Fotografía de archivo Mayo 1968 |
Conferencia impartida en la Sala Federico García Lorca de la Universidad de Granada en 2008, incluida en el libro “Una casa mal amueblada” (Baile del sol, 2010)
Hoy más que
nunca la pintada poética “Sous les pavés, la plage” resulta a todas luces un
postulado de orden científico. Cuando en apenas unos cursos académicos ya
estará consumada la Convergencia
Europea cualquier intervención filosófica que haga suya la metodología
de la sospecha para salirse a martillazos del imperante molde academicista nos
dará algunas pruebas fehacientes de que todavía es posible el derecho universal
a la utopía: “bajo el peso ministerial
de los adoquines de Bolonia, aún permanece la naturaleza de las playas en
Canarias”.
Y es que ya han pasado muchas páginas en el
libro abierto de nuestro tiempo de vida compartida, desde aquel mayo parisino
cuando Sartre dijo para los
anales filosóficos del movimiento estudiantil que la juventud amplió el “horizonte del campo de lo posible”
mientras en las calles se detuvieron los campanarios para un nuevo calendario
tras la ocupación del Odeón y
los gendarmes avasallaban el Barrio
Latino liberado fugazmente por aquella generación que internacionalizó
la primavera, aunque ya advertía André
Glucksmann que “la revolución
de mayo sólo existía en los libros de estampas y que las barricadas, antes que
una fortaleza militar eran los elementos de un test”.
Para entonces, los
telediarios emitieron imágenes de los universitarios de Berkeley que desfloraban sus gargantas contra la guerra
imperialista de Vietnam, los “black panthers” rememoraban al
atleta Jesse Owens sobre el
podium olímpico con el puño del orgullo afroamericano todavía cautivo en la
prisión de Mumia Abu Jamal y
todo el mundo contemplaría con estupefacción el resultado de otro 1968 aciago
entre ráfagas de ametralladora que multiplicaron la muerte en la Plaza de Tlatelolco.
Así
fue que los teóricos de la izquierda conjeturaban nuevamente sobre el sujeto
revolucionario preconizado por Marx que
ya no residía en la abstracción metafísica de un proletariado con una
conciencia de clase a punto de caramelo, ni tampoco en la vanguardia del
partido que orientaba con despotismo ilustrado a la masa analfabeta, ahora los
ejemplos de rebeldía estaban jalonados por el ímpetu guerrillero de Ernesto Che Guevara en su itinerario
tricontinental y la figura legendaria de Lumumba
para la emancipación de una África
irredenta. Tan siquiera la CIA
había previsto en los años dorados de su caza de brujas que iban a surgir sobre
el puzzle mundial las llamas de liberación para la esperanza de los
desposeídos, aunque fueran cortadas las manos del chileno Víctor Jara no cesarían de sonar las
voces que reclamaban el protagonismo de su propia historia con los renovados
aires del sur las playas del paraíso
perdido renacían sobre los pesados adoquines de una civilización extraviada.
El movimiento estudiantil había
destapado el tarro de las esencias liberadoras ante los dogmas revelados de
cualquier escatología futura, la sentada del estudiante chino frente a los
tanques del estado militarista que destilaba sangre en Tiananmen había culminado un debate que estuvo catapultado hasta
el exilio estadounidense de Marcuse,
que llamó la atención sobre un concepto de imaginación que servía como válvula
de escape ante la racionalidad unidimensional y las represiones del sistema que
administraba la felicidad entre las ofertas de un supermercado.
Precisamente, la imaginación arrebatada a la
industria de Walt Disney fue un
claro precedente de la espontaneidad que desafiaba al rancio pragmatismo de la
socialdemocracia y los excesos mecanicistas del comunismo tachado a la antigua
que fue incapaz de ver más allá de sus propias narices.
