Volver a Galdós cien años después es posible a través de esta conferencia escrita durante una estancia en Estados Unidos y leída en la Universidad de Boston y la Casa Museo Pérez Galdós de Las Palmas de Gran Canaria. En vísperas del centenario de la muerte de la figura emblemática el escritor canario permanece en sus obras bajo la estela crucial de representar a uno de los mayores exponentes de la novela en español de todos los tiempos. En el transcurso de un siglo después de Galdós han despertado nuevas miradas alrededor del imaginario atlántico, el designio de la periferia y la conexión inédita de narrativas mestizas que confluyen bajo el universo de la condición insular. La imagen de Galdós entre América y Castilla refleja un profundo latido de cosmopolitismo y de universalidad que se asemeja a la estela literaria de otras personalidades de la cultura universal en la modernidad como Derek Walcott, Saint-John Perse y José Lezama Lima
A
Alan Smith y Juan Casillas
FUE en un mes de septiembre
cuando Galdós llegó a Madrid. Todo lo que vino después tras dejar las islas
para siempre es asunto de la historia de la literatura española y universal.
Los veranos en Santander forman parte del imaginario del escritor en todos los
veranos y su afición en la edad infantil por los cuentos se tradujo en la
redacción capital de los Episodios Nacionales. Fue Don Benito diputado, viajero
de tercera en los ferrocarriles de la época, asiduo del ateneo madrileño y
hombre de ideales republicanos. Su
figura como novelista representa una de las cumbres del idioma español de todos
los tiempos y se le quiere en Canarias como uno de los símbolos de su
identidad, aunque siempre se cuenta la anécdota de las últimas piedrecitas que
se deshizo de los zapatos al salir de las islas.
SIN embargo, fue en la
Castilla profunda del sueño quijotesco donde Galdós ubicó su futuro anclaje
existencial, en los mares de tierra de esa península ibérica trastornada por
los embates entre liberales y conservadores, republicanos y monárquicos, la
misma que reconoció el caballero cervantino en sus días de gloria junto a
Sancho Panza. Para quienes no estén familiarizados con los personajes de muchas
de sus novelas, esa intrincada maraña de psiquis humanas retratadas con
maestría por la mirada de Galdós, no se imaginan el volumen de influencias que
tuvieron el río Tajo, Toledo capital y los campos de la Castilla nueva a la
hora de poner en marcha su territorio narrativo. Son multitud los manchegos de
procedencia que habitan sus páginas, desde Ángel Guerra hasta la saga familiar
de los Miquis, mancebos y doncellas de ese “triste y solitario país donde el
sol está en su reino y que Galdós extrapola a la trama general de sus muchos
episodios sobre la España convulsa que le tocó vivir y contar. Y tenía que ser
precisamente un canario el que se echara a la espalda la infinita y
providencial labor de escribir la historia de un estado imperial venido a menos
tras 1898, mal gobernado por los caciquismos y una iglesia apostada en la
trinchera de la reacción conservadora.
DEJÓ este mundo Galdós en un
mes de enero de 1920, no tuvo ocasión de vivenciar el capítulo sangriento de la
guerra civil y tampoco el peso de la dictadura franquista, y ya mucho menos
atisbar el desenlace democrático hacia este capitalismo en crisis de la era
global. Pero valgan algunas de sus palabras a la manera de ejemplo sobre su
talla moral y poder visionario cuando en un temprano mitin republicano ofrecido
en una plaza de toros de Toledo, allá por 1909, dijo que era “La Mancha el solar
literario de España” y “en cuyo seno alienta toda la realidad de la existencia
humana”. A ellos, a todos los caballeros de la Mancha pidió Galdós hace más de
cien años que lucharan por el bien y por la justicia hasta desencantar a la
señora de los altos pensamientos, hasta implantar en España la república.
HAY en todos los escritores
de todas las épocas y estilos una misma vocación íntima que se traduce en el
acto mismo de escribir, el pulso milimétrico que requiere la palabra escrita
contiene la maravillosa virtud de devolver a la vista su potencial demiúrgico,
ver los pensamientos y los sentimientos canalizados a través de la floritura
del alfabeto genera un placer inusitado que solamente en la infancia se apodera
de nosotros esa primera experiencia creativa y en cientos de millones de seres
humanos desaparece sin dejar rastro.
