lunes, 20 de julio de 2015

Poetas de Islas Canarias en México (Y otros artículos de literatura canaria trasatlántica)

Domingo López Torres, poeta canario surrealista

  

(Textos extraídos de La Cometa Nueva, Revista radiofónica de Arte y Literatura
y el portal digital de cultura en las islas Creativa Canaria)


El mar petrificado de Domingo López Torres

Una sociedad que olvida a sus poetas no merece poetas. Y menos aún si aquellos poetas del olvido fueron antes asesinados en vida cruelmente por el poder. Esto hace cómplices a los asesinos y a los que olvidan deliberadamente. Es el caso del poeta Domingo López Torres, el más joven de la generación de la revista Gaceta de Arte. Teórico del surrealismo, ensayista avanzado del arte proletario, poeta y animador entusiasta de las veladas culturales de la ciudad de Santa Cruz de Tenerife en los años de la Segunda República española. Él fue nuestro Lorca isleño. Su memoria merece todos los esfuerzos de rescate y reconocimiento social para que no vuelva a perpetrarse jamás el olvido.

Y es que el mar que nos circunda no es el mismo desde que Domingo López Torres fue lanzado a sus fondos tras un presidio insufrible en la prisión fascita de Fyffes. Allí escribió su último texto, Lo imprevisto, con las ilustraciones del artista Ortiz Rosales que compartió su trágico final. Desde el macabro suceso sus versos han ido saliendo a flote de forma casi milagrosa. No fue hasta los años 80 cuando el Instituto de Estudios Canarios edita una versión facsímil de aquel testamento poético cuyo valor testi monial es incalculable. Más tarde serían publicadas sus obras completas en varias ocasiones por el Aula de Cultura de Cabildo tinerfeño y la Biblioteca Básica Canaria de la Viceconsejería del Gobierno canario. No han sido pocos los autores que se han ocupado de analizar su legado literario: Ángel Sánchez, C. B. Morris y Andrés Sánchez Robayna, e incluso sus propios compañeros de viaje como Domingo Pérez Minik que contaron datos de su fugaz existencia tras la barbarie franquista. Recientemente ha sido divulgado con éxito un video documental del director canario Miguel G. Morales que ha servido como reclamo audiovisual del poeta Domingo López Torres. Y se cuenta por ahí que el original de Lo Imprevisto está a subasta.

A pesar de todo, más allá de los gestos institucionales y el vaivén bibliográfico en favor de la divulgación de su obra escrita con ensayos de completa actualidad sobre el arte y la poesía, el recuerdo de Domingo López Torres supondrá siempre una reivindación de la jovialidad entusiasta, del ímpetu transformador y progresista, del apetito intelectual contra la pobreza miserable de una sociedad ignorantada. El mar petrificado de Domingo López Torres no es únicamente la oscuridad presentida de las tinieblas abisales, también representa la imagen detenida de las playas luminosas de su adolescencia, aquellos versos inocentes del Diario de un sol de verano que valen igualmente como bastión para la memoria de lo que fue, de lo que pudo ser y ahora nutre los sueños de la utopía en resistencia.       

El almendro de Nicolás Estévanez

El almendro estaba ahí. Yo lo vi co su tronco disecado por el transcurso nefasto de todo un siglo. Ya no daba sombra aquella figura metafórica de la memoria colectiva en las islas. Aunque su sola presencia en un poema valía como rescate simbólico de un sentimiento de pertenencia universal a la tierra que habitamos. Era el almendro de Nicolás Estévanez en la finca familiar de la Curva de Gracia, yo lo vi con mis propios ojos antes de que el Cabildo lo comprase, antes de que las obras de ampliación de la carretera destrozaran el entorno secular de este lugar privilegiado para el conocimiento de la historia de las islas. El almendro estaba ahí.

