Desde la ventanilla del primer avión de un largo itinerario de regreso a Las Palmas de Gran Canaria he visto un desierto con nubes de Baja California, la bruma matinal de Tijuana y un atisbo del océano Pacífico. Ya con horario de Madrid también he vuelto a contemplar otro paisaje auroral, el de la Castilla profunda con un atardecer primaveral, inundado de colores pastel, ocres de la memoria de un solar rememorado por Galdós en muchos de sus escritos.
Para llegar a la isla se debe cruzar el Atlántico, otro paisaje más para culminar este pórtico de un regreso al mar iluminado, aquella única eternidad descubierta por Rimbaud. En esta tarde de velada cultural en la Casa Museo Pérez Galdós quiero recuperar esos paisajes, la realidad de toda mirada contiene una dimensión escribible, este carácter diáfano y poliédrico de la palabra y la imagen unidas hacen de los libros un patrimonio tangible capaz de manifestar una verdad, una “aletheia”, una revelación de conocimiento.
Creo que las novelas de Galdós son espejos vivientes que nos hablan al oído reclamando ser vistas, he visto La Fontana de Oro en Madrid y las calles aledañas de El Parnasillo, siempre me acuerdo estando en Madrid de aquella imagen de Manuel Padorno, poeta varado en Castilla, cuando dijo que Madrid olía a Galdós, también le pasó algo parecido a Martín Chirino, y a Manuel Millares, las ciudades se entienden a través de los libros que hablan de ellas, así sucede con Nueva York y Lorca, no es posible uno sin la otra.
Todos estos paisajes que quiero compartir en esta Casa Museo constituyen una estampa íntima para la imaginación evocativa, la realidad se constituye mayormente de imágenes, las recreaciones oculares que la mente humana asimila y reconstruye en un proceso cerebral incógnito para la mayoría. De esa realidad se puede decir de todo por ser vivida de muchos modos, escribir la realidad es una forma de eternizarla, quienes la habitan tendrán un sinfín de maneras de contarla y hacerla suya, la realidad es un crisol de experiencias infinitas por ser humanas. Todos los personajes de Galdós forman parte del pasado y por haber sido escritos habitan un tiempo propio, el de la literatura.
Todas las literaturas han forjado una perspectiva original de los modos de existencia y de las realidades de otros tiempos, pasados y futuros, el valor de la escritura contiene un compromiso esencial que arraiga en lo propiamente humano, somos memoria y tiempo vivible, como los personajes de novela, la ficción no necesariamente escapa de la realidad, muchas maneras de narrar han asumido el factor decisivo de ser vida contada que influye y manifiesta el orden de la realidad, esta es una de las vivencias de la literatura más universales, lo dijo Cortázar en el prólogo del "Libro de Manuel", lo que se cuenta anticipa modos de existencia que se desean perdurables, el escritor es un hacedor de mundos, el demiurgo de carne y hueso que se nutre de imágenes y subsiste y pervive a pesar del silencio de la desmemoria y el desarraigo incontenible de la era virtual y del vacío que nos está tocando vivir.
Creo que autores de hoy como Alessandro Baricco, a quien tuve la oportunidad de conocer hace años en Madrid, adquieren el impulso de su escritura en el valor ético de la fabulación, volver a decir el mundo y la necesidad de contarlo es de cara al futuro un paradigma esencial, especialmente por los excesos de la virtualidad de las pantallas y de las nuevas tecnologías, lo invisible está en todos lados, la humanidad corre el riesgo de una ceguera irremisible, la vida se nos escapa de las manos.
He querido comenzar esta conferencia con algunos paisajes de la travesía hasta esta isla atlántica, de regreso ya tras un período intenso y fecundo de residencia en México, quiero hablar hoy de José Revueltas, el escritor mexicano nacido en Durango en 1914, año crucial del siglo XX, natalicio también de Octavio Paz, nuestro Premio nobel. Y digo nuestro por mi asumida mexicanidad, los isleños que emigramos a América podemos exigir una doble pertenencia al idioma, creo que la identidad es eso, una elección vital de apego a un paisaje, a un modo de expresarlo, a un acento distinto que comparte la universalidad de una lengua. He hablado de José Revueltas ya en multitud de ocasiones para referirme a la ciudad de Francisco Villa y de los alacranes, era hora de hacerlo en mi isla, en la Casa Museo Galdós, creo que se cumple así un designio y un compromiso asumido de lealtad y de agradecimiento a las tierras mexicanas que me han dado cobijo y renacimiento.
