Domingo López Torres, poeta canario surrealista |
(Textos extraídos de La Cometa Nueva, Revista radiofónica de Arte y
Literatura
y el portal digital de cultura en las islas Creativa Canaria)
El mar petrificado de
Domingo López Torres
Una sociedad que olvida a sus poetas no merece poetas. Y menos aún si
aquellos poetas del olvido fueron antes asesinados en vida cruelmente por el
poder. Esto hace cómplices a los asesinos y a los que olvidan deliberadamente.
Es el caso del poeta Domingo López Torres, el más joven de la generación de la
revista Gaceta de Arte. Teórico del surrealismo, ensayista avanzado del arte
proletario, poeta y animador entusiasta de las veladas culturales de la ciudad
de Santa Cruz de Tenerife en los años de la Segunda República española. Él fue
nuestro Lorca isleño. Su memoria merece todos los esfuerzos de rescate y
reconocimiento social para que no vuelva a perpetrarse jamás el olvido.
Y es que el mar que nos circunda no es el mismo desde que Domingo López
Torres fue lanzado a sus fondos tras un presidio insufrible en la prisión
fascita de Fyffes. Allí escribió su último texto, Lo imprevisto, con las
ilustraciones del artista Ortiz Rosales que compartió su trágico final. Desde
el macabro suceso sus versos han ido saliendo a flote de forma casi milagrosa.
No fue hasta los años 80 cuando el Instituto de Estudios Canarios edita una
versión facsímil de aquel testamento poético cuyo valor testi monial es
incalculable. Más tarde serían publicadas sus obras completas en varias
ocasiones por el Aula de Cultura de Cabildo tinerfeño y la Biblioteca Básica
Canaria de la Viceconsejería del Gobierno canario. No han sido pocos los
autores que se han ocupado de analizar su legado literario: Ángel Sánchez, C.
B. Morris y Andrés Sánchez Robayna, e incluso sus propios compañeros de viaje
como Domingo Pérez Minik que contaron datos de su fugaz existencia tras la
barbarie franquista. Recientemente ha sido divulgado con éxito un video
documental del director canario Miguel G. Morales que ha servido como reclamo
audiovisual del poeta Domingo López Torres. Y se cuenta por ahí que el original
de Lo Imprevisto está a subasta.
A pesar de todo, más allá de los gestos institucionales y el vaivén
bibliográfico en favor de la divulgación de su obra escrita con ensayos de
completa actualidad sobre el arte y la poesía, el recuerdo de Domingo López
Torres supondrá siempre una reivindación de la jovialidad entusiasta, del
ímpetu transformador y progresista, del apetito intelectual contra la pobreza
miserable de una sociedad ignorantada. El mar petrificado de Domingo López Torres
no es únicamente la oscuridad presentida de las tinieblas abisales, también
representa la imagen detenida de las playas luminosas de su adolescencia,
aquellos versos inocentes del Diario de un sol de verano que valen igualmente
como bastión para la memoria de lo que fue, de lo que pudo ser y ahora nutre
los sueños de la utopía en resistencia.
El almendro de Nicolás
Estévanez
El almendro estaba ahí. Yo lo vi co su tronco disecado por el transcurso
nefasto de todo un siglo. Ya no daba sombra aquella figura metafórica de la
memoria colectiva en las islas. Aunque su sola presencia en un poema valía como
rescate simbólico de un sentimiento de pertenencia universal a la tierra que
habitamos. Era el almendro de Nicolás Estévanez en la finca familiar de la
Curva de Gracia, yo lo vi con mis propios ojos antes de que el Cabildo lo
comprase, antes de que las obras de ampliación de la carretera destrozaran el
entorno secular de este lugar privilegiado para el conocimiento de la historia
de las islas. El almendro estaba ahí.
Uno de los poetas capitales de la Escuela Regionalista de La Laguna fue
Nicolás Estévanez. Junto a otros muchos que pueblan en bronce las plazas del
municipio lagunero, Estévanez representa además al insigne militar y político
republicano con valores progresistas, más allá de la impronta literaria de su
obra que forma parte del legado romántico en nuestras letras, encontramos a un
canario del exilio político, un hombre de barba sempiterna y memoria de
elefante, que padeció en carnes el peso hiriente de su tiempo con cuarenta años
de vida casi desconocida en París. No se podrá olvidar jamás su abandono de la
guerra en Cuba tras negarse a participar en el fusilamiento de estudiantes
cubanos por parte del ejército español: fue uno de los primeros insumisos y en
una placa habanera del Hotel Inglaterra ha quedado inmortalizado su gesto de
paz y altura moral. Nicolás Estévanez como baluarte de la relación fraternal de
los isleños con nuestra América, Nicolás Estévanez como símbolo de la autoridad intelectual sin
tachaduras en los postigos de la modernidad europea.
