martes, 30 de mayo de 2023

"Árboles y escalera" (El retorno de Juan Ismael)

 

Juan Ismael, "Árboles y escalera" (1947)

 Conferencia en el Centro Juan Ismael de Fuerteventura

 

Fuerteventura es una isla atlántica y en el devenir de la historia cósmica del archipiélago cumple su origen volcánico alrededor de unos veinte millones de años. Es imposible pensar humanamente el tiempo de esta cifra de la edad majorera —si acaso en términos poéticos—. Es muy probable que Unamuno durante sus cuatro meses de exilio en Puerto Cabras llegase a platicar con Ramón Castañeyra sobre la antigüedad de la isla. De hecho es conocida la pequeña biblioteca del salmantino en su Hotel Fuerteventura: el Nuevo Testamento, La Divina Comedia y los versos completos de Giacomo Leopardi. Hay un poema del italiano, de 1819 y  titulado “El infinito”, donde en endecasílabos blancos alude al viento que oye susurrar entre árboles y un infinito silencio, resultando que para el poeta le “es dulce el naufragio en este mar”. Con estos versos la localidad de Recanati a orillas del Adriático, se constituyó en referencia de lugar poético en la tradición italiana. Es lo que tienen la literatura y el arte, fundan espacios y evocan lo infinito. 

En La Oliva, municipio de Fuerteventura, nació en diciembre de 1907 el artista y poeta Juan Ismael, su vínculo existencial con los parajes majoreros es irrenunciable, hay en el anclaje natalicio de la condición humana una raíz que configura profundamente toda vida. Algo más que genética, algo menos que biografía, las pinturas y los poemas de Juan Ismael se parecen igual a como se relacionan los dos hemisferios del cerebro, el cuerpo calloso unifica con millones de fibras nerviosas ambas locaciones de la razón y de la intuición, se compenetran realmente. Juan Ismael, está presente en la isla de Fuerteventura a pesar de su andanza vital por numerosas ciudades, su obra plástica es en cierto modo — muy majorera— igual que su poesía. ¿Y qué puede definir lo propio de una isla como Fuerteventura? Su soledad.

La creación es una actividad de producción de imágenes, la mano crea objetos de utilidad cotidiana y también puede producir cosas cuya función sea contemplativa, para la vista. Aristóteles afirmaba que la poiesis fabricaba algo distinto al sujeto y que la praxis era una acción inmanente vinculada a la sabiduría y poseía un rango de relación esencial para la virtud ciudadana en la polis griega. En nuestras islas, hubo poiesis y praxis —así fue el pasado siglo XX— en lugares de excepción que fueron habitados por Juan Ismael en sus años de formación, la Escuela de Artes y Oficios de Santa Cruz de Tenerife y la Escuela Luján Pérez de Las Palmas de Gran Canaria. Salió de la isla Juan Ismael para hacerse artista, sin embargo algo del origen fundante, de los vientos y de la calima, la aulaga y el mar majoreros transcurre en su imaginario surrealista, en los fotocollages, en las arenas abstractas. No es una denominación de origen, sino de destino. La teleología insular se ha definido como aquel sentido que atraviesa las manifestaciones culturales, artísticas y literarias de la condición insular, cuyo devenir expresa una conciencia de pertenencia y de afinidad, con sus coordenadas naturales, históricas y hasta climatológicas, una pintura y un poema también acontecen, son imágenes de lo humano realizado que trascienden por su vínculo con un territorio, de ahí que tanto más cercanas, más universales.

Se sabe y se ha comentado que Juan Ismael empezó a darse cuenta del mar en su pintura cuando llegó a Madrid, su primera exposición en Ateneo está datada en 1933, eran los años efervescentes de la II República, había tenido participación en varias revistas —por ejemplo Cartones y la propia Gaceta de Arte, además de Mensaje junto a Pedro Pinto de la Rosa, el enlace que resultaría decisivo para su futura correspondencia y serie de dibujos de las manos de Laura Grote—, son las revistas los lugares de encuentro que fueron de vital importancia en esas décadas para el auge de la vanguardia y que, a día de hoy, no puede comprenderse Canarias sin ellas. De hecho, sobre la imbricación del artista majorero en el ambiente cultural y artístico de la Meseta central, hay referencias sobre el paso de Juan Ismael por la ciudad de Segovia, donde aprendió el arte cerámico, su raigambre de hombre curtido en el imaginario de cierto clasicismo onírico y la presencia de figuras biomorficas en sus series de dibujos de tinta y acuarela sobre papel, nos ofrecen a la postre un retrato robot del talante y el talento de un creador insular, cuya estatura y sensibilidad, de algún modo, estaban predestinadas a un largo viaje, el de la vida y el de la obra donada, porque son los años de creación un espacio de proyección hacia fuera que se vuelven imagen, algo por ver y sentir, eso es la pintura. La isla de Fuerteventura es un lugar de soledades compartidas.