Uno de los poetas capitales de la Escuela Regionalista de La Laguna fue Nicolás Estévanez. Junto a otros muchos que pueblan en bronce las plazas del municipio lagunero, Estévanez representa además al insigne militar y político republicano con valores progresistas, más allá de la impronta literaria de su obra que forma parte del legado romántico en nuestras letras, encontramos a un canario del exilio político, un hombre de barba sempiterna y memoria de elefante, que padeció en carnes el peso hiriente de su tiempo con cuarenta años de vida casi desconocida en París. No se podrá olvidar jamás su abandono de la guerra en Cuba tras negarse a participar en el fusilamiento de estudiantes cubanos por parte del ejército español: fue uno de los primeros insumisos y en una placa habanera del Hotel Inglaterra ha quedado inmortalizado su gesto de paz y altura moral. Nicolás Estévanez como baluarte de la relación fraternal de los isleños con nuestra América, Nicolás Estévanez como  símbolo de la autoridad intelectual sin tachaduras en los postigos de la modernidad europea.

El almendro al que se refiere en sus poema Canarias de 1878 forma parte de la enciclopedia inmaterial de símbolos patrios para la sociedad canaria, su espacio vivencial en la Finca familiar lagunera potencia el reconocimiento de un legado patrimonial  para las islas que no se debería privatizar de forma unidimensional por parte de la gestión institucional, como muchos otros recintos culturales con vínculos históricos merece ser abierto y participativo, multifuncional y de esparcimiento para la ciudadanía. Ojalá aquel almendro que yo vi en una noche de incursión clandestina vuelva a dar refugio para beneficio de la cultura insular. Nicolás Estévanez falleció en la Francia de 1914. A un siglo del centenario de su muerte, el esqueleto natural permanece cautivo a la espera de retoñar nuevamente. Esperemos que así sea, el almendro está ahí.

Pedro Lezcano a diez años de su muerte

Ya tengo preparada la maleta, una maleta grande de madera, la que mi abuelo se llevó a La Habana y mi padre a Venezuela. Así comienza uno de los poemas más celebrados en la historia de nuestras letras, escrito por un autor nacido en Madrid, pero cuya pertenencia a esta tierra nunca estuvo rebajada por los accidentes natalicios. Pedro Lezcano, a diez años de su muerte, ha dejado como pocos una herencia poliética de enorme valor humano. Fue presidente del Cabildo de Gran Canaria en una época difícil, al igual que cultivó su obra literaria en uno de los tramos más oscuros de la dictadura en la historia insular. Ajedrecista empedernido, amante conocedor de las setas campestres, buceador submarinista intrépido, Pedro Lezcano fue muchas cosas en la vida. Yo siempre lo recordaré como la única vez que le vi en persona, sentado en una silla y la mirada extraviada en la lejanía.
Y es que fue curiosamente en el propio "Orfeón La Paz" de la ciudad universitaria de Aguere donde muchos jóvenes canarios pudimos ver, por última vez, al insigne poeta canario Pedro Lezcano, poco antes de su muerte allá por la trágica fecha del once de Septiembre de hace diez años. Quienes asistieron al evento, tal vez lo recuerden sentado con su bastón en pose meditabunda, tras ofrecer una conferencia magistral sobre otra de las grandes personalidades literarias del siglo, Mario Benedetti, que no pudo asistir a ese encuentro emblemático nunca más repetible.Y para desgracia nuestra, ya que no suelen abundar las oportunidades para la cultura juvenil y progresista en la agenda institucional de quienes regentan los despachos alfombrados de la cada vez más decadente ciudad del Adelantado.
Precisamente, en estos tiempos tachados por la beligerancia militar a escala global, los conflictos confesionales en Oriente Medio y guerras étnicas en África azuzadas por el tráfico internacional de armas y los intereses de la industria militar yankie, esa imagen del Orfeón resulta bastante recurrente para tener en cuenta uno de los legados más sublimes de nuestro poeta, la insistencia reivindicativa a favor de la Paz mundial- con mayúsculas-, que en su obra trasciende como un paradigma poético de alcance social y profundidad humana.
A todo esto, bastaría hacer algo de memoria histórica siguiendo los anales periodísticos, para descubrir en la trayectoria vital de Pedro Lezcano un mismísimo Consejo de Guerra sufrido por injurias supuestas contra las fuerzas armadas españolas, tras haberse publicado en 1965 en las páginas del Diario de Las Palmas unos versos titulados llamativamente "Consejo de Paz", en clara alusión metafórica frente a los despropósitos dictatoriales del régimen franquista. Así es que, puestos a desentrañar algunas notas biográficas más para ahondar en la figura del poeta de la maleta, sin tener que insistir en el propio estribillo del afamado poema sobre los emigrantes canarios a Cuba y Venezuela, además de su afición por la pesca submarina, la divulgación del ajedrez, la fundación del Teatro Insular de Cámara, su profesión como impresor o su pasión especializada por el mundo campestre de la micología, tendríamos que destacar por motivos de urgencia su labor política, adscrita desde la época de la " Antología cercada" a la izquierda nacional canaria.
Cuando en los últimos tiempos, para estupefacción del común de los mortales, fue enarbolada una bandera insular gigantesca con presupuestos millonarios en la Plaza de la Fuente Luminosa de Las Palmas de Gran Canaria, de seguro que a nadie de la comitiva institucional presidida por José Manuel Soria se le ocurrió mentar a uno de los más distinguidos políticos que han encabezado el Cabildo Insular en los últimos 30 años de supuesta democracia. Como tampoco, tras los escándalos públicos de corrupción en la ciudad de Telde saldados con imputados del Partido Popular y más de una sospecha hacia los integrantes de casi todas las fuerzas políticas representadas en el consistorio, haya sido convocada públicamente la necesidad de rescatar como referente moral a Pedro Lezcano, uno de los hombres más representativos de aquellas siglas difuminadas para añoranza de la izquierda, como fue la UPC.
A fin de cuentas, encontrándose las islas en una situación de encrucijada con la dramática oleada de pateras a nuestras costas, el desprestigio de la clase política y la privatización cada vez más dañina de los servicios públicos, sin contar las bolsas de marginalidad social o el deterioro casi irreversible de los bienes naturales y paisajísticos por la incultura depredadora del cemento, podría resultar una buena oportunidad entre tanto desconcierto y la mejor de las soluciones momentáneas, la lectura de cualquiera de los poemas de Pedro Lezcano, para no perder el rumbo en la defensa de nuestra tierra y mantener el vínculo de nuestras raíces como pueblo.
A pesar de que como cualquier persona de carne y hueso, el propio Pedro Lezcano en su día se vio involucrado bajo la pompa ceremoniosa de otra de las peores lacras que persisten en las islas, la conmemoración de la Conquista y el ensalzamiento de la Hispanidad, aunque en las cosas de la política, el decoro del protocolo debe ser sustituido por la autoridad de las palabras, y más aún si son en verso, como tan bien legó nuestro poeta de la maleta.

