jueves, 10 de enero de 2019

"Las vacaciones de Houellebecq" veinte años después

"Lanzarote" Michel Houellebecq

Con la reciente publicación de la novela "Serotonina", el escritor francés vuelve al escenario de la actualidad literaria cuando se cumple el veinte aniversario de la aparición de su libro "Lanzarote". La novela de Houellebecq adquiere la forma de un mensaje en una botella lanzada al mar anónimo del mercado editorial global, con el testimonio desencantado de su paso por el centro del mundo



Echando un vistazo a los graves problemas internacionales resumidos en cualquier número atrasado del famoso periódico Le Monde Diplomátique advertimos la peligrosa costumbre de medir el tiempo relativamente en todas partes a la vez. Tras el impacto de las nuevas tecnologías de la información sobre la vida cotidiana habitamos en el planeta de una forma instantánea, rápida y desenfrenada, apenas sin dejar sitio para el pasado más reciente que parece quedar adormilado en las hemerotecas de nuestro país. Y no hay que olvidar jamás que los pueblos sin memoria del pasado no tienen futuro.

Esto ocurre especialmente en las Islas Canarias. Un archipiélago de siete islas situadas en el noroeste del continente africano que reciben en sus modernas ciudades turísticas la visita anual de millones de personas. Aquí el tiempo ha quedado prefabricado y en oferta permanente para el recreo vacacional del turismo masivo. No hay historia en los jardines privados de los hoteles, las avenidas que llevan con sentido único a la playa son frecuentadas por gentes de todas las nacionalidades que practican durante su breve estancia un mismo estilo de vida.                                        

El tiempo en la ciudad turística es como un chicle de fresa. Parece que el escenario de las refrescantes piscinas diseñadas para satisfacer las necesidades de bronceado para los visitantes europeos han estado ahí desde siempre y para siempre. Sin embargo, a pesar de esta ensoñación paradisíaca que parece revalidar las antiguas visiones grecolatinas de las islas Afortunadas[1], una vez consideremos que hace millones de años las islas emergieron poco a poco de las entrañas del Atlántico, sentiremos que la desmesura del tiempo geológico- al resultar impensable y fuera de nuestro alcance ordinario- hace que los episodios históricos en el mapa geográfico recobren una cercanía y vitalidad verdaderamente conmovedora.

Esta especie de interconexión directa para comprender mejor los paisajes en cualquier travesía por las islas, nos brinda la oportunidad de saborear tanto los ingredientes azucarados de su mitología, como los bocados más amargos de la historia que completan el menú ofrecido a los visitantes que llegan cada día a los aeropuertos de Canarias. Y es que la cultura también es una especie de gastronomía.

Las islas atesoran un caudal de referencias que favorecen su carácter cosmopolita, con una estela amplísima marcada por un abanico de cruces culturales entre las distintas civilizaciones que dejaron huellas en su mapa histórico y configuran en la actualidad las variadas aportaciones a la personalidad hospitalaria y abierta de la sociedad canaria moderna. Ya sean los navegantes fenicios que todavía hoy alientan a los buscadores de tesoros y ánforas romanas extraviadas en el fondo del océano o los ilustrados científicos europeos que antecedieron al actual gremio de astrónomos refugiados en los potentes telescopios para escudriñar las incógnitas de los agujeros negros en el universo.

Todo esto, una vez más, hace que las islas tengan como carta de presentación en su devenir histórico las bondades del clima subtropical y unas joyas de la naturaleza que han embriagado con sus espléndidas vistas a los intereses del cine hollywoodiano. Situados aquí, ante el lienzo multicolor que ha ido pintándose simbólicamente con multitud de pinceles de todas las épocas sobre la islas Canarias, podemos seguir el fino hilo de una historia repleta de laberintos económicos, fantasías literarias y tragedias humanas que muchas veces quedan en el olvido de las estadísticas, como la mayoría de las pateras con ciudadanos africanos que se perdieron antes de llegar a la costa bajo la mudez del Atlántico.

Y esta posibilidad de viajar hasta las islas para verlas en su totalidad desde un privilegiado mirador, a veces puede resultar accesible recorriendo sus rincones de oriente a occidente con una mínima garantía de conocimiento. Pero también, puede ser posible a partir de la lectura y el seguimiento de las pistas perdurables que hay en los textos literarios que proyectan el espacio de cada lugar y el eco de sus múltiples voces a la posteridad. Nunca mejor dicho, en los libros habitan las memorias del mundo.