Y precisamente hablar de Revueltas, implica hacerlo del papel del escritor como figura de la historia, en estos tiempos de incertidumbre quiero reivindicar más que nunca el valor inconmensurable de quien escribe a pesar de la rareza y la extravagancia que, a día de hoy, sigue implicando escoger esta condición errática y peregrina mayormente de las existencias posibles de la vida, defender a quienes asumen el reto irredimible de escribir, de resistir escribiendo, ante los avatares de la existencia social que es una barricada ante las amenazas reales de extinción y de pérdida que ensombrecen el nuevo siglo, el futuro.
De hecho, lo dije en otra ocasión en este mismo lugar, la universalidad de Galdós está en su ausencia de la isla, en su insularidad atlántica habitada desde la lejanía, Don Benito escribía como se mirar al mar, en su totalidad fluyente, en su devenir episódico, en su absoluta transparencia de las almas vistas como a través del agua y el sol, de nuevo la imagen de la isla, el realismo evocante y solidario de las otras vidas, de la vida que nace a la mirada, de los paisajes morales de un territorio y de un tiempo infinito. José Revueltas hizo de la escritura su caballo de batalla, como Galdós contó lo que se veía y lo que no, dio luz a una obra narrativa y cuentística capaz de asumir el peso de la historia, como lo evoca el crítico Evodio Escalante, también duranguense, la literatura de Revueltas es “una máquina de escribir” que confronta y ajusta cuentas con el poder, en los libros suyos hay dolor y hay sufrimiento, los libros sufren y compadecen, están vivos de tanta muerte a sus espaldas. Su segunda novela “El luto humano” cifra el espanto y la desolación de la guerra cristera, en la mayoría de narraciones incluidas en volúmenes como “Dios en la tierra” o “Dormir en tierra” se visibiliza un acabamiento, el movimiento interno de la historia donde las existencias humanas confrontan la dureza y la hostilidad del destino, nos cuenta Revueltas:
"¿De dónde venía esa pesadilla? ¿Cómo había nacido? Parece que los hombres habían aprendido algo inaprensible y ese algo les había tornado el cerebro cual una monstruosa bola de fuego, donde el empecinamiento estaba fijo y central, como una cuchillada. Negarse. Negarse siempre, por encima de todas las cosas, aunque se cayera el mundo, aunque de pronto el Universo se paralizase y los planetas y las estrellas se clavaran en el aire. Los hombres entraban en sus casas con un delirio de eternidad, para no salir ya nunca, y tras de las puertas aglomeraban impenetrables cantidades de odio seco, sin saliva, donde no cabían ni un alfiler ni un gemido. Era difícil para los soldados combatir en contra de Dios, porque Él era invisible, invisible y presente, como una espesa capa de aire sólido o de hielo transparente o de sed líquida. ¡Y cómo son los soldados! Tienen unos rostros morenos, de tierra labrantía, tiernos, y unos gestos de niños inconscientemente crueles. Su autoridad no les viene de nada. La tomaron en préstamo quién sabe dónde y prefieren morir, como si fueran de paso por todos los lugares y les diera un poco de vergüenza todo. Llegaban a los pueblos solo con cierto asombro, como si se hubieran echado encima todos los caminos y los trajeran ahí, en sus polainas de lona o en sus paliacates rojos, donde, mudas, aún quedaban las tortillas crujientes, como matas secas”.