Pienso en todos los personajes y
todos los libros de Galdós como en una isla que flota sobre las mareas de tinta
que Don Benito hizo suya y para todos ¿No hay en ese legado, en esa donación
infinita, en ese corpus galdosiano un signo de universalidad que vuelto a
considerarse en su origen nos lleva al punto ínfimo que lo creó, a los ojos del
propio Galdós en vida y en los instantes auráticos que se esconden en el
silencio de su escritura?
MIRAR a los ojos de Galdós es
posible. A esta hora en vísperas del centenario de su muerte me parece un modo
atractivo de regresar a su figura emblemática como uno de los grandes
exponentes de la literatura universal. Es posible mirar a los ojos de Galdós en
el retrato que pintó en 1894 Joaquín Sorolla. Hay en su mirada un aire familiar
que establece cierta intimidad cercana, un vínculo afectivo que tiene una
relación directa con la procedencia canaria del novelista de los Episodios
Nacionales. He visto muchas fotografías de personalidades canarias de finales
del XIX cuando posar ante una cámara suponía una afirmación social que otorgaba
un grado considerable de eternidad. Como el retrato de Galdós recuerdo
especialmente otras dos figuras del modernismo insular que provenían de la
misma ciudad: Domingo Rivero y Alonso Quesada. Hay en la mirada de cada uno un aura especial
que los distingue como aquellos creadores nacidos bajo el signo del atlántico y
que dedicaron buena parte de sus vidas a la palabra escrita.
DESPUÉS de mirar largo rato a
los ojos de Galdós y encontrar un aire de semejanza con otros escritores de la
isla, pienso que ese lazo de comunión insular debe ser explicado a quienes no
han visitado alguna vez las islas Canarias y a quienes tal vez no conozcan a
los otros escritores que vivieron los azules que perviven a la magia de los
volcanes. A decir verdad la pertenencia de Galdós a la isla tiene unas fechas
exactas que lo distanciaron espacialmente de las coordenadas circunstanciales que
determinan la vida en las islas. Sin embargo, la influencia de su pasado
originario bajo el horizonte de la ciudad de Las Palmas de Gran Canaria no
precisa necesariamente de una justificación temporal y mucho menos de una
evidencia documental que por lo demás puede llegar a resultar compleja y
extenuante entre la laberíntica bibliografía galdosiana. Justamente la prueba
milagrosa de la condición insular que late en el corazón de Don Benito se
intuye en el propio hecho biográfico que nos recuerda que el escritor de las
grandes novelas del realismo español abandonó su isla natal para llegar a
Madrid y dar el paso decisivo en la vida de un escritor para ver publicada su
obra y nutrir el tintero de su imaginario con todos los detalles y matices que
otorgaba la vida cotidiana en la capital de España. También otros escritores de
la tradición literaria de las islas siguieron ese mismo proceso con diferentes
periplos y odiseas. Volviendo a los mencionados autores canarios se sabe que
Domingo Rivero pasó parte de su vida viajando y que Alonso Quesada apenas salió
en muy contadas ocasiones fuera de la isla. Este es uno de los centros de
gravitación de la literatura canaria, estar dentro de la isla y estar fuera al
mismo tiempo”. Las idas y venidas de muchos escritores marcados por la
insularidad reflejan una extraordinaria estela histórica que contiene una
constante- un signo, un designio, una significación, que evidencia la
participación en un mismo universo que hace de la isla el camino más cercano al
cosmopolitismo y a la universalidad.
ESTE panorama de lo insular
en la vida literaria no se limita a Canarias, también sucede con otros
episodios y lenguas: Saint John Perse hizo de la isla y del Caribe su espacio
íntimo de creación aún haciendo su vida lejos del departamento de ultramar
francés. El propio Lezama Lima nunca salió de La Habana por una temporada
considerable y convirtió la residencia insular en el conducto revelador y
atrayente de unos jardines invisibles que otorgaban la revelación y la
trascendencia. Así también otros referentes más cercanos a estos días como el
premio Nobel antillano Derek Walcott que escribe en el idioma de Shakespeare la
versión caribeña de la odisea y los franceses Michel Houellebecq y Le Clézio
quienes representan el último grito de las novedades editoriales y que de un
modo u otro en sus novelas se hace de las islas un denominador común por sus
conexiones con islas del océano Índico.