El almendro al que se refiere en sus poema Canarias de 1878 forma parte de
la enciclopedia inmaterial de símbolos patrios para la sociedad canaria, su
espacio vivencial en la Finca familiar lagunera potencia el reconocimiento de
un legado patrimonial para las islas que
no se debería privatizar de forma unidimensional por parte de la gestión
institucional, como muchos otros recintos culturales con vínculos históricos
merece ser abierto y participativo, multifuncional y de esparcimiento para la
ciudadanía. Ojalá aquel almendro que yo vi en una noche de incursión
clandestina vuelva a dar refugio para beneficio de la cultura insular. Nicolás
Estévanez falleció en la Francia de 1914. A un siglo del centenario de su
muerte, el esqueleto natural permanece cautivo a la espera de retoñar
nuevamente. Esperemos que así sea, el almendro está ahí.
Pedro Lezcano a diez años
de su muerte
Ya tengo preparada la maleta, una maleta grande de madera, la que mi abuelo
se llevó a La Habana y mi padre a Venezuela. Así comienza uno de los poemas más
celebrados en la historia de nuestras letras, escrito por un autor nacido en
Madrid, pero cuya pertenencia a esta tierra nunca estuvo rebajada por los
accidentes natalicios. Pedro Lezcano, a diez años de su muerte, ha dejado como
pocos una herencia poliética de enorme valor humano. Fue presidente del Cabildo
de Gran Canaria en una época difícil, al igual que cultivó su obra literaria en
uno de los tramos más oscuros de la dictadura en la historia insular.
Ajedrecista empedernido, amante conocedor de las setas campestres, buceador
submarinista intrépido, Pedro Lezcano fue muchas cosas en la vida. Yo siempre
lo recordaré como la única vez que le vi en persona, sentado en una silla y la
mirada extraviada en la lejanía.
Y es que fue curiosamente en el propio "Orfeón La Paz" de la
ciudad universitaria de Aguere donde muchos jóvenes canarios pudimos ver, por
última vez, al insigne poeta canario Pedro Lezcano, poco antes de su muerte
allá por la trágica fecha del once de Septiembre de hace diez años. Quienes
asistieron al evento, tal vez lo recuerden sentado con su bastón en pose
meditabunda, tras ofrecer una conferencia magistral sobre otra de las grandes
personalidades literarias del siglo, Mario Benedetti, que no pudo asistir a ese
encuentro emblemático nunca más repetible.Y para desgracia nuestra, ya que no
suelen abundar las oportunidades para la cultura juvenil y progresista en la
agenda institucional de quienes regentan los despachos alfombrados de la cada
vez más decadente ciudad del Adelantado.
Precisamente, en estos tiempos tachados por la beligerancia militar a
escala global, los conflictos confesionales en Oriente Medio y guerras étnicas
en África azuzadas por el tráfico internacional de armas y los intereses de la
industria militar yankie, esa imagen del Orfeón resulta bastante recurrente
para tener en cuenta uno de los legados más sublimes de nuestro poeta, la
insistencia reivindicativa a favor de la Paz mundial- con mayúsculas-, que en
su obra trasciende como un paradigma poético de alcance social y profundidad
humana.
A todo esto, bastaría hacer algo de memoria histórica siguiendo los anales
periodísticos, para descubrir en la trayectoria vital de Pedro Lezcano un
mismísimo Consejo de Guerra sufrido por injurias supuestas contra las fuerzas
armadas españolas, tras haberse publicado en 1965 en las páginas del Diario de
Las Palmas unos versos titulados llamativamente "Consejo de Paz", en
clara alusión metafórica frente a los despropósitos dictatoriales del régimen
franquista. Así es que, puestos a desentrañar algunas notas biográficas más
para ahondar en la figura del poeta de la maleta, sin tener que insistir en el
propio estribillo del afamado poema sobre los emigrantes canarios a Cuba y
Venezuela, además de su afición por la pesca submarina, la divulgación del
ajedrez, la fundación del Teatro Insular de Cámara, su profesión como impresor
o su pasión especializada por el mundo campestre de la micología, tendríamos
que destacar por motivos de urgencia su labor política, adscrita desde la época
de la " Antología cercada" a la izquierda nacional canaria.
