viernes, 20 de mayo de 2022

Un cuadro de Braque

 

                                                         Georges Braque “l´oiseau et son ombre" (1959-1961)

Conferencia. “La mirada creativa. El museo como espacio de ciudadanía”
Museo de Arte de Mazatlán, Día Internacional de los Museos 2022


El Premio Nobel griego Odisseas Elytis cuenta que su amor por la poesía surgió desde fuera de la literatura. Un día paseando por el Museo Británico encontró un papiro con fragmentos de Safo, como “un seña de amistad” entre los siglos. Este acontecimiento personal trasladó su memoria de escritor a los años de infancia, a la mirada perpleja sobre la luz de Grecia, al origen de la civilización occidental. Un museo puede ser el lugar del mundo futuro, dijo también Novalis. Los museos son espacios de temporalidad universal, se asemejan a la mesosfera: allí es donde se desintegran las estrellas fugaces.

En este día internacional de los museos quiero hablar de la mirada creativa, lejos de la fórmula de entretenimiento con que se estandarizan los patrones de relación social en nuestra sociedad del espectáculo terminal, donde todo es show y la lógica de vivencias parecen tener como única validación la abigarrada acumulación caótica del like en las redes sociales. Si todo fluye como dijo Parménides, el ahora de la ciudadanía a nivel global se aproxima mucho a una nada ante el espejo, a la pesadilla de la razón. Por eso, ante la desmesura de una realidad actual con migraciones, escaladas bélicas, feminicidios, corrupción, tristeza, los museos que un día fueron un pulso de pervivencia y de conservación sobre lo que ya fue y sigue siendo, pienso en el mítico Museo Nacional de Antropología en Ciudad de México, tal vez los museos prolongan una chispa de la memoria, del reconocimiento del flujo del tiempo, del espacio habitable que todavía escapa por su silencio al predominio de los escaparates, de las pantallas.

A lo largo de los últimos años he encontrado en el diálogo con la pintura de diferentes artistas un punto de conexión con un pasado desposeído de su caducidad inherente, la vida de los museos consiste en una relación abierta donde su actualidad se palpa en un rumbo compartido del acontecer. En México hay miles de museos, esta ciudad atesora un Museo de Arte que a orillas del Pacífico está llamado a convertirse en un lugar de paso para las nuevas expresiones artísticas: New Media, pintura y escultura, instalaciones. La puerta está abierta y junto a la dinámica de talleres que convocan a la ciudadanía cada semana en este recinto, se puede vaticinar una estela importante de este museo en el mapa contemporáneo mexicano. 

Como hoy es el Día internacional de los museos, yo quisiera contarles de mi experiencia como autor y crítico de arte. He visitado en calidad de escritor algunos museos importantes, recuerdo una lectura de poemas en el Museo de arte de Medellín, Colombia. De aquella luz y de aquella hora conservo un recuerdo nítido y placentero. ¿De dónde vino mi predilección por escribir sobre pintura? Hay un cuadro de Braque, titulado “L´oiseau et son ombre, I” de 1959, que puede valer como detonante de mi memoria personal sobre el papel del arte en la vida y la trascendencia de los museos.

Lo vi muchas veces en mi adolescencia transcurrida en un lugar muy parecido a Mazatlán, en el sur de una isla atlántica que fue el capítulo histórico de mayor impacto del monocultivo del sol, en el marco saturado de imágenes de una vida social en una comunidad turística-superpoblada. Aquel cuadro forma parte de mi despertar a la vida de la cultura y la raíz de una poética que se ha ido configurando en mi experiencia de escritura, algo que entiendo como una vía de emancipación respecto a la decadencia y el desgaste devenido en el espacio masificado de las islas, de las zonas costeñas, de los territorios transfronterizos de la piscina, el hotel y la discoteca que tocan de lleno el destino de Mazatlán, donde nos encontramos ahora, en su Museo de arte.

