Con la reciente publicación de la novela "Serotonina", el escritor francés vuelve al escenario de la actualidad literaria cuando se cumple el veinte aniversario de la aparición de su libro "Lanzarote". La novela de Houellebecq adquiere la forma de un mensaje en una botella lanzada al mar anónimo del mercado editorial global, con el testimonio desencantado de su paso por el centro del mundo
Echando un vistazo
a los graves problemas internacionales resumidos en cualquier número atrasado
del famoso periódico Le Monde
Diplomátique advertimos la peligrosa costumbre de medir el tiempo
relativamente en todas partes a la vez. Tras el impacto de las nuevas
tecnologías de la información sobre la vida cotidiana habitamos en el planeta
de una forma instantánea, rápida y desenfrenada, apenas sin dejar sitio para el
pasado más reciente que parece quedar adormilado en las hemerotecas de nuestro
país. Y no hay que
olvidar jamás que los pueblos sin memoria del pasado no tienen futuro.
Esto ocurre especialmente en
las Islas Canarias. Un
archipiélago de siete islas situadas en el noroeste del continente africano que
reciben en sus modernas ciudades turísticas la visita anual de millones de
personas. Aquí el tiempo ha quedado prefabricado y en oferta permanente para el
recreo vacacional del turismo masivo. No hay historia en los jardines privados
de los hoteles, las avenidas que llevan con sentido único a la playa son
frecuentadas por gentes de todas las nacionalidades que practican durante su
breve estancia un mismo estilo de vida.
El tiempo en la ciudad turística es como un chicle de fresa. Parece
que el escenario de las refrescantes piscinas diseñadas para satisfacer las
necesidades de bronceado para los visitantes europeos han estado ahí desde
siempre y para siempre. Sin embargo, a pesar de esta ensoñación paradisíaca que
parece revalidar las antiguas visiones grecolatinas de las islas Afortunadas[1],
una vez consideremos que hace millones de años las islas emergieron poco a poco
de las entrañas del Atlántico, sentiremos que la desmesura del tiempo
geológico- al resultar impensable y fuera de nuestro alcance ordinario- hace
que los episodios históricos en el mapa geográfico recobren una cercanía y
vitalidad verdaderamente conmovedora.
Esta especie de interconexión
directa para comprender mejor los paisajes en cualquier travesía por las islas,
nos brinda la oportunidad de saborear tanto los ingredientes azucarados de su
mitología, como los bocados más amargos de la historia que completan el menú
ofrecido a los visitantes que llegan cada día a los aeropuertos de Canarias. Y es que la cultura también
es una especie de gastronomía.
Las islas atesoran un caudal de referencias que
favorecen su carácter cosmopolita, con una estela amplísima marcada por un
abanico de cruces culturales entre las distintas civilizaciones que dejaron
huellas en su mapa histórico y configuran en la actualidad las variadas
aportaciones a la personalidad hospitalaria y abierta de la sociedad canaria
moderna. Ya sean los navegantes fenicios que todavía hoy alientan a los
buscadores de tesoros y ánforas romanas extraviadas en el fondo del océano o
los ilustrados científicos europeos que antecedieron al actual gremio de
astrónomos refugiados en los potentes telescopios para escudriñar las
incógnitas de los agujeros negros en el universo.
Todo esto, una vez más, hace que las islas
tengan como carta de presentación en su devenir histórico las bondades del
clima subtropical y unas joyas de la naturaleza que han embriagado con sus
espléndidas vistas a los intereses del cine hollywoodiano. Situados aquí, ante el lienzo multicolor que ha
ido pintándose simbólicamente con multitud de pinceles de todas las épocas
sobre la islas Canarias,
podemos seguir el fino hilo de una historia repleta de laberintos económicos,
fantasías literarias y tragedias humanas que muchas veces quedan en el olvido
de las estadísticas, como la mayoría de las pateras con ciudadanos africanos
que se perdieron antes de llegar a la costa bajo la mudez del Atlántico.
Y esta posibilidad de viajar hasta las islas
para verlas en su totalidad desde un privilegiado mirador, a veces puede
resultar accesible recorriendo sus rincones de oriente a occidente con una mínima
garantía de conocimiento. Pero también, puede ser posible a partir de la
lectura y el seguimiento de las pistas perdurables que hay en los textos
literarios que proyectan el espacio de cada lugar y el eco de sus múltiples
voces a la posteridad. Nunca mejor dicho, en los libros habitan las memorias
del mundo.