Cuando en los últimos tiempos, para estupefacción del común de los
mortales, fue enarbolada una bandera insular gigantesca con presupuestos
millonarios en la Plaza de la Fuente Luminosa de Las Palmas de Gran Canaria, de
seguro que a nadie de la comitiva institucional presidida por José Manuel Soria
se le ocurrió mentar a uno de los más distinguidos políticos que han encabezado
el Cabildo Insular en los últimos 30 años de supuesta democracia. Como tampoco,
tras los escándalos públicos de corrupción en la ciudad de Telde saldados con
imputados del Partido Popular y más de una sospecha hacia los integrantes de
casi todas las fuerzas políticas representadas en el consistorio, haya sido
convocada públicamente la necesidad de rescatar como referente moral a Pedro
Lezcano, uno de los hombres más representativos de aquellas siglas difuminadas
para añoranza de la izquierda, como fue la UPC.
A fin de cuentas, encontrándose las islas en una situación de encrucijada
con la dramática oleada de pateras a nuestras costas, el desprestigio de la
clase política y la privatización cada vez más dañina de los servicios
públicos, sin contar las bolsas de marginalidad social o el deterioro casi
irreversible de los bienes naturales y paisajísticos por la incultura
depredadora del cemento, podría resultar una buena oportunidad entre tanto
desconcierto y la mejor de las soluciones momentáneas, la lectura de cualquiera
de los poemas de Pedro Lezcano, para no perder el rumbo en la defensa de
nuestra tierra y mantener el vínculo de nuestras raíces como pueblo.
A pesar de que como cualquier persona de carne y hueso, el propio Pedro
Lezcano en su día se vio involucrado bajo la pompa ceremoniosa de otra de las
peores lacras que persisten en las islas, la conmemoración de la Conquista y el
ensalzamiento de la Hispanidad, aunque en las cosas de la política, el decoro
del protocolo debe ser sustituido por la autoridad de las palabras, y más aún
si son en verso, como tan bien legó nuestro poeta de la maleta.
Silvestre de Balboa: ninfas,
faunos, guanábanas
Silvestre de Balboa fue el autor canario que inauguró la literatura cubana.
Sus ninfas, faunos y guanábanas recorren maravillosamente el episodio del rapto
en el Puerto de Manzanillo del Obispo Altamirano por parte del francés Gilberto
Girón en 1604. Se conserva el acta bautismal del célebre canario que emigró a
Cuba. Aunque a decir verdad el texto original del poema nunca apareció
realmente. El legado poético una vez más parte de copias que salen a la luz a
mediados del siglo XIX. Mitología en estado puro. Y el debate está servido para
quienes ahondan en el estudio y la difusión de la literatura caribeña.
Muchos especialistas se han volcado en el enigma: desde Cintio Vitier,
autor del libro Lo cubano en la poesía, que compiló críticamente las ediciones
revisadas, hasta el propio Lezama Lima que incluyó al canario entre la nómina
de poetas para la historia del país. Así que entre poetas andó el tema del
Espejo de Paciencia. Aquí en las islas fue Millares Carló quien dio buena
cuenta de ello, al igual que Lázaro Santana cuando publicó a comienzos de la
década del 80 en la desaparecida Edirca todo el poema. Su tesis corroboraba la
originalidad del canto que nombraba las cosas por su nombre en tierras cubanas,
la influencia cierta de Antonio de Viana y Bartolomé Cairasco de Figueroa sobre
el autor instalado en Puerto Príncipe como escribano del cabildo. Pero al no
aparecer el texto original del poema todo queda en manos de las hipótesis y las
conjeturas, si bien la impronta del Espejo de Paciencia ha calado hondo en la
tradición cultural y eso debería ser lo importante a la hora de establecer un
comienzo para la historia de la poesía cubana tan rica y voluminosa en su
estela histórica.