GALDÓS es esencialmente
insular: el escritor solitario que hace de su vida una isla compartida por
multitud de voces. Es la polifonía atlántica. Y ese distinto define la propia
condición insular, salió fuera para llegar más adentro. La basculación del oleaje en la mirada
interior del escritor constituye una clave cosmovisional. El paisaje de la
isla, los colores de la ciudad atlántica, la suave determinación del acento
canario marcado por su anclaje tricontinental entre América, Europa y África
suponen el magma confabulador que proyecta el potencial del escritor canario
capaz de llevar a sus libros la época que le tocó vivir. Es el novelista un
visitador de almas y costumbres, por su procedencia lejana le quedó más cerca el ventanal que le
brindaba la vida madrileña de entre siglos.
Y ASÍ sucedió que Galdós
abandonó la isla para habitar la suya propia con una temperatura cosmopolita,
la penetración incisiva de su mirada en los diferentes aspectos de la sociedad
española tuvo una mayor altura precisamente por su condición insular. Dijo
Goethe que la literatura era el fragmento de los fragmentos y que el hombre ve
en el mundo lo que lleva en su corazón. El que fuera hijo de militar con
vocación de cronista hizo de su nomadismo literario un caudal infinito de ecos
y sombras que revelaron la temperatura de una civilización. Entre guerras,
constituciones, monarquías, repúblicas y avatares mil el novelista comprendió
el don de su peregrinaje trasatlántico, el oficio de escritor devino en
dedicación cosmogónica, todas las virtudes y defectos de la España galdosiana
fueron registrados en la viva voz de sus personajes y protagonistas. Así hasta
la ceguera tardía que precisamente formaba parte del designio insular, del
volcán que se apaga, del nativo habitante del terruño atlántico que agotó hasta
sus últimos días la belleza del idioma y convirtió el silencio de la lectura de
sus libros en el mundo mismo.
LOS viajes de Galdós
comprenden una vigilia sobre los estados del alma y el acontecer de todo lo
humano. A pesar de las discrepancias con la Real Academia y la enemistad de la
Iglesia que le costó el Premio Nobel, el escritor canario se hizo a la mar en
una odisea distinta a la de muchos otros emigrantes que alcanzaron el Nuevo
Mundo. Galdós cumplió con la predestinación del insular que abandona la tierra
que le vio nacer para tocar el cielo de los sueños. Como los antiguos
aborígenes de las islas que fueron enviados a tierra desconocida y extraviaron
la simiente en otras lenguas y destinos. Hay en el escritor un cumplimiento
testificante, que tuvo durante su dedicación en vida a la escritura una fuerza
visionaria alimentada por el salto hacia los orígenes, el camino inverso a la
profundidad de la isla atlántica, las novelas fueron la eclosión y el delirio
del mundo que Galdós vivió. También esta es la condición insular, la lejanía
hace que las estrellas queden más cerca. Y Madrid tuvo en la vida del escritor
una escollera para las mareas y oleajes de una sociedad convulsionada por los
cambios de la modernidad planetaria y el peso de un devenir histórico repleto
de luces y sombras.
UN siglo antes otro canario
repitió con anticipación iluminadora el rumbo insular hacia los centros del
poder. En las Cartas de la Corte de Madrid, el Vizconde de Buen Paso, Cristóbal
del Hoyo Solórzano y Sotomayor, con su pluma en mano cuenta con pulimentada
ironía los derroteros de una sociedad corrompida hasta el hartazgo y ajusta
cuentas desde “la mirada otra” del foráneo recién llegado, capaz de adivinar y
desentrañar los secretos y oscuridades de la ciudad de Madrid. Fuera de la
isla, la escritura se apodera de una fuerza dialéctica y envolvente que puede
llegar a deslumbrar ante el crisol inédito de sentidos que se llegan a hacer por fin evidentes. A
veces, fue el elogio y otras la desilusión,
la condición insular aclimata la mirada del creador con una perspectiva
debeladora de las encrucijadas del tiempo sobre los espacios lejanos que se
unen en uno solo: la escritura.
EL camino de Galdós hizo de
la isla su destino. Igual que la orografía del paisaje volcánico atesora los
fundamentos y las herencias de su tiempo natural a través de huellas y señales
mayormente invisibles para el ojo, en las novelas existe la protuberancia de un
tiempo social que obtuvo su plasmación literaria con un alto grado de verdad.
Allí están las “almas de su tiempo vivido” contadas con la magistral evocación
de un solitario contemplador, del escribiente insular que mira con igual
penetración los corazones, las ruinas y los atardeceres de Madrid. Igual que
isla adentro las páginas de la política española se escribían por sí solas bajo
un silencio poblado de otros ecos y de un lugar a otro existiera un “tercer
lugar” propicio para la lucidez de la imaginación y la exactitud del retablo
literario.