Por ello, haciendo una selección rigurosa entre las publicaciones de la actualidad que no quedan presas de la propaganda turística, la más sonada referencia de nuestros días sería una breve novela de Houellebecq, quien gracias al apogeo mundial de su prosa ha llevado el nombre de Lanzarote hasta todos los puntos cardinales, sin la necesidad de las escandalosas inversiones millonarias de los touroperadores que controlan el negocio del astro solar y garantizan con repetitivas campañas de marketing una experiencia casi mística en un paraíso artificial.

En una fría mañana parisina de 1999 comenzaría la incursión del afamado escritor francés Michel Houellebecq hacia el centro del mundo adquiriendo un billete de avión con destino a la isla canaria de Lanzarote. Ya ha pasado más de un siglo y medio desde que Thomas Cook promoviera el primer viaje turístico organizado y el aeropuerto lanzaroteño de Guacimeta representa un importante destino de los vuelos charter y low cost para todo el mundo. ¿Qué insólita aventura confesará la super star del panorama literario contemporáneo?

Ya desde las primeras páginas sentimos el aire acondicionado de la agencia de viajes, la oferta infinita de catálogos con destinos variopintos que aplacarían la sed de exotismos pretéritos en pintores como Gauguin y seduciría nuevamente a célebres botánicos como el propio Alexander Von Humboldt. Pero ahora el programa informático Amadeus utilizado mundialmente por la industria turística para gestionar la demanda masiva de packs familiares con pensión completa, cómodos pasajes vip para ejecutivos, parejas en eterna luna de miel y jóvenes trotamundos con mochilas supone definitivamente la evidencia exacta del encogimiento desencantado del globo terráqueo.

Con una mirada ácida, tras cruzar el Atlántico con un leve sueño distraído de otras experiencias accidentadas como la del aviador Saint-Exupéry sobrevolando el Sahara, Houellebecq será trasladado con diligencias castrenses en un mini bus con los demás huéspedes del hotel. Una vez en la isla, observará la ridiculez de los turistas jubilados que por sus achaques reumáticos cruzan en cámara lenta el paseo marítimo. El propio poeta se verá a sí mismo mezclado entre la masa de visitantes que los domingos saturan el mercadillo local buscando el recuerdo perfecto entre las piezas de artesanía. Pero el aura tan requerida por los coleccionistas de antigüedades que anhelan palpar las excelencias típicas del lugar quedó extraviada entre la basura biodegradable de una posmodernidad sin límites de fronteras. Ya no quedan, no es una pena, aventuras para los futuros Indiana Jones.

Entonces, Houellebecq pretenderá escapar de la civilización cayendo en el nido de las filiales multinacionales que alquilan coches por horas en cualquier aeropuerto del mundo y así disfrutar de la isla a su gusto con una aparente libertad. He aquí la paradoja por excelencia del cascarón insular. Pero el escritor francés ya en sus famosas novelas se ha visto extrañado por una completa soledad, y no tardará en confesar los momentos de aburrimiento en la habitación del hotel, dotada con el confort del hospedaje homologado por la conexión vía satélite a la CNN y la MTV.

Bajo los efectos del síndrome del visitante, Houellebecq levitará sobre el escenario de sus vacaciones canarias, ajeno completamente a la otra realidad localizada más allá de las urbanizaciones privadas. Los problemas que son diariamente soterrados bajo los pavimentos de la ciudad para no incomodar al turista común que ha sido reducido a las cifras contabilizadas por las calculadoras de los touroperadores. El europeo de a pie con sus gafas de sol no percibe los signos de la trayectoria existencial que están detrás de la faena diaria de las limpiadoras y los camareros isleños que sustituyeron de forma traumática el cultivo, la pesca y otras tareas del pasado más reciente para cargar a sus espaldas todo el peso de la servidumbre asalariada y cumplir con los servicios que engrasan la maquinaria del hotel.

El testimonio narrativo de Houellebecq quedará cegado por la virtualidad de un paraíso insular que ha sido administrado por completo desde afuera, el montaje para los millones de turistas que vienen a las islas sugestionados por los deseos de felicidad insatisfecha desde sus hogares de origen y que por fin tienen al alcance de la mano unos días para disfrutar del territorio edénico reconstruido sobre una maqueta de apartamentos y salas de fiesta con happy hours hasta el amanecer.