Yo mismo tuve mi experiencia personal en este asunto. Era una mañana de
calor intenso en La Habana. Recibí en el hotel Vedado durante mi estancia como
autor invitado al XV Festival internacional de Poesía una carta manuscrita de
la profesora Yolanda Ricardo donde me contaba al detalle su parecer acerca de
los orígenes de la literatura cubana. Todavía conservo en mi memoria aquellos
momentos dulces del desayuno donde conversamos amistosamente sobre hermenéutica
y poesía. La carta fue reproducida casi íntegramente en el poemario Banana
Split y lo reproduzco a la manera de una cometa libre para el debate:
"Aquí va lo prometido. La revista cultural con aquel ensayo sobre la
insularidad en la obra de Dulce María Loinaz y los datos exactos del poema La Florida,
aparecido en el periódico Granma el 19 de Abril de 2002. Probablemente este
poema es algo anterior al Espejo de Paciencia del canario Silvestre de Balboa,
que hasta hoy es considerado como el verdadero documento fundacional de las
letras cubanas. El otro está fechado alrededor del año 1598. Su autor fue Fray
Gregorio Alonso de Escobedo, un franciscano andaluz que vivió en La Castilla
del final del siglo XVI. Aparece escrito en octavas reales que narran aspectos
costumbristas sobre los indios en su travesía desde Baracoa, en el extremo
oriental de la isla, hasta La Habana. Ojalá los datos valgan para proseguir en
el estudio sobre nuestros lazos históricos". Besos.
Clavijo y Fajardo, anticlerical
ilustrado
Hay que volver a los clásicos. Y que nunca más se diga que las islas no
tienen tradición. Una de las personalidades históricas más llamativas de
nuestras letras fue precisamente el anticlerical ilustrado José Clavijo y
Fajardo, lanzaroteño de pura cepa cuyo hálito final en el año de 1806 pasaría a
la posteridad. Su firma de puño y letra muestra claramente la elegancia que se
presupone a una figura capital del librepensamiento canario, impulsor del
periodismo y el ejercicio de la crítica ilustrada. Y es que en la época
histórica de Clavijo y Fajardo, los ideales enciclopedistas se encontraban en
su génesis más explosiva gracias a los ecos de la revolución francesa y las
teorías filosóficas que fulminaban la atmósfera oscura del escolasticismo
religioso.
Este pensador isleño de resonancias literarias por haber protagonizado una
trama amorosa que supondría una inspiración paraGoethe dadas las controversias
de palacio, fue un epígono ilustrado que desarrolló en vida una importante
labor ideológica en su faceta de director del Gabinete de Historia Natural, aunque
será su quehacer periodístico con la voluminosa producción de El Pensador donde
se da testimonio de sus ideales accesibles a todos los públicos, con una
crítica de gran elegancia que versará en su conjunto sobre los parámetros
sociales de su época muy a la manera de Voltaire.
A todo esto, su proyección social estuvo marcada por haber sido oficial del
Archivo del Reino y su faceta de traductor del francés también supuso un punto
a favor para su consolidación intelectual. Así fue que el esplendor de las disciplinas
científicas en aquellos años garantizaba un enriquecimiento inequívoco y por
medio de su figura sería fundamental para unas islas tan machacadas por el
atraso social y la dependencia colonial. La importancia de la educación, a fin
de cuentas, será vital para el fortalecimiento del movimiento ilustrado insular
y la renovación pedagógica para salir de la superstición religiosa y el
analfabetismo crónico en una mayoría poblacional que padecía la peor de las
suertes.
Es una lástima profunda que en las facultades universitarias de las islas
no se tengan asignaturas comunes para todas la carreras donde se ofrezca como
materia divulgativa básica un repaso a los clásicos de nuestra literatura. Tal
vez en la prensa escrita de las islas las cosas irían mucho mejor si los
profesionales de hoy afrontasen la realidad global con ese toque librepensador
de Clavijo y Fajardo. El propio Agustín Espinosa en sus maravillosas relecturas
de la literatura canaria heredada del pasado señaló con maestría el vínculo de
Lanzarote con su hijo pródigo, Clavijo y Fajardo, cuyos primeros pasos
natalicios en la Villa de Teguise le llevarían más tarde a protagonizar algunos
de los episodios más carismáticos de la historia europea.
La casa museo de Domingo
Rivero
La casa museo del poeta Domingo Rivero es una realidad empírica. Tiene su
domicilio a la vista del transeúnte cotidiano por Las Palmas de Gran Canaria.