MIRAR a los ojos de Galdós un
siglo después tiene esa misma magia convocante y sus libros prosiguen la osadía
del desafío humano al olvido de los dioses. Considerando la estela atlántica de
la tradición literaria de Canarias se han sucedido numerosas tendencias
estéticas que desde el renacentista Bartolomé Cairasco de Figueroa a las
vanguardias de os años de la II República han participado de modo trascendental
en la condición insular de la escritura. Tal vez sea una ontología: la soledad
de la escritura como necesidad antropológica y la vocación de alcanzar a ser
medio de ese silencio extraño- hay que recordar que Shakespeare dijo que “la
isla está llena de ruidos, sonidos y aires dulces que deleitan y no dañan”-, a
través de la magia polifónica de las palabras llegar a otro lugar y hacerse eco
en el círculo iluminador de la condición insular. Como un juego de espejos el
escritor atraviesa la escena principal de la vida espiritual de su tiempo y
escribe a lápiz para reproducir como una caja de resonancia los deseos,
querencias y lamentos de otras almas que pueblan igualmente sus propias islas
de la existencia común.
COMO Galdós, otro de los
escritores insulares de mayor solera en el panorama de la generación
surrealista y artífice de la Revista Gaceta de Arte-expresión internacional del
más enérgico cosmopolitismo-, Domingo Pérez Minik es su nombre, estudioso de
los devenires de la novela y el teatro
europeo, advertía que la isla era un profundo drama geológico y que el insular
cuando toca tierra firme del continente se procura de una energía liberadora
que conducía a asumir una extensión mayor de sus posibilidades. Y Lezama lo
sabía, de ahí que su sedentarismo oracular lo llevó a comprender el designio de
la noche insular y el ingente sacrificio de visitar las eras imaginarias a
través del verso barroco y convertir a la propia familia en el elenco fascinado
de la novela Paradiso. Hay que tener la oportunidad al menos una vez en la vida
de entrar en la casa de Don Benito Pérez Galdós, en el museo que lleva su
nombre, al igual que en la habanera calle Trocadero palpita aún el eco de los
banquetes de fruta lezamianos.
EN la ciudad atlántica de Las
Palmas de Gran Canaria el oleaje constituye un enigma, los ojos de Galdós nunca
dejaron de habitar el caudal infinito de las historias del oleaje, como la vida
misma. Aquí nos podremos dar cuenta cabal de un mundo que fue la cuna del novelista,
durante un mínimo paseo por el intervalo de sus interiores salta a la vista el
vacío que dejó atrás al abandonar la isla, dos veces, y por última vez, algo
más de veinte años antes de su muerte, lo que no era otra cosa más que el
infinito de posibilidades que se estaban efectuando en el tiempo de vida
transitado entre sus novelas y sus cartas, sus rumores y sus compromisos
cívicos. Fuera de la isla Galdós multiplicó de igual modo sus deudas con los
acreedores y los títulos de sus novelas, el escritor se lanzó de cabeza, en un
momento dado de su fuga al centro, a las aguas interiores del alma humana y con
el lenguaje de las gentes dio vida renovada al idioma español.
EL libro La Fontana de oro
dio un gran impulso a una carrera literaria que le encumbró a la cima de la
literatura universal. Todavía recuerdo en el Madrid del nuevo siglo posmoderno
acudir a plena conciencia al establecimiento galdosiano y encontrar in situ una
lejana placa conmemorativa rodeada de pantallas televisivas con partidos de fútbol
¿Qué queda en Madrid y en la isla del mundo que conoció Galdós? En los
personajes y en los temas de sus novelas permanecen los ojos del escritor
canario y la actualidad española de una manera radical. La escritura como modo
de vida, no solamente en el sentido de
un estilo, sino más bien en el modo de
estar vivo esencialmente, aparece en el espectro de Galdós como una expresión
vital, un arte de novelar que bebe de la pintura, de la escultura y de la
música a un mismo tiempo y además alterna de una manera auténtica la pulsión
romántica del escritor solitario, la pulsión mítica del evocador de imágenes y
la pulsión de la modernidad con la fe en la libertad como modus operandi y la
proyección futurible de un mundo escrito, el realgaldosismo, capaz de revivir
más allá de su tiempo y de su espacio una isla-continente de vidas que desafían
no solamente a la física sino también a la eternidad.
VOLVIENDO a Lezama en sus
apuntes sobre Góngora dijo el de Trocadero: “todo lo que el hombre testifica lo
hace en cuanto imagen”. El universo humano de Galdós representa la tentativa
global de un escritor por testificar el tiempo y el espacio que le tocó vivir.
