domingo, 25 de agosto de 2019

Conferencia “La ciudad imaginada. Luis Cernuda y Jack Kerouac en México”

Roger von Gunten "Mar y tierra"

Mazatlán estrellado, puerto de noche. Así dicen unos versos de Pablo Neruda cuando rememora en el Canto General nuestra ciudad del Pacífico, el mar se parece a la noche y todas las noches pertenecen al mar. Los poetas y las ciudades conversan desde hace siglos. Y la imaginación ha sido la mejor arquitecta de las utopías. De ahí que la memoria de los poetas hace de las ciudades imaginadas el mejor hogar fuera del tiempo y más allá de todo límite.

Quiero soñar en Mazatlán un viaje a sus orígenes, compartir en esta tarde mazlateca la pasión por la literatura, en un puente de palabras entre Durango y Sinaloa que puede ser una ocasión perfecta, más aún en pleno agosto, el mes de las mareas y los astros. México tiene en sus ciudades un magma eterno que atrae la mirada de los poetas como un imán infranqueable, como sino se explica buena parte de la historia del continente americano. Hasta aquí llegaron escritores como D.H Lawrence de quien conservo una fotografía suya en Oaxaca, y me parece lo más cercano a la imagen de un Dios en la tierra, por su soledad inconmensurable. Siempre he creído que México es el país anfitrión por antonomasia. Sus puertas abiertas a los poetas del exilio español republicano representan un paradigma de hospitalidad y cosmopolitismo.

En tiempos difíciles para la diplomacia y la concordia, de migraciones sangrantes y pérdidas de fe, México prosigue la senda de las naciones que mayor afecto ha generado entre los escritores de toda lengua, los aventureros y los exploradores, los poetas. De hecho hay en la estela de la literatura mexicana un episodio crucial que tiene que ver justamente con la mirada de los escritores extranjeros y con la ciudad imaginada que entre todos ellos ha formado una nebulosa atrayente y colosal, muy parecida a la noche nerudiana evocada en Mazatlán.

En 1977 la colección Lecturas Mexicanas publicó el prestigioso ensayo del profesor recientemente fallecido Drewey Wayne Gunn sobre Escritores norteamericanos y británicos en México, un libro providencial que daba noticias sobre la fascinación que había provocado el territorio mexicano en la mirada foránea de los visitantes angloamericanos. Desde 1569 en adelante se datan alrededor de seiscientas crónicas de viajes y a partir de 1805 el volumen de novelas, poemas y obras literarias se incrementa de modo creciente hasta convertirse en una ventana de papel a través de la cual México brillaba con luz propia ante los ojos del visitante vecino.

La traducción del libro fue de Ernestina de Champourcin, una de las poetas del exilio republicano español de mayor reconocimiento. Recuerdo que el libro tuve la oportunidad de adquirirlo en una librería duranguense con similar atmósfera a las muchas que perviven en la calle Donceles del Zócalo, aquel primer vestigio alimentó en mí la intuición de la importancia que atesoraba la mirada extranjera a la hora de proyectar una idea universal sobre la propia identidad de México. Cuando se llega a un nuevo país todos los libros tienen un aura especial y pueden encontrarse acertijos y leyendas entre sus páginas. Todos los lugares tienen su propio latido y la conjunción de contrarios hace que ese lugar trace su historia. Desde entonces no he cesado de rebuscar en estanterías de bibliotecas y fondos descatalogados la huella de otros libros que ofrezcan una versión enriquecedora sobre la ciudad imaginada que ha representado México desde siempre para la memoria de los poetas.

París no se entiende sin Baudelaire y tampoco Nueva York sin Federico García Lorca. Hay una confluencia de destinos entre la ciudad y los poetas. No hace mucho encontré un poema de Luis Cernuda titulado “Durango” con fecha de 1929, perteneciente a la edición de uno de sus libros de juventud, “Un río, un amor”, escrito según las referencias biográficas del sevillano en una etapa de su vida a caballo entre la ciudad francesa de Toulouse y Madrid. He recorrido la orilla del Garona y a decir verdad aquella ciudad francesa tan cercana los pirineos catalanes ha sido desde entonces un puente para la cultura española del exilio.