La primera vez que visité Maxorata fue en la adolescencia, la idea de isla se conforma a través de los itinerarios vitales, de ahí que muchos creadores encontraron en el horizonte insular un pozo de inspiración permanente, incluso contagiando a otros artistas y escritores sobre el influjo vernáculo, Óscar Domínguez maravilló los cafés surrealistas contando de la arena negra y del sueño del volcán en su isla natal. Fue tan surrealista el de Tacoronte, que protagonizó algún que otro suceso con armas de fuego en París y se cortó de un tajo las venas en una nochevieja solitaria. Las islas influyen y confluyen en el espectro de innúmeras representaciones pictóricas y no menos en la narrativa y la poesía multitud de lenguas y tradiciones. En el Caribe, la referencia del Nobel antillano Derek Walcott resulta providencial para superar el concepto de periferia y de margen que ha estado distorsionando la propia condición insular, dijo el de Santa Lucía que los mestizos, habitantes del Nuevo Mundo, no deben sentir la nostalgia por el pasado edénico extraviado de los europeos, siendo su origen el futuro, el cosmopolitismo que embriaga la pluralidad de sus sangres. 

Hay en la plástica nacional cubana, artistas de una potencia universal que no podrían entenderse sin la referencia fundacional de la poesía de Silvestre de Balboa, el grancanario cubanizado. Pienso en la línea de flotación afro caribeña de Wifredo Lam y la lírica abstracta de Felipe Orlando, la cubanidad transpira en los vértices y ángulos del multiverso cromático de ambos artistas. De este modo, una tradición y un espacio físico se interrelacionan en el devenir de sus existencias paralelas, el territorio plástico brinda una puerta abierta al geográfico futuro, por eso Canarias se puede entender en las palmeras y casas de colores de Jorge Oramas, en los fósiles manriqueños o la arpillera de Millares, incluso estando aquí en la Fuerteventura contemporánea, yo apuesto por las series de Greta Chicheri como estética tardía de lo posturístico y una ontología lúdica de la insularidad majorera. Cuando estuve por primera vez en Fuerteventura nunca supe de Unamuno, ni de Domingo Velázquez, a lo inhóspito de las extensiones de isla presentida desde la ventanilla de un coche se sumaba un sentimiento de gratitud íntima, de ensueño embrionario, era la primera vez que miraba a una isla como isla.  

Ya la siguiente vez todo fue bien distinto, sí pude ver de refilón un lugar en La Oliva, donde aparecía una placa sobre Juan Ismael  —fue acaso una ilusión óptica, lo recuerdo perfectamente—, fue volver a ver entonces, una isla visitada en la memoria, allí el oleaje barroco de Cofete y la subida ritual a Tindaya, la visita pasajera a Betancuria y el paladeo al sorbete de salitre y sol de El Cotillo, por aquellos tiempos ya inmerso en la polémica de su urbanización. La presencia de la isla más antigua del archipiélago evoca un astro inmemorial, hace diez años me despedí de las islas en un viaje a Madrid que comenzó aquí, en Fuerteventura, este retorno ahora es a Juan Ismael, es el retorno de Juan Ismael en mi memoria. Y créanme que la velada de esta tarde en la capital majorera supone un paréntesis de reflexión para atisbar la función y el propósito —porque toda recepción de una creación implica su estima y balance— y hay en esta posteridad habitada, unos árboles y la escalera de Juan Ismael que sugestionan y realzan una invitación al sueño, a la memoria, a la soledad total.

De la producción de Juan Ismael mucho se ha dicho ya. Hay un catálogo bellísimo de la Galería Artizar, titulado “Los anhelos contenidos” de 2011, lo abro de par en par. Hay dibujos de Juan Ismael que acompañan a la manera de ilustraciones a unos poemas de Joe Bousquet, lo explica todo Ángel Sánchez, Premio Canarias de Literatura. La plaquette se titula “Eucheria” y fue pergueñada como una publicación original en la Revista Fablas en 1973, donde a los poemas del surrealista francés se sumarían los dibujos de Juan Ismael, es un diálogo potente y resolutivo donde la tinta y acuarela sobre papel del canario apuntalan los siete poemas del autor nacido en Carcasonne, ese lugar al cual viajó Juan Eduardo Cirlot, catalán, a la búsqueda de no se sabe qué señal. Dicen los versos del francés, “la carne cerrada en los confines de planetas extremos / cruzando en los ecos de lo que había en nosotros”, es suficiente y absoluto. Artizar es una galería pequeña en el casco lagunero, en este catálogo mantienen correspondencia Carlos Eduardo Pinto y Andrés Sánchez Robayna, son mails intercambiados entre ambos para tratar sobre la pintura y la vida de Juan Ismael. El artista majorero fue pródigo en su correspondencia, llevo conmigo desde hace días sus cartas a Eugenio Padorno, profesor amigo y poeta que ha hecho una labor inmensa en el rescate de la vertiente literaria de Juan Ismael, también he leído algunas cartas a Laura Grote y familia, hay alguna también de Neus Gas, su esposa, este es un espacio vital de misivas que dan cuenta con una transparencia radical sobre el pulso del artista, sus quehaceres y ensueños, preocupaciones y asuntos varios que delatan una existencia volcada en la conciencia propia del designio de la creación. Justamente, entre el material epistolar de Juan Ismael —como digo lugar providencial de su retorno latente— son las cartas al poeta José Corredor-Matheos las que detienen mi atención. 