Silvestre de Balboa: ninfas, faunos, guanábanas 

Silvestre de Balboa fue el autor canario que inauguró la literatura cubana. Sus ninfas, faunos y guanábanas recorren maravillosamente el episodio del rapto en el Puerto de Manzanillo del Obispo Altamirano por parte del francés Gilberto Girón en 1604. Se conserva el acta bautismal del célebre canario que emigró a Cuba. Aunque a decir verdad el texto original del poema nunca apareció realmente. El legado poético una vez más parte de copias que salen a la luz a mediados del siglo XIX. Mitología en estado puro. Y el debate está servido para quienes ahondan en el estudio y la difusión de la literatura caribeña.
Muchos especialistas se han volcado en el enigma: desde Cintio Vitier, autor del libro Lo cubano en la poesía, que compiló críticamente las ediciones revisadas, hasta el propio Lezama Lima que incluyó al canario entre la nómina de poetas para la historia del país. Así que entre poetas andó el tema del Espejo de Paciencia. Aquí en las islas fue Millares Carló quien dio buena cuenta de ello, al igual que Lázaro Santana cuando publicó a comienzos de la década del 80 en la desaparecida Edirca todo el poema. Su tesis corroboraba la originalidad del canto que nombraba las cosas por su nombre en tierras cubanas, la influencia cierta de Antonio de Viana y Bartolomé Cairasco de Figueroa sobre el autor instalado en Puerto Príncipe como escribano del cabildo. Pero al no aparecer el texto original del poema todo queda en manos de las hipótesis y las conjeturas, si bien la impronta del Espejo de Paciencia ha calado hondo en la tradición cultural y eso debería ser lo importante a la hora de establecer un comienzo para la historia de la poesía cubana tan rica y voluminosa en su estela histórica.
Yo mismo tuve mi experiencia personal en este asunto. Era una mañana de calor intenso en La Habana. Recibí en el hotel Vedado durante mi estancia como autor invitado al XV Festival internacional de Poesía una carta manuscrita de la profesora Yolanda Ricardo donde me contaba al detalle su parecer acerca de los orígenes de la literatura cubana. Todavía conservo en mi memoria aquellos momentos dulces del desayuno donde conversamos amistosamente sobre hermenéutica y poesía. La carta fue reproducida casi íntegramente en el poemario Banana Split y lo reproduzco a la manera de una cometa libre para el debate: "Aquí va lo prometido. La revista cultural con aquel ensayo sobre la insularidad en la obra de Dulce María Loinaz y los datos exactos del poema La Florida, aparecido en el periódico Granma el 19 de Abril de 2002. Probablemente este poema es algo anterior al Espejo de Paciencia del canario Silvestre de Balboa, que hasta hoy es considerado como el verdadero documento fundacional de las letras cubanas. El otro está fechado alrededor del año 1598. Su autor fue Fray Gregorio Alonso de Escobedo, un franciscano andaluz que vivió en La Castilla del final del siglo XVI. Aparece escrito en octavas reales que narran aspectos costumbristas sobre los indios en su travesía desde Baracoa, en el extremo oriental de la isla, hasta La Habana. Ojalá los datos valgan para proseguir en el estudio sobre nuestros lazos históricos". Besos.

