Roger von Gunten "Mar y tierra" |
Mazatlán estrellado,
puerto de noche. Así dicen unos versos de Pablo Neruda cuando rememora en el
Canto General nuestra ciudad del Pacífico, el mar se parece a la noche y todas
las noches pertenecen al mar. Los poetas y las ciudades conversan desde hace
siglos. Y la imaginación ha sido la mejor arquitecta de las utopías. De ahí que
la memoria de los poetas hace de las ciudades imaginadas el mejor hogar fuera
del tiempo y más allá de todo límite.
Quiero
soñar en Mazatlán un viaje a sus orígenes, compartir en esta tarde mazlateca la
pasión por la literatura, en un puente de palabras entre Durango y Sinaloa que puede
ser una ocasión perfecta, más aún en pleno agosto, el mes de las mareas y los
astros. México tiene en sus ciudades un magma eterno que atrae la mirada de los
poetas como un imán infranqueable, como sino se explica buena parte de la
historia del continente americano. Hasta aquí llegaron escritores como D.H
Lawrence de quien conservo una fotografía suya en Oaxaca, y me parece lo más
cercano a la imagen de un Dios en la tierra, por su soledad inconmensurable.
Siempre he creído que México es el país anfitrión por antonomasia. Sus puertas
abiertas a los poetas del exilio español republicano representan un paradigma
de hospitalidad y cosmopolitismo.
En
tiempos difíciles para la diplomacia y la concordia, de migraciones sangrantes
y pérdidas de fe, México prosigue la senda de las naciones que mayor afecto ha
generado entre los escritores de toda lengua, los aventureros y los
exploradores, los poetas. De hecho hay en la estela de la literatura mexicana
un episodio crucial que tiene que ver justamente con la mirada de los
escritores extranjeros y con la ciudad imaginada que entre todos ellos ha
formado una nebulosa atrayente y colosal, muy parecida a la noche nerudiana
evocada en Mazatlán.
En
1977 la colección Lecturas Mexicanas publicó el prestigioso ensayo del profesor
recientemente fallecido Drewey Wayne Gunn sobre Escritores norteamericanos y
británicos en México, un libro providencial que daba noticias sobre la
fascinación que había provocado el territorio mexicano en la mirada foránea de los
visitantes angloamericanos. Desde 1569 en adelante se datan alrededor de
seiscientas crónicas de viajes y a partir de 1805 el volumen de novelas, poemas
y obras literarias se incrementa de modo creciente hasta convertirse en una
ventana de papel a través de la cual México brillaba con luz propia ante los
ojos del visitante vecino.
La
traducción del libro fue de Ernestina de Champourcin, una de las poetas del
exilio republicano español de mayor reconocimiento. Recuerdo que el libro tuve
la oportunidad de adquirirlo en una librería duranguense con similar atmósfera
a las muchas que perviven en la calle Donceles del Zócalo, aquel primer
vestigio alimentó en mí la intuición de la importancia que atesoraba la mirada
extranjera a la hora de proyectar una idea universal sobre la propia identidad
de México. Cuando se llega a un nuevo país todos los libros tienen un aura
especial y pueden encontrarse acertijos y leyendas entre sus páginas. Todos los
lugares tienen su propio latido y la conjunción de contrarios hace que ese
lugar trace su historia. Desde entonces no he cesado de rebuscar en estanterías
de bibliotecas y fondos descatalogados la huella de otros libros que ofrezcan
una versión enriquecedora sobre la ciudad imaginada que ha representado México
desde siempre para la memoria de los poetas.
París
no se entiende sin Baudelaire y tampoco Nueva York sin Federico García Lorca.
Hay una confluencia de destinos entre la ciudad y los poetas. No hace mucho
encontré un poema de Luis Cernuda titulado “Durango” con fecha de 1929,
perteneciente a la edición de uno de sus libros de juventud, “Un río, un amor”,
escrito según las referencias biográficas del sevillano en una etapa de su vida
a caballo entre la ciudad francesa de Toulouse y Madrid. He recorrido la orilla
del Garona y a decir verdad aquella ciudad francesa tan cercana los pirineos
catalanes ha sido desde entonces un puente para la cultura española del exilio.