Quiero mencionar entonces, junto a Galdós y a Revueltas, en defensa del papel de quien escribe, a autores como Miguel Delibes y José Luis Sampedro, a Manuel Vázquez Montalbán, a Goytisolo, intelectuales del panorama hispanohablante que se han ido recientemente en los últimos lustros, su presencia en la cultura representa un valor primordial para el pensamiento y la ética, es el escritor un ser moral en esencia y entre comillas, que está más allá de la verdad y la mentira convencionales. De hecho, cuando Saramago escribió La caverna dijo todo lo que se podía decir de un mundo porvenir que hace de su condición de posibilidad la propia experiencia del desarraigo y de la extorsión a la vida, muy a pesar de los siglos continuamos bajo el cielo de la incertidumbre y el caos, más visible ahora en el actual estado de alarma pandémica, a pesar del progreso y de las máquinas, la esperanza de un mundo mejor es una promesa insatisfecha y de eso supo Galdós cuando la ceguera invadió su mundo interior y la memoria fue entonces el último hábitat definitivo de su realidad poblada de sombras, rostros y perfiles que como al comienzo de Miau, salen en tromba a las cuatro de la tarde hacia la Plaza del Limón, con “algazara de mil demonios” y se hacen himno y belleza.
La palabra escrita es un cúmulo galáctico a pequeña escala, contiene fuerza y movimiento, late en su propio ecosistema, y el escritor asume el desafío de decir y en esa dimensión ética se encuentra la raíz del valor humano de la escritura, la identidad conciudadana de los escritores de todas las épocas. Para Azorín, la vigencia de un escritor clásico se encuentra en la sensación de que cuando se lee hay una representación propia que refleja las inquietudes de la existencia de quien lee. También para Albert Camus el designio de la rebeldía era consustancial a la hora de la escritura, él que provenía de raíces argelinas, solicitaba a los intelectuales de Francia intransigencia y dignidad frente a los embates de la desigualdad y la penuria humana.
Novelar es una forma de supervivencia y creo que Galdós hizo de su arte un modo de convivir con sus congéneres, tal vez la manera más viva y real de ser libre estaba en el derecho a contar lo que se vive, y Galdós recreó en sus libros el retablo del espíritu humano en la sociedad española de su época, universalizó el devenir de las vidas en su tiempo vivido, eternidad y cosmopolitismo de la palabra.
Por ejemplo, en "La familia de León Bloch" se sabe que Galdós hizo la crítica del neocatolicismo y del auge de la modernidad capitalista, la cuestión de la fe y del fanatismo y de la decadencia social insostenible y de la libertad, son temas fecundos y coincidentes que a la hora de establecer un paralelismo deseable con la narrativa de José Revueltas hace posible que surja el signo de admiración y de sorpresa, de encandilamiento, este asombro íntimo que quiero trasladar aquí, en la Casa Museo, en un momento crucial de la sociedad humana que a nivel planetario se encuentra ante nuevos riesgos y viejas incertidumbres. Los escritores avivan la llama de la conciencia y proyectan el estado de emergencia a su total visibilidad.
El premio Nobel griego Odyseas Elytis hablaba del esperma negro, la tinta de las literaturas nacionales que pronunciaban las distintas formas de perseverar en el tiempo humano del planeta. Este papel de la literatura como espacio simbólico, como hábitat de las sombras de todo lo que sucede, me parece recurrente para establecer en el corpus de un autor o una autora un alto grado de verdad reveladora sobre el acontecer de las existencias. José Revueltas en un pasaje de sus diarios, otorgaba su parecer al respecto:
“Nadie tiene una verdad propia, privada, una verdad que tenga la virtud de aislarlo como a un profeta único. La verdad existe fuera de nosotros, con nosotros o contra nosotros, pero siempre, forzosa, necesariamente, es una verdad compartida y que triunfa. La tarea del escritor es descubrir esa verdad y tomar su partido de una manera ardiente, violenta, total” (JR, OC, 18:96)
En este sentido, entre la narrativa de Galdós y José Revueltas se puede atisbar un espíritu compartido de transustanciar la realidad en palabra escrita, el lenguaje entendido como materia sígnica y como conducto ideológico, siguiendo los parámetros de Mijail Bajtin y su teoría dialógica del lenguaje, posibilita pensar en ambas literaturas como expresiones genuinas de su tiempo, uno fue depositario de los Episodios Nacionales, otro el cuestionador del orden y militante de la escritura que daría cuenta del lado moridor de las existencias. Siempre imagino alrededor de la figura de Galdós a un hombre solemnemente volcado en sus papeles diarios, prosa eminente y fluida, la escritura como dispositivo de reencarnaciones y ecos polifónicos, su registro de la realidad condensa la noosfera de un país y de unas circunstancias existencialmente absolutizadas en su trasvase del pliego de tinta, y Revueltas preso, extremada al límite la condición del hálito y del hilo de voz, el escritor mexicano que presiente su destino a cada instante, cuenta del otro como su congénere también, el lado galdosiano de la escritura se acentúa al grado del grito y la zozobra. Revueltas proviene del pensamiento materialista dialéctico, leninista y heterodoxo a un mismo tiempo, su célula Carlos Marx del Partido Comunista mexicano era el tabique de la resistencia imaginativa, del compromiso con los débiles y los pobres de la nación, lejos de la estructura del partido y de la jerarquía, era el escritor de los márgenes y del presidio.
