de escritura
poética totalmente fuera de serie y ajena por completo a los derroteros de las
tribunas de la moda literaria. Y es que Sergio Laignelet lo ha vuelto a hacer y
retorna para goce de sus lectores con la recreación literaturizada de los cartoons más universales, un golpe de
puños sobre la mesa de la tradición televisiva de los últimos cincuenta años
que no deja títere con cabeza.
El libro en exquisita
tapa negra, con un índice repleto de personajes de la talla de Bugs Bunny, el
Demonio de Tasmania o la mismísima Betty Boop, acomete un repaso panorámico de
transgresión total sin ningún remordimiento, libre de tabúes y de autocensuras,
sobre todos los dibujos animados de teleserie que han migrado al patrimonio
colectivo de la sociedad del espectáculo. That's
all Folks! es una obra desbordante, plagada de guiños de ojo al lector y
aldabonazos contra las compuertas de la Warner Bross estadounidense, una
muestra ejemplar de humor irreverente y de compromiso ético a la par que hace
de la poética laigneletiana una ofrenda literaria de última hora al parnaso del
malditismo, sumándose con maestría consumada a otras firmas como las de
Leopoldo María Panero, Anne Sexton o Ana María Matute que dedicaron en su día otros
textos a los personajes inmortales del mundo infantil.
El más reciente libro
de Laignelet no puede pasar desapercibido en ningún lugar, prosigue la estela
de sus anteriores entregas, como Malas lenguas
de 2005 y Cuentos sin hadas de 2010,
aunque esta vez el autor colombiano ha roto la barrera del sonido con un
registro poético culminado que marca la diferencia, con poemas de una exactitud
milimétrica, portavoz de una transcreación en español de los cuentos, mitos y
leyendas del imperio Disney que le hacen garante de la propiedad soberana de
una voz desmitificadora de la industria de los sueños, absolutamente perversa,
capaz de resignificar los espacios en sombra de los cartoons y devolver la vida a tantos iconos del entretenimiento
bajo una nueva óptica transgresora, apabullante y francamente incontestable.
Cada poema es un
epitafio, deja todo dicho, como la sorpresa del mago y el vértigo de la montaña
rusa, sus textos rayan el límite de la moralidad, abundan el territorio
prohibido, cómplices del arte de la taumaturgia y del travestismo carnavalesco,
de la risotada juglaresca y las aguadas en tinta china del Goya más brutal. De
hecho hay una cercanía filial entre la obra literaria del colombiano y autores
de renombre en el panorama angloamericano actual como Jerome Rothenberg, cuyo
libro 25 Caprichos after Goya de
2004, también hace suyo el eje temático de la escritura sobre y desde las
imágenes del arte, interpretando desde dentro del cuadro de Goya la decadencia
y el infortunio de la existencia, dando pie a otras lecturas imaginativas que
amplifican el potencial experimental del lenguaje y el grado contestatario de
la poesía a niveles comunicacionales pocas veces explorados, una poetología
valiente que va más allá de la pose acomodaticia del nihilismo de salón
literario y que puesta en práctica vale como terapia de choque frente al
aislamiento de la pantalla generadora de subjetividades esquizofrénicas en la
aldea global del capitalismo tardío.
Hoy Colombia
atesora un crisol de referencias culturales que enriquecen en todas las
disciplinas la diversidad, del conflicto armado a la paz, sus artistas y
escritores muestran la necesidad de recuperar el sentido, de bucear nuevamente
en la alegría de vivir y renovar la mirada hacia una infancia perdida que
seguirá siendo en todas las épocas la verdadera patria del ser humano. Con la
obra literaria de Sergio Laignelet se cumple un designio, el poeta colombiano
hace de las suyas y los mundos del ayer y del mañana a través de los dibujos
animados y los cuentos infantiles no volverán a ser los mismos jamás, es lo que
tiene el poder transmutante y performativo de la poesía, como el chamán y el
druida, el poeta inflama la llama del encantamiento y las realidades se
confunden, la ironía y el sarcasmo destronan toda forma de dictadura, y del
otro lado puede llegar la cura, el alivio pasajero o el definitivo trance que
nos lleve de la mano a la sonrisa cómplice, entre tanto dolor y tantas
injusticias, hacia lo inédito, lo inexplorado, lo inaudito.
Samir
Delgado, 2018
Analco,
Ciudad de Durango, México
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