domingo, 25 de marzo de 2018

Leyendo a Martí: "El hombre sincero de donde crece la palma"

José Martí visto por el artista cubano Roberto Fabelo (Camagüey, 1950)

Que la mirada de José Martí alcanzó todas las lunas ocultas del continente americano no cabe duda tras la inmensa huella literaria que dejó en su dilatada vida el héroe nacional cubano. A comienzos de este año con motivo de un nuevo aniversario natalicio de Martí tuvo lugar en el sur de Gran Canaria la presentación de un libro de la cubana Elsa Vega Jiménez, un hecho feliz que mantiene avivada la llama del parentesco y la filiación histórica entre Canarias y Cuba, además de la permanente actualidad del poeta que celebró como nadie la grandeza del espíritu de todos los isleños.

Y es que ya son lugares comunes en la historia de la literatura en español la incursión novedosa de sus Versos sencillos de 1891 en el momento de apogeo precoz del modernismo literario, también la exploración existencialista de una subjetividad martiana que suponía en aquellos momentos finiseculares una auténtica avanzadilla intelectual, más acá de iconos filosóficos europeos como el danés Kierkegaard. 

Y más aún, la inconmensurable obra periodística de la que fue primera pluma freelance de la historia de América sigue siendo un faro de referencia, debido al alcance estilístico de sus corresponsalías para periódicos de tirada internacional que marcaron un hito de Nueva York a Buenos Aires. La literatura en todas sus vertientes fue para Martí la vida misma: lo biográfico como espacio dialéctico de expresividad, confirmación y desenlace total.

Cada uno de los quehaceres creativos en el talento demiúrgico de Martí,  dejaron para la posteridad la pista memorable de una figura auroral de la literatura mundial, que no cesa de deparar nuevos vestigios de su grandeza. En el horizonte cultural de la criollidad y del mestizaje constitutivo del acervo antropológico del Caribe, la obra martiana depara un caudal fértil de elementos referenciales que fundan una cosmovisión panamericana de actualidad perenne.

 Es el hechizo poético de la insularidad, que fue entrevisto por Lezama Lima a través del designio de una teleología, de aquella finalidad redentora de la clarividencia que brindaba, a todas luces después del suceso de Dos Ríos, el ensueño real del paisaje cubano debelado como patria libre, lo que hizo de Martí el eslabón universal del vocero de las naciones oprimidas que aspiran a la necesaria soberanía para su desarrollo, la democracia efectiva y la participación plural en el firmamento de los pueblos de la tierra. Desde 2010 conservo el recuerdo de mi viaje al festival de poesía habanero donde me regalaron un libro único en el que se rescataban los testimonios de los niños ya ancianos que vieron con sus propios ojos al hombre de carne y hueso que fue Martí.  

El cubano de madre canaria que  aprendió el nombre de todos los palos y flores que había a su alrededor en los días de su diario de campaña. Incluso de la ecología y la ética de la sostenibilidad mundial, tan en boga durante las últimas décadas en el pensamiento crítico y las ciencias ambientales debido al incremento de los factores de riesgo a escala planetaria del nivel de polución, extinción de especies y pérdida incalculable de ecosistemas, Martí y su literatura suponen un exponente en primicia acerca del grado de conciencia sobre la pertenencia del ser humano a la naturaleza, de la simbiosis entre la sensibilidad humana y el conocimiento del medio ambiente. El hombre sincero de donde crece la palma auguraba el canto ecolírico del respeto sagrado a la herencia natural de la biosfera y el desarrollo integral de una vida en paz con los demás seres vivos.

Todo Martí desvela bondad, la factura escritural de su ejemplo plasma la dimensión práctica del deber intelectual y la altura moral en un tiempo hostil que le tocó vivir, asumiendo para sí el reto, el desafío y la predestinación de una lucha y una causa, la de toda América, por ser libre y dar cuenta de sí ante el destino.

Además de todo ello, el autor cubano que firmó de su puño y letra los versos del Ismaelillo allá por 1882 y las entregas de la revista La Edad de Oro publicadas en Norteamérica durante 1889, había instaurado una relación con la infancia que desglosa como pocos escritores una versatilidad tan abrumadora capaz de entremezclar junto a la militancia política más decidida, aquella ternura del amor filial hacia el hijo y el ímpetu de solidaridad hacia las nuevas generaciones con un magnetismo imperecedero.

La literatura para Martí fue el campo de expansión espiritual en el que fraguó su esencia liberadora, la vida toda y la literatura en sí se confabularon en suprema dialéctica para constituirse en mito: el poeta, el insurrecto, el padre y el hombre, cuyo amor por la belleza y vocación de mártir siguen ofreciendo un testimonio de vida capaz de irradiación universal.   

Martí no sació su curiosidad infinita y su capacidad inventiva a lo largo de una estela biográfica que concluyó heroicamente en la campiña del oriente cubano durante el conocido episodio de mayo de 1895. Todavía hoy siguen suponiendo un colofón para las letras su primera noticia para el habla hispana del poeta Walt Whitman, otro de los vates de dimensión universal que conoció muy bien Martí. De esto mismo hablé en México el pasado verano con Waldo Leyva y Margarita Sánchez Gallinal, a propósito de la herencia martiana en toda América. Y qué decir de la dimensión política de su trasiego vital como diplomático de altura, conferenciante y traductor, si bien en la literatura martiana caben todos los prismas, ángulos de visión y diagonales polivalentes de una dedicación plena a la cubanidad, al humanismo y a la libertad.

En Gran Canaria vive una gran estudiosa del cubano universal y en Tenerife permanecen las huellas de Leonor Pérez, la madre isleña de un niño irrepetible que tuvo ojos para la totalidad de lo existente.

Sigamos leyendo a Martí.

Samir Delgado, 2018

(Publicado originalmente en Revista  Dragaria, Islas Canarias)

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