Juan Soriano "Apolo y las musas" 1955 |
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La
literatura también se escribe en las cartas. Y no han sido pocas en multitud de
ocasiones, de un lugar y otro, las correspondencias que entre escritores han
brindado una nueva luz sobre poemas y libros que se encontraban en un puro
estado de florecimiento. Lejos de la ponzoña de la comunicación electrónica de
nuestros días, las cartas de los poetas reflejan un hábitat humano que se ha
ido desgastando de modo paulatino bajo el imperio de la prisa, la rapidez y la
velocidad, esa patología que el filósofo Paul Virilio, recientemente fallecido,
consideraba como el signo atroz de este siglo. Hay en las cartas de Octavio Paz
a Tomás Segovia en casi medio siglo de envíos y telegramas un hilo conductor
basado en la amistad, dos autores del siglo pasado que hicieron de la poesía un
puente solidario y fraterno, con la lejanía siempre presente de dos existencias
y geografías que de algún modo se retroalimentan y distancian para abundar en
la fe de la literatura.
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Son
55 cartas las que se conocen de Octavio Paz, premio Nobel de Literatura,
dirigidas al entonces poeta en ciernes, Tomás Segovia, autor destacado de la
denominada generación Nepantla, aquellos poetas que vivían en medio de la
herencia natal española y un exilio posterior en México que se convertiría en
un segundo nacimiento del idioma. De manos del autor de El arco y la lira, o
Los hijos del limo, entre sus ensayos más célebres, se fechan las cartas en el
período que va de marzo de 1957 a febrero de 1985, un marco temporal decisivo y
no siempre constante en el intercambio postal para la confluencia de la obra
literaria de ambos escritores, dos poetas considerados por la crítica y los
lectores como esencialmente representativos de la literatura mexicana
contemporánea.
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En
el crisol de fechas y posdatas con un destinatario irregular y movedizo, y un
remitente a caballo entre las embajadas mexicanas en La India, París, Ceilán,
Kabul -solo una carta fechada desde allá, el 6 de noviembre de 1964- y varias
estancias en Estados Unidos que serían decisivas. Hay un par de cartas
distintas que marcan la diferencia en el tono y en el tema, la versión de los
hechos de Paz se hace desde Nueva Delhi en marzo de 1968, tratan la cuestión
del yo poético y de la condición de la escritura. En el trasfondo de la
estrategia de aunar fondos económicos para la revista siempre planeada entre
ambos y bajo las vicisitudes de una cena con André Malraux y las referencias a
España- Octavio Paz certifica que Francia ha ocupado el lugar que abandonó
España con el fascismo y su decadencia y aislamiento, pues “el que desaparece
no es el no reconocido sino el que no reconoce”- quedan entrelíneas varios
lingotes para un debate mayor donde de poeta a poeta se afronta la realidad del
mundo, el compromiso del hecho poético y la ilusión de un yo subjetivo que en
épocas convulsas debe asumir su función crítica. Dice Paz, “la diferencia entre
tú y yo consistiría en lo que tú llamas residuo, yo lo nombro vacuidad”. El yo
y el tú se alternan y contraponen, se fusionan y contrarrestan, “el yo, para
llamarse y hablarse, tiene que volverse tú” siempre por boca de Paz. Y años
antes el tono de la discusión amistosa llegaba a extremos en los que desde una
tarde nevada de Estados Unidos, le llegó a decir Paz al amigo poeta “Eres
intransigente y riguroso, contigo mismo y con los otros. Lo de la buena y mala
fe es un pegote sartreano. Tus escrúpulos son tal vez excesivos pero no son las
dudas de Hamlet sino el soliloquio de Segismundo. Eres calderoniano” Y siempre
al final el abrazo entre los dos poetas que vuelcan en la carta sus alientos y
la determinación de mantener el vínculo dialógico que sobreviene en toda
palabra.
