Reseña del libro “Pintura número 100” XXV Premio de Poesía Tomás Morales
Por María Jesús Alvarado
El pasado mes de noviembre tuve
el honor de participar en el Coloquio Iberoamericano de Poesía del mítico Claustro
de Sor Juana en Ciudad de México, un espacio de encuentro de diversas nacionalidades
que ha debido sortear esta coyuntura sanitaria global. Allí pude afirmar que una
tradición poética como la de Canarias está construida a contracorriente
respecto al centro y que aún siendo considerada como una región ultraperiférica
hubo en las islas un renacimiento, modernismo, surrealistas y poesía civil. Canarias
ha sabido reconstruir su propia tradición frente a las inercias del poder, por
lo que hoy en día la creación poética insular, naturalmente plural y diversa, posibilita
que un universo simbólico como el de los archipiélagos se reivindique como el
de los otros que nunca fueron y no dejaron ser, ya que nosotros somos los otros
en el revés del proceso de civilización. Pienso en Alonso Quesada o el Vizconde
de Buen Paso quienes regresan de sus viajes a Madrid con un mismo pálpito
desorbitado.
La tradición poética de las islas
bebe de la lengua española y sin embargo no debe arrastrar ninguna inferioridad
en su relación con otras tradiciones del español o de otras lenguas. Las islas
cuentan con un extenso patrimonio creativo en su devenir cultural, cada vez es
más necesaria la crítica literaria y el diálogo entre generaciones, sin embargo
de nada valen las exclusiones y los apartamientos de la rivalidad entre
tendencias, todas las voces suman la riqueza de la polifonía, por ello seguir
por la senda del desconocimiento de la amplia cartografía de la poesía canaria
no debería ser la pauta en la afirmación de alternativas. En el reciente artículo
del poeta Ernesto Suárez en los Cuadernos Hispanoamericanos, se ofrece una valiosa
miscelánea de elecciones personales sobre voces poéticas que abarcan desde los
años 80 hasta el 2020. A pesar de las habituales ausencias, sería muy positivo
para el diálogo crítico tener en cuenta a autores prominentes ya fallecidos
como José Carlos Cataño o Francisco Tarajano, distantes en la edad y en el
registro, pero que confirman la pluralidad de nuestro paisaje poético. Desde la
voz del poeta del desarraigo que habita la isla por la distancia y el poeta de
la identidad ancestral que regresa de la emigración. Como ellos hay una multitud
de poéticas múltiples que merecen ser consideradas sin el menosprecio del
silencio y manifiestan la existencia de una diversidad necesaria en la literatura
insular.
A pesar de la desaparición
crónica de revistas literarias con la llegada del milenio y de la inexplicable falta
de publicación de las actas de los últimos congresos de poesía canaria en lo
que llevamos de siglo, la tradición poética insular confluye en la transición
democrática hasta la Autonomía de un modo intergeneracional. Las islas navegan
desde el eco de las palabras hacia nuevas realidades y por eso las grandes carencias
de estudios canarios en la universidad y del apoyo institucional al libro
editado en las islas abona los terrenos del latifundio de nuestro propio desarraigo
dentro y fuera de las islas. La escritura poética en Canarias es una gran
aportación poco conocida aún en las literaturas hispanoamericanas, lo he presenciado
en foros académicos de la diáspora caribeña en Nueva York y en festivales como el
de Medellín.
Nuestras letras son un crisol de
posibilidades aún inexploradas, lejos de abandonar la isla tal vez lo que
precisamos es regresar nuevamente a ella, a la tierra inmemorial de los
imaginarios, si bien toda frontera implica un límite, la identidad
tricontinental de Canarias reúne las condiciones históricas de una personalidad
atlántica que puede significarse en alternativa universalmente deseable, frente
a los dogmas y elixires de la realidad dominante durante siglos. Ahí están las
poéticas de las otras insularidades de la Macaronesia, todavía bajo el silencio
de una distancia del idioma que pone a la luz la inacabada posibilidad de las teleologías
de lo insular como proyecto universalista, libre del disfraz del falso exotismo
y los jardines del bienestar superficial de los hoteles cinco estrellas que nunca
vieron Galdós o Dulce María Loynaz.
Puede resultar de interés un
verso del poeta fluvial francés Jacques Darras cuando afirma que la poesía es
una industria metafórica indígena, los seres vivos en tanto habitantes del
planeta precisan del imaginario de lo poético, de ahí que a pesar de la encrucijada
planetaria que cada vez se parece más a una segunda pérdida del paraíso en una
fase irreversible, resulta que la poesía, la literatura y las múltiples
disciplinas artísticas de la expresión humana son auténticos oasis en resistencia
sobre la corporalidad de todo signo, mantienen el pulso del humanismo y de los
acervos de la cultura que sostienen la utopía, lejos de la cortesanía oficial
del sistema que ha llevado montañas de paraliteratura a las librerías en crisis.