Como una avalancha de damnificados por los males de la contaminación en la urbanidad europea, los turistas asumen el imperativo económico de aprovechar al máximo el tiempo saliendo como autómatas hacia los exteriores de una isla cuyos horizontes están dibujados por la inmensidad del mar. Esta suerte de metafísica insular, provista de un fuerte sentido de aislamiento, resulta soportable a los visitantes con pasaporte en regla gracias a las excursiones organizadas para satisfacer su banal curiosidad, explorando lo desconocido y experimentando las sensaciones de estar viviendo simuladamente en condiciones de seguridad civilizada los parajes insólitos del sueño. En esta especie de naufragio psicológico con lujos de todo tipo, ya es universal la fórmula mágica de los turistas orientales provistos de cámaras fotográficas para apropiarse de los instantes y conservar eternamente las imágenes esenciales del viaje.

Los recuerdos en el mañana quedarán almacenados con un ritual museístico en sus pendrives. Houellebecq publicará entonces sus fotografías hechas con glotonería ante el colorido paisaje de los cráteres volcánicos de Timanfaya, donde los paseos en camellos y el espectáculo de los géiseres que escupen las brasas soporíferas de la tierra han sido debidamente legalizados por las autoridades gubernamentales que heredaron las directrices del ministerio franquista desde los años 50: una larga carrera de especulación urbanística y deterioro medioambiental que disfrazada de progreso ha modificado genéticamente la biodiversidad natural de las islas para la promoción del ferviente monocultivo de las estrelitzias plastificadas.

A lo largo del medio siglo restante, el turismo masivo internacionalizó como nunca antes el logotipo de Canarias sustituyendo radicalmente a la caña de azúcar, a las bodegas de vino, a la cochinilla, al plátano y al tomate, y multiplicando alocadamente bungalows y hoteles para un futuro fantasmagórico.   Así con todo, la novela “Lanzarote” dejaría hueco para un lance sexual con una pareja de lesbianas alemanas y una extraña amistad con un policía belga venido a menos en una secta religiosa que preconizaba con el reparto de panfletos el advenimiento de los extraterrestres.

Hasta aquí la trama conocida por el público y la crítica. Pero, realmente para la isla de Lanzarote,¿qué trascendencia tenía la visita de Houellebecq?, y el propio Houellebecq, ¿era consciente de la importancia de su viaje a una isla que tantas veces ha sido recurrida en sus distintos best sellers y sus películas adaptadas[2]?

La isla siempre fue un referente del imaginario utópico[3]. Ya en los anales de la historia oficial Lanzarote fue visitada por los aventureros de todas las épocas, los extraviados hermanos Vivaldi en 1291 y Lancelotto Malocello en 1312 son considerados por la historiografía colonial tan en boga desde los diarios del almirante Columbus como los artífices que dieron fe de la existencia real de las islas afortunadas mencionadas hasta por Petrarca. Él mismo asistió en la Corte de Avignon en 1344 al famoso episodio donde el Papa Clemente VI concedió a Luis de la Cerda el título de Príncipe de la Fortuna. Así también, las islas han sido retratadas en muchos portulanos medievales bajo el escudo de las armas genovesas y adjudicadas en propiedad por toda una serie de tratados de compra y venta entre Condes y Señoríos que representan una remota anticipación al actual negocio inmobiliario que castiga duramente las costas de casi toda la Macaronesia: Azores, Cabo Verde y Madeira se encuentran ahora mismo en la mira del huracán que convierte los litorales atlánticos en una mercancía inagotable para el circuito del capital transnacional.
 
Cuando en 1402 los normandos Jean de Bethencourt y Gadifer de La Salle zarparon desde el puerto de La Rochelle hacia los confines del mundo para buscar la sangre de los dragos y los tintes para la preciada industria textil de la época- ganando la eternidad heroica para su linajes familiares- ya en la isla de Titeroigakat la huella de los antiguos habitantes era muy profunda, y todas las islas contaban con una sociedad organizada en sus estructuras económicas, políticas, culturales y religiosas.

Mucho antes de la fundación del primer enclave europeo en Canarias, que tuvo las playas del Rubicón como escenario a punto de desaparecer bajo el imperio del cemento, las islas habían sido un asentamiento milenario de poblaciones humanas procedentes del norte de África en oleadas migratorias sucesivas. Hasta hoy, el misterio de su llegada no entorpece la riqueza de un legado patrimonial que caracteriza las singularidades de la identidad del pueblo canario: el acento del habla con ricas  mixturas de vocabulario, un porcentaje elevadísimo de topónimos y etnónimos de origen bereber, las manifestaciones populares y expresiones tradicionales a nivel cultural, festivo y deportivo, etcétera.