Por ello, haciendo una selección rigurosa entre
las publicaciones de la actualidad que no quedan presas de la propaganda
turística, la más sonada referencia de nuestros días sería una breve novela de Houellebecq, quien gracias al apogeo
mundial de su prosa ha llevado el nombre de Lanzarote hasta todos los puntos cardinales, sin la necesidad de
las escandalosas inversiones millonarias de los touroperadores que controlan el negocio del astro solar y
garantizan con repetitivas campañas de marketing una experiencia casi mística
en un paraíso artificial.
En una fría mañana parisina de 1999 comenzaría
la incursión del afamado escritor francés Michel Houellebecq hacia el centro del mundo adquiriendo un
billete de avión con destino a la isla canaria de Lanzarote. Ya ha pasado más de un siglo y medio desde que Thomas Cook promoviera el primer
viaje turístico organizado y el aeropuerto lanzaroteño de Guacimeta representa un importante
destino de los vuelos charter y
low cost para todo el mundo. ¿Qué
insólita aventura confesará la super
star del panorama literario contemporáneo?
Ya desde las primeras páginas sentimos el aire
acondicionado de la agencia de viajes, la oferta infinita de catálogos con
destinos variopintos que aplacarían la sed de exotismos pretéritos en pintores
como Gauguin y seduciría
nuevamente a célebres botánicos como el propio Alexander Von Humboldt. Pero ahora el programa informático Amadeus utilizado mundialmente por la
industria turística para gestionar la demanda masiva de packs familiares con pensión completa, cómodos pasajes vip para ejecutivos, parejas en
eterna luna de miel y jóvenes trotamundos con mochilas supone definitivamente
la evidencia exacta del encogimiento desencantado del globo terráqueo.
Con una mirada ácida, tras cruzar el Atlántico con un leve sueño distraído
de otras experiencias accidentadas como la del aviador Saint-Exupéry sobrevolando el Sahara, Houellebecq
será trasladado con diligencias castrenses en un mini bus con los demás
huéspedes del hotel. Una vez en la isla, observará la ridiculez de los turistas
jubilados que por sus achaques reumáticos cruzan en cámara lenta el paseo
marítimo. El propio poeta se verá a sí mismo mezclado entre la masa de
visitantes que los domingos saturan el mercadillo local buscando el recuerdo
perfecto entre las piezas de artesanía. Pero el aura tan requerida por los
coleccionistas de antigüedades que anhelan palpar las excelencias típicas del
lugar quedó extraviada entre la basura biodegradable de una posmodernidad sin límites de
fronteras. Ya no quedan, no es una pena, aventuras para los futuros Indiana Jones.
Entonces, Houellebecq
pretenderá escapar de la civilización cayendo en el nido de las filiales
multinacionales que alquilan coches por horas en cualquier aeropuerto del mundo
y así disfrutar de la isla a su gusto con una aparente libertad. He aquí la
paradoja por excelencia del cascarón insular. Pero el escritor francés ya en
sus famosas novelas se ha visto extrañado por una completa soledad, y no
tardará en confesar los momentos de aburrimiento en la habitación del hotel,
dotada con el confort del hospedaje homologado por la conexión vía satélite a
la CNN y la MTV.
Bajo los efectos del síndrome del visitante, Houellebecq levitará sobre el
escenario de sus vacaciones canarias, ajeno completamente a la otra realidad
localizada más allá de las urbanizaciones privadas. Los problemas que son
diariamente soterrados bajo los pavimentos de la ciudad para no incomodar al
turista común que ha sido reducido a las cifras contabilizadas por las
calculadoras de los touroperadores.
El europeo de a pie con sus gafas de sol no percibe los signos de la
trayectoria existencial que están detrás de la faena diaria de las limpiadoras
y los camareros isleños que sustituyeron de forma traumática el cultivo, la
pesca y otras tareas del pasado más reciente para cargar a sus espaldas todo el
peso de la servidumbre asalariada y cumplir con los servicios que engrasan la
maquinaria del hotel.
El testimonio narrativo de Houellebecq quedará cegado por la
virtualidad de un paraíso insular que ha sido administrado por completo desde
afuera, el montaje para los millones de turistas que vienen a las islas
sugestionados por los deseos de felicidad insatisfecha desde sus hogares de
origen y que por fin tienen al alcance de la mano unos días para disfrutar del
territorio edénico reconstruido sobre una maqueta de apartamentos y salas de
fiesta con happy hours hasta el
amanecer.