Antes de su periplo como emigrante a Venezuela, Juan Ismael regala al catalán un cuadro, “El paisajista y sus ojos”, como agradecimiento a sus atenciones, el poeta reconoce que aquella amistad fue interrumpida durante el período de permanencia en Caracas, allí junto a Pedro González y otros emigrantes canarios configuró Juan Ismael una etapa de vida enigmática y misteriosa, que supone un pórtico para futuros retornos de su mundo. Pepe, Corredor-Matheos dictó algunas conferencias sobre la pintura de Juan Ismael y las cartas son elocuentes y sinceras, se cita en el apéndice de la correspondencia publicada en 2007 algunas referencias de otros autores y críticos sobre la obra juanismaeliana, entre otras la entrevisión de la “metamorfosis” de su arte en palabras de Carlos Pinto Grote —poeta cuyo centenario se celebra en absoluto silencio en estas fechas— y una cita expresa que se rescata de la conferencia de Antonio Dorta, de la exposición surrealista del canario en el Ateneo de Madrid en 1933, y se habla de una venganza de Canarias: “estos paisajes, inspirados, en las tierras de Fuerteventura y sur de Tenerife, ofrecen lo más fuerte y áspero del paisaje insular: Canarias sin pintoresquismos, y en ello consiste la venganza, este mensaje sin halagos que un isleño lleva a Madrid ” 

¿Puede entenderse la pintura de Juan Ismael como una ventana al sueño y a la pesadilla, a la esperanza y al dolor, de su isla? El vínculo de la vida del artista con Fuerteventura es simbólico —el factor natalicio todo lo resume—, sin embargo la confluencia en los diversos lineamientos temáticos que estructuran su producción plástica hay un soplo de aire majorero que interpela al observante de cualquier procedencia y religión. Además, fue Juan Ismael un artista asociado a múltiples iniciativas de pintores independientes y de arqueros contemporáneos que asumían el reto y el desafío de decir y hacer algo nuevo, no es la pintura de Juan Ismael un refugio aislado y aislante, está urdida de onirismo y de arenas, abstracción y surrealismo, imagínense el momento crucial de la manufactura de piezas paradigmáticas que vistas a una misma vez nos revelan el todo y sus partes del potencial artístico de Juan Ismael, por ejemplo la Balada para bergantín  junto al Caballo de Archimboldo, la Tarde de Otoño y El Peregrino, o también los fotomontajes en serie, La escalera de la evasión, El acordeón marino y Los anhelos contenidos que da título al catálogo ya mítico de la Galería Artizar. 

Juan Ismael se dice que fue un hombre sensible —como herido —por la gracia y el don de su vocación artística y literaria, una isla como Fuerteventura la imagino igual, en ella habita por siempre el Caballo verde para la poesía de Juan Ismael, su halo de misterio y embrujo, el poder de imantación de sus personajes, el alto grado de su onirismo, que nada tiene que envidiar de un Dalí o un De Chirico, su potencial muy a la par con el universo surrealista de su compañero de generación, Óscar Domínguez  —cuya Cueva de guanches es imprescindible para el imaginario de su Tenerife natal—, hacen de Juan Ismael un artista necesario y hasta renacentista, por la envergadura total de su luz y de su mundo.

Ahora que he vuelto a Fuerteventura para compartir esta cita con los árboles y la escalera de Juan Ismael —obra que por cierto hace años se subasta— debo confesar que su imaginario soporta sobre los hombros todo el peso y el amor de una isla, a decir verdad, los cuadros del pintor inoculan una emanación de salitre y sueño, de sol y espuma, de esqueleto y nube, que devuelven a la insularidad atlántica todo su poder de ser sentida y vivida, con tantos millones de años de historia impensable y apenas intuida, la pintura es el retorno del artista, Juan Ismael. Yo, que acabo de llegar a Fuerteventura y que de algún modo nunca me fui, así funciona la memoria y el duende, confieso que por la ventanilla del avión me ha parecido ver a Astarté.

 

Muchas gracias

 

Samir Delgado, 2023


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