Y
es que, para quienes conformamos la generación crecida frente al menú de
televisiones privadas y bajo el amparo doctrinal de la Constitución de 1978, la historia oficial nos cuenta en clave
mitológica que la transición democrática sobrevino gracias al providencial
diagnóstico de una peritonitis.
En
estos momentos inciertos con repetidos ciclos de desmovilización, la reclamada
memoria histórica parece difuminarse como una ley con bajas aspiraciones de
cumplimentar los libros de bachillerato, donde las huelgas obreras y la lucha
clandestina librada desde las universidades son resumidas en el formato
familiar de la pequeña pantalla con éxitos de audiencia. Desde luego que los
defensores de los valores contestatarios del movimiento estudiantil con prematura edad dejamos de tener fe en
los reyes magos, así que tal como se ha demostrado en cada época de sobresaltos
en las aulas, nuestros derechos siempre fueron reivindicados con unas
constantes históricas que dieron al conjunto de cada pronunciamiento estudiantil
una morfología de interés transformador ya que la puesta en práctica de sus
corolarios organizativos dieron hasta resultados matemáticos.
Véase
pues que tras la guerra fría con la caída del muro de Berlín ha surgido un cambio de paradigmas constatado más allá de
las enciclopedias que citan necrológicamente los procesos de descolonización,
con el decline del estalinismo soviético y el triunfo del capitalismo
multinacional se han abierto las vías de un novísimo proceso de resistencia
global que de cara al mapamundi internacional incorpora las coordenadas
clásicas de movimientos sociales junto a las experiencias enriquecidas de la
participación juvenil con la “respuesta
en redes” de actuación mundial contra la globalización neoliberal, todo un crisol de resistencias que
sostienen a estas horas “Otro mundo
posible” frente a las embajadas del Mcdonald: los menús de
fast food son ofertados tanto sobre los adoquines como sobre las playas.
Ya
dijo Brecht que no son buenos
tiempos para la lírica, los yankis
tienen sondas espaciales rumbo de Marte, ninguno de nosotros estuvo
atrincherado con los partisanos, tampoco desfilamos en lucha con las brigadas
antifascistas y las milicianas libertarias que dinamitaron el machismo de la
propia revolución, no fuimos testigos de los preparativos para la insurgencia
indígena de Chiapas y todavía
estamos dando pasitos junto a las tortugas antiglobalización de Seattle, pero si nos concentramos en
el cruce de un puente hacia el territorio ideal del imaginario juvenil,
podríamos visualizar los ideales teóricos y las experiencias prácticas asumidas
por el movimiento estudiantil
en su particular desarrollo histórico desde el afamado Mayo del 68, aunque mucho antes de la efeméride preferida de
nuestros progenitores tenemos constancia de que las reformas educativas de Córdoba (Argentina) en 1918 ya supusieron con otros episodios de
resonancia mundial una influencia externa que tuvo influjo en la decrépita
educación de la España de “charanga y panderetas” eternizada por
Machado.
Durante
el transcurso de las modernizaciones en el tablero de ajedrez del siglo XX, el movimiento estudiantil se ha
perfilado como una fuerza de signo democrático que notició Julio Cortázar con la metáfora de un “puñado de pájaros que desafiaban a los
dragones escolásticos”, sobresaliendo con personalidad propia en los
capítulos más determinantes de muchas naciones, donde la puesta en escena de
cada proclama reivindicativa coreada con entusiasmo por la juventud ha surgido
como el efecto de las coyunturas sociopolíticas de cada país, no siendo pocos
los ejemplos históricos de un derrocamiento de gobiernos totalitarios por la
desestabilización llevada a la calle desde las aulas. Así de esta forma, la
articulación social en las universidades de la travesía estudiantil ha tenido
un decurso heterogéneo y discontinuo, marcado por los factores de la renovación
generacional y la diseminación territorial de cada espacio geográfico, pero
ante las barreras formales que debilitaron su proyección real en cada sociedad,
siempre la resurrección se dio mediante el detonante natural de un malestar
ante los dogmas de autoridad que han irradiado secularmente una forma de
combustión para la atmósfera de los centros educativos que incorporaban una
población juvenil cualificada según las estadísticas puestas de moda por la
sociología.
