Óleo sobre madera del artista Alfredo E.Kuna
La sensación de tránsito
permanente que caracterizaba a los no lugares de Marc Augé se ha mutado a la
propia pantalla, el visor telefónico ha ocupado de manera sorpresiva todo el
protagonismo del sentido de la vista y solo queda volver a los cantos de sirena
del final de la obra de arte y el predominio absoluto del stock y del souvenir.
La pregunta sobre el valor de una exposición artística de dos jóvenes creadores
duranguenses en el noreste mexicano puede ser un punto intermedio para
establecer una reflexión medianamente esclarecedora acerca del devenir social
del arte y la amenaza de la pérdida definitiva del aura que Walter Benjamin
ubicaba como la señal que resistía en las cosas acerca de su pertenencia al
tiempo y a una lejanía que podía mantener el hechizo de lo atrayente que hay en
el acto humano de contemplar, de ver, de sentir. Es la duración vital de la que
hablaba Bergson, el tiempo de la vida está secuenciada en la imagen artística
de los dos jóvenes creadores como un bastión de creatividad frente al diseño
dogmático de los patrones computacionales.
Quiero pensar que los
acrílicos de María Fernanda Ávila junto a las piezas en técnica mixta de
Alfredo Kuna en la muestra titulada “De la línea a la mancha” en el espacio
Galería 7 de la ciudad de Durango (México) nos ofrecen un caudal de sensaciones
que gravitan en torno a la toma de conciencia del hecho artístico como una
donación esencial de sentidos. Los rostros y los instantes que se nos aparecen
ante la vista en sus obras adquieren una dimensión subjetivante del existir que
llevan a considerar el tránsito de la imagen bajo una versión distinta a la de
la publicidad que totaliza los reflejos de la vida social. Hay en sus cuadros
un llamado silencioso, una evocación susurrante que proviene del lápiz y del
pincel, de la mano que traza y del ojo que siente el detalle de la visión
íntima, a lo mejor este tipo de exposiciones artísticas acabarán siendo los
reductos ínfimos de la resistencia de lo humano ante el imperio del pixel y la
contaminación estructural de la máquina que media nuestra experiencia del
mundo.
La preocupación mayor
que late detrás de esta experiencia artística en declive no solamente tiene que
ver con el difumino del perfil del artista en la era de la globalización, sino
mucho más lacerante es la desaparición terminal del espectador, del sujeto que
puede mirar, que vea. He comenzado este texto de consideración acerca de la
exposición de María Fernanda Ávila y de Alfredo Kuna con una cita de la poeta
mexicana Rocio Cerón, extraída de su libro “Borealis”, editado por el FCE en
2016. Y quiero completar el poema:
Tras la ventana alguien
dibuja en el vaho. Lo que se refleja es lo no evidente. La ausencia compartida
de quienes albergan un destino. Copas de licor afrutado, especias. Mano en el
hombro. Suavidad de palabras al oído. Cerrar los ojos no ayuda a levantar el
derrumbe. Orfandad fosforescente entre los dedos (Rocio Cerón, Borealis, página
78, FCE, 2016)
La autora mexicana
inicia su poema dando cuenta de alguien que dibuja en el vaho: indeterminación,
incertidumbre, interioridad que se afirma a pesar del simulacro imperante del
espectáculo social. Las obras de nuestros dos jóvenes creadores duranguenses no
tienen la deformación inherente de la réplica de un modelo ideal, no reproducen
necesariamente algo o alguien, van más allá de lo real y tocan el pliegue
sensible de la imagen como totalidad autónoma, los instantes perpetuos de sus
cuadros asimilan un clima íntimo que hace del tránsito visual una estadía, un
confort, una meditación suspendida en el contorno de los colores y de las
líneas, creo que el acierto de esta exposición es doble: de un lado la eclosión
de dos miradas que confluyen generacionalmente y que se confabulan para ir de
la mano hacia la permanencia del goce de la creación. Y por otro lado nos
enseñan que existimos, que estamos de este lado para ver, lejos de la
preeminencia del sujeto consumidor del sistema, estos cuadros nos devuelven sorpresivamente
el derecho a mirar, a estar frente a la vida de un cuadro que nos convoca al
diálogo con su misterio.
María Fernanda Ávila y
Alfredo Kuna cruzan el vaho desde otro silencio que dona vida y proviene de
ella, el instante de la creación nos habita como un duelo imperecedero, sin
duda alguna la trayectoria futura de estos artistas jóvenes duranguenses está
garantizada y eso a día de hoy, en medio de la intemperie global y el desastre
deshumanizador nos hace salir airosos ante la incertidumbre oscura y penetrante
de la máquina y del eco de lo que no tiene vida más allá de la vida. Las obras
de los dos artistas son una sola muestra del potencial artístico que permanece
a la hecatombe y al vértigo, lo dice la poeta Rocio Cerón en su bello poema: cerrar
los ojos no ayuda a levantar el derrumbe, y abrirlos de par en par como ahora
frente a las piezas de María Fernanda Ávila y Alfredo Kuna puede significar a
fin de cuentas salir al menos por unos momentos de la asfixia y del estertor
del imperio del pixel.
Samir Delgado, 2019
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