Quiero hablarles hoy de ese poema y de la ciudad de Durango que es donde vivo y donde presencio cada día los atardeceres más siderales que he visto con mis propios ojos. Tras estos años de búsqueda encontré otro libro de similares características que se publica en 1992 de la mano del poeta y antólogo Roberto Tejada, en la editorial Vuelta, agrupando bajo el título “En algún otro lado” a un número considerable de poetas de lengua inglesa que habían dedicado al menos un poema a las ciudades mexicanas visitadas en sus periplos de vida. Hay una nota de Octavio Paz  en la primera edición sobre esta antología que culmina con la aseveración de que México influyó de modo trascendental en el advenimiento de la modernidad y que el imaginario de buena parte de los poetas del siglo XX tenían en México un lugar de paso obligado a la hora de ajustar cuentas con la belleza y proyectar desde sus testimonios la riqueza cromática, vivencial y espirituosa de un país singular, cuya estela histórica conectaba directamente los influjos primitivos de toda cultura y el devenir del progreso que expandía hacia los sures del mundo un caudal de experiencias que solamente el poeta podía ya interiorizar debido a la desmemoria colectiva y el caos civilizatorio.

Sinceramente creo a ciencia cierta que los poetas del infrarrealismo mexicano aglutinan una dosis de verdad que hace de sus textos un vehículo de conocimiento para entender el México de las últimas décadas, así como Maiakovsky lleva en su sangre  soviética una mirada única sobre el mundo o Derek Walcott que hizo del Caribe el lugar por excelencia para vivir y cuyo origen era el futuro. No tardé mucho en visitar Mazatlán desde mi primera llegada a México, como insular la presencia del mar siempre establece un horizonte íntimo, que no depende de lenguas ni de fronteras. Enseguida encontré en el Pacífico un mismo cielo y el deslumbre por Mazatlán se ha intensificado con el transcurso de los años, hasta aquí los deseos de visitar la ciudad cuantas veces sea posible, con lo que implica el viaje a través de la Sierra Madre Occidental y el paso del puente Baluarte, que ha supuesto un refuerzo para la confirmación de que la ciudad imaginada de los poetas se debe parecer mucho a Durango y también a Mazatlán, una mezcla de ambos, como una sola urbe de ensueños y apetencias: de un lado la sortija interior de la ciudad de los Revueltas y del otro el lingote marino mazatleco que deslumbró a D.H Lawrence.

Aquí, a orillas del Malecón, fue donde escuché por primera vez la referencia de la estancia del escritor Jack Kerouac durante su paso por México. De él quiero hablar también en esta tarde de encuentro literario, pues además debo confesar que siguiendo la huella del autor de la Beat Generation, no solamente he releído su libro On the road de modo intenso y apasionado, sino que además me planté en su mismísima casa en el condado de Lowell, Massachusetts, el pasado año y logré hacerme con uno de sus libros más extraños titulado “Old Angel Midnight ” que traigo en este viaje tras su hallazgo en la New York Public Library y a donde debo regresar pronto para su devolución pues este regalo encontrado en Manhattan es realmente un préstamo impagable. Mazatlán aparece en él y casi puedo decir que a Mazatlán se debe. 

Este hilo de Ariadna que cruza los diferentes itinerarios vitales de dos poetas y de dos ciudades se manifiesta de modo providencial en las citadas ediciones que tratan sobre la presencia de los poetas extranjeros en México. Y siguiendo la expedición simbólica por la cartografía poética de la memoria de los poetas y la ciudad imaginada se puede completar el aluvión de referencias con un reciente volumen de la colección Centzontle, titulado “México: visitar el sueño” del francés Philippe Ollé-Laprune, con primera edición de 2011. Allí se atestigua de modo sucinto la tesis de que la literatura ha sido el espacio fundamental en el que se ha desarrollado la tensión originaria sobre la noción de ocupación y de interpretación del territorio que proviene desde los albores de México. Escribir ha sido una forma de aplacar el misterio. El documento escrito atesora un punto de vista, una expresión de la memoria y una forma de configurar la verdad de las cosas en esencia. Este papel protagónico de la literatura hace que los textos reiteren el eco de una voz y una elección de estilo y una coyuntura histórica que caracteriza a la tradición de una lengua.

