Georges Braque “l´oiseau et son ombre" (1959-1961)
Conferencia. “La mirada creativa. El museo como espacio de ciudadanía”
Museo de Arte de Mazatlán, Día Internacional de los Museos 2022
El
Premio Nobel griego Odisseas Elytis cuenta que su amor por la poesía surgió
desde fuera de la literatura. Un día paseando por el Museo Británico encontró
un papiro con fragmentos de Safo, como “un seña de amistad” entre los siglos.
Este acontecimiento personal trasladó su memoria de escritor a los años de
infancia, a la mirada perpleja sobre la luz de Grecia, al origen de la
civilización occidental. Un museo puede ser el lugar del mundo futuro, dijo
también Novalis. Los museos son espacios de temporalidad universal, se asemejan
a la mesosfera: allí es donde se desintegran las estrellas fugaces.
En este día internacional de
los museos quiero hablar de la mirada creativa, lejos de la fórmula de
entretenimiento con que se estandarizan los patrones de relación social en
nuestra sociedad del espectáculo terminal, donde todo es show y la lógica de
vivencias parecen tener como única validación la abigarrada acumulación caótica
del like en las redes sociales. Si todo fluye como dijo Parménides, el ahora de
la ciudadanía a nivel global se aproxima mucho a una nada ante el espejo, a la
pesadilla de la razón. Por eso, ante la desmesura de una realidad actual con
migraciones, escaladas bélicas, feminicidios, corrupción, tristeza, los museos
que un día fueron un pulso de pervivencia y de conservación sobre lo que ya fue
y sigue siendo, pienso en el mítico Museo Nacional de Antropología en Ciudad de
México, tal vez los museos prolongan una chispa de la memoria, del
reconocimiento del flujo del tiempo, del espacio habitable que todavía escapa
por su silencio al predominio de los escaparates, de las pantallas.
A lo largo de los últimos años
he encontrado en el diálogo con la pintura de diferentes artistas un punto de
conexión con un pasado desposeído de su caducidad inherente, la vida de los
museos consiste en una relación abierta donde su actualidad se palpa en un
rumbo compartido del acontecer. En México hay miles de museos, esta ciudad
atesora un Museo de Arte que a orillas del Pacífico está llamado a convertirse
en un lugar de paso para las nuevas expresiones artísticas: New Media, pintura
y escultura, instalaciones. La puerta está abierta y junto a la dinámica de
talleres que convocan a la ciudadanía cada semana en este recinto, se puede
vaticinar una estela importante de este museo en el mapa contemporáneo
mexicano.
Como hoy es el Día internacional de los museos, yo quisiera contarles de mi experiencia como autor y crítico de arte. He visitado en calidad de escritor algunos museos importantes, recuerdo una lectura de poemas en el Museo de arte de Medellín, Colombia. De aquella luz y de aquella hora conservo un recuerdo nítido y placentero. ¿De dónde vino mi predilección por escribir sobre pintura? Hay un cuadro de Braque, titulado “L´oiseau et son ombre, I” de 1959, que puede valer como detonante de mi memoria personal sobre el papel del arte en la vida y la trascendencia de los museos.
Lo vi muchas veces en mi
adolescencia transcurrida en un lugar muy parecido a Mazatlán, en el sur de una
isla atlántica que fue el capítulo histórico de mayor impacto del monocultivo
del sol, en el marco saturado de imágenes de una vida social en una comunidad
turística-superpoblada. Aquel cuadro forma parte de mi despertar a la vida de
la cultura y la raíz de una poética que se ha ido configurando en mi
experiencia de escritura, algo que entiendo como una vía de emancipación
respecto a la decadencia y el desgaste devenido en el espacio masificado de las
islas, de las zonas costeñas, de los territorios transfronterizos de la piscina,
el hotel y la discoteca que tocan de lleno el destino de Mazatlán, donde nos
encontramos ahora, en su Museo de arte.