Galdós republicano, anticlerical y progresista, democratiza la existencia y reivindica en su escritura la voz humana, hace la crónica magistral de su mundo, desde la Guerra de Independencia hasta la Restauración de Alfonso XII, qué decir del retablo total de Madrid en Fortunata y Jacinta, sus personajes aparecen y reaparecen en otros libros, la etapa final santanderina alude a lo mitológico en lugares como Ursaria y la propia Castilla de El caballero encantado donde se afronta el sistema caciquil y la decadencia fraguada bajo las consecuencias del 98 en España. En su devenir como escritor, Revueltas nace todavía en los períodos convulsos de la Revolución mexicana, todo su mundo trasciende paralelamente en la toma de conciencia de los traumas de una nación naciente a la modernidad, ambos escritores y ambas realidades eclipsan en libros de coyuntura existencial, se constituyen en mundos propios a la vista del lector.
Y vuelvo sobre lo dicho en otro momento en este mismo lugar, en otra travesía de ida y vuelta entre Canarias y México, Galdós fue depositario de la verdad de un tiempo, escribidor de los cambios sistemáticos de un país, hizo suyo el designio de contar la vida bajo el prisma de quien habita un lugar con la mirada del visitante, el relator proviene de lejos y llega para quedarse de todos los modos posibles, en el eco de las voces de sus personajes. La condición insular de Galdós fue compartida también por otro canario, Alonso Quesada, recuerden su Poema truncado de Madrid, para mí uno de los documentos escritos del modernismo literario de mayor enjundia y belleza, la voz del poeta atlántico que va y viene de la Metrópolis y expresa su disentimiento y su admiración, el escritor que posee el don de la visión y de la palabra, llegado de otros faros hacia el centro de la realidad, y comparado a Galdós, completa incluso su predestinación, reniega de la cultura del palacio y de la oficialidad, se regresa y se ausenta voluntariamente, vuelve al origen.
Como sucede con muchos otros autores y autoras de las islas, la hora canaria implica una distancia y una conciencia del mundo, no es exclusiva de un solo archipiélago, también otros escritores de ultramar y en otras lenguas habitan un mismo desconcierto: en verso tenemos a Walcott en las Antillas, y en prosa a Houellebecq que nació en el Índico, la ironía innata de la mirada del habitante insular también es posible encontrarla en las literaturas de la marginalidad y de la exclusión, en el latido universal de las voces que luchan por ser escuchadas, en la escritura y en los libros que aspiran a renacer un mundo nuevo. De esta procedencia y de esta denominación es la literatura de José Revueltas, repito, nacido en Durango, la nueva Vizcaya, territorio interior de la república mexicana, hábitat de los indios tepehuanos y huicholes, lugar de expolio minero y de emigración clandestina, de la sed del desierto y del vértigo de la Sierra Madre, sus personajes reviven la penitencia del misterio de la vida y el destino aciago de la perdición y la pobreza, la locura y el martirio.