Unos poemas sobre una ciudad reflejan materialmente el universo de aquella hora en que fueron escritos, los únicos cielos  posibles de visitar de una ciudad son sus poemas. Cernuda escribió sobre Durango sin haber estado todavía en la república que cobijó eternamente sus huesos, de aquella ciudad solo supo por una película, la tierra del cine desconoce los horizontes extraños que ha amplificado para ojos de otras latitudes. Es la magia de la imagen que perdura en el poema aquí y acuyá. Y el exotismo americano había inoculado sus lumbres en la mirada del poeta andaluz que apenas una década después debería asumir como su destino necesario y deseado. A pesar de visitar diferentes lugares en distintos tiempos de México, Cernuda ubicó su residencia en Coyoacán y tras los períodos de estancia en universidades norteamericanas, llegó a México in extremis para entregarse en cuerpo y en alma a una realidad que le cautivaría ya desde la juventud, en una película y en unos poemas. De hecho, se sabe que Cernuda estuvo en el cine días antes de sufrir un ataque al corazón en el año 1963, algunos de sus mejores textos en prosa poética son enteramente mexicanos y el español trasterrado encontró en la familiaridad de la lengua otra Andalucía que habitar por siempre. Su poema sobre Durango resulta esclarecedor sobre los hitos que configuran este bello enclave del Valle del Guadiana, en el mero centro del corazón de México donde por la ventana abierta muestra el destino su silencio, en palabras del poeta. Y hay nubes, muros y soledad, y las palabras se conjugan a la par que los guerreros y se habla de una raza estéril en flor que no deja de evocar la progenie del Nuevo Mundo y la promesa siempre prorrogada de vislumbrar un porvenir universal. El poema cernudiano sobre Durango abriga un juicio evocativo que no deja indiferente a nadie, trasluce un halo de pesadumbre y de ensueño que el poeta sin saberlo depositó sobre la estela simbólica de México en su propia imaginación.

Al igual que Jack Kerouac en Mazatlán, hay voces que transitan alrededor, la protuberancia del tiempo acomoda en la ciudad imaginada sus desvelos y quimeras. El autor de On the road visitó México como se bebe un elixir de la eterna juventud, frente al mar sagrado del Pacífico encontró el chico malo de la sociedad americana de los años 50 su propio camino. Se sabe por una carta a Allen Ginsberg que la playa de Mazatlán evocaría en el escritor una imagen concreta del ensueño budista y del paraíso terrenal que podía ser visitado solamente por quien se atrevía a seguir el rumbo de las estrellas en la noche.

El libro “Old Angel Midnight” conserva aquel latido profundo que el poeta puede transcribir con el eco del mundo que se cuela por una ventana. Aparece diez años antes de la muerte del poeta y casi diez años después de la primera visita de Jack Kerouac a México. Y hay pescadores heróicos en las playas de Mazatlán. Así como el poema de Cernuda sobre Durango antecede una década antes del martirio de la guerra y del exilio, Kerouac hace suyo Mazatlán como el puerto de todas sus sombras. La ciudad imaginada en la memoria de los poetas tiene acento mexicano, trasciende la frontera de la muerte y devuelve a sus creadores una inmortalidad real que solamente puede hallarse en la condición de los poemas, lo único que permanece en la faz de la tierra, de hecho el Canto General de Pablo Neruda hizo más visible Nuestra América por medio de la evocación genuina de los minerales, de los ríos y de las naciones, que dan vida al continente de la poesía. Mazatlán estrellado, puerto de noche evoca el poeta. También hay unos versos sobre el mar de Mazatlán en la obra de Robert Creeley, autor norteamericano que pasó parte de su vida creativa en Mallorca, otra isla del Mediterráneo y otro mismo mar de una ciudad imaginada. Él junto a Charles Olson, otro poeta desvelado por los horizontes antiquísimos de Yucatán, escribieron juntos las Cartas Mayas que representan un documento genuino de la correspondencia entre poetas con México de fondo.

No puedo dejar de pensar en las horas de aquel primer poema de Cernuda sobre la ciudad de Durango, cada día que pasa siento que la voz del poeta sigue persiguiendo sus atardeceres y que de algún modo extraño los fundó. Mazatlán es una ciudad imaginada que en la memoria de los poetas permanece y trasciende los relojes y los calendarios. Pronto anochecerá y en este puente de palabras no se me ocurre otra forma de agradecer su presencia que leyendo los poemas, darles voz y cruzar juntos la orilla del tiempo, de la noche y de la memoria.

Muchas gracias         
Conferencia leída en el Encuentro independiente de Escritores
Durango Sinaloa, agosto 2019

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