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Le
dice Octavio Paz a Tomás Segovia en la primera misiva que, más allá de los
acuerdos y las discrepancias, el mero hecho de mantener correspondencia
significaba a todas luces, “la feliz posibilidad de hablar con alguien”. Segovia
envió su reseña sobre El arco y la lira. Y de vuelta Paz le remite una colaboración
del griego Kostas Axelos sobre Rimbaud. En cada gesto de ambos redunda la
vocación amistosa, humana, de una relación epistolar que trasciende el
anecdotario de otras filias postales, al incluir en el coyuntural mosaico de
fechas, una ventana a la sinergia cultural que estaba generando la irrupción de
antologías decisivas para la trayectoria poética mexicana en la modernidad. Se
trataba nada menos que de revistas como “Plural” y “Vuelta”, ambas de enorme
importancia para el ambiente cultural y literario en español del siglo XX. Y
sobre todo lo demás, las cartas que en su tic tac particular atesoran pistas y
claros de bosque para entender -bajo los postulados de la hermenéutica
gadameriana- el designio del horizonte común que consignaba el concepto de la tradición,
ese horizonte compartido hacia el futuro, en el devenir de las poéticas
contemporáneas de un despertar de México a la vida moderna. En algún lugar de
una carta de finales de los sesenta, Octavio Paz enfatiza la necesidad de
persistir en la tarea generacional de producir sentido y aglutinar voces desde
la diferencia, para afrontar el destino, y le dice al poeta amigo “Lo sabes
mejor que yo: estás condenado a persistir”. Lee sus poemas en los entretiempos
de la burocracia diplomática, Paz confiesa en junio de 1964: “Por fortuna (yo
también), descubrí la belleza. Como tú (como todos) más en la naturaleza que en
las piedras, más en las piedras que en los hombres”. La lectura de una carta
lleva a la otra y siempre la voz latente del amigo poeta en el trasfondo, ambos
poetas se hablaban desde el sigilo de la pluma y la urgencia de la voz. Las
cartas son el tiempo de los dos.
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Hay
en las cartas un minutario singular que va desde la lógica temporal de la
valija diplomática del premio Nobel, a la demanda de comunicación que una
amistad en la distancia requería para su supervivencia esencial. Hubo también
mucho silencio entre una carta y otra, las vidas prosiguen en su aliento propio
hacia un final que siempre resulta insospechado. Paz le da noticias a su amigo
poeta del descubrimiento del amor con Marie José y recibe de Segovia distintos
testimonios privados sobre su deambular por el mundo. En las cartas se intuyen
muchas veces el tono y los ecos de los manuscritos de Tomás Segovia, quien
abunda tras su discurrir existencial en la necesidad de publicar sus primeros
versos y ubicarse en la compleja realidad política de un país que no fue
benefactor de la vida de sus poetas. En mayo de 1967, las cartas de Tomás
Segovia deprimen a su amigo embajador, quien confiesa “Preveía tu lento girar
en el torbellino-remolino-tolvanera de México. La lenta asfixia del altiplano,
el rito de la petrificación. El destino de los mexicanos es ser monumento
público, momia o cascajo desparramado”. Durante la travesía azarosa de la
correspondencia entre ambos poetas hubo del lado de Paz una permanente
preocupación por el amigo, y no son pocas las recomendaciones firmadas por él a
terceros para que el otro poeta mexicano con ascendencia española, nacido en
Valencia en el año trascendental de 1927, pudiera prosperar en el delicado y
controvertido panorama de la literatura en español. Entre ambos se va tejiendo
la idea crucial de una revista, dice Paz: “La idea de la revista me seduce y me
aterra… Esa revista, si llega a existir, será más o menos, lo que somos
nosotros”.