Sus otros episodios literarios se construyen desde el cautiverio y la reclusión, son bocanadas de aire que cuentan la vida desdichada de personajes que se tambalean en la oscuridad del penal, desde Los muros de agua, escrita en 1940, hasta El Apando de 1969, el paso de Revueltas por la cárcel de las Islas Marías y de Lecumberri, a propósito de huelgas y protestas a favor de la dignidad del campesinado y de los estudiantes en 1968, recuerden la matanza de Tlatelolco, significó la encarnación en la mirada del escritor duranguense de un cosmos de vivencias capaz de echarse a la espalda todo el peso de su realidad, la tragedia individual y colectiva campa a sus anchas por las páginas del mexicano, así escribe en un post epígrafe de su primera novela:
“Imaginaba cosas prodigiosamente extrañas. Había olvidado quiénes eran los sujetos que estaban ahí y no podía darse una explicación satisfactoria. Desde luego aquello no era un sueño. Era la muerte, había muerto y todo eso se desarrollaba después de la muerte. Era esta como una explosión blanca, de electricidad que removía los nervios y los levantaba hacia el aire.
Pero, además, era un golpe asestado sobre el tiempo y el espacio, que hacía perdedizo el pasado, del cual no volvía a saberse nada en absoluta. Se vivía nada más el instante preciso, sin memoria y sin capacidad del porvenir, como una briznita de paja, abandonada en mitad del universo”
En un reciente volumen de la colección Centzontle, titulado “México: visitar el sueño” del francés Philippe Ollé-Laprune, con primera edición de 2011, se atestigua de modo sucinto la tesis de que la literatura ha sido el espacio fundamental en el que se ha desarrollado la tensión originaria sobre la noción de ocupación y de interpretación del territorio que proviene desde los albores de cualquier país. Escribir ha sido una forma de aplacar el misterio de México y tal vez, desde un vuelo rasante alrededor de la novelística revolucionaria de Revueltas, esta clave panorámica de la literatura como exorcismo y como sudario contenga un volumen de certeza que prolonga hacia los libros del mexicano una carga magnética de consecuencias imprevisibles. Leerlo es transitar el desierto y el penal, entrecruzar el martirio colectivo y la sed y el hambre y el presidio. Y de igual modo, leer a Galdós otorga un mosaico de existencias visitables que hace de su mundo literario un ventanal abierto de la problemática esencial de la propia entelequia de España. El documento escrito atesora un punto de vista, una expresión de la memoria y una forma de configurar la verdad de las cosas en esencia.
Este papel protagónico de la literatura hace que los textos reiteren el eco de una voz y una elección de estilo y una coyuntura histórica que caracteriza a la tradición de una lengua. De ahí que en tiempos distintos y aún en el mismo idioma, Galdós y Revueltas, fueron dos exiliados de su propio tiempo que naufragaron en la memoria de sus libros, testigos implacables de una realidad rediviva en cada página, dos buques insignias del idioma español, como Cervantes en sus días finales del Madrid de los Austrias y el barrio de las Musas, o Max Aub, otro de los escritores que quiero reivindicar a modo de despedida, autor de la generación del exilio republicano, sus personajes escritos en México provienen de la España desangrada bajo la tragedia imperdonable de la Guerra Civil.
Escritor entre dos cielos, su memoria configura el patrimonio desorbitado de quienes sufrieron en carne viva el tormento de la conflagración, sus diferentes Campos de la conocida serie de El laberinto mágico reclaman volver a ser leídos, discutidos y considerados en un mapa de la realidad social de España y México que a día de hoy, aún tan revueltiana la segunda como galdosiana la primera, precisan de nuevos espacios de ciudadanía, la literatura vuelve a sostener bajo sus umbrales todo el peso de la historia y escribir, escribir la realidad, vuelve a ser un canto de sirena capaz de irradiar un reencantamiento del mundo tan necesario como deseable, como sucede con los paisajes que constituyen nuestra memoria íntima del transcurso del tiempo y del espacio, aquellas iridiscencias imaginarias del agua y de la luz en el desierto de Baja California, entremezcladas con los ramalazos de azul ultramarino de mi isla y los ocres de Castilla que tienden hacia la nostalgia de todo interior, hacen de la mirada propia otro universo en expansión, recuperar el sentido de la vida y la autenticidad de todas las existencias es uno de los ingredientes ineludibles de la creación.
Los realismos de Galdós y Revueltas van tomados de la mano, los libros abren puertas, allí suceden cosas, sus voces nos llaman, al igual que el vacío hace de la ventanilla del avión a miles de pies de altura un mundo desconocido y palpitante, es el ángulo muerto de la eternidad: la palabra que se escribe.
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