Ponencia leída en el IV Coloquio Vanguardias Trasatlánticas, Roma 2025
Pá escuchaba rock sinfónico y sus libros de poesía inocularon en el hijo,
Félix Francisco Casanova, la efervescencia lírica, eran los años del despertar
a la democracia en la isla atlántica. Y Carlos Edmundo fue hijo también, en su
caso del modernista Eduardo de Ory, la figura del padre se configuró como un
detonante de palabras, el acelerador de partículas, la dialéctica del ser hijo
y ser padre, las autorías esenciales que dotaron a la imagen poética de un
origen cotidiano, familiar, predestinado.
Si hay una huella que determina la incursión del escritor canario Félix
Casanova de Ayala en la eclosión y desarrollo del postismo debe buscarse
precisamente en su biogénesis íntima, curtida la memoria preterida del joven
gomero entre el vaivén geográfico que se extiende entre las islas y Madrid. Hay
que citar los días del bachiller en la capital que vio nacer la II República y
como estudiante de medicina su incorporación a filas en el ejército leal a la
causa de las libertades.
La razón condicionante de la distancia se edulcoró en la psiquis del
canario por su cercana circunstancia vital en Madrid, una variante de la
tradición poética donde la perspectiva volcánica del existir dio caudales de
tinta incesante: el más actual, por ser hoy mismo su centenario luctuoso, el
poeta Alonso Quesada, destinatario insulario de cartas firmadas por Gabriel
Miró, Juan Ramón Jiménez, Pedro Salinas, Antonio Machado. El autor de El lino de los sueños y de los Los caminos dispersos, asombró a Gómez
de la Serna en Café Pombo, suyo es el libro más reciente sobre la Metrópolis
borbónica: el Poema truncado de Madrid,
de 1920, aparecido por entregas en la Revista España y por primera vez en libro
por editorial Renacimiento de Sevilla, 2025: tiovivo del tiempo, espejo de
islas, túmulo de ironía y sarcasmo donde la raíz poética de la textualidad
canaria se embebe de su vocación de ser una alteridad deseada, reclamante de
telurismo y paisaje, la individualidad escribiente que se prolonga en el devenir
compromiso de un horizonte tricontinental.
Tras la estela de Casanova de Ayala en el archipiélago latían siglos de salitre y auras, la subjetividad lírica insular anclaba su cosmovisión en un tiempo geológico impensable por la razón. Era un muchacho el postista insular cuando se fraguaba la diseminación de una generación protagónica del surrealismo internacional: la Revista Gaceta de Arte fue el buque insignia, con Eduardo Westerdahl y Agustín Espinosa, se trató de la isla del Capítulo V de L´amour fou de Breton que volvía a la trastienda silenciosa de su volcán, otro poeta gomero, Pedro García Cabrera, conjugó la savia de la vanguardia que sería acallada por el alzamiento militar, el más joven de los surrealistas fue lanzado al mar en un saco de patatas, “qué profundo correr por mares de silencio” escribió Domingo López Torres en sus últimos días en la prisión de Fyffes, un empaquetado de plátanos con firma inglesa que fundó uno de los primeros campos de concentración franquista.
Mucho
antes, incluso, del nacimiento de Casanova de Ayala en 1915, la mirada debe evocar siglos atrás, cuando los
aborígenes canarios tocaban el tambor de piel de cabra al ver bailar el sol, la
poesía entonces constituyó el linaje. Y otro médico, Antonio de Viana, trasladó
el acontecer a tratados mitológicos, sus versos quedaron como simiente
fundacional en los días sevillanos de la peste, las islas son el sueño por
habitar desde entonces y el testigo lo tomaron en plena transición los poetas
de la atlanticidad mayor, Manuel Padorno y Andrés Sánchez Robayna, madurado el
acantilado en la pitera, teleología de la insularidad contemporánea.
El poeta Félix Casanova de Ayala fue alférez sanitario y estuvo en el
frente, condenado a muerte en pelotón se libró del luto, llegando su aliento
imantado de creatividad al Madrid de mediados de los cuarenta: los manifiestos
de Edmundo de Ory, Chicharro y Sernesí marcan el compás, Casanova de Ayala
proviene de lejanías ultramarinas, al decir del crítico Juan José Delgado, el
postismo “fue un picor” de “poetas-pilotos que se aventuran por climas
encrespados pero con el buen cuidado de no tentar, tan embebidos, la suerte que
les lleve a embarrancar absolutamente la realidad”.
Amor y dislate se dan la mano, el juego es invocado por la Esfinge, el
compromiso con el verbo no se olvida de sus quebrantos e infortunios, por lo
que los primeros libros del canario, “El paisaje contiguo” y “La vieja casa”
irrumpen en el panorama literario de los primeros 50 con emergencia vidente, de
Ory dijo de él “Pero hubo uno, sin embargo, que aprendió en el Postismo su
postismo, y ése fue un discípulo serio. Se llama Félix Casanova de Ayala, ya
nombrado aquí. Su poesía postista, sus sonetos y romances, son buenos”.
