Gunther Gerzso (1915-2000) |
La industria es nuestro
paisaje, nuestro cielo y nuestro infierno
OCTAVIO PAZ
CUANDO el estudiante de medicina Ernesto
Guevara cruzó medio continente en moto no estaban de moda las cumbres mundiales
como la que ocupan a una parte de los jefes de gobierno del planeta cada año,
tampoco se había destapado el tarro de las esencias literarias en Macondo de la
mano de Gabriel García Márquez y menos aún habían nacido los personajes
inventados por el enormísimo cronopio Julio Cortázar en su exilio parisino,
pero allí estaban las ruinas conmovedoras del Machu Picchu a la espera del
joven argentino que estaba forjando su destino.
Por suerte, ya los libros de
texto de bachillerato sobre lengua española cuentan en algún que otro episodio
lo extraordinario que nos embriaga en medio de la realidad más anodina, el
recurso imaginativo de la palabra que es capaz de pulverizar los sentidos
homologados de la vida común y hacernos ver la increíble verdad que yace entre
los datos más cotidianos, eso que ha venido en llamarse realismo mágico en la
experiencia estética de la América con mayúsculas que tras siglos de
colonialismo europeo ha sabido volcar la mirada sobre sí misma y alcanzar al
menos en teoría su mayoría de edad.
Precisamente hace algún tiempo
llegó a mis manos un libro original del escritor Max Jiménez, un autor natural
de Costa Rica, el único país del mundo sin ejército, desconocido a pesar del
enorme parentesco con las islas a la hora de reivindicar las expresiones del
habla vernácula frente al castellano de academia real, pero los estudiosos de
las letras hispanas siguen empecinados en la tradición importada desde Madrid y
aun celebrando entre citas bibliográficas el modernismo inaugural del
nicaragüense Rubén Darío, sólo con boca chica reconocerán en público la
importancia capital de nuestro Tomás Morales con sus Rosas de Hércules en la
historia universal.
Este síndrome de rechazo a lo
propio puede alcanzar unas dosis realmente preocupantes cuando en el panorama
internacional no llegan los ecos de nuestras aportaciones creativas que se ven
anuladas por la falta de visibilidad, algo que salta a la vista en una famosa
antología latinoamericana hecha por el crítico Florencio Martins que jamás
imaginó junto a los versos encabezados por el genial martinicano Aimé Césaire
que las firmas de otros isleños provenientes del atlántico norteafricano tenían
por derecho propio su lugar entre los márgenes de la poesía más surrealista.
¿Seguiremos ignorando a pie de
calle que fue el poeta canario Silvestre de Balboa quien fundó las letras
cubanas? Ahora que está teniendo lugar un debate social creciente sobre la
ética de la emancipación en la era del neoliberalismo, como una oportunidad
genial para el intercambio de experiencias transformadoras que siguen la estela
de las comunidades en resistencia desde Chiapas al magisterio democrático del
tupamaro Pepe Mújica como ex presidente del Uruguay con su mítica guayabera,
tal vez tengamos frente a nuestras propias narices esa otra realidad que espera
a las miradas extraviadas por la normalidad televisada, los deseos de cambio
que alientan a los pueblos en su largo camino de la historia, a fin de cuentas,
los destellos visuales de artistas latinoamericanos que irradian sin lógica
matemática el mismo juego de utopías que cautivó en su día al Che.
A ESTA HORA numerosas familias
nórdicas estarán pasando en el archipiélago una semana para disfrutar de los
rayos solares que hagan más soportable el crudo invierno europeo venidero,
seguramente ajenas por completo al volumen inaguantable de residuos sólidos que
están rebosando los pocos vertederos de cada una de las islas. Aun así, no
resultará extraño que a escasos cien kilómetros de la costa africana donde la
desertización hace millones de años que se merendó los bosques prehistóricos,
muchos de los hoteles de 5 estrellas también luzcan para navidades gigantescos
abetos con decoración luminosa y bolitas de nieve artificial que hagan sentir
como en casa al visitante llegado de lugares tan lejanos como Laponia.