La definición de estas particularidades culturales[4] fue tratada desde un principio por los diferentes cronistas que daban cuenta de sus experiencias en el largo trasvase de sincretización que supuso su llegada escalonada a todo el archipiélago, y el vasto recuento de las pervivencias antropológicas que atraviesan transversalmente la sociedad insular alimentan buena parte de la literatura acumulada en las bibliotecas de las instituciones públicas- aquí hay que llamar la atención sobre las deficiencias y hermetismos que han asolado durante siglos el material documental y archivístico de las islas-.

Transcurridos los episodios más remotos de la historia oficial, las crónicas normandas tituladas “Le Canarien” son un ejemplo de lo deplorable que puede llegar a ser el destino. Tardíamente publicadas bajo la firma de los religiosos Bontier y Le Verrier, ensalzan cada uno en distintos manuscritos las hazañas de sus señores, reflejando la mentalidad de la época con artimañas y traiciones que fueron la nota reinante desde las razzias que se repetían de manera aleatoria sobre la población de las islas.

Desde la expedición de Juba II, rey de Mauritania en el siglo I y la presencia prolongada de monjes mallorquines en buena parte del siglo XIV, el intercambio de provisiones había favorecido el contacto de la sociedad precolonial con los visitantes venidos en “pájaros negros”, como cuenta el vate Antonio de Viana en 1604, fundador del primer poema épico que legó, junto a otros autores de renombre, las aportaciones literarias[5] que conforman la enciclopedia histórica sobre la colonización de las islas, resumidas poéticamente en lances trágicos y episodios amorosos que han sido objeto de estudio y hasta de guiones cinematográficos como la relación emotiva entre la figura femenina aborigen de la princesa Dácil y el patrón masculino del conquistador Del Castillo, los perfiles heroicos de los menceyes frente a las bajezas de Alonso Fernández de Lugo y la pervivencia del mítico bosque de Doramas o la isla non trubada de San Borondón.

Entre la extensísima bibliografía sobre las islas acumulada hasta nuestros días, especialmente las actas cabildicias y los pliegos eclesiásticos, cabe destacarse por su papel ilustrativo la del ingeniero cremonés Leonardo Torriani, que en el año 1584 al servicio de Felipe II efectúa estudios para la fortificación de murallas y constata las vestimentas y tradiciones de la sociedad canaria más temprana. Como sus descripciones, hay toda una serie de datos que pueden rastrearse con fidelidad en las fuentes documentales pero no sin la dificultad añadida de las manipulaciones ideológicas y la represión surgida tras el establecimiento de los Autos de Fe y los tribunales inquisitoriales dependientes de Sevilla (1501).

También existen testimonios indirectos que sirven de catapulta histórica como la obra “Comedia del Recibimento”, escrita en 1582 por el poeta Bartolomé Cairasco de Figueroa, el autor más representativo del renacimiento insular, traductor de Torcuato Tasso y promotor de círculos literarios en la mismísima periferia. Con la elocuencia y la genialidad poética visible en el uso del verso esdrújulo, en su obra dramática pone en boca de uno de sus personajes todo un repertorio en lengua guanche que él mismo heredó por vía materna, unos guiños sobre el férreo control de censura que imperaba ya en las propias producciones literarias, que recordemos significan un espejo clarividente para entender el fuerte impacto del proceso de aculturación y el sometimiento civilizatorio puesto en marcha por la iglesia sobre una población que pasó, en apenas un siglo, de una cultura neolítica a una sociedad del medioevo fuertemente dependiente y jerarquizada.

La incorporación a la Corona de Castilla data de 1496. Y no han sido pocas las voces críticas que han clamado en las últimas décadas por una revisión profunda de las excesivas condescendencias que la historiografía ha tenido con la función represiva del Estado. El ocultamiento ha sido, precisamente, un arma de destrucción masiva. Algunos estudios recientes[6] han revelado las fuentes secretas del Vaticano donde una bula de Benedicto VI apremiaba a la conquista normanda en beneficio de la fe cristiana sobre los gentiles isleños, y este dato desentrañado en fechas relativamente recientes pone en evidencia que las relaciones entre las cúpulas religiosas, los prestamistas y los conquistadores eran muy estrechas naturalmente.