Allí están sus libros, sus muebles, el cuerpo sonoro de su obra entera gracias
al quehacer de los herederos que han sacado a flote el legado de uno de los
autores canarios más sobresalientes en la poética insular moderna. Precisamente sus poemas fueron rescatados del
olvido por investigadores canarios de las últimas décadas mediante una labor
profundamente arqueológica que muchas veces dependió de la búsqueda a oscuras
en la trastienda de la historia.
Domingo Rivero fue un hombre de entresiglos, a caballo entre la mentalidad
viajera del diecinueve y el afincamiento en la urbe incipiente que nacía en la
capital grancanaria del veinte. Estuvo en París, conoció a hombres eminentes de
su época, también en Londres y en Madrid. Fue un notable conocedor de la
literatura inglesa, y cultivó sus versos al socaire del ambiente cultural que
propició la irrupción modernista en las islas. En la espiral de su biografía se
pueden rastrear los valores republicanos, el civismo ilustrado de una clase
social que comenzaba a saberse ultraperiférica en medio del solar atlántico.
Fue un poeta en sigilo que huía a las medianías de la isla redonda para
encontrarse consigo mismo.
Y fue aquí, en Las Palmas de Gran Canaria donde se forjó su obra literaria
con una relación casi epifenoménica: la ciudad que habitó en vida late en sus
versos con una hondura metafísica. Signo ideológico y referencia espacial. Él
fue nuestro Whitman, la corporalidad del poeta que se convirtió en paradigma.
Espejea en él la palabra, en un diálogo íntimo que tonifica el espíritu, la
conciencia de sí materializada en verbo poético. Domingo Rivero fue el poeta transversal
que entronca la salitre del paisaje auroral y los interiores orgánicos del
ciudadano modélico. Por fin los ciudadanos canarios de hoy podemos visitar su
casa museo en el epicentro de la calle Triana. Larga vida a su poesía.
El poema truncado de Madrid
Hoy quiero viajar a Madrid, que la cometa vuele bien alto hasta el
epicentro neurálgico de la España profunda, allá donde reina el cronómetro
asfixiante de los ministerios y el deambuleo transnacional de los visitantes
por la Puerta del Sol. Y es que hace unos días la artista canaria Mariví
Gallardo me envió una fotografía del histórico cafetín El Parnasillo donde se
reunían los poetas románticos: su chapa metálica estaba colorida a espray y
poco quedaba en su interior del ambiente literario que se supone en la capital
del reino. No hace mucho visité el Café Gijón en compañía de jóvenes poetas
insulares para la búsqueda de los vestigios del magma cultural, nada queda de
todo aquello. Si acaso el contacto literal con libros queda suspenso entre las galerías
de la FNAC, alguna librería alternativa de Lavapiés, el Espacio Canarias o el
rastro madrileño.
Cada vez que un poeta isleño viaja a Madrid queda entreabierta la puerta de
la misma ensoñación que afectó en vida a tantos escritores y artistas: allí
estuvo nuestro Alonso Quesada para dar testimonio en su poema truncado de
Madrid del desarraigo y la marginalidad, la decadencia y el anonimato. Sin duda
su texto rescatado del olvido es uno de los documentos literarios más
significativos del siglo XX. Falta continuar el ensayo crítico sobre sus
ingredientes sociológicos con las referencias ya existentes gracias a
estudiosos como Lázaro Santana. El poema rompe todos los esquemas del
ensimismamiento colonial, echa por tierra el arquetipo vetusto del Ateneo como
institución trasnochada, se dan cita en sus versos el imberbe Calibán y Juan
Ramón Jiménez, el Café Pombo y todos sus personajes de época, pero el poeta
deberá volver a las islas y Madrid quedará desintegrada en su panfleto lírico
para la posteridad.
Y veamos que también acudieron a Madrid en viaje trepidante otros
representantes señeros de nuestra cultura. Allí fueron Manuel Padorno, Juan
Ismael y el propio Manolo Millares en la trastienda de la dictadura franquista.
