lunes, 13 de abril de 2020

La luz iluminante. "Jorge Oramas o el tiempo suspendido"

Portada del libro, Galaxia Gutenberg, 2018


Reseña del libro "Jorge Oramas o el tiempo suspendido" de Andrés Sánchez Robayna



En 1935 el pintor canario Jorge Oramas sucumbe con veinticuatro años por la tuberculosis. El artista recluido, a pesar de la enfermedad y el encierro, volcó en sus cuadros una mirada a la eternidad, el instante perpetuo del solar atlántico, los colores que palpitan la misma luminosidad de los paisajes del mediodía insular y que permanecen en sus pinturas como la plasmación de una teleología, del sentido de pertenencia y de realización pictórica del aura vital que impulsa el acto creador.  

Las islas en aquel entonces vagaban a la deriva entre el progreso incipiente de los años de la República y un retraso estructural por la lejanía geográfica y las desigualdades sociales de los monocultivos. La escuela indigenista y la vanguardia surrealista caminaban juntas, en la búsqueda de un espacio de proyección creativa que diera cuenta de los nuevos horizontes cosmopolitas del siglo XX y las necesidades de renovación estética que en las islas mediaban entre la exploración de las raíces telúricas del paisanaje y el clímax de los sueños que detonaban en la individualidad recién estrenada de las libertades un lugar genuino para las utopías.

Dos años antes de la fatídica muerte del artista, Agustín Espinosa dictó la conocida conferencia del Círculo Mercantil de Las Palmas titulada “Media hora jugando a los dados”, donde anticipa la universalidad del pintor, el hombre “espigado y tierno”, el pensador que no pintó Rodin. Desde entonces la obra plástica de Oramas ha representado un paradigma del creador insular, cuyos cuadros auguran el tiempo suspendido de la cartografía solar, los colores áureos del clima subtropical y la potencialidad de una metafísica pictórica que en la soledad del cuadro relumbra esos instantes de la contemplación íntima de la luz del mundo.      

Jorge Oramas fue el pintor de la experiencia insular, oficiante de barbero encontró en la escuela Luján Pérez el lugar de excepción, la hospitalidad necesaria de un atelier de artistas insulares que fomentaban el arte canario sin estigmas de inferioridad. Allí Oramas pudo dar rienda suelta a sus intuiciones creativas que consumó en apenas unos años de rigor pletórico atenazado por la enfermedad. Su pintura ha dado pie a un caudal floreciente de críticas y de referencias, exposiciones antológicas y catálogos memorables que encuentran en el libro “Jorge Oramas o el tiempo suspendido” (Galaxia Gutenberg, 2018) del poeta y Catedrático de literatura Andrés Sánchez Robayna un colofón ensayístico, el texto imprescindible que encumbra la luminosidad atlántica de los cuadros de Oramas con una poética de la insularidad que durante toda su vida ha configurado la escritura del poeta.

Este diálogo se inicia desde muy pronto en la estela biográfica de Sánchez Robayna, las imágenes de los cuadros de Oramas le acompañan desde siempre y esa vinculación íntima entre artista y poeta supone un itinerario fecundo que refuerza la idea de una tradición insular, el espacio de diálogo que constituye en mitología renovada los poemas del mediodía atlántico que se niega a perecer bajo el influjo dañino del turismo de masas. La ciudad de la isla que se pinta desde hace siglos también inspiró a románticos y a modernistas, a surrealistas y a los poetas civiles de la modernidad, las nuevas experiencias del lenguaje y de la exploración poética en otros territorios dialogan igualmente con las pinturas de sus coetáneos y antecesores, con los signos propios de un hábitat común cuyos nexos inherentes proclaman la transparencia de la cultura humana, del mestizaje y de la hibridez que establece el diálogo eterno entre la poesía y la pintura, la palabra y la imagen.

Sobre Jorge Oramas han hablado muchos de los autores de nuestras islas en las últimas décadas. Por ejemplo Nilo Palenzuela se refiere a él en un artículo titulado “La doble figura, la inmensidad” reunido en su libro “Moradas del intérprete” (FCE, 2007) en donde establece concordancias entre los paisajes del pintor canario y modernistas brasileños, además de insistir en la presencia de la melancolía en los rostros de las figuras femeninas duplicadas del mundo de Oramas. Y también Lázaro Santana, en su libro “Visión insular” de 1988, en el que la autenticidad de las obras de los artistas canarios de la época de Oramas resulta ser uno de los resultados genuinos de la articulación histórica entre el primitivismo y la vanguardia.

En una entrada del mes de agosto de 1981 del primer diario publicado por Sánchez Robayna, titulado “La inminencia” (FCE, 1996), el poeta menciona expresamente un sueño propio donde aparecen Oramas y Domingo López Torres, el misterio de la muerte y la figura de los dos creadores de ambas islas y tendencias que sugiere la pervivencia de un estado personal de vinculación a la atmósfera de los cuadros que el poeta construye en horizonte compartido. El ensayo abunda en las referencias al enigma de la pintura de Oramas, donde el mar apenas tiene presencia y descubre una suerte de realidad plástica soberana que hace que “el cuadro crea otra realidad: la suya propia”. Los personajes, las sombras y la luz insular de la pintura de Oramas muestran una dialéctica de reflejos que consuman la materialización de un “mediodía del ojo” del pintor, que es capaz de trascender el dolor y la angustia de la muerte próxima con una “luz iluminante”, la luz de Oramas por boca del poeta, la isla mirada en el cuadro, cuyo tiempo suspendido rebosa una eternidad liberadora.


Publicado originalmente en el suplemento cultural El perseguidor, Diario de Avisos
Canarias, 12 de abril de 2020

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