Clavijo y Fajardo, anticlerical ilustrado

Hay que volver a los clásicos. Y que nunca más se diga que las islas no tienen tradición. Una de las personalidades históricas más llamativas de nuestras letras fue precisamente el anticlerical ilustrado José Clavijo y Fajardo, lanzaroteño de pura cepa cuyo hálito final en el año de 1806 pasaría a la posteridad. Su firma de puño y letra muestra claramente la elegancia que se presupone a una figura capital del librepensamiento canario, impulsor del periodismo y el ejercicio de la crítica ilustrada. Y es que en la época histórica de Clavijo y Fajardo, los ideales enciclopedistas se encontraban en su génesis más explosiva gracias a los ecos de la revolución francesa y las teorías filosóficas que fulminaban la atmósfera oscura del escolasticismo religioso.
Este pensador isleño de resonancias literarias por haber protagonizado una trama amorosa que supondría una inspiración paraGoethe dadas las controversias de palacio, fue un epígono ilustrado que desarrolló en vida una importante labor ideológica en su faceta de director del Gabinete de Historia Natural, aunque será su quehacer periodístico con la voluminosa producción de El Pensador donde se da testimonio de sus ideales accesibles a todos los públicos, con una crítica de gran elegancia que versará en su conjunto sobre los parámetros sociales de su época muy a la manera de Voltaire.
A todo esto, su proyección social estuvo marcada por haber sido oficial del Archivo del Reino y su faceta de traductor del francés también supuso un punto a favor para su consolidación intelectual. Así fue que el esplendor de las disciplinas científicas en aquellos años garantizaba un enriquecimiento inequívoco y por medio de su figura sería fundamental para unas islas tan machacadas por el atraso social y la dependencia colonial. La importancia de la educación, a fin de cuentas, será vital para el fortalecimiento del movimiento ilustrado insular y la renovación pedagógica para salir de la superstición religiosa y el analfabetismo crónico en una mayoría poblacional que padecía la peor de las suertes.
Es una lástima profunda que en las facultades universitarias de las islas no se tengan asignaturas comunes para todas la carreras donde se ofrezca como materia divulgativa básica un repaso a los clásicos de nuestra literatura. Tal vez en la prensa escrita de las islas las cosas irían mucho mejor si los profesionales de hoy afrontasen la realidad global con ese toque librepensador de Clavijo y Fajardo. El propio Agustín Espinosa en sus maravillosas relecturas de la literatura canaria heredada del pasado señaló con maestría el vínculo de Lanzarote con su hijo pródigo, Clavijo y Fajardo, cuyos primeros pasos natalicios en la Villa de Teguise le llevarían más tarde a protagonizar algunos de los episodios más carismáticos de la historia europea.