Como una avalancha de damnificados por los males
de la contaminación en la urbanidad europea, los turistas asumen el imperativo
económico de aprovechar al máximo el tiempo saliendo como autómatas hacia los
exteriores de una isla cuyos horizontes están dibujados por la inmensidad del
mar. Esta suerte de metafísica insular, provista de un fuerte sentido de
aislamiento, resulta soportable a los visitantes con pasaporte en regla gracias
a las excursiones organizadas para satisfacer su banal curiosidad, explorando
lo desconocido y experimentando las sensaciones de estar viviendo simuladamente
en condiciones de seguridad civilizada los parajes insólitos del sueño. En esta
especie de naufragio psicológico con lujos de todo tipo, ya es universal la
fórmula mágica de los turistas orientales provistos de cámaras fotográficas
para apropiarse de los instantes y conservar eternamente las imágenes
esenciales del viaje.
Los recuerdos en el mañana quedarán almacenados
con un ritual museístico en sus pendrives.
Houellebecq publicará entonces
sus fotografías hechas con glotonería ante el colorido paisaje de los cráteres
volcánicos de Timanfaya, donde
los paseos en camellos y el espectáculo de los géiseres que escupen las brasas
soporíferas de la tierra han sido debidamente legalizados por las autoridades
gubernamentales que heredaron las directrices del ministerio franquista desde
los años 50: una larga carrera de especulación urbanística y deterioro
medioambiental que disfrazada de progreso ha modificado genéticamente la
biodiversidad natural de las islas para la promoción del ferviente monocultivo
de las estrelitzias plastificadas.
A lo largo del medio siglo restante, el turismo
masivo internacionalizó como nunca antes el logotipo de Canarias sustituyendo radicalmente a la caña de azúcar, a las
bodegas de vino, a la cochinilla, al plátano y al tomate, y multiplicando
alocadamente bungalows y
hoteles para un futuro fantasmagórico. Así con todo, la novela “Lanzarote” dejaría hueco para un lance sexual con una pareja de
lesbianas alemanas y una extraña amistad con un policía belga venido a menos en
una secta religiosa que preconizaba con el reparto de panfletos el advenimiento
de los extraterrestres.
Hasta aquí la trama conocida por el público y la
crítica. Pero, realmente para la isla de Lanzarote,¿qué trascendencia tenía la
visita de Houellebecq?, y el
propio Houellebecq, ¿era consciente
de la importancia de su viaje a una isla que tantas veces ha sido recurrida en
sus distintos best sellers y
sus películas adaptadas[2]?
La isla siempre fue un
referente del imaginario utópico[3]. Ya en los anales de la
historia oficial Lanzarote fue visitada
por los aventureros de todas las épocas, los extraviados hermanos Vivaldi en 1291 y Lancelotto Malocello en 1312 son
considerados por la historiografía colonial tan en boga desde los diarios del
almirante Columbus como los
artífices que dieron fe de la existencia real de las islas afortunadas
mencionadas hasta por Petrarca.
Él mismo asistió en la Corte de Avignon en 1344 al famoso
episodio donde el Papa Clemente VI
concedió a Luis de la Cerda el
título de Príncipe de la Fortuna.
Así también, las islas han sido retratadas en muchos portulanos medievales bajo
el escudo de las armas genovesas y adjudicadas en propiedad por toda una serie
de tratados de compra y venta entre Condes y Señoríos que representan una
remota anticipación al actual negocio inmobiliario que castiga duramente las
costas de casi toda la Macaronesia:
Azores, Cabo Verde y Madeira se encuentran ahora mismo en
la mira del huracán que convierte los litorales atlánticos en una mercancía
inagotable para el circuito del capital transnacional.
Cuando en 1402 los normandos Jean de Bethencourt y Gadifer de La Salle zarparon desde el
puerto de La Rochelle hacia los
confines del mundo para buscar la sangre de los dragos y los tintes para la
preciada industria textil de la época- ganando la eternidad heroica para su
linajes familiares- ya en la isla de Titeroigakat
la huella de los antiguos habitantes era muy profunda, y todas las islas
contaban con una sociedad organizada en sus estructuras económicas, políticas,
culturales y religiosas.
Mucho antes de la fundación del primer enclave
europeo en Canarias, que tuvo
las playas del Rubicón como
escenario a punto de desaparecer bajo el imperio del cemento, las islas habían
sido un asentamiento milenario de poblaciones humanas procedentes del norte de África en oleadas migratorias
sucesivas. Hasta hoy, el misterio de su llegada no entorpece la riqueza de un
legado patrimonial que caracteriza las singularidades de la identidad del
pueblo canario: el acento del habla con ricas
mixturas de vocabulario, un porcentaje elevadísimo de topónimos y
etnónimos de origen bereber,
las manifestaciones populares y expresiones tradicionales a nivel cultural,
festivo y deportivo, etcétera.