Estas imágenes irónicas muy de
realismo postmágico echarían abajo la versión más idílica de la realidad
mientras compartimos nuestros deseos de paz y felicidad entre los seres
queridos, una gran cantidad de contradicciones que en su día motivaron a
escritores de la talla universal de Charles
Dickens y Hans Cristian Andersen a popularizar el género del cuento
literario para desentrañar con moralejas infantiles unos mensajes de lucidez
que pongan en su lugar a la hipocresía social y despierten el sentido crítico
entre los más jóvenes cegados bajo el absurdo del mundo adulto lleno de
mentiras y guerras.
Como ocurrió en las ruinas del
templo inca de Coricancha donde se erigió con el tiempo una iglesia barroca y
el propio palacio del guanarteme que sirvió de base para la edificaciones que
hasta ayer mismo ocultaron la Cueva Pintada de Gáldar, en nuestra sociedad las
tradiciones más antiguas están perdiéndose bajo el rodillo de las modas
importadas y los excesos de un mercado asfixiante que convierte todo lo que
toca en un código de barras.
POR AHORA el poder de la
palabra comprometida está cediendo a la banalidad de los cines de moda para ver
el final del mundo con efectos especiales. Mientras la diplomacia internacional
todavía no ha sabido estar a la altura ante conflictos bélicos con los miles de
desplazados sirios, la realidad global sigue oscureciendo un recién estrenado
milenio que trae en su engranaje más desastres ecológicos y humanitarios cuya
cuenta atrás se parece cada vez más al pronóstico del Premio Nóbel Elías
Canetti y los augurios temidos por el propio Ernesto Sábato, donde la
comunicación humana se verá reducida a niveles pésimos y el vacío será el
centro del planeta con un nuevo geocentrismo insostenible.
Tras siglos de pintura, la
invención del paisaje es tan vieja como la propia Biblia cuando nos cuenta que
Dios hizo el cielo y la tierra en el primer día de la creación, así aparece en
el génesis la imagen por excelencia del pintor salpicando con el capricho de
sus acuarelas el instante fundacional del mundo, donde la voluntad divina
erigida ante la virginidad de un lienzo provocaría la aparición de la vida
gracias al poder del verbo. Casi la misma operación artística del genio
renacentista que sacaba a martillazos la escultura perfecta de una masa de
piedra amorfa y el compositor barroco ante su organillo a la espera de la
inspiración suprema para dar a luz una obra maestra.
Y ES QUE, por la
impresionante capacidad de invención del ser humano, en los manuales de
historia del arte se han utilizado los estilos arquitectónicos y los cánones
expresivos de la belleza para dar cuenta de los valores de cada época con los
conflictos que han ocupado durante siglos el desarrollo de las culturas, si
bien el paso del tiempo desde los grabados rupestres neolíticos hasta el pop
art de Andy Warhol nos sigue pareciendo un chasquido tan fugaz como el afamado
momento cinematográfico en que Stanley Kubrick hace que del primitivo hueso de
los simios aparezca el vuelo fantástico de una nave espacial.
ASÍ CON TODO, mientras las
remotas maravillas del mundo como los Jardines colgantes de Babilonia todavía
generan un ínfimo apetito de recreación imaginaria para las miradas de la
actualidad cada vez más atiborradas por la tramposa fascinación de los píxeles
informáticos, es verdad que las coladas volcánicas y los bosques de Laurisilva
siguen jugando un papel vital para la historia de las islas. Quién iba a
suponer que, por la gracia de los bocetos impresionistas de Monet y la paleta
costumbrista de Pedro de Guezala, la publicidad masiva que ha sostenido una
economía de sol y playa para atraer a millones de personas hasta nuestras costas,
aprendió desde el principio que la venta del paquete turístico empieza por
hacer transparentes en el exterior las bondades atlánticas.
Ahora bien, aprovechando este
momento crucial de una estadía en México, estas notas al borde del volcán
Popocatépetl, valdrá la pena echarle un ojo a las típicas postales que se
venden en Canarias y mandar con urgencia al buzón de nuestras instituciones públicas
las interrogantes ciudadanas sobre los peligros de la saturación urbanística en
los litorales y el abandono creciente del medio rural, las consecuencias más
negativas de la contaminación y la pérdida irreparable de la biodiversidad
natural.
PIENSO desde la distancia que
nunca será demasiado tarde para empezar a inventar en cada isla nuevos
horizontes.
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