La casa museo de Domingo Rivero

La casa museo del poeta Domingo Rivero es una realidad empírica. Tiene su domicilio a la vista del transeúnte cotidiano por Las Palmas de Gran Canaria. Allí están sus libros, sus muebles, el cuerpo sonoro de su obra entera gracias al quehacer de los herederos que han sacado a flote el legado de uno de los autores canarios más sobresalientes en la poética insular moderna.  Precisamente sus poemas fueron rescatados del olvido por investigadores canarios de las últimas décadas mediante una labor profundamente arqueológica que muchas veces dependió de la búsqueda a oscuras en la trastienda de la historia.
Domingo Rivero fue un hombre de entresiglos, a caballo entre la mentalidad viajera del diecinueve y el afincamiento en la urbe incipiente que nacía en la capital grancanaria del veinte. Estuvo en París, conoció a hombres eminentes de su época, también en Londres y en Madrid. Fue un notable conocedor de la literatura inglesa, y cultivó sus versos al socaire del ambiente cultural que propició la irrupción modernista en las islas. En la espiral de su biografía se pueden rastrear los valores republicanos, el civismo ilustrado de una clase social que comenzaba a saberse ultraperiférica en medio del solar atlántico. Fue un poeta en sigilo que huía a las medianías de la isla redonda para encontrarse consigo mismo.

Y fue aquí, en Las Palmas de Gran Canaria donde se forjó su obra literaria con una relación casi epifenoménica: la ciudad que habitó en vida late en sus versos con una hondura metafísica. Signo ideológico y referencia espacial. Él fue nuestro Whitman, la corporalidad del poeta que se convirtió en paradigma. Espejea en él la palabra, en un diálogo íntimo que tonifica el espíritu, la conciencia de sí materializada en verbo poético. Domingo Rivero fue el poeta transversal que entronca la salitre del paisaje auroral y los interiores orgánicos del ciudadano modélico. Por fin los ciudadanos canarios de hoy podemos visitar su casa museo en el epicentro de la calle Triana. Larga vida a su poesía.

El poema truncado de Madrid
Hoy quiero viajar a Madrid, que la cometa vuele bien alto hasta el epicentro neurálgico de la España profunda, allá donde reina el cronómetro asfixiante de los ministerios y el deambuleo transnacional de los visitantes por la Puerta del Sol. Y es que hace unos días la artista canaria Mariví Gallardo me envió una fotografía del histórico cafetín El Parnasillo donde se reunían los poetas románticos: su chapa metálica estaba colorida a espray y poco quedaba en su interior del ambiente literario que se supone en la capital del reino. No hace mucho visité el Café Gijón en compañía de jóvenes poetas insulares para la búsqueda de los vestigios del magma cultural, nada queda de todo aquello. Si acaso el contacto literal con libros queda suspenso entre las galerías de la FNAC, alguna librería alternativa de Lavapiés, el Espacio Canarias o el rastro madrileño. 
Cada vez que un poeta isleño viaja a Madrid queda entreabierta la puerta de la misma ensoñación que afectó en vida a tantos escritores y artistas: allí estuvo nuestro Alonso Quesada para dar testimonio en su poema truncado de Madrid del desarraigo y la marginalidad, la decadencia y el anonimato. Sin duda su texto rescatado del olvido es uno de los documentos literarios más significativos del siglo XX. Falta continuar el ensayo crítico sobre sus ingredientes sociológicos con las referencias ya existentes gracias a estudiosos como Lázaro Santana. El poema rompe todos los esquemas del ensimismamiento colonial, echa por tierra el arquetipo vetusto del Ateneo como institución trasnochada, se dan cita en sus versos el imberbe Calibán y Juan Ramón Jiménez, el Café Pombo y todos sus personajes de época, pero el poeta deberá volver a las islas y Madrid quedará desintegrada en su panfleto lírico para la posteridad.
Y veamos que también acudieron a Madrid en viaje trepidante otros representantes señeros de nuestra cultura. Allí fueron Manuel Padorno, Juan Ismael y el propio Manolo Millares en la trastienda de la dictadura franquista. El joven pintor Juan Hernández dibujó en una nave industrial su magistral serie pictórica del animal solitario. Por ir más lejos en un flash back histórico: el ilustrado Clavijo y Fajardo trenzó en Madrid la espiral novelesca de su vida bohemia. Ahora en Madrid residen todavía canarios de letras como el poeta Justo Jorge Padrón o el escritor palmero Nicolás Melini, el poeta tinerfeño Sabas Martín y la poeta grancanaria Verónica García, el joven poeta teldense Luis Antonio González, también el ensayista y crítico literario Jorge Rodríguez Padrón y el periodista tinerfeño Juan Cruz. No es posible entender la obra de otros escritores canarios del boom del 70 como J.J Armas Marcelo o León Barreto sin Madrid. Por la casa Velintonia de Vicente Aleixandre pasaron en vida muchos poetas canarios. Y una antología sacada a la luz hace poquísimo por la editorial Puentepalo reúne a buena parte de los autores isleños de dentro o fuera de las islas para dar cuenta de Madrid en sus obras y creaciones.
Yo pienso que el poeta canario que se establece en Madrid puede dimensionar su obra desde la lejanía en un diálogo prolijo y honesto con su procedencia. La insularidad brinda una riqueza de miras. Pero también puede extraviarse en la pesadilla del desarraigo, como el caso de algún autor que no merece tan siquiera ser citado aquí- aún con obra publicada y premiada-, pero que vale como ejemplo del poeta pequeñoburgués endofóbico y altanero, instalado en el régimen acomodaticio de la generación del bienestar y el escaparate paisajístico, que tristemente se diluye en su propia sombra esquizoide bajo el pozo profundo de la envidia y el rencor, desterrado por su propia mezquindad humana del hábitat cultural de las islas, para siempre.
Por suerte, la herencia pretérita de Alonso Quesada sigue dando de sí con la estela creciente de poetas canarios que van y vienen en un diálogo fluctuante con el centro desde la periferia. Y viceversa. Gracias al poema truncado de Madrid, Alonso Quesada fue el primero que despertó del sueño metafísico que sufrimos los habitantes de territorios colonizados cuyo futuro es el mestizaje multicolor, él fue el poeta que desveló las bambalinas de la colonia británica en el decurso del pasado siglo, también fue el poeta que acuñó la ironía en torno a las vicisitudes del aislamiento insulario, fue el poeta que cultivó el paralelismo simbiótico entre el paisaje telúrico y el alma del habitante canario. Y también fue el poeta que registró el desencanto de la metrópolis con su viaje truncado a Madrid. Vaya por él este feliz vuelo intercontinental ya listo para el aterrizaje de nuestra cometa nueva. 

