Alejandra Freymann ( México, 1983) |
La
artista Alejandra Freymann es una joven creadora nacida en México y radicada en
Cuenca desde su etapa universitaria como alumna de Bellas Artes, conocí su obra
durante mi primer verano castellano y como dije entonces, muestra talento
imaginativo para la consolidación ascendente de su proyección internacional.
La
mirada de Freymann cataliza un paisajismo onírico de “lo exterior interior” con
una profundidad metafísica personalísima que ratifica todos los pronósticos de
la crítica sobre su trayectoria artística individual. Entre los lienzos al
completo de su trabajo creativo aparecen señales renovadas de ese minimalismo
narrativo ecosistémico, tan peculiar en su forma de pintar, una pátina cercana
a una especie de representación sui generis del mundo como limbo
transfronterizo. Hay un bestiario con figuras persistentes que remiten a la
relación de inmanencia que subyace entre los seres vivos de la cadena extraalimentaria.
Hay ríos anónimos que pululan las regiones glocales originarias- tan cercanas
como idílicas-, y hay una atmósfera geomántica cosmovisional que otorga a cada
cuadro un valor en sí mismo para la reflexión sobre la frágil condición de toda
aventura existencial.
Para
descubrir los diversos componentes del universo mental recreado en la pintura
de Alejandra Freymann solamente hace falta que el visitante contemple su
propuesta estética durante unos minutos. Entonces, todos los resortes de la
cotidianidad saltarán por los aires en una inmersión distinta a la realidad,
donde el lenguaje de cierta infantilidad familiar se entremezcla con lo
mistérico fenomenológico en formato de pantalla plana. Las siluetas de la
mayoría de sus personajes recuerdan en algo a los dibujos esencialistas de un
cuaderno extraviado de Saint-Exupéry, pero también a la configuración
tardomoderna de las videoconsolas con aquellos lugares de tránsito vedado y
espacios sucesivos de un juego permanente donde “algo ha sucedido” y nos
sentimos parte constitutiva de la partida. En esta magicidad epistémica radica
la propuesta de su pintura, construida en soledad y a la antigua usanza, pero
que hace revivir la pasión por el propio proceso pictórico en el panorama
desalentador de los actuales circuitos artísticos contemporáneos.
En
el imaginario personal de la artista ya son habituales las fogaleras o
luminarias en noches de cielo abierto, una fauna arcádica distintiva y
extraordinaria con tigres, lobos o ciervos plasmados en blanco que dan pistas
sobre la irreversibilidad medioambiental. También las típicas casetas de
campaña y telescopios como signos civilizatorios básicos a la deriva en el
ordenamiento del ser humano sobre lo circundante cognoscitivo. Pero sobre todo
lo demás, una peculiar denominación de origen: alejandra freymann. Y es que una
sola visita a su céntrico estudio conquense, entre pilas de revistas Quercus y
la omnipresencia del viejo gato Marcelo, bastaría para que el público reconozca
las claves sobre su pulso creativo centrado en un halo de extranjeridad y una
ética ecovitalista del límite.
Alejandra
Freymann procede de padres belgas y mexicanos, si bien la joven artista pasó
buena parte de su infancia en Sevilla, reconociendo la herencia personal en la
propia búsqueda de la identidad. Ella es mujer, y se extraña con razón sobre la
invisibilidad de las mujeres en el firmamento pictórico universal. Tal vez su
paso frustrado por los Boy Scouts tuviese algo que ver con ese pálpito alpino
que hace de sus cuadros un auténtico sistema orográfico para la fantasía.
Incluso sus raíces familiares se encuentran en la región de Spa, ese lugar
fundacional para el turismo de aguas termales en cuyos bosques legendarios
transitó en noches fugitivas un poeta llamado Guillaume Apollinaire.
A
fin de cuentas, los cuadros de Alejandra Freymann tienen ese aura de lo normal
sobrevenido extraordinario sobre el espacio íntimo universal. Están bien
asentados en la difícil conjugación de la noosfera de figuraciones
psicosociales y las volumetrías subjetivas sobre el potencial perceptivo de
nuestra imaginación. La escapada visual a sus montañas es de largo recorrido y
ofrecen ellas solas un salvoconducto- tan ideal como necesario- frente a la
mentalidad esquizo productivista y ultraconsumidora de estos tiempos
cibernéticos de hoy.
Samir
Delgado, 2013
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