Casi
por las reglas lógicas, los estudiantes han estado fuera de la esfera
productiva de manera virtual, pero aglutinando la potencialidad crítica de su
discurso frente a los problemas generales fue capaz de realizar una inversión
del tiempo lineal académico en un tiempo horizontal donde las orillas de las playas ensanchan las
posibilidades del presente y los pétreos adoquines sólo indican un sentido
unilateral del futuro.
Y
es que a la pregunta de ¿Qué es el
movimiento estudiantil?, interrogante por lo demás típicamente infantil,
daríamos por respuesta evidente la famosa frase griega de que “el movimiento se demuestra andando”:
¿quién no ha experimentado la participación vertiginosa en una huelga?,¿cuántos
de nosotros no hemos sentido la impotencia de no poder decidir acerca de
nuestro futuro?. La génesis del movimiento
estudiantil radica en todo momento donde queda roto el curso ordinario
del calendario y por la unidad consciente de su fuerza centrífuga son
concretadas las posibilidades de una intervención sobre la realidad que es
percibida como una totalidad a partir del cuestionamiento del poder establecido
la prensa, el ejército, la banca, la
religión y el Estado se convierten en la diana simbólica de los adoquines,
mientras que la libertad de expresión y el derecho de educación inauguran el
horizonte real de las playas.
El
inventario de pancartas del movimiento
estudiantil hace que el sistema quede al descubierto con sus
contradicciones antes bien maquilladas por nuestra adaptación de colegiales, la
toma de conciencia política ya está en marcha con el comienzo de cada asamblea,
la organización de la protesta establece como parrilla de salida el intercambio
de la comunicación y la participación en las movilizaciones ya se torna como
una experiencia comunitaria que dará pie a nuevas fórmulas de socialización
antes desconocidas por las leyes selváticas que sostienen el stablishment.
Entonces,
la capacidad de invención que ha sido llevada hasta unos extremos insospechados
como demuestran las experiencias de la UNAM (México, 2000) facilitará la multiplicación de vivencias
compartidas con la realización de acciones reivindicativas que desatarán los
nudos del horario lectivo para ofrecernos una inmersión distinta en la ciudad
descubierta ahora en carne viva por los pitos que pulverizarán instantáneamente
las barreras impuestas para la ilusión engañosa que distancia los pupitres de
estudio y los puestos de trabajo y abran bien los ojos porque esto es el movimiento estudiantil: de nuevo la utopía fértil de las playas
renace bajo el imperio artificial de los adoquines.
¿Alguien
se ha quedado atrás? La juventud no tiene fechas de caducidad, todos nos
haremos viejos por la lógica biológica que opera como un rodillo, pero a nadie
le resultará imposible desvelarse otra vez ante el perfume creativo de las
manualidades y ponerse en guardia con los nervios rotos por la memorización de
las tablas de multiplicación, por ello nadie será incapaz de retomar la tensión
dialéctica de las asambleas y arrojarse en los prolegómenos agitadores de una
manifestación para que nuestras
intervenciones filosóficas no se
consuelen con los castillos de arena fabricados en las playas y no se acomoden
a la seguridad civilizada de los adoquines.
Con todo lo sugerido, retroceder con un poco
de remembranza literaria de la mano de Marcel
Proust a la temprana inocencia gracias al sabor de una merienda en el
recreo y redescubrir el mundo liberados de la costumbre con tuercas que nos ha
servido para insensibilizarnos a la barbarie diaria de las guerras, nos pondría
en la disposición de una apertura comprensiva para neutralizar por momentos,
tal como nos avisa Raul Vaneigem, aquellos “esquemas rígidos que la escuela impuso en nuestra manera de ver el
mundo con su reglamentación carcelaria de la vida".