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El
14 de diciembre de 1960 escribe Octavio Paz a Tomás Segovia la certeza que
queda en pie tras la lectura de sus versos: “usted es poeta”. El poeta cónsul
en Nueva Delhi responde al poeta exiliado en París con la premura siempre
patente de auxiliar al compañero y brindar una mano amiga ante la adversidad y
el desconsuelo de soledades mutuas que se ven la una a la otra desde la
distancia de la tinta. De hecho pasarían años, casi décadas en todas las cartas,
donde estaría siempre el halo y el signo de un diálogo fructífero que
encontraba la tensión de su continuidad en el valor de la palabra, en la ética
que sostiene el ejercicio de la escritura y la vocación del poeta por dar fe de
la verdad de la vida. En diciembre de 1967, Paz es concluyente: “Recibí tu
libro. Ya te imaginas mi alegría y mi emoción. Poco a poco se empieza a
configurar una época de poesía. Nunca he creído en las obras solitarias ni en
los poetas aislados. Si algo de lo mío ha de sobrevivir, así sea por un minuto,
es porque lo iluminan las obras de los otros, mis pares impares”. Desde una
primavera en Ithaca, durante la residencia de Octavio Paz en la universidad de
Cornell, -donde por cierto, conoce a Ginsberg- le escribe a su amigo nuevamente:
“No he vuelto a tener noticias tuyas, ¿qué pasa?”. Lamentando el tono de las
últimas misivas, considera Paz “deberíamos escribir cartas sólo en estado de
gracia”. Las cartas eran entonces aquella realidad vivida, aliento vuelto para
sí, reclamo en tinta y papel del otro. No tardaría el poeta embajador en
regresar meses después a Nueva Delhi, el peregrinaje de ambos confluye y se
aliviana, Paz llegó a invitar a Segovia a visitar La India, pues “Aquel que no
haya visto- ni oído, olido, gustado y tocado- las lluvias de La India, no sabe
lo que quiere decir llover”. Siempre desde la amistad se desea para el otro lo
de uno, y viceversa, como una lluvia para dos, siempre el poema que escampa.
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El
impedimento crucial que los avatares del régimen social dominante suele
constreñir sobre el medio de supervivencia del poeta, su propia libertad y el
movimiento de la propia vida hacia su búsqueda de realización, se palpa en
muchas cartas de puño y letra entre Octavio Paz y Tomás Segovia, esas cartas
que también escribió en sus días venecianos Lord Byron, las cartas de otro
tiempo vital que ya están condenadas a la desaparición bajo el imperio de
Internet. Hay cartas donde abundan los problemas de índole pecuniaria, las
barreras del establishment y la presión de la carencia de posibilidades para
publicar y dar a la luz libros de un impacto posterior, todos los parámetros
que determinan el tiempo de las cartas evidencian ese mar de incertidumbres que
el panorama de la cultura lleva consigo en todas las épocas y regímenes. De un
lado Tomás Segovia que se siente asfixiado ante la coyuntura fatídica de la
llegada al poder de Gustavo Díaz Ordaz- le dice Paz el 27 de diciembre de 1964:
“es una lástima que no desees continuar en México. Comprendo que la atmósfera
te oprima y que quieras alejarte”. Luego vendría la masacre de Tlatelolco y el
Mayo francés, dos caras de una misma moneda en los derroteros de una modernidad
con rumbo a la encrucijada. Entre tanto, se dan oportunidad de debatir sobre el
futuro del surrealismo - Paz sugería a Segovia de la necesidad de mantener el
vínculo con Breton, un hombre que había impresionado al poeta mexicano y a
quien unía una fiel amistad- además de propiciarse algún pasaje de enorme
trascendencia íntima, como aquel en el que Octavio Paz aborda la condición de
huérfano de todo poeta, pues antes aún de haber perdido a su padre con 21 años,
ya tenía que convertirse en padre de sus padres, una experiencia que llevó a su
padre a rebelarse contra él, su hijo. Aclara Paz: “Creo que esto me distingue
de la mayoría de mis amigos. Ellos se rebelaron contra sus familias, yo no
tenía contra quién rebelarme. Todo lo que me ha pasado después parte de esta
situación original”. A fin de cuentas, los dos poetas entrecruzan confidencias,
a medio camino de la urgencia diplomática y el aliento del exilio de ambos, la
vida que se convierte en puente esencial para los amigos.
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Entre
una carta y otra, Tomás Segovia vivió entre México y Paris, logró en su momento
la Beca Guggenheim y se percibe siempre en Octavio Paz al amigo poeta que
facilita conductos y chances diplomáticos para que el poeta resista a la
precariedad y el desaliento. No sería hasta 1967 cuando viera la luz el
aclamado libro “Anagnórisis” de Tomás Segovia, en su particular revuelco
poético del idioma que gestaría una voz propia para el desenlace del siglo en
ambas orillas del español. Todavía Segovia viviría hasta noviembre de 2011,
sobrevive a poco más de una década sin su amigo poeta. Y entre una confesión y
otra apenas intuida, surgen los ramalazos de luz en cada carta, los poetas
propician una reflexión íntima sobre la propia escritura y la necesaria
irrupción de proyectos literarios que solventen drásticamente la distracción de
la competencia ideológica y los bajos fondos de la poesía oficial. Dice Octavio
Paz el 25 de mayo de 1965: “Querido Tomás ¿no crees que todos nosotros, hablo
de los que piensan y escriben en español, tenemos un deber: dar la cara, puesto
que nuestros gobernantes y generales prefieren mostrar las nalgas? Perdóname la
grosería pero no encuentro otra palabra para designar la actitud de la mayoría
de los gobiernos hispanoamericanos. Siempre soñé con una revista que uniese a
unos cuantos escritores de lengua española que fuese un ejemplo para mucha
gente...” Y acto seguido, como casi siempre en la referencia final al tiempo
vivido del poeta con Marie José: “Me llama. Tenemos un jardín y muchos pájaros.