Durante los años 90, aquel
cuadro de Braque ubicado en la recepción de unos apartamentos, supuso la referencia
fundacional de mi motivación a escribir sobre pintura, a esto que llamo la
mirada creativa. Una obra de arte puede
llegar a ser capaz de procurar un indicio mínimo de salvación frente a la
mercantilización generalizada de todas las referencias estéticas que subyacen
al universo urbano de una ciudad de nuestros días. Esta experiencia radicada en
la imagen rememorada de un cuadro de Braque, contiene por sí un halo mistérico
que hace de la mirada creativa un proyecto de vida. Y precisamente, la
prosecución de la búsqueda sustentada en torno a la pintura, los paisajes de la
vida personal y su configuración estructural en el escenario de nuestra
sociedad líquida, adquiere un alto grado de certeza a través de su contraste
con otras referencias literarias que jalonan buena parte de los ecos de autores
que admiro y en los que una revelación sobre el paisaje de la infancia
fundamenta una constante estética vital. De este pasaje de las “Cartas del que
regresa” de Hugo Von Hoffmannsthal, fechadas alrededor de 1900, se encuentra la
contemplación consciente de una obra plástica concebida como donación de
sentidos, en el horizonte común de las experiencias artísticas y vitales, el
museo como espacio de rememoración, de epifanía, de existencia paralela:
“Tuve que prepararme bien antes
de ver ya a los primeros como a cuadros, en resumidas cuentas, como una
unidad-¿pero luego?, luego ya vi, luego los vi todos, cada uno en particular y
todos juntos, y la naturaleza en ellos y la fuerza del alma humana que había
dado forma allí, a la naturaleza, al árbol, al arbusto, al campo y a la
vertiente que allí se hallaban pintados, y, aún más, lo que había detrás de la
pintura, su singularidad, la indescriptible marca de su destino-, todo lo vi
hasta el punto de perder ante aquellos cuadros el sentimiento de mí mismo, de
volverlo a recobrar con fuerza, y de volverlo a perder (…) Pero, ¿cómo
transcribir con palabras algo tan inconcebible, tan súbito, tan fuerte, tan
intransmisible? Podría procurarme fotografías de los cuadros y enviártelas,
pero que te aportarían- qué te añadirían los cuadros mismos acerca de la
impresión que me causaron y que es, por lo tanto, absolutamente personal, un
misterio entre mi destino, los cuadros y yo”
De su pluma, del hálito confesional de su testimonio, es posible extraer una referencia sustancial sobre el poder salvífico de un solo cuadro en un museo para el desarrollo de una biografía personal, aquellas imágenes consteladas en un museo que pueden llegar a eclosionar -en el sujeto contemplador- la modulación de un haz de luz, capaz de irradiar las zonas de la sensibilidad hipertrofiada por el consumo y el estado decadente de la civilización. Un mismo latido de reconciliación como en aquel sueño fílmico de Kurosawa, en el que su protagonista, por la gracia concedida del arte cinematográfico al servicio de la catarsis, accedía al interior de los cuadros de Van Gogh para vivenciar de algún modo propio, los colores de su universo particular, persiguiendo con ansiedad la pista solemne del pintor holandés.
Ante esta obsesión por un
cuadro, de la intuición de los índices de verdad -revelatoria o interrogativa-
que rigen para el común de los mortales en la dialéctica de la contemplación
consciente de una obra artística, ya el propio Georges Didi-Huberman en su
libro sobre Aby Warburg y el análisis novedoso del papel de la imagen, advertía
acerca del prisma de las propiedades de supervivencia en el tiempo, de la
naturaleza diacrónica y fantasmal que retorna a la mirada humana bajo el efecto
perturbador de las contradicciones, de sus intrincamientos y de la primordial
latencia de sus fugacidades sintomáticas, derivadas en el flujo de la
existencia.
Un mosaico de referencias que
plantean de forma lúcida una visión panorámica en torno a la herencia de
clásicos como Panofsky y Winckelmann en el ejercicio de la historia del arte, y
la relectura de la propuesta de Warburg en el arte contemporáneo. Él mismo como
principal artífice del atlas Mnemosyne, fue quien “sustituía el modelo natural de los ciclos <<vida y muerte>>
y <<grandeza y decadencia>> por un modelo resueltamente no natural
y simbólico, un modelo cultural de la historia en el que los tiempos no se
calcaban ya sobre estadios biomórficos sino que se expresaban por estratos,
bloques híbridos, rizomas, complejidades específicas, retornos a menudo
inesperados y objetivos siempre desbaratados”. Así, de esta idea de una
historia cultural a través de la cual podemos entender nuestro devenir y
encrucijada, nuestra pertenencia a un horizonte común, la mirada al mundo a
través de la pintura y las obras de arte nos revela otra ventana distinta, un
barandal con vistas a espacios de vivencia que laten en las pinturas, en los
museos, en el espacio de ciudadanía que sostiene la propia idea de mirar, de
ver, de estar viendo.