La definición de estas
particularidades culturales[4] fue tratada desde un
principio por los diferentes cronistas que daban cuenta de sus experiencias en
el largo trasvase de sincretización que supuso su llegada escalonada a todo el
archipiélago, y el vasto recuento de las pervivencias antropológicas que
atraviesan transversalmente la sociedad insular alimentan buena parte de la
literatura acumulada en las bibliotecas de las instituciones públicas- aquí hay
que llamar la atención sobre las deficiencias y hermetismos que han asolado
durante siglos el material documental y archivístico de las islas-.
Transcurridos los episodios
más remotos de la historia oficial, las crónicas normandas tituladas “Le Canarien” son un ejemplo de lo
deplorable que puede llegar a ser el destino. Tardíamente publicadas bajo la
firma de los religiosos Bontier
y Le Verrier, ensalzan cada uno
en distintos manuscritos las hazañas de sus señores, reflejando la mentalidad
de la época con artimañas y traiciones que fueron la nota reinante desde las
razzias que se repetían de manera aleatoria sobre la población de las islas.
Desde la expedición de
Juba II, rey de Mauritania en el siglo I y la
presencia prolongada de monjes mallorquines en buena parte del siglo XIV, el
intercambio de provisiones había favorecido el contacto de la sociedad
precolonial con los visitantes venidos en “pájaros negros”, como cuenta el vate
Antonio de Viana en 1604,
fundador del primer poema épico que legó, junto a otros autores de renombre,
las aportaciones literarias[5]
que conforman la enciclopedia histórica sobre la colonización de las islas,
resumidas poéticamente en lances trágicos y episodios amorosos que han sido
objeto de estudio y hasta de guiones cinematográficos como la relación emotiva
entre la figura femenina aborigen de la princesa Dácil y el patrón masculino del conquistador Del Castillo, los perfiles heroicos
de los menceyes frente a las bajezas de Alonso
Fernández de Lugo y la pervivencia del mítico bosque de Doramas o la isla non trubada de San Borondón.
Entre
la extensísima bibliografía sobre las islas acumulada hasta nuestros días,
especialmente las actas cabildicias y los pliegos eclesiásticos, cabe
destacarse por su papel ilustrativo la del ingeniero cremonés Leonardo Torriani, que en el año 1584
al servicio de Felipe II
efectúa estudios para la fortificación de murallas y constata las vestimentas y
tradiciones de la sociedad canaria más temprana. Como sus descripciones, hay
toda una serie de datos que pueden rastrearse con fidelidad en las fuentes
documentales pero no sin la dificultad añadida de las manipulaciones ideológicas
y la represión surgida tras el establecimiento de los Autos de Fe y los tribunales inquisitoriales dependientes de Sevilla (1501).
También existen testimonios indirectos que
sirven de catapulta histórica como la obra “Comedia del Recibimento”, escrita en 1582 por el poeta Bartolomé Cairasco de Figueroa, el
autor más representativo del renacimiento insular, traductor de Torcuato Tasso y promotor de círculos
literarios en la mismísima periferia. Con la elocuencia y la genialidad poética
visible en el uso del verso esdrújulo, en su obra dramática pone en boca de uno
de sus personajes todo un repertorio en lengua guanche que él mismo heredó por
vía materna, unos guiños sobre el férreo control de censura que imperaba ya en
las propias producciones literarias, que recordemos significan un espejo
clarividente para entender el fuerte impacto del proceso de aculturación y el
sometimiento civilizatorio puesto en marcha por la iglesia sobre una población
que pasó, en apenas un siglo, de una cultura neolítica a una sociedad del
medioevo fuertemente dependiente y jerarquizada.
La incorporación a la Corona de Castilla data de 1496. Y no han sido pocas las voces
críticas que han clamado en las últimas décadas por una revisión profunda de
las excesivas condescendencias que la historiografía ha tenido con la función
represiva del Estado. El ocultamiento ha sido, precisamente, un arma de
destrucción masiva. Algunos estudios recientes[6] han revelado las fuentes
secretas del Vaticano donde una
bula de Benedicto VI apremiaba
a la conquista normanda en beneficio de la fe cristiana sobre los gentiles
isleños, y este dato desentrañado en fechas relativamente recientes pone en
evidencia que las relaciones entre las cúpulas religiosas, los prestamistas y
los conquistadores eran muy estrechas naturalmente.