Durante los años 90, aquel cuadro de Braque ubicado en la recepción de unos apartamentos, supuso la referencia fundacional de mi motivación a escribir sobre pintura, a esto que llamo la mirada creativa.  Una obra de arte puede llegar a ser capaz de procurar un indicio mínimo de salvación frente a la mercantilización generalizada de todas las referencias estéticas que subyacen al universo urbano de una ciudad de nuestros días. Esta experiencia radicada en la imagen rememorada de un cuadro de Braque, contiene por sí un halo mistérico que hace de la mirada creativa un proyecto de vida. Y precisamente, la prosecución de la búsqueda sustentada en torno a la pintura, los paisajes de la vida personal y su configuración estructural en el escenario de nuestra sociedad líquida, adquiere un alto grado de certeza a través de su contraste con otras referencias literarias que jalonan buena parte de los ecos de autores que admiro y en los que una revelación sobre el paisaje de la infancia fundamenta una constante estética vital. De este pasaje de las “Cartas del que regresa” de Hugo Von Hoffmannsthal, fechadas alrededor de 1900, se encuentra la contemplación consciente de una obra plástica concebida como donación de sentidos, en el horizonte común de las experiencias artísticas y vitales, el museo como espacio de rememoración, de epifanía, de existencia paralela:

Tuve que prepararme bien antes de ver ya a los primeros como a cuadros, en resumidas cuentas, como una unidad-¿pero luego?, luego ya vi, luego los vi todos, cada uno en particular y todos juntos, y la naturaleza en ellos y la fuerza del alma humana que había dado forma allí, a la naturaleza, al árbol, al arbusto, al campo y a la vertiente que allí se hallaban pintados, y, aún más, lo que había detrás de la pintura, su singularidad, la indescriptible marca de su destino-, todo lo vi hasta el punto de perder ante aquellos cuadros el sentimiento de mí mismo, de volverlo a recobrar con fuerza, y de volverlo a perder (…) Pero, ¿cómo transcribir con palabras algo tan inconcebible, tan súbito, tan fuerte, tan intransmisible? Podría procurarme fotografías de los cuadros y enviártelas, pero que te aportarían- qué te añadirían los cuadros mismos acerca de la impresión que me causaron y que es, por lo tanto, absolutamente personal, un misterio entre mi destino, los cuadros y yo

De su pluma, del hálito confesional de su testimonio, es posible extraer una referencia sustancial sobre el poder salvífico de un solo cuadro en un museo para el desarrollo de una biografía personal, aquellas imágenes consteladas en un museo que pueden llegar a eclosionar -en el sujeto contemplador- la modulación de un haz de luz, capaz de irradiar las zonas de la sensibilidad hipertrofiada por el consumo y el estado decadente de la civilización. Un mismo latido de reconciliación como en aquel sueño fílmico de Kurosawa, en el que su protagonista, por la gracia concedida del arte cinematográfico al servicio de la catarsis, accedía al interior de los cuadros de Van Gogh para vivenciar de algún modo propio, los colores de su universo particular, persiguiendo con ansiedad la pista solemne del pintor holandés.

Ante esta obsesión por un cuadro, de la intuición de los índices de verdad -revelatoria o interrogativa- que rigen para el común de los mortales en la dialéctica de la contemplación consciente de una obra artística, ya el propio Georges Didi-Huberman en su libro sobre Aby Warburg y el análisis novedoso del papel de la imagen, advertía acerca del prisma de las propiedades de supervivencia en el tiempo, de la naturaleza diacrónica y fantasmal que retorna a la mirada humana bajo el efecto perturbador de las contradicciones, de sus intrincamientos y de la primordial latencia de sus fugacidades sintomáticas, derivadas en el flujo de la existencia.

Un mosaico de referencias que plantean de forma lúcida una visión panorámica en torno a la herencia de clásicos como Panofsky y Winckelmann en el ejercicio de la historia del arte, y la relectura de la propuesta de Warburg en el arte contemporáneo. Él mismo como principal artífice del atlas Mnemosyne, fue quien “sustituía el modelo natural de los ciclos <<vida y muerte>> y <<grandeza y decadencia>> por un modelo resueltamente no natural y simbólico, un modelo cultural de la historia en el que los tiempos no se calcaban ya sobre estadios biomórficos sino que se expresaban por estratos, bloques híbridos, rizomas, complejidades específicas, retornos a menudo inesperados y objetivos siempre desbaratados”. Así, de esta idea de una historia cultural a través de la cual podemos entender nuestro devenir y encrucijada, nuestra pertenencia a un horizonte común, la mirada al mundo a través de la pintura y las obras de arte nos revela otra ventana distinta, un barandal con vistas a espacios de vivencia que laten en las pinturas, en los museos, en el espacio de ciudadanía que sostiene la propia idea de mirar, de ver, de estar viendo.  