Fundaremos, como tú dices, la verdad”
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Hay
muchas amistades en común a lo largo de las cartas de Octavio Paz y Tomás
Segovia: de Cortázar y Max Aub a Gabriel Zaid o Ives Bonnefoy, Severo Sarduy y
Carlos Fuentes, multitud de enlaces y lugares, una gran diversidad de citas y
referencias que aglutinan un mosaico clarividente sobre el devenir de la
cultura literaria mexicana de aquellas décadas trascendentales. La revista
Plural vería la luz finalmente en octubre de 1971 con duración hasta 1976, y en
diciembre de ese mismo año nace Vuelta que mantendría su periodicidad hasta la
muerte del poeta Octavio Paz en 1998- incluso recibe años atrás el Premio
Príncipe de Asturias a la Comunicación-. Siempre hubo tras la voz del poeta y
embajador mexicano una fe en los principios liberales que le han caracterizado
a diferencia de otros poetas de izquierdas, de un calado social más ortodoxo,
sin embargo más allá de la polémica ideológica el Octavio Paz de cada carta destinada
a su amigo poeta rezuma bonhomía y reciprocidad permanentes. Las cartas puestas
sobre la mesa reiteran el valor de la amistad entre poetas y el alto designio
que supone asumir la vocación poética a perpetuidad entre el exilio y la
diplomacia. Desde Cambridge, en enero de 1975, Octavio Paz no se anda con
cuitas y exclama: “El PRI es un resumen de México, mejor dicho, un florilegio.
Tampoco es culpa del PRI que abunden más las espinas que las rosas” y más
adelante, “Tal vez es muy tarde ya para cambiar algo. Temo que México sea un
país condenado… El único recurso que nos queda es hablar…y escribir”. Tiempo
atrás, durante el eco de la estancia de Tomás Segovia en Princeton, Paz le
responde también desde Cambridge aludiendo a otro de los amigos comunes: “No te
quejes demasiado de Princeton: ¿crees que estamos en un lecho de rosas? Además,
desde que llegamos me salió al paso la sombra de Luis Cernuda. Desde aquí me
escribió muchas cartas y no pocos de sus poemas reflejan esta luz” Era febrero
de 1970 y Paz relata que su Posdata se discute mucho, recomienda a su amigo
escribir a Jorge Guillén y a los demás compañeros españoles ante la
incertidumbre de la vida del poeta, Paz le increpa: “¡Es hora de sacar raja de
tu condición de español!” y “Tus depresiones me hacen sonreír un poco: por lo
visto no te acostumbras a ser escritor en lengua española y a publicar libros
en el Valle de Anáhuac…”
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Sin
duda, otra de las vetas que suceden a la luz entre los más bellos pasajes de
las cartas, durante los años de la correspondencia entre Tomás Segovia y
Octavio Paz, será el factor de Nueva Delhi un referente de fondo ineludible y
decisivo. El poeta embajador alude en numerosas ocasiones a la realidad “que desafía
a la razón” de la vida cotidiana en los países que frecuentó durante su
compromiso diplomático, hace referencia todavía en 1966 al hecho de que “Nueva
York se ha vuelto irreal y la India, que hace un mes parecía irreal, ahora es
lo único real”, y “La India no es Occidente pero tampoco es Oriente. No se
parece a China ni al Islam”. Octavio Paz vivió en Nueva Delhi con la intensidad
poética que solamente puede hacer sobrevivir a un poeta en un país que
representa una imagen de la historia universal al revés. “La verdad de la India
es otra. Es una verdad, presiento, central. He creído entreverla en algunos
templos y esculturas, en la música, en el caminar de los campesinos, en la risa
de los niños”. Las cartas dejan que aflore ese ventanal para el amigo,
solamente el testimonio de la confesión lleva consigo la magia de esos otros
lugares del poeta que habitan y sobreviven, de algún modo, en su vida y en la
vida de los poemas de una forma trascendental. Hay una carta, de enero de 1967,
donde Paz cuenta la experiencia “de un lugar encantado de la costa sur de
Ceilán”, allí rememora el poeta la edad de oro y hace alusión a versos del
propio Tomás Segovia que se adivinan, solamente a través del lenguaje de la
indirecta, entre los dos amigos: “Aquí se nos ofrece un pan de verdad y al comerlo lo compartimos contigo. Es un pan hecho
de luz y tiempo encantado –ese tiempo que no transcurre y que, no obstante,
cambia y es distinto cada instante”. Como siempre las cartas revelan esa
probabilidad feliz de poder hablar con alguien y en la correspondencia se hace
real la evidencia de la necesidad de expresión íntima, que trasciende de la
vida y de la amistad, casi a la par que los poemas, que uno y otro se enviaron
privadamente, y que la publicación de las cartas convertiría en un patrimonio
para todos los lectores y todos los poetas.