Así fue Pedro García Cabrera

Pocas veces una cometa volará tan alto con unos bucles de semejante alcance histórico: surrealista, represaliado político, intelectual exiliado, ensayista animador de revistas de vanguardia y cultivador de ideas filosóficas, todo lo fue el poeta gomero Pedro García Cabrera. Un autor cuya fisonomía literaria roza la extravagancia heróica, el vigor protagónico de un siglo a contracorriente que resultará irrepetible. Sin duda queda su obra completa para el conocimiento de las generaciones venideras sobre la dimensión ética y poética de la creatividad insular, el potencial de cada uno de sus poemas vale como un fiel testimonio de la capacidad del ser humano para dejar huella ante el ocaso desértico de la historia moderna. Y es que su ideología fue la libertad.

Quien iba a imaginar en los años de la república envueltos en querellas estéticas sobre el regionalismo y los nuevos aires cosmopolitas que la barbarie de la guerra acabaría suspendiendo la partida y el martirio azotaría de lleno la vida de los jóvenes poetas de Gaceta de Arte afincados en la capital tinerfeña. Pedro García Cabrera huyó a Dakar y después a Marsella, sufrió cárcel en carne viva y su itinerario clandestino está envuelto de un aura profética. Vuelto a las islas representaría mejor que nadie el papel del hombre comprometido con su pueblo, alejado de las triquiñuelas políticas tendría como personal campo de batalla el mundo de la palabra poética. La deshumanización del arte y el influjo del paisaje sobre la subjetividad insular fueron acicates fundamentales de su "weltanschauung", la cosmovisión lírica del territorio canario -sin folclorismos ni endofobias- conjugada con unos valores de justicia social y solidaridad universal de auténtica denominación de origen.

