jueves, 25 de agosto de 2016

Huellas en la concavidad del vacío (Reseña de la exposición “Lux” del artista mexicano César Bernal)


Estudio del artista mexicano César Bernal, Durango (2016)


Las imágenes como interposiciones 
naciendo de la distancia entre las cosas

LEZAMA LIMA


La pertenencia de un artista a un territorio fijo, estable y perfectamente ubicado en las coordenadas de google maps puede ser un factor de riesgo de cara a la trayectoria futura en un panorama artístico mundial caracterizado por lo líquido, el no- lugar, la evanescencia de toda frontera en la aldea global de McLuhan. Sin embargo, lejos de la difuminación que provocan igualmente las redes, el topos de una obra manufacturada, pictográfica en su basic definition, objetivada materialmente en su textura física bajo ciertas luces, en el contexto vital de un horizonte propio, habitado con vocación de órbita, hace que el artista levite, que su grado de proyección arraigue con una cobertura exponencial, que crezca, se reproduzca y muera con todas sus consecuencias, dejando huellas en la concavidad del vacío, hilvanando un diálogo con su entorno trascendido, a fin de cuentas pintando a muerte y con un sentido de sacralidad transgresora que devuelve a la condición de artista ese lado de investigador, de filósofo de la materia y del color, que desde Grecia nunca debió de supeditarse a los cánones y a las academias de lo bello.

Este perfil del artista localizado, localizable y glocal me parece una forma verdadera -por sentida como tal-, para encuadrar la exposición “Lux”, de César Bernal, en el Estado de Durango, norte de México, una muestra artística que relumbra con apetito de universales. A través de la visualización remota, con su necesaria transfusión de megas a través del ciberespacio, el mosaico de cuadros del artista duranguense evidencia el poder de la mixtura, la taxonomia del trance creador y la apertura hacia una realidad paralela, inventariada en la conjugación alquímica del cerebelo y la mano cuasidivina, retadora a conciencia de toda alteridad potencial que contemple- ya sea in situ o desde la otredad virtual- el campo de pruebas de su imago creativa.


Hay en las piezas de César Bernal una fluctuación cromática que hace del cuadro una monada viviente, un cuadrángulo de pigmentación áurea, peceras geoestáticas que nutren a toda luz una cosmovisión propia, bien pensada, repleta de signos cuya percepción prolonga la mirada hacia los interiores absolutos del yo. Hay figuras arcangélicas, distorsiones espirituosas, fruta esparcida al infinito, plataformas oleiformes de legos, oleajes disruptivos del sentido, combinaciones atómicas y un hilo invisible de madeja metafísica que recorre cada obra con personalidad, un hipervínculo de tramas, la pista solemne de la peripecia del demiurgo, el artista duranguense que vence al desierto de la incultura y de la intoxicación televisal.

Y es que crear mundos oníricos con alcance cosmopolita, sobre madera y lienzo, y hasta con vitromosaicos, a día de hoy parece cada vez más una aspiración dificultada por el reino dictatorial del píxel y la consola. De ahí que la Salamandra y El árbol de la vida, El sueño de una noche de verano o El origen de la luz y La ciudad de las montañas, también Claudia y Duranyork, compongan en su articulación expositiva un canto a la esperanza y una mirada desenfadada, autosuficiente y soberana hacia el encanto imperecedero de la fuente inagotable del arte para irradiar energía liberadora, más allá del sucumbir inexorable de la computerización de todo credo, la hibernación en carcasa del ensueño rimbaldiano, la celebración olvidada por los navegantes del ciberworld del hecho inaudito de la existencia de la lux que César Bernal nos propone, la magna interposición de imágenes que dijo Lezama Lima, pero ya solidificadas, materia pura para el brindis en la constelación de recreaciones, la donación impagable de otros mundos nuevos: ahí-la-obra-hecha-del-artista.

Samir Delgado, Islas Canarias
Agosto 2016

No hay comentarios:

Publicar un comentario