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Y
la última carta, publicada en el libro que el Fondo de Cultura Económica tuvo a
bien editar en su primera edición en 2008, está fechada en México D.F un 19 de
febrero de 1985, Octavio Paz agradece la recepción de un poema de fin de año
haciendo hincapié en que aquéllas eran “noticias del poeta, no del amigo,
aunque el poeta sea también amigo y, a veces, más amigo que el amigo”. Paz
rehúsa asistir a un congreso de arte, y sentencia: “Hay una conspiración
(inconsciente) de las academias para impedir que los poetas digan lo que tienen
que decir”. Y solicita a Segovia materiales para la revista Vuelta. Se disculpa
por no haber incluido una reseña de la obra poética de su interlocutor, “es
verdad que no nos hemos portado muy bien contigo”. Fue Xirau quien prestó el
último libro de Tomás Segovia a Octavio Paz, los poetas siguieron su camino de
forma paralela, se encontraron por primera vez cara a cara en México y continuaron
su correspondencia casi hasta el final, en una carta de enero de 1968 el propio
Paz le escribe a su amigo con dureza: “Si de algo estoy seguro es de tu
destino. Por eso te duele y te quejas: el destino es feroz y egoísta… No te lo
reprocho. Incluso me conmueve que yo sea el muro que oye-un muro que a veces
responde con un gruñido”. Al final, efectivamente, llegaron los años noventa,
el Nobel y la muerte.
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En
una carta de mayo de 1967 alude Paz a la decisiva Antología “Poesía en
movimiento” que recogia la cosecha poética mexicana desde 1915 a 1966,
preparada por Paz junto a otros poetas mayores como José Emilio Pacheco, Homero
Aridjis y Alí Chumacero. Vale la pena concluir este bojeo por la
correspondencia de Octavio Paz y Tomás Segovia considerando el papel protagónico
que han jugado en las literaturas nacionales muchas antologías que favorecieron
desde la diferencia la eclosión de una visión unitaria y accesible para los
lectores, salvando las distancias entre escrituras y egos, cuando lo importante
ha debido ser la defensa de la cultura y el derecho a la creatividad ante el
imperio del dinero, la competitividad y el desprecio hacia la vida por parte
del poder. La amistad entre dos poetas, con su controversia natural y el
destacamento de objeciones y también de elogios que surgen de la lectura mutua
y del aprecio incondicional, evidencia en las cartas el potencial mayúsculo que
tiene la poesía para forjar identidades y perseverar en el progreso de la
humanidad. Lo dijo Paz en algún lado, el arte reconcilia. Y respecto a la
antología en la que él participó mencionaba en su momento y desde su posición,
siempre de cara hacia el amigo y ante el tiempo propio de la carta: “No es un
libro personal: es un intento por rescatar del caos y la indiferencia unas
cuantas obras que, a su vez, juntas, forman otra
obra: el libro que hemos hecho entre todos en lo que va del siglo”
Samir
Delgado, 2019
Muy enjundioso trabajo, amigo Samir, te felicito.
ResponderEliminarMuy enjundioso trabajo, amigo Samir, te felicito.
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