miércoles, 1 de marzo de 2017

"Je suis amazigh" (Apuntes sobre Canarias y la identidad ancestral del norte de África)

Obra del artista Lahbib Fouad (Marruecos, 1955)





Amazigh quiere decir una persona libre, así es como se llaman a sí mismos desde tiempos inmemoriales los habitantes de buena parte del norte del continente africano. Sin una vinculación necesaria a una nacionalidad determinada, el rico mosaico de la milenaria cultura bereber abarca desde los nómadas Tuaregs de Mali y Níger hasta la Kabilia argelina, pasando por los territorios del Rif hasta las montañas del Atlas donde sus vecinos practican el mismo alfabeto tifinagh que decoran nuestros propios yacimientos arqueológicos en las islas.

Su pertenencia común a la rica cultura amazigh supone un vínculo transfronterizo que echa raíces en muchas partes de Europa, desde la Francia multicultural hasta la fría Holanda donde la diáspora berberófona no ha perdido el nexo directo con sus lugares de origen. Es más, el prestigio universitario que suponen los estudios sobre la cultura amazigh históricamente ubicados en París ya alcanzó a la propia Generalitat que ha creado un espacio oficial para la difusión de la que es por derecho propio la tercera lengua más hablada de Cataluña. ¿Y qué pasa mientras tanto en las islas?

A pesar del interés de los últimos años por la realidad de nuestro continente vecino gracias a la creación de Casa África y las políticas de cooperación gubernamental, aún persiste un vacío institucional que fomente con la normalidad de este nuevo siglo el hecho incontestable sobre los lazos de parentesco que nos unen a la cultura amazigh. Ya no sólo por la razón obvia de que la mayoría de la toponimia insular que da nombre a nuestros pueblos procede de la lengua hablada por los antiguos canarios y el estudio especializado de esta realidad presente en nuestra vida cotidiana resulta una asignatura pendiente, sino también por la necesidad urgente de estrechar el contacto fraternal con nuestro entorno geográfico y salir de una vez de tanto aislamiento que alimenta la ignorancia y el racismo.

Atrás quedaron los empeños distinguidos del doctor Juan Álvarez Delgado que destacó por el acercamiento científico a nuestra cultura más ancestral, la trayectoria mítica de Bethencourt Alfonso considerado el fundador del folclore y cuyos impagables papeles de análisis histórico fueron rescatados tras su muerte de un saco de papas. Y la figura inolvidable de Hermógenes Afonso de la Cruz, Hupalupa, que llevó su amor a la tierra por lugares recónditos de Tenerife para conservar el mejor legado de piezas de cerámica guanche que hoy descansan en las vitrinas del Museo.

La cultura amazigh está de moda, la potencia de su fusión musical, las expresiones de arte contemporáneo y la difusión internacional de su literatura van de la mano de un movimiento cívico por las libertades y los derechos lingüísticos que es palpable a primera vista en la cercana ciudad de Agadir, donde imparte clases el prestigioso profesor Ahmed Sabir.

Durante el invierno de hace unos años conocí al polifacético artista Lahbib Fouad, profesor vinculado al instituto oficial de Rabat y protagonista de un film documental presentado con éxito en festivales de cine de Estados Unidos y Canadá. Entre sus maletas trajo pinturas y libros poéticos, se siente como en casa y con un francés exquisito decía con entusiasmo nada más aterrizar “je suis amazigh”.



Samir Delgado, Una casa mal amueblada, Baile del Sol, 2010

 

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