El joven pintor Juan Hernández dibujó en una nave industrial su magistral serie
pictórica del animal solitario. Por ir más lejos en un flash back histórico: el
ilustrado Clavijo y Fajardo trenzó en Madrid la espiral novelesca de su vida
bohemia. Ahora en Madrid residen todavía canarios de letras como el poeta Justo
Jorge Padrón o el escritor palmero Nicolás Melini, el poeta tinerfeño Sabas
Martín y la poeta grancanaria Verónica García, el joven poeta teldense Luis
Antonio González, también el ensayista y crítico literario Jorge Rodríguez Padrón
y el periodista tinerfeño Juan Cruz. No es posible entender la obra de otros
escritores canarios del boom del 70 como J.J Armas Marcelo o León Barreto sin
Madrid. Por la casa Velintonia de Vicente Aleixandre pasaron en vida muchos
poetas canarios. Y una antología sacada a la luz hace poquísimo por la
editorial Puentepalo reúne a buena parte de los autores isleños de dentro o
fuera de las islas para dar cuenta de Madrid en sus obras y creaciones.
Yo pienso que el poeta canario que se establece en Madrid puede dimensionar
su obra desde la lejanía en un diálogo prolijo y honesto con su procedencia. La
insularidad brinda una riqueza de miras. Pero también puede extraviarse en la
pesadilla del desarraigo, como el caso de algún autor que no merece tan siquiera
ser citado aquí- aún con obra publicada y premiada-, pero que vale como ejemplo
del poeta pequeñoburgués endofóbico y altanero, instalado en el régimen
acomodaticio de la generación del bienestar y el escaparate paisajístico, que
tristemente se diluye en su propia sombra esquizoide bajo el pozo profundo de
la envidia y el rencor, desterrado por su propia mezquindad humana del hábitat
cultural de las islas, para siempre.
Por suerte, la herencia pretérita de Alonso Quesada sigue dando de sí con
la estela creciente de poetas canarios que van y vienen en un diálogo
fluctuante con el centro desde la periferia. Y viceversa. Gracias al poema
truncado de Madrid, Alonso Quesada fue el primero que despertó del sueño
metafísico que sufrimos los habitantes de territorios colonizados cuyo futuro
es el mestizaje multicolor, él fue el poeta que desveló las bambalinas de la
colonia británica en el decurso del pasado siglo, también fue el poeta que
acuñó la ironía en torno a las vicisitudes del aislamiento insulario, fue el
poeta que cultivó el paralelismo simbiótico entre el paisaje telúrico y el alma
del habitante canario. Y también fue el poeta que registró el desencanto de la
metrópolis con su viaje truncado a Madrid. Vaya por él este feliz vuelo
intercontinental ya listo para el aterrizaje de nuestra cometa nueva.
Así fue Pedro García
Cabrera
Pocas veces una cometa volará tan alto con unos bucles de semejante alcance
histórico: surrealista, represaliado político, intelectual exiliado, ensayista
animador de revistas de vanguardia y cultivador de ideas filosóficas, todo lo
fue el poeta gomero Pedro García Cabrera. Un autor cuya fisonomía literaria
roza la extravagancia heróica, el vigor protagónico de un siglo a
contracorriente que resultará irrepetible. Sin duda queda su obra completa para
el conocimiento de las generaciones venideras sobre la dimensión ética y
poética de la creatividad insular, el potencial de cada uno de sus poemas vale
como un fiel testimonio de la capacidad del ser humano para dejar huella ante
el ocaso desértico de la historia moderna. Y es que su ideología fue la
libertad.
Quien iba a imaginar en los años de la república envueltos en querellas
estéticas sobre el regionalismo y los nuevos aires cosmopolitas que la barbarie
de la guerra acabaría suspendiendo la partida y el martirio azotaría de lleno
la vida de los jóvenes poetas de Gaceta de Arte afincados en la capital
tinerfeña. Pedro García Cabrera huyó a Dakar y después a Marsella, sufrió
cárcel en carne viva y su itinerario clandestino está envuelto de un aura
profética. Vuelto a las islas representaría mejor que nadie el papel del hombre
comprometido con su pueblo, alejado de las triquiñuelas políticas tendría como
personal campo de batalla el mundo de la palabra poética. La deshumanización
del arte y el influjo del paisaje sobre la subjetividad insular fueron acicates
fundamentales de su "weltanschauung", la cosmovisión lírica del
territorio canario -sin folclorismos ni endofobias- conjugada con unos valores
de justicia social y solidaridad universal de auténtica denominación de origen.
