Obra del artista Lahbib Fouad (Marruecos, 1955) |
Amazigh
quiere decir una persona libre,
así es como se llaman a sí mismos desde tiempos inmemoriales los habitantes de
buena parte del norte del continente africano. Sin una vinculación necesaria a
una nacionalidad determinada, el rico mosaico de la milenaria cultura bereber abarca desde los nómadas Tuaregs de Mali y Níger
hasta la Kabilia argelina,
pasando por los territorios del Rif
hasta las montañas del Atlas
donde sus vecinos practican el mismo alfabeto tifinagh que decoran nuestros propios yacimientos arqueológicos
en las islas.
Su pertenencia común a la rica
cultura amazigh supone un
vínculo transfronterizo que echa raíces en muchas partes de Europa, desde la Francia multicultural hasta la fría Holanda donde la diáspora berberófona
no ha perdido el nexo directo con sus lugares de origen. Es más, el prestigio
universitario que suponen los estudios sobre la cultura amazigh históricamente ubicados en París ya alcanzó a la propia Generalitat que ha creado un espacio oficial para la difusión de
la que es por derecho propio la tercera lengua más hablada de Cataluña. ¿Y qué pasa mientras tanto
en las islas?
A pesar del interés de los
últimos años por la realidad de nuestro continente vecino gracias a la creación
de Casa África y las políticas
de cooperación gubernamental, aún persiste un vacío institucional que fomente
con la normalidad de este nuevo siglo el hecho incontestable sobre los lazos de
parentesco que nos unen a la cultura amazigh.
Ya no sólo por la razón obvia de que la mayoría de la toponimia insular que da
nombre a nuestros pueblos procede de la lengua hablada por los antiguos
canarios y el estudio especializado de esta realidad presente en nuestra vida
cotidiana resulta una asignatura pendiente, sino también por la necesidad
urgente de estrechar el contacto fraternal con nuestro entorno geográfico y
salir de una vez de tanto aislamiento que alimenta la ignorancia y el racismo.
Atrás quedaron los empeños
distinguidos del doctor Juan Álvarez
Delgado que destacó por el acercamiento científico a nuestra cultura más
ancestral, la trayectoria mítica de Bethencourt
Alfonso considerado el fundador del folclore y cuyos impagables papeles
de análisis histórico fueron rescatados tras su muerte de un saco de papas. Y
la figura inolvidable de Hermógenes
Afonso de la Cruz, Hupalupa,
que llevó su amor a la tierra por lugares recónditos de Tenerife para conservar el mejor legado de piezas de cerámica
guanche que hoy descansan en las vitrinas del Museo.
La cultura amazigh está de moda, la potencia de
su fusión musical, las expresiones de arte contemporáneo y la difusión
internacional de su literatura van de la mano de un movimiento cívico por las
libertades y los derechos lingüísticos que es palpable a primera vista en la
cercana ciudad de Agadir, donde
imparte clases el prestigioso profesor Ahmed
Sabir.
Durante el invierno de hace unos
años conocí al polifacético artista Lahbib
Fouad, profesor vinculado al instituto oficial de Rabat y protagonista de un film documental presentado con éxito
en festivales de cine de Estados
Unidos y Canadá. Entre
sus maletas trajo pinturas y libros poéticos, se siente como en casa y con un
francés exquisito decía con entusiasmo nada más aterrizar “je suis amazigh”.
Samir Delgado, Una
casa mal amueblada, Baile del Sol, 2010
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