Pero hasta el punto crucial en
que el santo pontífice, ante las noticias de las esclavizaciones brutales que
sirvieron de tubo de ensayo macabro a la posterior hecatombe de las culturas
americanas, vio como salpicaban de horrores a la Santa sede, que ya a mediados del siglo XIV a través de Eugenio IV promulgaba la prohibición
del contrabando de aborígenes sin muchos resultados ya que los puertos
españoles serían en el futuro un destino incierto de muchos isleños. Como más
adelante, por cosas del aciago destino que a veces se repite, lo serían
forzosamente los puertos coloniales de América
con el pago de los tributos de sangre y los viajes clandestinos en veleros
fantasmas a Cuba y Venezuela[7].
Siguiendo la estela constante
de idas y venidas a lo largo de la historia, precisamente fueron estudiosos
franceses de la talla mundial de René
Verneau y Sabino Berthelot
quienes fomentaron a mediados del siglo XIX
la autoridad de la ciencia más puntera, con una vuelta atrás para realizar
análisis antropológicos con la catalogación de cráneos y otros estudios
relativos a la cultura aborigen, que a la postre sirvieron para incentivar el
entusiasmo en las islas por una cultura que había sido sistemáticamente
reprimida[8]. Una serie de incalculables
vestigios acumulados en las necrópolis que junto a las evidencias heredadas de
los primeros estudios comparativos de campo habían dejado la puerta abierta
para este reencuentro con los orígenes.
Todo ello bajo los peligrosos
parámetros de una antropología europea que estaba fuertemente influenciada por
los valores etnocéntricos y el maquillaje romanticoide del otro[9]. Al socaire de las primeras
avanzadillas universitarias en las islas, ya habían madurado unas élites cultas
en la sociedad insular de por sí marcada por el analfabetismo más apabullante.
Aquí llegó el turno de Viera y Clavijo que al redactar su “Historia General de las Islas Canarias” (1772-1783) sentó los
preceptos ilustrados que desembocarían en la consolidación de las letras canarias,
pero nunca la estabilidad política y administrativa de unas islas que habían
atravesado durante centurias los distintos regímenes absolutistas,
constituciones liberales, monarquías y hasta una primera república, sufriendo
en sus carnes la división provincial provocada por el pleito insular y
alcanzando los preámbulos de la modernidad con altos costes de dependencia
económica exterior.
Pero todavía tendrían lugar los episodios
relativos al surgimiento de la Escuela
Regionalista de La Laguna, con el ministro republicano Nicolás Estévanez (1838-1914) al
frente y una obra mayúscula legada tras su exilio de 40 años en París y la sombra anhelada de su
mítico almendro disecado para la posteridad. Estos poetas convocaban líricamente un salto en
el tiempo nostálgico frente a la decadencia de otro final de siglo que traería
consecuencias de magnitud con las guerras mundiales y la independencia de Cuba. Así también, vendría la
respuesta inmediata del modernismo literario con sus aires de universalidad
nacidos de los puertos atestados por el tráfico de barcos internacionales, el
indigenismo pictórico de la Escuela
Luján Pérez repleta de colores y esculturas y la consiguiente irrupción
de las vanguardias del siglo XX.
Hemos visto, pues, como las islas han sido un
escenario privilegiado para la mirada extranjera que tanto ha condicionado a la
cultura insular por verse ella misma en el espejo del otro. Aunque a decir
verdad, el otro también ha sido el ser insular sojuzgado en la dialéctica del
reconocimiento por la preeminencia del poder foráneo. Estos desajustes pueden
apreciarse fácilmente en una balanza con la referencia más cercana si cabe de
la Guerra Civil española
(1936-1939), que llevó a la ruina los avances educativos y sociales de la II República, desalentó hasta la
muerte a la generación de Gaceta de
Arte y plantó el mal de la desmemoria bajo el nacional-catolicismo con sus consecuencias ideológicas futuras.
El fuerte impacto de la guerra sobre la
población insular puede ser equiparable en el tiempo al proceso traumático de
la conquista, unas coordenadas similares de distorsión histórica que afectan
profundamente a la estructura social de las islas que se verán una vez más
asoladas por el silencio de la represión. La dilatación de la conciencia
insular sobre lo extranjero se vería cercenada por una fuerte impregnación de
negatividad, condicionando de esta forma al conjunto de la sociedad canaria en
su devenir posterior bajo las secuelas del latifundismo y la autarquía de la Dictadura (1939-1975).