Por estos días su rostro pulula en carteles oficiales que celebran las
letras canarias, un gesto de rescate memorístico típicamente institucional que
evidencia el tratamiento improvisado que muchas veces se da a la memoria de un
autor canario cuya vida estuvo atravesada de lleno por los designios aciagos de
su tiempo. Fue el año pasado cuando se cumplió el treinta aniversario de su
muerte. Su obra merece otra edición congresual con especialistas internacionales-
que los hay- acerca de su poesía. Sería ideal que su permanencia en la
actualidad literaria se incremente a partir de ahora mucho más para quedarse
entre nosotros para siempre, más allá de premios literarios convocados con su
nombre por un banco y los tomos especiales para bibliófilos con su obra
impresa. Lo digo tan en serio como sus elegías muertas de hambre. Hace falta
recobrar en el escenario cultural de las islas su esperanza combativa, que el
poeta se la juegue a vida o muerte por la utopía. Así fue Pedro García Cabrera.
Poetas de Islas Canarias
en México
Los milagros se hacen verdad a través de la propia literatura, ella misma
humaniza mediante la palabra aquellas hazañas divinas que desde tiempos
pretéritos eran dadas por excepcionales, producto de un favor supraterrenal que
escapaba a la razón humana. Y así fue que nunca imaginaría el editor mexicano
José Angel Leyva que su fotografía de los primeros ejemplares del libro
"Poetas de Islas Canarias" aparecido recientemente en la editorial de
la Universidad Juárez, México, iba a materializar un auténtico hecho milagroso,
insuflando una bendición a la interrogante sobre la supervivencia de la poesía
canaria en el nuevo siglo que hacía el propio Juan Carlos de Sancho en su
prólogo de esta reunión de poetas unidos por aquello que los separa: el mar.
Este libro es un milagro, sin duda. Pero merecido ya que el lugar de las
islas en la historia de la literatura universal siempre estuvo envuelto por la
fundación de los mitos y el anhelo existencial de resistencia ante los embates
del tiempo. No fueron pocas las veces en que la palabra del poeta insulario
quedaba secuestrada en el lado oculto del desconocimiento entre propios y
extraños. No había referencia alguna a los modernistas canarios en el repaso
crítico que el premio nobel Octavio Paz hizo en su mejor libro de ensayo
crítico, "Los hijos del limo", donde establecia una mirada lúcida y a
caballo entre continentes en torno a la tradición de la ruptura en la
modernidad y las cosmogonías simbolistas del romanticismo durante los últimos
siglos. Tampoco el brasileño Floriano Martins recoge ningún eco de las islas en
su preciosa antología del surrealismo hispánico editada en Costa Rica, cuando
todos los poetas tinerfeños de la revista republicana "Gaceta de
Arte" fueron primordiales en el momento crucial de poner en español la
hora punta del manifiesto surrealista de André Breton.
Pero al cautiverio del silencio estaban acostumbrados los poetas que Juan
Carlos De Sancho ha llevado hasta México en un viaje de ida y vuelta que
marcará una huella trascendental para el intercambio literario entre ambas
orillas. Cuenta precisamente en alguna de sus páginas la anécdota del
reconocimiento por carta que haría el otro premio nobel Vicente Aleixandre a
los primeros poetas sociales que en la revista canaria "Planas de Poesía"
dieron testimonio frente al oscurantismo franquista que había sepultado
literalmente a varias generaciones de autores. Durante todo un siglo las islas
han atesorado una riqueza poética de tendencias diversas que poco a poco han
ido calando en una sociedad acostumbrada al monocultivo de la ignorancia. Por
eso mismo es un milagro esta publicación en México de una joya vital procurada
por Juan Carlos de Sancho en sus proyectos culturales de urgencia que remedan
con energía creativa lo que se supone que deberían hacer y casi nunca hacen las
maltrechas instituciones canarias más dadas a la venta de hamacas y el negocio
del cemento. Una vez más la literatura adelanta por la izquierda a los poderes
establecidos en plena sociedad de la información.
Por primera vez en la historia los poetas canarios Domingo Rivero, Alonso
Quesada, Josefina de la Torre, Manuel Padorno o Félix Francisco Casanova entre
otros que sobreviven en sus libros y algunos más que aún vivos soportan el
aislamiento de la falta de apoyo editorial han cruzado el Atlántico hasta el
zócalo de México D.F. Se lo merecen desde siempre al igual que alcanzaron
Buenos Aires en otra antología seleccionada hace poco por el propio Juan Carlos
de Sancho. Ahora toca conocer en las islas a otros poetas de aquellas tierras
lejanas y que el milagro haga su efecto real convirtiéndose en lo que siempre
fue: literatura.
Samir Delgado (2010-2015)
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