José Martí visto por el artista cubano Roberto Fabelo (Camagüey, 1950) |
Que la mirada de José Martí alcanzó todas
las lunas ocultas del continente americano no cabe duda tras la inmensa huella
literaria que dejó en su dilatada vida el héroe nacional cubano. A comienzos de
este año con motivo de un nuevo aniversario natalicio de Martí tuvo lugar en el
sur de Gran Canaria la presentación de un libro de la cubana Elsa Vega Jiménez,
un hecho feliz que mantiene avivada la llama del parentesco y la filiación
histórica entre Canarias y Cuba, además de la permanente actualidad del poeta
que celebró como nadie la grandeza del espíritu de todos los isleños.
Y es que ya son lugares comunes en la
historia de la literatura en español la incursión novedosa de sus Versos
sencillos de 1891 en el momento de apogeo precoz del modernismo literario,
también la exploración existencialista de una subjetividad martiana que suponía
en aquellos momentos finiseculares una auténtica avanzadilla intelectual, más
acá de iconos filosóficos europeos como el danés Kierkegaard.
Y más aún, la inconmensurable obra
periodística de la que fue primera pluma freelance de la historia de América
sigue siendo un faro de referencia, debido al alcance estilístico de sus
corresponsalías para periódicos de tirada internacional que marcaron un hito de
Nueva York a Buenos Aires. La literatura en todas sus vertientes fue para Martí
la vida misma: lo biográfico como espacio dialéctico de expresividad,
confirmación y desenlace total.
Cada uno de los quehaceres creativos en
el talento demiúrgico de Martí, dejaron
para la posteridad la pista memorable de una figura auroral de la literatura
mundial, que no cesa de deparar nuevos vestigios de su grandeza. En el
horizonte cultural de la criollidad y del mestizaje constitutivo del acervo
antropológico del Caribe, la obra martiana depara un caudal fértil de elementos
referenciales que fundan una cosmovisión panamericana de actualidad perenne.
Es
el hechizo poético de la insularidad, que fue entrevisto por Lezama Lima a
través del designio de una teleología, de aquella finalidad redentora de la
clarividencia que brindaba, a todas luces después del suceso de Dos Ríos, el
ensueño real del paisaje cubano debelado como patria libre, lo que hizo de
Martí el eslabón universal del vocero de las naciones oprimidas que aspiran a
la necesaria soberanía para su desarrollo, la democracia efectiva y la
participación plural en el firmamento de los pueblos de la tierra. Desde 2010
conservo el recuerdo de mi viaje al festival de poesía habanero donde me regalaron
un libro único en el que se rescataban los testimonios de los niños ya ancianos
que vieron con sus propios ojos al hombre de carne y hueso que fue Martí.
El cubano de madre canaria que aprendió el nombre de todos los palos y
flores que había a su alrededor en los días de su diario de campaña. Incluso de
la ecología y la ética de la sostenibilidad mundial, tan en boga durante las
últimas décadas en el pensamiento crítico y las ciencias ambientales debido al
incremento de los factores de riesgo a escala planetaria del nivel de polución,
extinción de especies y pérdida incalculable de ecosistemas, Martí y su
literatura suponen un exponente en primicia acerca del grado de conciencia
sobre la pertenencia del ser humano a la naturaleza, de la simbiosis entre la
sensibilidad humana y el conocimiento del medio ambiente. El hombre sincero de
donde crece la palma auguraba el canto ecolírico del respeto sagrado a la
herencia natural de la biosfera y el desarrollo integral de una vida en paz con
los demás seres vivos.
Todo Martí desvela bondad, la factura escritural
de su ejemplo plasma la dimensión práctica del deber intelectual y la altura
moral en un tiempo hostil que le tocó vivir, asumiendo para sí el reto, el
desafío y la predestinación de una lucha y una causa, la de toda América, por
ser libre y dar cuenta de sí ante el destino.
Además de todo ello, el autor cubano que
firmó de su puño y letra los versos del Ismaelillo allá por 1882 y las entregas
de la revista La Edad de Oro publicadas en Norteamérica durante 1889, había
instaurado una relación con la infancia que desglosa como pocos escritores una
versatilidad tan abrumadora capaz de entremezclar junto a la militancia
política más decidida, aquella ternura del amor filial hacia el hijo y el ímpetu
de solidaridad hacia las nuevas generaciones con un magnetismo imperecedero.
La literatura para Martí fue el campo de
expansión espiritual en el que fraguó su esencia liberadora, la vida toda y la
literatura en sí se confabularon en suprema dialéctica para constituirse en
mito: el poeta, el insurrecto, el padre y el hombre, cuyo amor por la belleza y
vocación de mártir siguen ofreciendo un testimonio de vida capaz de irradiación
universal.
Martí no sació su curiosidad infinita y
su capacidad inventiva a lo largo de una estela biográfica que concluyó
heroicamente en la campiña del oriente cubano durante el conocido episodio de
mayo de 1895. Todavía hoy siguen suponiendo un colofón para las letras su
primera noticia para el habla hispana del poeta Walt Whitman, otro de los vates
de dimensión universal que conoció muy bien Martí. De esto mismo hablé en
México el pasado verano con Waldo Leyva y Margarita Sánchez Gallinal, a
propósito de la herencia martiana en toda América. Y qué decir de la dimensión
política de su trasiego vital como diplomático de altura, conferenciante y
traductor, si bien en la literatura martiana caben todos los prismas, ángulos
de visión y diagonales polivalentes de una dedicación plena a la cubanidad, al
humanismo y a la libertad.
En Gran Canaria vive una gran estudiosa
del cubano universal y en Tenerife permanecen las huellas de Leonor Pérez, la
madre isleña de un niño irrepetible que tuvo ojos para la totalidad de lo
existente.
Sigamos leyendo a Martí.
Samir Delgado, 2018
(Publicado originalmente en Revista Dragaria, Islas Canarias)
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