Obra de Paty Aguirre, "El Paraiso", Óleo sobre tela, Exposición Santuario, Museo Los Gurza (2018) |
La artista duranguense Paty Aguirre tiene vocación y futuro, la configuración de su obra plástica prosigue hacia adelante fundiendo el sincretismo de lo circense y lo tragicómico, tanto la ironía como el compromiso, la polifonía y el susurro, la densidad y el flirteo, entre la máscara de polichinela y el juego de estarcidos
La adoración del sol también es
idolatría. Bajo el imperio de las calculadoras y los spots consumista la lógica
dominante de las imágenes en circuito cerrado de la pantalla global conlleva a
una barbarie cotidiana que resulta asimilada como lo normal en el mundo de la
vida social. Lo dijo Walter Benjamin en uno de sus escritos más visionarios: el
capitalismo se convertirá en religión. Y ante la inminencia del colapso
solamente el arte puede redimir la agonía acumulada de la existencia mortal
sobre la faz de la tierra.
Todavía la pintura resiste a la manera de actividad
maravillosamente improductiva frente los embates enajenadores de un sistema
saturado que incrementa a cada hora la pérdida de fe en la imagen como hábitat
utópico. Si la pintura ha sido un bastión esencial como contrapoder que ha
abanderado multitud de experiencias de vanguardia en el discurrir del arte- el
lienzo es un ilimitado campo de batalla dijo Antonio Saura- la existencia real
y tangible de una joven artista como Paty Aguirre en el precario censo
demográfico del panorama de la creación plástica en el norte de México
significa a todas luces una clarividente promesa de futuro.
El estudio de artista de Paty Aguirre
en la calle Constitución del centro de Durango representa un capítulo más de
otra novela ideal para el irredento Georges Perec e incluso un ejemplo de la
morada del artista para la poética del espacio de Gastón Bachelard, Paty
Aguirre ha vivido en distintos departamentos de un mismo edificio pintando su
obra lienzo a lienzo, día y noche, como una forma de pervivencia de ese ideal
protagónico en el que la mujer creadora forja su propio destino afrontando los
obstáculos de la mediocridad institucional reinante y el modelo social abusivo
y extorsionador del patriarcado neoliberal. Su pintura es un juego vital, el
romance íntimo con el demiurgo de la creatividad, provocación y delirio,
éxtasis a flor de piel, exuberancia y derroche de un santuario impregnado por
la antorcha de la vida misma de una artista irreverente, consciente desus dones
y resueltamente aplicada a la ardua tarea postedénica de volver a morder todas
las manzanas prohibidas como un reclamo justo del derecho universal al goce de
la existencia.
Entre los cuadros del
“Santuario” de Paty Aguirre hay una entremezcla sutil de iconos sacros y
paganos, imágenes de vírgenes y santos deconstruidos cuyo aura desmitificador
no deja de ser igualmente hechizante para advertir desde la primera mirada al
cuadro que hay una obra en proceso, seria y mordaz, con simbolismos trabajados
en la estructura de una mitología propia que convierte sus lienzos en especies
de mónadas de lo posmoderno, con una carga erótica repleta de dicotomías y
paradojas, audacias de la mirada de Paty Aguirre que incorpora incluso su
bestiario particular y una puesta en órbita de un mundo personal que
ejemplifican la sensibilidad curtida hacia la naturaleza animal y el hálito de
toda vida al filo extremo de la muerte en los tiempos de una catástrofe
permanente a la que también -como nadie después- dedicó una canción implacable
el poeta defeño Mario Santiago Papasquiaro.
La artista duranguense Paty
Aguirre tiene vocación y futuro, la configuración de su obra plástica prosigue
hacia adelante fundiendo el sincretismo de lo circense y lo tragicómico, tanto
la ironía como el compromiso, la polifonía y el susurro, la densidad y el
flirteo, entre la máscara de polichinela y el juego de estarcidos, ella
aclimata cada cuadro con la mirada hacia la inmensidad del mundo que proveen
los ventanales de su estudio de artista, en donde el cielo y la tierra se
confunden igual que en su pintura, para el goce inaudito de quienes disponen
del privilegio y hasta del valor necesario que se requiere, para visitar por
unos segundos al menos, el santuario de su arte.
Museo Gurza, México 2018
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