¿Qué papel juegan los cuadros,
las imágenes que vivimos todas las veces posibles dentro de un museo? ¿Cuáles
son las determinaciones simbólicas y representativas del pathos histórico que
experimentamos dentro de un museo? Mientras en nuestros días hay millones de
seres humanos que migran como pobladores flotantes de circuitos turísticos
programados en torno al espacio social híbrido del mar y el cielo, como aquí en
Mazatlán donde el lugar es visitable por unos días bajo la constante del
turista que proviene de lejos, el ejercicio de la escritura dedicada a las
obras de arte y a la vivencia de los museos juega el papel de un hipervínculo
para el desarrollo potencial de un diálogo, fuera del tiempo de los relojes, la
obra literaria de la mirada creativa, que transforma el silencio del museo en
un diálogo interior, afianza un muestrario especular de todas las
contradicciones, sobrecargas y clarividencias que habitan el imaginario de lo
propiamente humano en un momento fracturado de la historia teledirigida,
digitalizada, virtualizante.
Thomas Struth |
Hay unas fotografías del alemán
Thomas Struth, Museum photographs, que
me fascinan, allí se proyecta una rememoración vivencial de los ciudadanos turistas
y la verdad pictórica representativa del estado actual de la cuestión. Esta
entrevisión de las colas y de las personas transitando frente a las pinturas,
repetida durante múltiples ocasiones en el transcurso masivo de la vida en los
museos mundiales, ha supuesto un indicio primigenio para la comprensión
consecuente de los factores que irradian la determinación social hacia los
productos turísticos hegemónicos que todo lo hechizan, en donde las obras de
arte y los referentes culturales de cualquier época son rebajados a su
condición de utilidad mínima, con función espuria comercial, destinando la
mínima experiencia del arte a la conversión en espacios turificados de todo
aquello visible, en perímetros de relación social y de lugares de paso,
estadías pasajeras y vacacionales, que resultan enajenadas de su hipotética
dimensión cosmopolita.
Lo he vivido personalmente en
el Moma o el Guggenheim de Nueva York, pasé horas enteras en el Metropolitan,
es lo que creo que es cierto porque lo he visto con mis propios ojos, al igual
que se ve el Guernica de Picasso cara a cara y se siente el dolor y la muerte.
De este modo, volviendo sobre
las consideraciones críticas que el autor Zygmunt Baumann sostiene acerca de la
sociedad líquida, de hiperconsumo, queda patente la uniformización lacerante
del hechizo provocado por la relación turística globalizada, donde “la reducción del espacio entraña la
abolición del tiempo. Los habitantes del primer mundo viven en un presente
perpetuo, atraviesan una sucesión de episodios higiénicamente aislados, tanto
del pasado como del futuro”. Así se conciben los museos desde las políticas
estatales, lugares neutros que son visitables para la mayoría, bajo los
supuestos de acceso libre a la cultura, al arte, a la belleza. No obstante,
como todo en la vida, el signo de lo político que sospechamos que irradia su
influjo en todo ser viviente, la vida de los museos refleja el estado del
mundo, la naturaleza de la vida humana, las representaciones de una historia
total que tiene en los museos su lugar de peregrinación. Una ciudad sin museos,
un territorio sin memoria, está condenado a la desaparición.
Así tal vez, teniendo en cuenta
la magia que suscita la entrada a un museo, vemos únicamente durante el
trasiego ocular, quien mira una pintura o una escultura en un museo, debe
asumir los peligros del vínculo consumista frente al cuadro, como aquello que
se ve y está para ser visto, y el reducto íntimo de la mirada creativa que
esparce en la subjetividad de quien mira las posibles itinerancias de una
relación liberante, es la suerte de la escritura, de la motivación radical de
ciudadanía. Mi experiencia de la poesía en torno a pinturas y artistas me ha
hecho pensar mucho este duelo, el de la mirada a la naturaleza, al otro, al
mundo, que se desvanece en el imperio de lo consumible. Tal vez los proyectos
de escritura posibilitaron un breve estallido en añicos de los sentidos
instrumentales que gravitan en la relación turificada y cosificante con la
realidad, en los museos encontré una salida.
Quiero recordar ahora la
relación con la belleza anhelada que surge de una de las últimas confidencias
de John Berger, en la entrevista del Premio Cálamo concedida en 2005, en donde
afirma: “cuando pensamos algo bello, nos imaginamos mirándolo, pero en
realidad, quizás lo bello sea lo que nosotros queremos que nos mire”. Y esa
mirada a la pintura y sentirnos mirados, partícipes de los colores, formas y
abstracciones del mundo sucedido y en transcurso, será una forma de reclamar
los museos como espacios de ciudadanía, como vida vivida, mundo habitable.
S.D
Puerto de Mazatlán
18 de mayo de
2022
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