¿Se
acuerdan de los dictados en lengua española como anticipo de nuestros futuros
exámenes tras las clases magistrales en la universidad?
Tal
vez no haya mejor remedio para los males de nuestra juventud que redoblar los
tambores de protesta frente a las causas negativas que deshumanizan la sociedad
como un grotesco espectáculo ya descrito por Guy Debord, donde las relaciones entre personas están
mediatizadas violentamente por imágenes comerciales que colonizan la vida
cotidiana convertida en una sombra chinesca de sí misma: sobre los adoquines de la ciudad todo es
transformado en piedra y las playas aparecen reducidas a la propaganda
turística.
Volviendo
a poner en tela de juicio el uso del
tiempo que es impuesto a través de la división de las asignaturas en el
horario de cada curso y el adoctrinamiento formativo con la especialización del
saber y la producción repetitiva del conocimiento bajo los dogmas del examen,
podríamos desenmascarar las artimañas con que los organismos del Estado diseñan el sistema educativo
bajo legalidades consuetudinarias, aparentemente inofensivas por los preceptos
del bien común y el interés general que tanta tinta derramaron desde los best-sellers de Hobbes y Rousseau, pero de una manipuladora ingeniería fabril ya que cada
estudiante nombrado por sus apellidos en la lista de clase queda signado como
un recipiente de alma y cuerpo, supuestamente libre y autónomo cuando alcance
la mayoría de edad ilustrada esbozada por Kant.
A estas alturas, sabemos que no hemos venido
de París en cigüeñas, asaltemos
todas las bibliotecas para desempolvar los avances filosóficos pues si es
posible aún descifrarlos como un progreso nos servirían para denunciar los
idealismos que ocultan el hecho de que toda persona humana está construida
socialmente y su mundo de vida está sujeto a las tenazas ideológicas de todo
sistema que reproduce hasta el infinito las verdades encostradas que repudiaron
a Nietzsche en su embate contra
la moral, al igual que desde la semiótica social de Bajtin hasta las novedades de la teoría queer: los
adoquines sobre el terrero de la lucha de clases son el propio lenguaje y la
transgresión de las convenciones de género es posible en la desnudez de las
playas.
Estas
apreciaciones críticas que de nuevo quieren cambiar la vida como los viejas
consignas del surrealismo ponen también en evidencia otro de los malestares
tradicionales del movimiento
estudiantil, a saber: la sujeción pasiva a las directrices del profesorado,
los lastres pedagógicos de las cátedras vitalicias y el ejército de
funcionarios por oposición que amparados en la figura autoritaria del docente
multiplican los estigmas de todo evangelio, con salvadas excepciones de
sectores sindicales que defienden la educación pública desde los postulados de
la izquierda, aunque esta es otra
historia de edades más allá de los adoquines y de las playas.
Si
preguntásemos a nuestros abuelos sobre las escuelas del pasado y observamos
alrededor nuestra con el detectivesco soporte de unos rayos ultrarrojos,
veremos como los crucifijos del catolicismo
franquista que tanto daño ejecutaron con su moralina vencedora en la
mentalidad de generaciones precedentes, aún persisten en unas aulas
informatizadas que mantienen el velo supersticioso ante la oscuridad de lo
pasado y el reino mediocre de lo consumible sobre los adoquines se levanta la historia de los vencedores y bajo las
playas se oculta la historia de los vencidos.