Pero hasta el punto crucial en que el santo pontífice, ante las noticias de las esclavizaciones brutales que sirvieron de tubo de ensayo macabro a la posterior hecatombe de las culturas americanas, vio como salpicaban de horrores a la Santa sede, que ya a mediados del siglo XIV a través de Eugenio IV promulgaba la prohibición del contrabando de aborígenes sin muchos resultados ya que los puertos españoles serían en el futuro un destino incierto de muchos isleños. Como más adelante, por cosas del aciago destino que a veces se repite, lo serían forzosamente los puertos coloniales de América con el pago de los tributos de sangre y los viajes clandestinos en veleros fantasmas a Cuba y Venezuela[7].

Siguiendo la estela constante de idas y venidas a lo largo de la historia, precisamente fueron estudiosos franceses de la talla mundial de René Verneau y Sabino Berthelot quienes fomentaron a mediados del siglo XIX la autoridad de la ciencia más puntera, con una vuelta atrás para realizar análisis antropológicos con la catalogación de cráneos y otros estudios relativos a la cultura aborigen, que a la postre sirvieron para incentivar el entusiasmo en las islas por una cultura que había sido sistemáticamente reprimida[8]. Una serie de incalculables vestigios acumulados en las necrópolis que junto a las evidencias heredadas de los primeros estudios comparativos de campo habían dejado la puerta abierta para este reencuentro con los orígenes.

Todo ello bajo los peligrosos parámetros de una antropología europea que estaba fuertemente influenciada por los valores etnocéntricos y el maquillaje romanticoide del otro[9]. Al socaire de las primeras avanzadillas universitarias en las islas, ya habían madurado unas élites cultas en la sociedad insular de por sí marcada por el analfabetismo más apabullante.

Aquí llegó el turno de Viera y Clavijo que al redactar su “Historia General de las Islas Canarias” (1772-1783) sentó los preceptos ilustrados que desembocarían en la consolidación de las letras canarias, pero nunca la estabilidad política y administrativa de unas islas que habían atravesado durante centurias los distintos regímenes absolutistas, constituciones liberales, monarquías y hasta una primera república, sufriendo en sus carnes la división provincial provocada por el pleito insular y alcanzando los preámbulos de la modernidad con altos costes de dependencia económica exterior. 

Pero todavía tendrían lugar los episodios relativos al surgimiento de la Escuela Regionalista de La Laguna, con el ministro republicano Nicolás Estévanez (1838-1914) al frente y una obra mayúscula legada tras su exilio de 40 años en París y la sombra anhelada de su mítico almendro disecado para la posteridad. Estos poetas convocaban líricamente un salto en el tiempo nostálgico frente a la decadencia de otro final de siglo que traería consecuencias de magnitud con las guerras mundiales y la independencia de Cuba. Así también, vendría la respuesta inmediata del modernismo literario con sus aires de universalidad nacidos de los puertos atestados por el tráfico de barcos internacionales, el indigenismo pictórico de la Escuela Luján Pérez repleta de colores y esculturas y la consiguiente irrupción de las vanguardias del siglo XX.          

Hemos visto, pues, como las islas han sido un escenario privilegiado para la mirada extranjera que tanto ha condicionado a la cultura insular por verse ella misma en el espejo del otro. Aunque a decir verdad, el otro también ha sido el ser insular sojuzgado en la dialéctica del reconocimiento por la preeminencia del poder foráneo. Estos desajustes pueden apreciarse fácilmente en una balanza con la referencia más cercana si cabe de la Guerra Civil española (1936-1939), que llevó a la ruina los avances educativos y sociales de la II República, desalentó hasta la muerte a la generación de Gaceta de Arte y plantó el mal de la desmemoria bajo el nacional-catolicismo con sus consecuencias ideológicas futuras.

El fuerte impacto de la guerra sobre la población insular puede ser equiparable en el tiempo al proceso traumático de la conquista, unas coordenadas similares de distorsión histórica que afectan profundamente a la estructura social de las islas que se verán una vez más asoladas por el silencio de la represión. La dilatación de la conciencia insular sobre lo extranjero se vería cercenada por una fuerte impregnación de negatividad, condicionando de esta forma al conjunto de la sociedad canaria en su devenir posterior bajo las secuelas del latifundismo y la autarquía de la Dictadura (1939-1975).

