Por Cecilia Domínguez Luis
Samir
Delgado toma de la obra pictórica de Fernando Zóbel, -pintor abstracto nacido
en Manila en 1924- Jardín seco, el título para su poemario, editado en
Madrid por Bala Perdida editorial y con un excelente prólogo del teórico y
crítico de Arte Alfonso de la Torre.
Y,
como no podía ser de otra manera, Jardín seco va a ser, además una
mirada-homenaje a este artista.
No
es la primera vez que Samir elige como fuente de inspiración la obra de un
artista plástico relevante. Ya la hizo con Manolo Millares y sus “arpilleras”,
y con él parece que el poeta ha iniciado un camino donde poesía y arte van a
marchar al unísono.
Como
en el caso de Millares el poeta ha debido pasar por un proceso de
interiorización de la obra de Zóbel, sobre todo y a juzgar por sus poemas, por
la fase que caracteriza a la época de Ornitóptero, que toma el nombre de
la célebre máquina voladora de Leonardo da Vinci, y donde se observa una clara
influencia de lo oriental. En ella, la luz, el difumino y los trazos de tinta
negra van a tener un papel preponderante. Y, a poco que vayamos leyendo los
poemas y relacionándolos con los cuadros, nos daremos cuenta de que tanto Zóbel
como Samir nos ofrecen el hallazgo de una nueva mirada.
Tal
parece que, en las cinco partes de las que se compone este libro, el poeta va
recopilando y recreando la evolución vital y pictórica del pintor abstracto
donde la alborada del entintado anuncia efemérides sin retorno.
Plástica,
poesía y música conforman un mundo que va a desembocar en Jardín seco,
la parte central y más extensa de este libro, en la que, entre otras
cosas escribe: la corriente desplayada atrae un bestiario al culmen de tinta,
y donde vemos cómo la palabra de Samir se une a los trazos de Zóbel para
ofrecernos, en hermosa combinación, la visión que ambos, poeta y pintor, tienen
del universo.
En
esta parte alternan los versos cortos con los versiculares, estableciéndose una
suerte de interdependencia entre la belleza de lo contemplado y las palabras
que la expresan. Contemplación e interiorización que se traducen en versos
como:
Observar el vuelo de la abeja reina a este pretil de
madera/El espacio sagrado del estío hacia el orden puro del abismo, del poema Kensintong, a versos como Alta hora del
cielo con suturas de negro/Y desde el blanco para siempre/ el carbunclo de la
fugacidad; del poema Malagón que le sigue inmediatamente.
Los
trazos de tinta se hacen más contundentes en esta parte, donde tanto pintor
como poeta tratan de eternizar el instante fugaz, a través de transmitirnos una
sensación de espacio-tiempo, totalmente desnuda de ornamentos, como ocurre con
la pintura china.
No
en vano Zóbel decía que «en la obra de arte lo que no resulta necesario sobre,
incluso distrae, debilita y estorba.» de ahí que sus trazos pretendan eternizar
lo que queda del objeto, después de quitarle lo que se considera fugaz.
En
otras palabras, pintor y poeta tratan de atrapar lo que permanece. De ahí que
la pintura de Zóbel y los poemas de Samir nos remitan al mundo de las ideas, de
lo conceptual.
Siempre
se ha dicho que la poesía trata de eternizar el instante por medio de la
palabra, asi como la pintura a través de los trazos.
En
este caso tanto poeta como pintor tratan de buscar una reconciliación con lo
que les rodea, apuntando a su esencia.
Por fin en casa la hora sin título
La mirada soberana del pintor
En el jardín seco dos libélulas a un tiempo
Inevitable
la presencia de Cuenca, lugar donde el pintor fundó el Museo de Arte Abstracto
Español, y donde Samir vivió una temporada en la que tuvo ocasión de
contemplar, con detenimiento la obra de Zóbel.
Ambos,
pintor y poeta se impregna, aunque en diferentes tiempos, de la magia de la
ciudad. Magia que Samir completa con el descubrimiento de los cuadros del
pintor español, que le inspirarán este hermoso libro.
Una
ciudad en la que descansan los restos de Zóbel y cuya memoria se verá reforzada
e iluminada por el libro de Samir Delgado, que termina con un poema titulado el
puente, cuyos tres últimos versos dicen: Para siempre el puente/ Tumba de
Zóbel pintor/ Imago hominis.
Todorov
decía, respecto a la belleza que «Alcanzar y reforzarla constituye, a su vez,
el único medio para redimir una cotidianeidad desoladora.» Y esto lo ha
conseguido Samir Delgado con su Jardín seco.
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