La irradiación cultural permanente que ha
diseñado durante siglos el cruce de culturas entre todos los continentes, tiene
en las islas una especie de vieja
herida que no ha cicatrizado en la mentalidad de los isleños, ya que
durante generaciones han tenido que hacer frente a males tan paradigmáticos
como los estragos de la piratería, los saqueos y las amenazas de ocupación
venidas del exterior que llevaban a toda la población a refugiarse hasta en los
mismísimos tubos volcánicos.
Un estigma que perduró durante siglos y que a
pesar de todos los males ha quedado desplazado por la configuración del rico
mestizaje de la insularidad, siempre oscilante entre la asimilación pasiva de
lo exógeno para la supervivencia y los síntomas de la endofobia surgida con las
repetidas mutilaciones generacionales, la absorción de las novedades venidas de
afuera que suavizaban el aislamiento y los propios rudimentos de la cultura
ancestral que han servido para mantener el vínculo con la tierra canaria: la tradición oral, los saberes populares y el imaginario rural son los reflejos
dignos del ayer frente al desarraigo terminal.
Y es que, desde la génesis de
la colonización europea sobrevive una percepción extasiada por la orografía
mágica de los barrancos y la frondosidad de los bosques, una mirada[10]
del apego natural del hombre y la mujer insular que asimilarán los preceptos
normativos de cada modelo de sociedad impuesta.
Por eso el pueblo canario ha sobrevenido en el tiempo con unas señas de
identidad visibles en su idiosincrasia, sabiendo reinventar constantemente su
lugar en el mundo. Y en toda América
el isleño es acogido fraternalmente.
Con los diferentes monocultivos económicos que
pueden rastrearse fácilmente en la cronología insular, comprenderemos la
fragilidad de una sociedad por cuyos poros se han vertido litros incontables de
sudor para adaptarse al medio natural y vencer las adversidades de la falta de
agua y las sequías, las variadas epidemias de peste y tifus que tendrían lugar
cíclicamente entre 1554 y 1721, el hambre por la escasez de alimentos que llevó
incluso a sublevaciones populares contra los arbitrios del poder, tales como
los impuestos de quintos y los diezmos a la Corona. Las islas serían esquilmadas por la tala de maderas y
unas desigualdades sociales que hunden su génesis en el repartimiento
fundacional del territorio y la perpetuación de la propiedad privada de la
tierra y del agua, con la servidumbre histórica al régimen señorial o a la Metrópolis materializada hasta hoy en
la dependencia secular que sufren las islas muy a pesar de su pleno desarrollo
en esta primera década del siglo XXI.
Así es que, ante el caos de un
tiempo presente marcado por la globalización económica, precisamente vemos como
la literatura se traduce como la expresión esencial de toda palabra escrita
para convertirse así en un testigo singular de la historia acontecida[11]. Y es que por las islas Canarias han pasado un sin fin de
autores extranjeros que han reproducido a través de su mirada el tiempo
insular: Olivia Stone, Ernst Jünger, José Saramago, el padre de Oscar Wilde, Ignacio
Aldecoa, Miguel de Unamuno[12]...
Y Por otro lado, las islas han parido
personalidades de tan pródiga ascendencia como el propio Clavijo y Fajardo (1726-1806), autor
ilustrado que dirigió el Gabinete de Historia natural y que diera nombre a un
drama de Goethe, el eminente
científico Agustín de Betancourt
(1758-1824), fundador de la Escuela de
Ingenieros de San Petersburgo y otras referencias de ascendencia canaria
que significaron un paradigma para América:
Francisco de Miranda, José Martí y Simón Bolívar.
Vista así con una panorámica rápida la historia
de las islas, la densidad de la tradición insular y sus apetitos continuos de
vanguardia, podemos considerar finalmente que la trampa ontológica en la que
cayó Houellebecq es muy
pantanosa, toda una red pegajosa de imágenes sublimadas y mensajes
estandarizados que atenazan comercialmente la atmósfera real de las islas. Lanzarote deglutida en excursiones
bajo el cronograma inventariado por los expertos guías políglotas en zapatillas
deportivas y con silbatos al cuello, Lanzarote
devaluada al rebobine permanente de sus paisajes volcánicos vistos en las
tarjetas postales, y un Lanzarote
reducido a la ecuación turística importada del disfrute diurno en la playa y el
desgaste nocturno en las discotecas al precio más barato posible para la clase
turista. Si en el mundo entero la industria turística es el primer motor, las
islas vuelven a ser una probeta para el mercado neoliberal, como el Atolón de Mururoa donde el gobierno
francés ejecutó pruebas atómicas y la Isla
de Sal que a estas horas representa el paradigma del nuevo boom del capitalismo multinacional en
la era digital.