La irradiación cultural permanente que ha diseñado durante siglos el cruce de culturas entre todos los continentes, tiene en las islas una especie de vieja herida que no ha cicatrizado en la mentalidad de los isleños, ya que durante generaciones han tenido que hacer frente a males tan paradigmáticos como los estragos de la piratería, los saqueos y las amenazas de ocupación venidas del exterior que llevaban a toda la población a refugiarse hasta en los mismísimos tubos volcánicos.

Un estigma que perduró durante siglos y que a pesar de todos los males ha quedado desplazado por la configuración del rico mestizaje de la insularidad, siempre oscilante entre la asimilación pasiva de lo exógeno para la supervivencia y los síntomas de la endofobia surgida con las repetidas mutilaciones generacionales, la absorción de las novedades venidas de afuera que suavizaban el aislamiento y los propios rudimentos de la cultura ancestral que han servido para mantener el vínculo con la tierra canaria: la tradición oral, los saberes populares y el imaginario rural son los reflejos dignos del ayer frente al desarraigo terminal.  

Y es que, desde la génesis de la colonización europea sobrevive una percepción extasiada por la orografía mágica de los barrancos y la frondosidad de los bosques, una mirada[10] del apego natural del hombre y la mujer insular que asimilarán los preceptos normativos de cada modelo de sociedad impuesta.  Por eso el pueblo canario ha sobrevenido en el tiempo con unas señas de identidad visibles en su idiosincrasia, sabiendo reinventar constantemente su lugar en el mundo. Y en toda América el isleño es acogido fraternalmente.

Con los diferentes monocultivos económicos que pueden rastrearse fácilmente en la cronología insular, comprenderemos la fragilidad de una sociedad por cuyos poros se han vertido litros incontables de sudor para adaptarse al medio natural y vencer las adversidades de la falta de agua y las sequías, las variadas epidemias de peste y tifus que tendrían lugar cíclicamente entre 1554 y 1721, el hambre por la escasez de alimentos que llevó incluso a sublevaciones populares contra los arbitrios del poder, tales como los impuestos de quintos y los diezmos a la Corona. Las islas serían esquilmadas por la tala de maderas y unas desigualdades sociales que hunden su génesis en el repartimiento fundacional del territorio y la perpetuación de la propiedad privada de la tierra y del agua, con la servidumbre histórica al régimen señorial o a la Metrópolis materializada hasta hoy en la dependencia secular que sufren las islas muy a pesar de su pleno desarrollo en esta primera década del siglo XXI.  

Así es que, ante el caos de un tiempo presente marcado por la globalización económica, precisamente vemos como la literatura se traduce como la expresión esencial de toda palabra escrita para convertirse así en un testigo singular de la historia acontecida[11]. Y es que por las islas Canarias han pasado un sin fin de autores extranjeros que han reproducido a través de su mirada el tiempo insular: Olivia Stone, Ernst Jünger, José Saramago, el padre de Oscar Wilde, Ignacio Aldecoa, Miguel de Unamuno[12]...

Y Por otro lado, las islas han parido personalidades de tan pródiga ascendencia como el propio Clavijo y Fajardo (1726-1806), autor ilustrado que dirigió el Gabinete de Historia natural y que diera nombre a un drama de Goethe, el eminente científico Agustín de Betancourt (1758-1824), fundador de la Escuela de Ingenieros de San Petersburgo y otras referencias de ascendencia canaria que significaron un paradigma para América: Francisco de Miranda, José Martí y Simón Bolívar.

Vista así con una panorámica rápida la historia de las islas, la densidad de la tradición insular y sus apetitos continuos de vanguardia, podemos considerar finalmente que la trampa ontológica en la que cayó Houellebecq es muy pantanosa, toda una red pegajosa de imágenes sublimadas y mensajes estandarizados que atenazan comercialmente la atmósfera real de las islas. Lanzarote deglutida en excursiones bajo el cronograma inventariado por los expertos guías políglotas en zapatillas deportivas y con silbatos al cuello, Lanzarote devaluada al rebobine permanente de sus paisajes volcánicos vistos en las tarjetas postales, y un Lanzarote reducido a la ecuación turística importada del disfrute diurno en la playa y el desgaste nocturno en las discotecas al precio más barato posible para la clase turista. Si en el mundo entero la industria turística es el primer motor, las islas vuelven a ser una probeta para el mercado neoliberal, como el Atolón de Mururoa donde el gobierno francés ejecutó pruebas atómicas y la Isla de Sal que a estas horas representa el paradigma del nuevo boom del capitalismo multinacional en la era digital.

