Pitsibussi' (OTTO) Circulo de Bellas Artes, 2009 |
A
Esperanza
EL SOL amanece sus
mejores galas. Hacer la maleta en un pis
pas tiene su arte. Escoger con justa predilección aquellas prendas que nos
hacen ser uno mismo. Apagamos las luces de casa a ciencia cierta, sabedores de
que el retorno venidero, hace de la vida un viaje permanente.
LOS SILENCIOS del
hogar durante la ausencia nos parecen imposibles. Sus narraciones no serán
añoranza del futuro. Pienso lejos de casa en el día a día, igual que el guión
de un película superstar. Y en cualquier momento detener la cámara para los
deleites pasajeros, las fugas insospechadas, los trances apetecibles.
A RITMO de jazz en el
AVE con destino a Córdoba. El vaho matinal confunde los sentidos interiores de
los campos de Castilla. En sus haberes cervantinos parece intraducible la
cosecha. Así es que cuando cruzamos un túnel la oscuridad es intransigente. Da
exactamente igual el foco de nuestra atención: un libro, la televisión, el
sueño momentáneo. Durante el trasvase de luces la realidad prosigue adentro con
una densidad austral. Nada parece fuera de la historia del viaje.
EL PERFUME virginal
del Guadalquivir tiene algo de lo marítimo insular. Me dicen que huele al zumo
de las aceitunas. Tal vez sea la cercanía universal del agua eso que hace
similar la concordancia del espíritu líquido. He visto de lejos las ruinas
matinales de otro Danubio azul. Sentir de primera mano sus ecos abisales.
GÓNGORA HOTEL. La
sorpresa gratificante del poeta en medio de la errancia nocturna. Con el
regusto al vino cordobés la despedida parece un duelo antiquísimo. Esa cercanía
honda del recital matutino en la fuente de la casa árabe. Aquí todavía la luna
de Al-Andalus conserva sus quimeras irrepetibles.
GORRIONES en el
aeropuerto de Sevilla. Atraviesan con sus trinos los ventanales futuristas.
Sentí de pronto una urgencia física por echarme a correr, frente a frente, con
el extraño retorno a la ciudad natal. Cuanto dejé atrás me impulsa al infinito.
UN SUEÑO de isla: el
sueño hecho piedra.
Por
fin Hotel Madrid habitación adentro: guirnaldas de tiempo proseguido, alfombras
coronando las intermitencias nocturnas. Aquí el atardecer acumula las únicas
distancias soportables. Escribo matkat: viajes en finés. Los umbrales del
tiempo en otro idioma. La vida toda en los límites del verbo. Agua alrededor
igual que una quimera cierta. Una infancia tardía que puede recuperarse casi de
inmediato. Lanzarse al agua, en la playa deseada, para la concurrencia de los
fríos atlánticos. En seco, al estar descalzo, todavía las olas vienen para uno
solo. Malecón. Apenas un vistazo de improviso. Haberlo visto antes igual que en
sueños. Su prolongación matérica. Como en el Diario de un poeta reciencasado de
J.R.J, el mar hace de las suyas para la evocación total de todo cuanto somos.
Ver la isla por sus ojos. Cada
gesto aclimata las confidencias venideras. Y así lo convivido será doblemente bello.
CON AMIGOS a la mesa.
Potaje de berros y tacos de pescado como menú casero. El vino de El Hierro
brinda sus sabores intangibles, la noche tiene un final agrandado por la
despedida, su conclusión de besos entrañables. Desde el hall del hotel la luna
–diosmiolaluna- es un presentimiento dulce que se sabe inigualable por
infinito.
TRIANA. La calle
comercial hace de la realidad un infinito de posibles para la experiencia de
estar en el centro. Por eso la ciudad reúne para sí tanta dispersión necesaria.
EL AZUL siempre.
Always blue. Vista la isla en la lejanía. Sus contornos ofrecen un banquete de
luz, las miríadas atrayentes del ser in situ padorniano. A veces la propia
perspectiva queda en el olvido durante el viaje. Ensueño vitalicio.
ATELIER des fous.
Tamarindo. Buho jazz. De nuevo la ciudad universitaria en sus parcelas
simbólicas para la rememoración futura. En la misma tanda imaginaria el vino
italiano del recital, la cena frutal amorosa y las luces noctámbulas que hacen
que ella parezca un sueño del presente.
PUERTO
de la Cruz. El sol enseñoreado sobre los azules & blancos. La
compañía cercana amplia el círculo de concentración mínima. Transcurre
la mañana entre planisferios marítimos y laponias extraordinarias. Luz
por doquier.
CALIMA tinerfeña. Las
toallas blancas tendidas al infinito matinal. Dulce de guayaba durante el
proceloso rumbo del tranvía. Volver a los tubérculos urbanos de Aguere. Apenas
ya fuera-de-mi-tiempo.
(...)
Samir Delgado, Cuadernos de viaje, 2015
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