¿Qué papel juegan los cuadros, las imágenes que vivimos todas las veces posibles dentro de un museo? ¿Cuáles son las determinaciones simbólicas y representativas del pathos histórico que experimentamos dentro de un museo? Mientras en nuestros días hay millones de seres humanos que migran como pobladores flotantes de circuitos turísticos programados en torno al espacio social híbrido del mar y el cielo, como aquí en Mazatlán donde el lugar es visitable por unos días bajo la constante del turista que proviene de lejos, el ejercicio de la escritura dedicada a las obras de arte y a la vivencia de los museos juega el papel de un hipervínculo para el desarrollo potencial de un diálogo, fuera del tiempo de los relojes, la obra literaria de la mirada creativa, que transforma el silencio del museo en un diálogo interior, afianza un muestrario especular de todas las contradicciones, sobrecargas y clarividencias que habitan el imaginario de lo propiamente humano en un momento fracturado de la historia teledirigida, digitalizada, virtualizante. 


Thomas Struth

Hay unas fotografías del alemán Thomas Struth, Museum photographs, que me fascinan, allí se proyecta una rememoración vivencial de los ciudadanos turistas y la verdad pictórica representativa del estado actual de la cuestión. Esta entrevisión de las colas y de las personas transitando frente a las pinturas, repetida durante múltiples ocasiones en el transcurso masivo de la vida en los museos mundiales, ha supuesto un indicio primigenio para la comprensión consecuente de los factores que irradian la determinación social hacia los productos turísticos hegemónicos que todo lo hechizan, en donde las obras de arte y los referentes culturales de cualquier época son rebajados a su condición de utilidad mínima, con función espuria comercial, destinando la mínima experiencia del arte a la conversión en espacios turificados de todo aquello visible, en perímetros de relación social y de lugares de paso, estadías pasajeras y vacacionales, que resultan enajenadas de su hipotética dimensión cosmopolita.

Lo he vivido personalmente en el Moma o el Guggenheim de Nueva York, pasé horas enteras en el Metropolitan, es lo que creo que es cierto porque lo he visto con mis propios ojos, al igual que se ve el Guernica de Picasso cara a cara y se siente el dolor y la muerte.   

De este modo, volviendo sobre las consideraciones críticas que el autor Zygmunt Baumann sostiene acerca de la sociedad líquida, de hiperconsumo, queda patente la uniformización lacerante del hechizo provocado por la relación turística globalizada, donde “la reducción del espacio entraña la abolición del tiempo. Los habitantes del primer mundo viven en un presente perpetuo, atraviesan una sucesión de episodios higiénicamente aislados, tanto del pasado como del futuro”. Así se conciben los museos desde las políticas estatales, lugares neutros que son visitables para la mayoría, bajo los supuestos de acceso libre a la cultura, al arte, a la belleza. No obstante, como todo en la vida, el signo de lo político que sospechamos que irradia su influjo en todo ser viviente, la vida de los museos refleja el estado del mundo, la naturaleza de la vida humana, las representaciones de una historia total que tiene en los museos su lugar de peregrinación. Una ciudad sin museos, un territorio sin memoria, está condenado a la desaparición.

Así tal vez, teniendo en cuenta la magia que suscita la entrada a un museo, vemos únicamente durante el trasiego ocular, quien mira una pintura o una escultura en un museo, debe asumir los peligros del vínculo consumista frente al cuadro, como aquello que se ve y está para ser visto, y el reducto íntimo de la mirada creativa que esparce en la subjetividad de quien mira las posibles itinerancias de una relación liberante, es la suerte de la escritura, de la motivación radical de ciudadanía. Mi experiencia de la poesía en torno a pinturas y artistas me ha hecho pensar mucho este duelo, el de la mirada a la naturaleza, al otro, al mundo, que se desvanece en el imperio de lo consumible. Tal vez los proyectos de escritura posibilitaron un breve estallido en añicos de los sentidos instrumentales que gravitan en la relación turificada y cosificante con la realidad, en los museos encontré una salida.

Quiero recordar ahora la relación con la belleza anhelada que surge de una de las últimas confidencias de John Berger, en la entrevista del Premio Cálamo concedida en 2005, en donde afirma: “cuando pensamos algo bello, nos imaginamos mirándolo, pero en realidad, quizás lo bello sea lo que nosotros queremos que nos mire”. Y esa mirada a la pintura y sentirnos mirados, partícipes de los colores, formas y abstracciones del mundo sucedido y en transcurso, será una forma de reclamar los museos como espacios de ciudadanía, como vida vivida, mundo habitable.


S.D

Puerto de Mazatlán

18 de mayo de 2022

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