Lanzarote, por tanto, a pesar de la genial descripción surrealista de Agustín Espinosa, la prosa envolvente de Rafael Arozarena en su celebrada novela “Mararía”, las grabaciones magnetofónicas con ricos testimonios marineros cogidos por la ingente labor de Félix Hormiga, la guía no turística de González Barrera y sus simbolismos rituales y voces corales desentrañadas por Ángel Sánchez, así como todo lo habido y por venir tras el accidente mortal de César Manrique, es un isla codificada como un reducto paradisíaco integrado perfectamente en la red de explotación turística mundial[13] y sufre el peligro de acabar siendo un simulacro de sí misma, una copia de la real, una isla turistificada. 

Aun siendo, en verdad, por las virtudes de sus gentes, muchas otras cosas más que no son accesibles normalmente al visitante extrovertido y casi siempre ávido de consumo hedonista, e incluso a los propios ciudadanos canarios de hoy, que de manera acelerada están hacinándose en las capitales insulares, olvidando tras la muerte de cada anciano la fuente de experiencias sobre el pasado inmediato y el acervo popular derivado de las actividades tradicionales vinculadas al sector primario en una crisis permanente.

¿Qué supone entonces, a través de los siglos, la eclosión de la urbe turística en Canarias?

La visita de Houellebecq representa el momento culminante a través del cual las islas quedan desnudadas en su triste condición de patio de recreo para el turismo masivo, aquella mirada del otro que viene de afuera y durante siglos configuró la dialéctica del mutuo reconocimiento nos confiesa ahora la crudeza plástica de una isla castigada por los despropósitos de un sistema depredador. No hay utopías, la igualdad constitucional entre los vecinos de Lanzarote es papel mojado, por mucha verborrea política predicada desde las instituciones locales- tan salpicadas de corrupción- y una administración ministerial que desde Madrid sigue practicando un centralismo estatal verdaderamente dañino, ya que socava los cimientos de la capacidad de decisión necesaria para que Canarias sea protagonista de su propio destino.

Al fin y al cabo, la democracia es poder elegir y ejercer la libertad. En efecto, la multinacionalidad derivada de la variadísimas procedencias de las personas que habitan en las islas, con todo un crisol de culturas que resumen la historia de Canarias, no es el cosmopolitismo soñado por las utopías modernas desde el renacimiento, sino más bien la repetición invertida de la maldición bíblica de la torre de Babel, donde el castigo divino ante la arrogancia humana no está en la diversidad de las lenguas, sino en la imposición de una sola: la lengua de los dígitos económicos que predican una religión cuyos templos son ahora los bancos en su cruzada por la globalización. Y así, las islas Hespérides podrían quedar, definitivamente, dilapidadas en vida.

Ante esta situación, la novela de Houellebecq adquiere la forma de un mensaje en una botella lanzada al mar anónimo del mercado editorial global, con el testimonio desencantado de su paso por el centro del mundo y testimoniado en unas fotografías que ilustran precisamente la misma ensoñación original del ser humano ante el magma congelado de las erupciones volcánicas de un tiempo inmemorial que, por culpa de la mitología posmoderna de la publicidad turística, corre el peligro de convertirse en el souvenir a la venta de un paraíso masificado.

Samir Delgado “Una casa mal amueblada”, Baile del sol (2010)




[1]Las referencias clásicas  se remontan a obras tan diversas como “Los trabajos y los días” de Hesíodo, “Las tres monedas” de Plauto, la “Geografía” de Estrabón y la  “Historia Natural”de Plinio el Viejo.

[2]Las novelas “Las partículas elementales” y “ La posibilidad de una isla” de Houellebecq han llegado a la gran pantalla, además de sus pinitos artísticos con la grabación de un disco musical y poético exhibido en selectos conciertos de gira por Francia.

[3]Sobre la recurrencia mítica y utópica de lo insular en numerosas obras literarias de todos los tiempos puede consultarse el interesante ensayo “Encrucijadas de un insulario” (2006, IDEA) del profesor Nilo Palenzuela.