Lanzarote, por tanto, a pesar
de la genial descripción surrealista de Agustín
Espinosa, la prosa envolvente de Rafael
Arozarena en su celebrada novela “Mararía”,
las grabaciones magnetofónicas con ricos testimonios marineros cogidos por la
ingente labor de Félix Hormiga,
la guía no turística de González
Barrera y sus simbolismos rituales y voces corales desentrañadas por Ángel Sánchez, así como todo lo
habido y por venir tras el accidente mortal de César Manrique, es un isla codificada como un reducto
paradisíaco integrado perfectamente en la red de explotación turística mundial[13] y sufre el peligro de
acabar siendo un simulacro de sí misma, una copia de la real, una isla turistificada.
Aun siendo, en verdad, por las virtudes de sus
gentes, muchas otras cosas más que no son accesibles normalmente al visitante
extrovertido y casi siempre ávido de consumo hedonista, e incluso a los propios
ciudadanos canarios de hoy, que de manera acelerada están hacinándose en las
capitales insulares, olvidando tras la muerte de cada anciano la fuente de
experiencias sobre el pasado inmediato y el acervo popular derivado de las
actividades tradicionales vinculadas al sector primario en una crisis
permanente.
¿Qué supone entonces, a través de los siglos, la
eclosión de la urbe turística en Canarias?
La visita de Houellebecq representa el momento culminante a través del cual
las islas quedan desnudadas en su triste condición de patio de recreo para el
turismo masivo, aquella mirada del otro que viene de afuera y durante siglos
configuró la dialéctica del mutuo reconocimiento nos confiesa ahora la crudeza
plástica de una isla castigada por los despropósitos de un sistema depredador.
No hay utopías, la igualdad constitucional entre los vecinos de Lanzarote es papel mojado, por mucha
verborrea política predicada desde las instituciones locales- tan salpicadas de
corrupción- y una administración ministerial que desde Madrid sigue practicando un centralismo estatal verdaderamente
dañino, ya que socava los cimientos de la capacidad de decisión necesaria para
que Canarias sea protagonista
de su propio destino.
Al fin y al cabo, la democracia es poder elegir
y ejercer la libertad. En efecto, la multinacionalidad
derivada de la variadísimas procedencias de las personas que habitan en las
islas, con todo un crisol de culturas que resumen la historia de Canarias, no es el cosmopolitismo
soñado por las utopías modernas desde el renacimiento, sino más bien la
repetición invertida de la maldición bíblica de la torre de Babel, donde el castigo divino ante
la arrogancia humana no está en la diversidad de las lenguas, sino en la
imposición de una sola: la lengua de los dígitos económicos que predican una
religión cuyos templos son ahora los bancos en su cruzada por la globalización.
Y así, las islas Hespérides
podrían quedar, definitivamente, dilapidadas en vida.
Ante esta situación, la novela de Houellebecq adquiere la forma de un
mensaje en una botella lanzada al mar anónimo del mercado editorial global, con
el testimonio desencantado de su paso por el centro del mundo y testimoniado en
unas fotografías que ilustran precisamente la misma ensoñación original del ser
humano ante el magma congelado de las erupciones volcánicas de un tiempo
inmemorial que, por culpa de la mitología posmoderna de la publicidad
turística, corre el peligro de convertirse en el souvenir a la venta de un
paraíso masificado.
Samir Delgado “Una casa mal
amueblada”, Baile del sol (2010)
[1]Las referencias clásicas se remontan a obras tan diversas como “Los
trabajos y los días” de Hesíodo, “Las tres monedas” de Plauto, la “Geografía”
de Estrabón y la “Historia Natural”de
Plinio el Viejo.
[2]Las novelas “Las partículas elementales” y “
La posibilidad de una isla” de Houellebecq han llegado a la gran pantalla,
además de sus pinitos artísticos con la grabación de un disco musical y poético
exhibido en selectos conciertos de gira por Francia.
[3]Sobre la recurrencia mítica y utópica de lo
insular en numerosas obras literarias de todos los tiempos puede consultarse el
interesante ensayo “Encrucijadas de un insulario” (2006, IDEA) del profesor
Nilo Palenzuela.