El movimiento
estudiantil ya hemos insinuado que parte de unas condiciones peculiares
en los entornos de la educación, enfrentándose en su desenvolvimiento a etapas
cronológicas de auges y declives, desde los pasillos de los institutos públicos
hasta las facultades universitarias su aparición está muchas veces provocada
como un pulso generacional ante los atropellos de nuestros derechos colectivos
por el modelo de enseñanza, tal como se refleja en las diferentes épocas de
movilización frente a reformas gubernamentales ejemplificadas en la sopa de
letras (LAU, LRU, LOGSE, LOU, LOE)
y otras veces su impulso particular queda proyectado hacia las sinrazones
globales que a lo largo de las décadas han conformado nuestros más encarnizados
obstáculos: los Numerus Clausus
y la Selectividad como unas
barreras impuestas al derecho universal de la educación, las clásicas carencias
de representatividad en los órganos de gobierno, los recortes en los
presupuestos públicos y de inversión para las infraestructuras educativas, la
subida de tasas académicas que encarecen la enseñanza superior y la
privatización de la educación entre las garras sin escrúpulos de lobbys económicos y empresas
multinacionales, toda una serie de problemas estructurales que han sido
interiorizados en el seno histórico del movimiento
estudiantil como unas cuestiones de base programática para los sectores
más politizados del estudiantado en general desde ahora los adoquines son una eficaz arma ofensiva y las playas un
desértico espacio de mutismo.
Volviendo
la vista atrás, podemos también hacer transparente con nuestro zambullido por
la historia convulsa de las últimas décadas, el propio modus operandi del movimiento estudiantil donde se pueden
evidenciar las complejas fricciones da la actividad política, con la
reivindicación de la transparencia democrática en la toma de decisiones frente
al oscuro estatismo jerárquico de los esquemas delegados de representatividad
que arrastran desde muy lejos la esclerosis múltiple de la democracia burguesa.
Al
igual que en las moquetas de las instituciones públicas, se han vivido las
nocivas transformaciones provocadas por la estetización banal de toda política,
con unos parámetros democráticos rebajados a los escuetos parangones de las
urnas, con unos altos índices de abstención que evidencian en general el grado
profundo de apatía en la mayoría silenciosa del alumnado universitario y el
contraste llamativo de unos cuadros minoritarios que de forma camaleónica
aspiran a controlar focos de movilidad para la autopromoción personal
electoralista en carreras políticas de partidos hegemónicos, además de la
variante revolucionaria de las minorías concienciadas que desenvuelven sus
estrategias de captación con ideologías críticas y alternativas, desde la pluralidad de la izquierda con las
demandas de justicia social y solidaridad internacional hasta los nacionalismos
diferenciales que reclaman justamente la pervivencia de sus lenguas y el derecho de autodeterminación como una
forma de soberanía democrática donde cada pueblo decide libremente su
destino.
Para
los devotos de las frías estadísticas y los demás estudiosos de lo social, otra
de las facetas más relevantes del movimiento estudiantil son los registros
simbólicos que a nivel epistemológico brindan un rico caudal de fenómenos
históricos que tomados como objeto de estudio ofrecen referencias
antropológicas de interesantes contenidos sociopolíticos, y que descifrados sin
necesidad de bisturís darán una serie de pistas interpretativas sobre el cruce
de intereses de clase en cada realidad social.
Por
la naturaleza epidérmica de su propio funcionamiento, el movimiento estudiantil
aparece en la escena de la historia contemporánea como una expresión más de los
nuevos movimientos sociales que estaban
superando las tesis tradicionales de la izquierda y enriqueciendo la radiografía
de la sociedad post industrial, pues con el paso del tiempo contabilizado
digitalmente por nuevas tecnologías, la participación juvenil a pesar de las dificultades añadidas sobre
las identidades generacionales, ha seguido forjando la historiografía moderna,
sea por las desapariciones en dictaduras latinoamericanas, sea empuñando las
armas en la guerras fraticidas de África,
ya sea propiciando la sublevación popular en los conflictos de Oriente Medio y Asia.
Esta
prolongación del movimiento estudiantil
se vislumbra históricamente en el auge de la insumisión contra los ejércitos
profesionales y el pacifismo frente a la carrera armamentística y las guerras
culminadas en Irak, los
movimientos feministas que cuestionan los lastres del hetero-patriarcado dominante y las desigualdades de género que
resultan inherentes a las estructuras sociales del poder, así como los tipos de
ecologismo que sensibilizan cada vez más a la ciudadanía sobre el deterioro de
la calidad de vida por el desarrollismo industrial y los atentados sobre el
medio ambiente a gran escala.