Quiero
hablarles hoy de ese poema y de la ciudad de Durango que es donde vivo y donde
presencio cada día los atardeceres más siderales que he visto con mis propios
ojos. Tras estos años de búsqueda encontré otro libro de similares
características que se publica en 1992 de la mano del poeta y antólogo Roberto
Tejada, en la editorial Vuelta, agrupando bajo el título “En algún otro lado” a
un número considerable de poetas de lengua inglesa que habían dedicado al menos
un poema a las ciudades mexicanas visitadas en sus periplos de vida. Hay una
nota de Octavio Paz en la primera
edición sobre esta antología que culmina con la aseveración de que México
influyó de modo trascendental en el advenimiento de la modernidad y que el
imaginario de buena parte de los poetas del siglo XX tenían en México un lugar
de paso obligado a la hora de ajustar cuentas con la belleza y proyectar desde
sus testimonios la riqueza cromática, vivencial y espirituosa de un país
singular, cuya estela histórica conectaba directamente los influjos primitivos
de toda cultura y el devenir del progreso que expandía hacia los sures del
mundo un caudal de experiencias que solamente el poeta podía ya interiorizar
debido a la desmemoria colectiva y el caos civilizatorio.
Sinceramente
creo a ciencia cierta que los poetas del infrarrealismo mexicano aglutinan una
dosis de verdad que hace de sus textos un vehículo de conocimiento para
entender el México de las últimas décadas, así como Maiakovsky lleva en su
sangre soviética una mirada única sobre
el mundo o Derek Walcott que hizo del Caribe el lugar por excelencia para vivir
y cuyo origen era el futuro. No tardé mucho en visitar Mazatlán desde mi
primera llegada a México, como insular la presencia del mar siempre establece
un horizonte íntimo, que no depende de lenguas ni de fronteras. Enseguida
encontré en el Pacífico un mismo cielo y el deslumbre por Mazatlán se ha
intensificado con el transcurso de los años, hasta aquí los deseos de visitar
la ciudad cuantas veces sea posible, con lo que implica el viaje a través de la
Sierra Madre Occidental y el paso del puente Baluarte, que ha supuesto un
refuerzo para la confirmación de que la ciudad imaginada de los poetas se debe
parecer mucho a Durango y también a Mazatlán, una mezcla de ambos, como una
sola urbe de ensueños y apetencias: de un lado la sortija interior de la ciudad
de los Revueltas y del otro el lingote marino mazatleco que deslumbró a D.H
Lawrence.
Aquí,
a orillas del Malecón, fue donde escuché por primera vez la referencia de la
estancia del escritor Jack Kerouac durante su paso por México. De él quiero
hablar también en esta tarde de encuentro literario, pues además debo confesar
que siguiendo la huella del autor de la Beat Generation, no solamente he
releído su libro On the road de modo intenso y apasionado, sino que además me
planté en su mismísima casa en el condado de Lowell, Massachusetts, el pasado
año y logré hacerme con uno de sus libros más extraños titulado “Old Angel Midnight ” que traigo en este viaje tras su hallazgo en la New York Public Library
y a donde debo regresar pronto para su devolución pues este regalo encontrado
en Manhattan es realmente un préstamo impagable. Mazatlán aparece en él y casi
puedo decir que a Mazatlán se debe.
Este
hilo de Ariadna que cruza los diferentes itinerarios vitales de dos poetas y de
dos ciudades se manifiesta de modo providencial en las citadas ediciones que
tratan sobre la presencia de los poetas extranjeros en México. Y siguiendo la
expedición simbólica por la cartografía poética de la memoria de los poetas y
la ciudad imaginada se puede completar el aluvión de referencias con un
reciente volumen de la colección Centzontle, titulado “México: visitar el
sueño” del francés Philippe Ollé-Laprune, con primera edición de 2011. Allí se
atestigua de modo sucinto la tesis de que la literatura ha sido el espacio
fundamental en el que se ha desarrollado la tensión originaria sobre la noción
de ocupación y de interpretación del territorio que proviene desde los albores
de México. Escribir ha sido una forma de aplacar el misterio. El documento
escrito atesora un punto de vista, una expresión de la memoria y una forma de
configurar la verdad de las cosas en esencia. Este papel protagónico de la literatura
hace que los textos reiteren el eco de una voz y una elección de estilo y una
coyuntura histórica que caracteriza a la tradición de una lengua.