[4]Hubo que esperar hasta mediados del siglo XX
para que la afirmación identitaria de la sociedad canaria tuviese un apogeo
libre de censuras tras la dictadura. Desde el fomento de los deportes
vernáculos a los denominados canariólogos que se aventuraban a descubrir los
yacimientos arqueológicos y la irrupción de los partidos políticos
nacionalistas y de izquierdas. El libro “Natura y Cultura de las Islas
Canarias”(1977) da prueba de ello siendo el más vendido de la historia en
Canarias.
[5]A las anónimas “Endechas de Guillén Peraza”
(1447) recogidas por tradición oral se irán sumando los clásicos de la
literatura histórica canaria tales como “Del origen de Nuestra Señora de
Candelaria” (1594) del dominico Alonso de Espinosa, “ Historia de la
Conquista”(1600) de Abreu Galindo, “ Conquista y Antigüedades..” (1676) de
Núñez de la Peña, “Descripción de las Islas...”(1686) de Pedro Agustín del
Castillo, “Historia de las siete islas”(1694) de Marín y Cubas, y las obras cumbres
del intelectual canario Viera y Clavijo (1731-1813) o Agustín Millares
Torres (1826-1896), sin mencionar muchas
otras referencias notables de autores foráneos como las del navegante veneciano
Alvise Cadamosto en su obra “Navigazoni” (1507), las crónicas “Saudades de
Terra” (1590) del portugués Gaspar Frutuoso, las obras anglosajonas “The
history of the discovery and Conquest”(1764) de George Glas y“ Costumes of the Canary Islands” (1828) de
Alfred Diston, y las conocidas fuentes francesas con “Histoire Naturelle des
Iles Canaries (1836) de Sabin Berthelot y “Cinq annés de séjour aux Iles
Canaries” (1891) de René Verneau. Entre otros, como luego Cioranescu o Sérra
Rafols
[6]M.J.Vázquez de Parga y Chueca (2003).
“Redescubrimiento y conquista de las Afortunadas”. Theatrum Naturae (CSIC).
[7]Muchos lugares del continente americano como
San Antonio de Texas y Montevideo en Uruguay fueron fundados por familias
isleñas y a lo largo de la geografía cubana y venezolana se calculan en cientos
de miles los descendientes de canarios que en intervalos regulares optaban por
la vía de la emigración ante las penurias e injusticias de sus islas de origen.
[8]Autores destacados en el rescate de la cultura
canaria a lo largo del pasado siglo son J. Bethencourt Afonso, J. Álvarez
Delgado y Hermógenes Afonso de la Cruz “Hupalupa”. Además de multitud de
asociaciones culturales y colectivos ciudadanos que durante décadas han hecho
una labor impagable.
[9]De obligada referencia sobre el pensamiento
antropológico y sus influencias teóricas en Canarias hay que mencionar a los
profesores del Departamento de Antropología de la Universidad de La Laguna, así
como el libro “Indigenismo, raza y evolución”(1987) de Fernando Estévez.
[10]Para profundizar teóricamente en la identidad
del ser insular y el perfil del artista canario valgan algunas referencias
fundamentales: Declaración del Manifiesto del Hierro (1976) “Psicología del
hombre canario” de Manuel Alemán Álamo, “La mirada insular” de Lázaro Santana,
el Discurso de Manuel Padorno “Sobre la indiferencia y el ocultamiento: la
indefinición cultural canaria”(1990)y los estudios de narrativa canaria de los
70 del profesor senegalés Amadou Ndoye. También se recomienda consultar el
catálogo general del CCPC y el Instituto de Estudios Canarios (IEC)
[11]Un estudio pionero sobre la historia económica
de las islas y sus derivas ideológicas a través de la literatura se encuentra
en el libro “Isaac de Vega: Dependencia y literatura en Canarias”(1982) de
Julio Peñate Rivero, Aula de Cultura de Tenerife.
[12]El trabajo monográfico de Francisco León “El
sueño de las islas” (2003, IDEA) ofrece una idea aproximada de las producciones
poéticas de autores extranjeros inspirados en las islas. Para acercarse a la
historia de la literatura canaria, se recomiendan la “Antología” publicada por
Víctor Ramírez y Rafael Franquelo, los ensayos críticos de Jorge Rodríguez
Padrón y Domingo Pérez Minik, y otras referencias de Sánchez Robayna o Eugenio
Padorno.
[13] La obra de investigación
especializada sobre el turismo de masas: VV.AA “Paisajes del placer, paisajes
de la crisis” (2004), Fundación César Manrique, representa uno de los pocos
estudios interdisciplinares publicados en Canarias.
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