Toda
una serie de discursos emergentes que se introdujeron en la permeabilidad del
movimiento estudiantil con sus particulares estelas ideológicas, generándose un
espacio de retroalimentación que en el futuro daría con el actual movimiento antiglobalización, que ya
de por sí tenía sus semillas en el dinamismo crítico que amplificaba
directamente cada denuncia estudiantil hacia todas las injusticias sociales en
el orbe internacional.
Además
de estos datos aproximativos, la incorporación masiva de alumnado a las
universidades con el proceso de democratización facilitó que la ubicación en la
sociedad de la universidad pública fuese un referente de compromiso con el
progreso, sirviendo así de baluarte simbólico para la sintonización solidaria
con las demás causas de lucha localizadas en el seno de una sociedad. Aunque
también hay que decir lejos de todo romanticismo, que en los tiempos presentes
la elitización de la educación superior está modificando genéticamente el
estatus de la universidad convertida en una verdadera empresa que administra la
formación del capital humano y reproduce en sus pieles el librecambismo más
agresivo para menoscabo de nuestra anhelada autonomía universitaria.
Desde
luego que no hace falta poner sobre la mesa las cuantiosas pruebas sobre las
atrocidades cometidas hacia la vulnerabilidad del estudiantado, que hasta día
de hoy suele criminalizarse por complejas estrategias de linchamiento, pero sí
podemos extrapolar el fuerte sentido de solidaridad que hace que en las
pizarras de todo el mundo fueran garabateadas las protestas de toda latitud
para una internacionalización del
movimiento estudiantil que hace de la juventud un ideal para la
rebeldía.
En
esta cuenta atrás para el Plan Bolonia,
el movimiento estudiantil está
siendo afectado por el fenómeno competitivo de las orlas y la perpetuación de
la mimosería de las guarderías hasta edades avanzadas, algo que está generando
unas crisis cíclicas de conciencia estudiantil, cada vez más debilitada en su
conformación social de clase debido al influjo uniformador de los mass media que estandarizan unos
patrones de conducta individualistas, dirigidos con total salvajismo mediático
a la manipulación de las necesidades y la recreación de unos roles de
comportamiento basados en las teleseries juveniles de sonrisa enlatada y el
fanatismo insuflado por el divismo de las estrellas musicales alejadas de toda
contracultura.
Y
es que la máquina uniformadora no se
detuvo siquiera frente a los emblemas de la “flower power” en el mítico festival hippie de Woddstock y tampoco ante la
resistencia beat y underground de la poesía en la calle,
pues sus tentáculos siguen volcando sobre la juventud una peligrosa sugestión
masiva a base de tecnología punta que desmonta peligrosamente los engranajes
más simples del asociacionismo- desde los boyscouts hasta las Ong´s-,
creando una maraña generalizada de extrañamiento que se manifiesta en una
subjetividad desarraigada de su comunidad y abstraída de la realidad social por
una conciencia hiperaturdida con brotes permanentes de consumo compulsivo que
reflejarían las delicias esquizoides para los diagnósticos filosóficos del dúo Deleuze / Guattari: el fenómeno
global de los videojuegos, los coches tuneados que prolongan la hibridación del
yo y el consumo de productos lácteos para el sistema inmunológico son un
ejemplo diario de la metafísica de las costumbres universalizada por la mano
negra del neoliberalismo que
parece controlar totalmente a unas generaciones en tierno proceso de
socialización que delatan su mortandad entre las superficies comerciales.