Unos
poemas sobre una ciudad reflejan materialmente el universo de aquella hora en
que fueron escritos, los únicos cielos posibles de visitar de una ciudad son sus
poemas. Cernuda escribió sobre Durango sin haber estado todavía en la república
que cobijó eternamente sus huesos, de aquella ciudad solo supo por una
película, la tierra del cine desconoce los horizontes extraños que ha
amplificado para ojos de otras latitudes. Es la magia de la imagen que perdura
en el poema aquí y acuyá. Y el exotismo americano había inoculado sus lumbres
en la mirada del poeta andaluz que apenas una década después debería asumir
como su destino necesario y deseado. A pesar de visitar diferentes lugares en
distintos tiempos de México, Cernuda ubicó su residencia en Coyoacán y tras los
períodos de estancia en universidades norteamericanas, llegó a México in
extremis para entregarse en cuerpo y en alma a una realidad que le cautivaría
ya desde la juventud, en una película y en unos poemas. De hecho, se sabe que
Cernuda estuvo en el cine días antes de sufrir un ataque al corazón en el año
1963, algunos de sus mejores textos en prosa poética son enteramente mexicanos
y el español trasterrado encontró en la familiaridad de la lengua otra
Andalucía que habitar por siempre. Su poema sobre Durango resulta esclarecedor
sobre los hitos que configuran este bello enclave del Valle del Guadiana, en el
mero centro del corazón de México donde por la ventana abierta muestra el
destino su silencio, en palabras del poeta. Y hay nubes, muros y soledad, y las
palabras se conjugan a la par que los guerreros y se habla de una raza estéril
en flor que no deja de evocar la progenie del Nuevo Mundo y la promesa siempre
prorrogada de vislumbrar un porvenir universal. El poema cernudiano sobre
Durango abriga un juicio evocativo que no deja indiferente a nadie, trasluce un
halo de pesadumbre y de ensueño que el poeta sin saberlo depositó sobre la
estela simbólica de México en su propia imaginación.
Al
igual que Jack Kerouac en Mazatlán, hay voces que transitan alrededor, la
protuberancia del tiempo acomoda en la ciudad imaginada sus desvelos y
quimeras. El autor de On the road visitó México como se bebe un elixir de la
eterna juventud, frente al mar sagrado del Pacífico encontró el chico malo de
la sociedad americana de los años 50 su propio camino. Se sabe por una carta a
Allen Ginsberg que la playa de Mazatlán evocaría en el escritor una imagen
concreta del ensueño budista y del paraíso terrenal que podía ser visitado
solamente por quien se atrevía a seguir el rumbo de las estrellas en la noche.
El
libro “Old Angel Midnight” conserva aquel latido profundo que el poeta puede
transcribir con el eco del mundo que se cuela por una ventana. Aparece diez
años antes de la muerte del poeta y casi diez años después de la primera visita
de Jack Kerouac a México. Y hay pescadores heróicos en las playas de Mazatlán. Así
como el poema de Cernuda sobre Durango antecede una década antes del martirio
de la guerra y del exilio, Kerouac hace suyo Mazatlán como el puerto de todas
sus sombras. La ciudad imaginada en la memoria de los poetas tiene acento
mexicano, trasciende la frontera de la muerte y devuelve a sus creadores una
inmortalidad real que solamente puede hallarse en la condición de los poemas,
lo único que permanece en la faz de la tierra, de hecho el Canto General de
Pablo Neruda hizo más visible Nuestra América por medio de la evocación genuina
de los minerales, de los ríos y de las naciones, que dan vida al continente de
la poesía. Mazatlán estrellado, puerto de noche evoca el poeta. También hay
unos versos sobre el mar de Mazatlán en la obra de Robert Creeley, autor norteamericano
que pasó parte de su vida creativa en Mallorca, otra isla del Mediterráneo y
otro mismo mar de una ciudad imaginada. Él junto a Charles Olson, otro poeta
desvelado por los horizontes antiquísimos de Yucatán, escribieron juntos las
Cartas Mayas que representan un documento genuino de la correspondencia entre
poetas con México de fondo.
No
puedo dejar de pensar en las horas de aquel primer poema de Cernuda sobre la
ciudad de Durango, cada día que pasa siento que la voz del poeta sigue
persiguiendo sus atardeceres y que de algún modo extraño los fundó. Mazatlán es
una ciudad imaginada que en la memoria de los poetas permanece y trasciende los
relojes y los calendarios. Pronto anochecerá y en este puente de palabras no se
me ocurre otra forma de agradecer su presencia que leyendo los poemas, darles
voz y cruzar juntos la orilla del tiempo, de la noche y de la memoria.
Muchas
gracias
Conferencia leída en el Encuentro independiente de
Escritores
Durango Sinaloa, agosto 2019
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