Por estos días su rostro pulula en carteles oficiales que celebran las letras canarias, un gesto de rescate memorístico típicamente institucional que evidencia el tratamiento improvisado que muchas veces se da a la memoria de un autor canario cuya vida estuvo atravesada de lleno por los designios aciagos de su tiempo. Fue el año pasado cuando se cumplió el treinta aniversario de su muerte. Su obra merece otra edición congresual con especialistas internacionales- que los hay- acerca de su poesía. Sería ideal que su permanencia en la actualidad literaria se incremente a partir de ahora mucho más para quedarse entre nosotros para siempre, más allá de premios literarios convocados con su nombre por un banco y los tomos especiales para bibliófilos con su obra impresa. Lo digo tan en serio como sus elegías muertas de hambre. Hace falta recobrar en el escenario cultural de las islas su esperanza combativa, que el poeta se la juegue a vida o muerte por la utopía. Así fue Pedro García Cabrera.

Poetas de Islas Canarias en México

Los milagros se hacen verdad a través de la propia literatura, ella misma humaniza mediante la palabra aquellas hazañas divinas que desde tiempos pretéritos eran dadas por excepcionales, producto de un favor supraterrenal que escapaba a la razón humana. Y así fue que nunca imaginaría el editor mexicano José Angel Leyva que su fotografía de los primeros ejemplares del libro "Poetas de Islas Canarias" aparecido recientemente en la editorial de la Universidad Juárez, México, iba a materializar un auténtico hecho milagroso, insuflando una bendición a la interrogante sobre la supervivencia de la poesía canaria en el nuevo siglo que hacía el propio Juan Carlos de Sancho en su prólogo de esta reunión de poetas unidos por aquello que los separa: el mar.

Este libro es un milagro, sin duda. Pero merecido ya que el lugar de las islas en la historia de la literatura universal siempre estuvo envuelto por la fundación de los mitos y el anhelo existencial de resistencia ante los embates del tiempo. No fueron pocas las veces en que la palabra del poeta insulario quedaba secuestrada en el lado oculto del desconocimiento entre propios y extraños. No había referencia alguna a los modernistas canarios en el repaso crítico que el premio nobel Octavio Paz hizo en su mejor libro de ensayo crítico, "Los hijos del limo", donde establecia una mirada lúcida y a caballo entre continentes en torno a la tradición de la ruptura en la modernidad y las cosmogonías simbolistas del romanticismo durante los últimos siglos. Tampoco el brasileño Floriano Martins recoge ningún eco de las islas en su preciosa antología del surrealismo hispánico editada en Costa Rica, cuando todos los poetas tinerfeños de la revista republicana "Gaceta de Arte" fueron primordiales en el momento crucial de poner en español la hora punta del manifiesto surrealista de André Breton.
Pero al cautiverio del silencio estaban acostumbrados los poetas que Juan Carlos De Sancho ha llevado hasta México en un viaje de ida y vuelta que marcará una huella trascendental para el intercambio literario entre ambas orillas. Cuenta precisamente en alguna de sus páginas la anécdota del reconocimiento por carta que haría el otro premio nobel Vicente Aleixandre a los primeros poetas sociales que en la revista canaria "Planas de Poesía" dieron testimonio frente al oscurantismo franquista que había sepultado literalmente a varias generaciones de autores. Durante todo un siglo las islas han atesorado una riqueza poética de tendencias diversas que poco a poco han ido calando en una sociedad acostumbrada al monocultivo de la ignorancia. Por eso mismo es un milagro esta publicación en México de una joya vital procurada por Juan Carlos de Sancho en sus proyectos culturales de urgencia que remedan con energía creativa lo que se supone que deberían hacer y casi nunca hacen las maltrechas instituciones canarias más dadas a la venta de hamacas y el negocio del cemento. Una vez más la literatura adelanta por la izquierda a los poderes establecidos en plena sociedad de la información.
Por primera vez en la historia los poetas canarios Domingo Rivero, Alonso Quesada, Josefina de la Torre, Manuel Padorno o Félix Francisco Casanova entre otros que sobreviven en sus libros y algunos más que aún vivos soportan el aislamiento de la falta de apoyo editorial han cruzado el Atlántico hasta el zócalo de México D.F. Se lo merecen desde siempre al igual que alcanzaron Buenos Aires en otra antología seleccionada hace poco por el propio Juan Carlos de Sancho. Ahora toca conocer en las islas a otros poetas de aquellas tierras lejanas y que el milagro haga su efecto real convirtiéndose en lo que siempre fue: literatura.
Samir Delgado (2010-2015)

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