[4]Hubo que esperar hasta mediados del siglo XX para que la afirmación identitaria de la sociedad canaria tuviese un apogeo libre de censuras tras la dictadura. Desde el fomento de los deportes vernáculos a los denominados canariólogos que se aventuraban a descubrir los yacimientos arqueológicos y la irrupción de los partidos políticos nacionalistas y de izquierdas. El libro “Natura y Cultura de las Islas Canarias”(1977) da prueba de ello siendo el más vendido de la historia en Canarias.  

[5]A las anónimas “Endechas de Guillén Peraza” (1447) recogidas por tradición oral se irán sumando los clásicos de la literatura histórica canaria tales como “Del origen de Nuestra Señora de Candelaria” (1594) del dominico Alonso de Espinosa, “ Historia de la Conquista”(1600) de Abreu Galindo, “ Conquista y Antigüedades..” (1676) de Núñez de la Peña, “Descripción de las Islas...”(1686) de Pedro Agustín del Castillo, “Historia de las siete islas”(1694) de Marín y Cubas, y las obras cumbres del intelectual canario Viera y Clavijo (1731-1813) o Agustín Millares Torres  (1826-1896), sin mencionar muchas otras referencias notables de autores foráneos como las del navegante veneciano Alvise Cadamosto en su obra “Navigazoni” (1507), las crónicas “Saudades de Terra” (1590) del portugués Gaspar Frutuoso, las obras anglosajonas “The history of the discovery and Conquest”(1764) de George Glas  y“ Costumes of the Canary Islands” (1828) de Alfred Diston, y las conocidas fuentes francesas con “Histoire Naturelle des Iles Canaries (1836) de Sabin Berthelot y “Cinq annés de séjour aux Iles Canaries” (1891) de René Verneau. Entre otros, como luego Cioranescu o Sérra Rafols 

[6]M.J.Vázquez de Parga y Chueca (2003). “Redescubrimiento y conquista de las Afortunadas”. Theatrum Naturae (CSIC).

[7]Muchos lugares del continente americano como San Antonio de Texas y Montevideo en Uruguay fueron fundados por familias isleñas y a lo largo de la geografía cubana y venezolana se calculan en cientos de miles los descendientes de canarios que en intervalos regulares optaban por la vía de la emigración ante las penurias e injusticias de sus islas de origen.

[8]Autores destacados en el rescate de la cultura canaria a lo largo del pasado siglo son J. Bethencourt Afonso, J. Álvarez Delgado y Hermógenes Afonso de la Cruz “Hupalupa”. Además de multitud de asociaciones culturales y colectivos ciudadanos que durante décadas han hecho una labor impagable.

[9]De obligada referencia sobre el pensamiento antropológico y sus influencias teóricas en Canarias hay que mencionar a los profesores del Departamento de Antropología de la Universidad de La Laguna, así como el libro “Indigenismo, raza y evolución”(1987) de Fernando Estévez. 

[10]Para profundizar teóricamente en la identidad del ser insular y el perfil del artista canario valgan algunas referencias fundamentales: Declaración del Manifiesto del Hierro (1976) “Psicología del hombre canario” de Manuel Alemán Álamo, “La mirada insular” de Lázaro Santana, el Discurso de Manuel Padorno “Sobre la indiferencia y el ocultamiento: la indefinición cultural canaria”(1990)y los estudios de narrativa canaria de los 70 del profesor senegalés Amadou Ndoye. También se recomienda consultar el catálogo general del CCPC y el Instituto de Estudios Canarios (IEC)

[11]Un estudio pionero sobre la historia económica de las islas y sus derivas ideológicas a través de la literatura se encuentra en el libro “Isaac de Vega: Dependencia y literatura en Canarias”(1982) de Julio Peñate Rivero, Aula de Cultura de Tenerife.

[12]El trabajo monográfico de Francisco León “El sueño de las islas” (2003, IDEA) ofrece una idea aproximada de las producciones poéticas de autores extranjeros inspirados en las islas. Para acercarse a la historia de la literatura canaria, se recomiendan la “Antología” publicada por Víctor Ramírez y Rafael Franquelo, los ensayos críticos de Jorge Rodríguez Padrón y Domingo Pérez Minik, y otras referencias de Sánchez Robayna o Eugenio Padorno.

[13] La obra de investigación especializada sobre el turismo de masas: VV.AA “Paisajes del placer, paisajes de la crisis” (2004), Fundación César Manrique, representa uno de los pocos estudios interdisciplinares publicados en Canarias.

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