Su procedencia canaria lejos de representar un hecho biográfico aislado,
circunstancial, anecdótico, supone la inmersión participante en una estela
insular que lleva consigo las sombras de lo volcánico y el designio de
esclarecimiento sobre la imagen del ser en la isla, un “siendo” del que beben
otros autores de su misma condición. En el umbral de entre siglos tuvo lugar en
la isla la eclosión tardía del romanticismo literario: de la mano del también
grancanario Nicolás Estévanez se dio a la luz un rescate in extremis de la
mitología aborigen y una mirada de reconciliación hacia las huellas ancestrales
de la población insular milenaria. También el poeta canario pasó cuarenta años
de exilio en Paris tras su icónica deserción del ejército español cuando
sucedieron los fusilamientos de estudiantes cubanos en pleno conflicto
colonial. El que fuera compañero de estudios de Galdós asumió el reto de dar
testimonio en sus diarios de la condición insular en ambas orillas del
atlántico y suyo es el poema “Canarias” que a día de hoy hizo de la sombra del
almendro la imagen por excelencia del himno oficial de las islas. Aquella conjunción
de antigüedad y modernidad que se fundió en las estéticas insulares de los
últimos años de Galdós tuvo su eco tardío en la afamada declaración del
Manifiesto de El Hierro en 1975- el año de la muerte de Franco- cuando artistas
de la talla de Martin Chirino- el escultor de las espirales guanches que acaba
de fallecer este mismo año- elevaron a los cuatro vientos cardinales la
afirmación esencialmente atlántica y tricontinental de que “la universalidad
radica en nuestro primitivismo”. Este lado profundo, biocéntrico, renovador de
la mirada hacia la naturaleza y la sociedad representada en las islas y en la
infancia del ser humano contiene un dispositivo emancipatorio que conecta otras
islas y otras épocas en una odisea de lo humano que convierte a la tarea de la
escritura en un proyecto cosmopoético.
Y mirar a los ojos de Galdós
es posible también a través de las sombrasen curso de sus personajes. Volver a caminar con él la carrera de San
Jerónimo que abre el primer capítulo de la Fontana de oro evidencia a todas
luces ese guiño maravillante de todo lo literario y artístico que hace que las
cosas que fueron representadas por la pluma del escritor se acaban convirtiendo,
trasmutando en el modelo, en el arquetipo, en la imagen. Y ya todo lo demás en
el transcurso funesto de la vida se parecerá en algo a lo que fue escrito. Como
le sucedió al personaje de Clara en la via crucis del capítulo treinta y ocho
de la Fontana de oro, “apartó la vista de aquella claridad, miró al lado
opuesto, miró a la calle, en derredor, y no vio nada (…) Parecíale como una
falange de astros humanos, de cielos y mundos en forma de seres vivos que allí
se determinaban dentro del espacio mismo de una llama sin fin. Cada uno
engendraba miles, cada mil un millón”.
Galdós hablo poco de sí mismo y mucho desde los demás. A propósito de su condición nómada, errante, insularia
nos confiesa en alusión a su amigo José María de Pereda: “él no duda, yo sí. Él
es un espíritu sereno, yo un espíritu turbado, inquieto. Él sabe adonde va,
parte de una base fija. Los que dudan mientras él afirma, buscamos la verdad y
sin cesar corremos hacia donde creemos verla, hermosa y fugitiva”.
EL escritor canario Don
Benito Pérez Galdós provenía de las islas atlánticas de la Macaronesia, que al
decir de los griegos representan el lugar divino por excelencia en la tierra,
las islas afortunadas. La huella humana que pervive en el archipiélago atesora
un sinfín de procedencias y destinos,
como dijo el poeta surrealista André Breton, las islas son la zona ultrasensible
del planeta. Y para volver de nuevo a mirar a Galdós es posible hacerlo en los
ojos de otros poetas, artistas y escritores de las islas como él que habitan el
tiempo distinto y profundo de los volcanes atlánticos.
LO dijo Galdós por boca de
uno de sus personajes al final de Fortunata y Jacinta, fechada la novela en
Madrid en junio de 1887 “Porque yo veo ahora todos los conflictos, todos los
problemas de mi vida con una claridad que no puede provenir más que de la razón
(…) No encerrarán mi pensamiento… resido en las estrellas”
Samir Delgado
Boston-Gran Canaria,
abril / octubre 2019
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