La incursión en la ribera canaria del postismo era un designio náutico,
provenía el diapasón de la entremezcla de lo onírico y de lo ontológico, decir
y ver, mas la oriundez subtropical con vena cosmopolita selló en el mismo punto
cardinal otra efervescencia nativa del sueño y del inconsciente, signos deudores
de la fiebre justiciera. En Las Palmas de Gran Canaria surgía en el 47 la
revista Planas de Poesía y los poemas de Liverpool,
de José María Millares Sall, Premio Nacional de Poesía, a título póstumo,
entreabrían la puerta al retorno de lo futuro en viajes que nunca tuvieron
lugar, el magma protuberante funda costas y malpaíses, la poesía adensa el
color de la tierra con nocturnidad y alevosía, cada isla en su cuadratura de
los círculos refundaba su hálito de universalidad, con ensueño y crítica social,
el archipiélago de la Macaronesia, islas afortunadas, posee el hilo de Ariadna
en el laberinto del capital y los repetidos secuestros de la Europa ilustrada,
romántica, vanguardista y en estado de shock.
Y el poeta gomero, a la par que los grancanarios y tinerfeños, atesoró el
decir protoimaginante que pulverizaba convenciones y estructuras verticales. A
Franco se le pudo detener instantes previos a tomar el Drago Rapide, el
anarquista canario Antoñé lo tuvo a tiro en la Comandancia de Santa Cruz de Tenerife
una luna antes del Alzamiento, los Consejos de Guerra se multiplicaron entre
los intelectuales canarios, y el postismo insular, que lo hubo, entre Casanova
de Ayala y Juan Ismael, poeta-pintor de las soledades majoreras, no hizo otra
cosa más que seguir el propio itinerario del pulso insular en la constelación
de la utopía, el carnaval del verbo y la contracultura librepensante ya latían
en la personalidad emblemática del Vizconde de Buen Paso, el palmero adelantado
a su tiempo que cultivó las Cartas de la Corte de Madrid, la parodia
desenmascarada, el destronamiento de la sangre azul, la crítica de ultramar que
tambalea reinos y escolásticas.
Nadie mejor que el propio autor para confesar las razones de su deriva,
Félix Casanova de Ayala, ya muerto el hijo en desenlace fatal con apenas 19
años, responde en entrevista que tal vez algunas páginas de su hijo
amplificaron el postsurrealismo y el postdadaísmo a fechas tardías, para el
poeta gomero el postismo nació en el Café Castilla la noche de Reyes de 1945 y
fue “un enriquecimiento para toda la vida”. Una corriente literaria que para el
canario representó en sus principios una oposición al preciosismo que emanaba
de ambientes complacientes como el Café Gijón y la revista Garcilaso, el perfil
social del ismo era una bofetada al decadentismo del régimen y llegó a ser un
anticipo o vaticinio incluso, en sus propias palabras, a la manera de un
adelantamiento de lo beatnik y hippy. Lo surreal para el canario era una
“cuarta dimensión” y sus primeros versos habían sufrido de lleno la censura.
Al regresar a la isla, el poeta publica “Conquista del sosiego” del 59 y
“Otoño mío” del 62, siguiendo su cronómetro vital con la aparición de libros
como "Oración para un nuevo día" (1963), "Elegía aullada"
(1964) y "Crucero de verano" (1971), el contracanto poetizante de la
tarjeta postal que se resistirá de modo retroactivo a la globalización de lo
turificante. Su concatenación lírica suma a su soledad intrínseca el poder
demiúrgico de una voz que late y se expande, a orillas del alisio africano y el
repique utópico de los caribes. Félix Casanova de Ayala, padre de poeta, se
confabuló aún tras la muerte del hijo para dar a luz dos libros al alimón,
“Cuello de botella” y “Estampido del gato acorralado”, publicaciones que
enervan al duende común de los amaneceres sucedidos.
El poeta canario se supo citado en libros de referencias como el de Fanny
Rubio sobre poesía social y el de Félix Grande sobre postismo, se leyó a sí
mismo en la Antholoie de jeune poesie europenne, haciendo memoria de primeros versos
suyos de juventud como el “Viejo acordeón marino” que resultó premiado en los
Juegos Florales Hispanoamericanos y Españoles de 1940, tuvo como inéditos
textos como Zogno (Madrid, 1940), “Cuento del sapo” (Ceuta, 1953) y la Epístola a Garry Davis de 1954 con 208
versos, hasta llegar a libros como Cancionero
del mitin de 1977 y a la prosa tardía, aunque muy reconocida, de “El collar
de caracoles” que se consolida en el boom de los narraguanches y de las
poéticas insularias que vertebran la resistencia a una Autonomía de
libremercado y turoperador.
Entre sus aportaciones de recuento memorial para los anales literarios
merece citarse la separata de “Papeles de Son Armadans” publicada en 1964 bajo
el título “Anecdotario y teoría del postismo” y algunos inéditos como aquellos
versos concluyentes de “El sol de espaldas cae”, donde sentencia Félix Casanova
de Ayala: “El simbolismo estaba en volar hacia Stonehenge / como si allí el
alba no fuera a crecer, / bueno, el niño murió de asco entre megalitos”.
Muchas gracias, grazie mille


No hay comentarios:
Publicar un comentario