Las
figuras emblemáticas de esta cosificación
generalizada de la juventud contemporánea, amaniatada por la
robotización de la vida y el tétrico espectáculo de una supervivencia global
escenificada por el arribo de jóvenes africanos en pateras, serían estas
tipologías para un catálogo aún inédito del movimiento estudiantil:
“Aprendices de brujo” maravillados por las excelencias mágicas de la ciencia y
los trucos tecnológicos reproducen el ascetismo que justifica la superioridad
del patrón, deseando por mimesis anuladora ser ellos mismos los brujos del
futuro.
“Monaguillos” instruidos para deplorar las pasiones liberadoras de la
vida, representan la amargura de la escolástica basada en la eficacia y el
rendimiento a ultranza, encuentran refugio entre los inciensos adormecedores de
la trascendencia.
“Becarios” competitivos que pululan satisfechos por el
abastecimiento del bienestar y el régimen acomodaticio que financia los éxitos
personales y premia el tipificado esfuerzo individual, levantando barreras
normativas que imposibilitan la conformación de lo colectivo y el surgimiento
de lo distinto.
“Pioneros” movidos por la rebeldía de los ideales y el ánimo
transformador de la realidad, encuentran su error en el ciego maniqueísmo de
las utopías y las trampas burocráticas de la repetición.
Una
vez consumada la primera década del nuevo siglo con decepción para los
pregoneros del “final de la historia”
como Fukuyama y la expectación
ministerial que decreta militarmente un tipo de universidad europea preparada
ante una invasión extraterrestre,
los planes de estudios oficiales están cocinando lentamente en la juventud
mejor formada de todos los tiempos una permanente alucinación sobre los
destellos refulgentes del futuro, inoculando entre los resortes de la
producción intelectual un modelo de sujeto ideal fracasado aún por muchas dosis
de competencia universal recetadas para la diplomacia internacional por el
monólogo de Habermas.
Las
facultades de filosofía están percibiendo con asientos de primera clase la
debacle sistemática de la modernidad, disparatada con los sueños de una razón
que reproduce los ecos de sus ronquidos entre las paredes de unos campus
similares a las maquetas arquitectónicas de búnkeres nucleares, donde la
dispersión epistemológica entre las disciplinas alimenta cada vez más las
nóminas de una casta sacerdotal injertada del Antiguo Egipto hasta las poltronas universitarias que con marketing
científico perpetúan la mentira entre la estratificada pirámide de la educación
superior.
Alcanzando el final de nuestra travesía,
mientras Emilio Lledó contempla
por el escaparate de alguna cafetería el paso acelerado de la ciudadanía
desmemoriada por los cuentos de palacios, no se equivocan quienes aventuran
como el primer indicio del movimiento
estudiantil aquellos episodios de protesta sucedidos en 1956 tras el
funeral del filósofo español Ortega y
Gasset, y es que una vez retomados desde cero los combates contra la dictadura
que lapidó en fosas anónimas al duende de Federico García Lorca, ahora el reflujo sistemático de todas las
organizaciones estudiantiles vistas en el conjunto total de su literatura
devenida en testimonio de lucha ponen de manifiesto que España no es más que una invención administrativa y militar que
hunde su etérea constitucionalidad en el
sueño impertérrito de los reyes católicos en Granada.
El movimiento estudiantil, en
definitiva, seguirá atesorando la virtud de saber lo que no quiere, como siempre el presente será de lucha y
hablar de los estudiantes siempre es tratar el futuro, por ello respondamos al
olvido del pasado que Daniel Cohn
Bendit publica con disculpas por su radicalidad, aunque todavía arenga
con megafonía a las masas, pero esta vez con chaquetas de eurodiputado verde y
al son de un Himno de la alegría
que ameniza los desfiles macabros de la OTAN.
¡Ahora digamos nosotros en alto con renovado
ímpetu que los estudiantes seguimos teniendo la última palabra y continuamos la
lucha de cada manifestación demostrando el presagio real de que “¡bajo los adoquines seguirán estando las playas!”.
Samir Delgado, 2008
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