En la Universidad del Claustro de
Sor Juana de la Ciudad de México, un diálogo entre poetas de distintas procedencias
y lugares muestra que son necesarios los espacios de diálogo en la universidad.
Más allá de la gran tradición de la poesía existen las otras tradiciones de la
diferencia enriquecedora, de la diversidad por descubrir, sin tener que
rendirse más pleitesía a premios de poesía con nombres de la realeza. Por suerte,
existen circuitos internacionales de literatura que alientan el descubrimiento de
otras poéticas de la disidencia y del compromiso cívico, de la paz y de los
valores de la solidaridad y el multilingüismo, la necesidad de nuevas
alteridades que confluyan por medio del maravilloso vehículo de la palabra y de
los imaginarios que sobreviven a pesar del simulacro y de la repetición de un
espectáculo global que en Canarias se traduce en la visita de millones de
turistas al año. El paisaje social del sur turístico ha encontrado nuevos
filones de creación literaria en las generaciones de autores insulares nacidos
en los 80 y como sucedió en otras épocas la realidad tiene en la creación literaria
un espejo de proyección histórica.
Ante los desenlaces insospechados
de esta nueva crisis universal, la poesía canaria y la literatura
hispanoamericana pueden significarse como el lugar de la memoria y el salvoconducto
para la propia condición de nuestra humanidad, una encrucijada que nos ofrece
la posibilidad de reconceptualizar todo de nuevo, como sucedió en los tiempos
de la II República española, donde tras el auge de la vanguardia literaria llegó
el golpe de la dictadura de las derechas que todavía se atreven a retirar
poemas de Miguel Hernández en Madrid. Volver a tomar la palabra es el futuro y
el diálogo entre las poéticas de la insularidad nos conecta con la actualidad
de la cultura planetaria, de camino al deseado arcoíris de la convivencia y de
la pluralidad de voces, nativas y extranjeras, las narrativas del mestizaje y
del ensueño fundacional de la literatura de Canarias que nos recuerdan esa
búsqueda desde la perplejidad y la magua del existir en obras poéticas como la
de José María Millares Sall, quien sin salir de la isla, fundó el horizonte de
Liverpool.
14 de diciembre de 2020
Pintura número 100 se disculpa, busca apoyo en
el bastión insondable de la obra pictórica -la palabra ha de ser imagen para
ser poesía- de César Manrique, homenaje a quien antes de la palabra se hundió
en la poesía de la imagen, imagen voluble en cada golpe de instante, en cada
soplo, latido, del tiempo, aunque detenido tiempo, y la vertió, con los
pigmentos cósmicos de la lava, la luz y el océano, en el lienzo, la piedra, la
grieta, materia atlántica de isla, de universo, nunca de continente.
Pero Pintura número 100 es más que mirarse y verse en un espejo, simple
placer del contemplarse y desconocerse en el saberse, es raíz, desnudez del
poeta ante sí mismo, ante el paisaje sobrecogedor de lo inalcanzable, totalidad
dispersa del yo en cada partícula, en cada poro de cada palabra, descubierta,
reinventada, acogida como propia, es decir, como universal, planta, roca, luz,
sed de agua, piel de mar, de la luz que va más allá de los sentidos, penetra,
traspasa, socava, intima, se queda, vuela, se hace aire, naturaleza, misterio y
reconocimiento, asombro y descubrimiento, cada vez descubrimiento, primera vez,
en cada acto de la fusión mística-material con el planeta isla, naufragio
siempre, casa siempre. Samir se abre -flor carnal de piedra, piel de roca
fósil, de aire-, en Pintura número 100,
en seis cabalísticos pétalos («el sueño», «la pintura», «los volcanes», «fósiles»,
«la isla», «el artista»), pero el número no importa, aunque seamos límite,
origen y final, un menudo átomo de espacio creador del tiempo, de materia
volcánica y océano, salitre y fuego de las entrañas, pero antes de los dos
extremos terrenales está lo que no tiene tiempo, lo que es la eternidad del
siempre, éxtasis de lo quieto, quizás el vacío, poema perfecto.
Samir Delgado viene de una
poesía cerrada, hermética, porque dos muros de piedra a los lados del camino
estrecho, evitando la luz inmensa del vuelo y no dejando ver más que la escasa
aparente luz del limitado objetivo al final de un túnel o laberinto girando
sobre sí mismo, no dejaban ver la transparencia de la nada, de la totalidad, pero
un golpe de caída, o abismo, o vuelo, ha tirado abajo los muros y entonces
surge, se desparrama, se vierte, el poeta, el que aún teme pero ya se atreve a
desnudarse, a despojarse del yo, aún con el pudor, pero el atrevimiento, del
niño, del adolescente, del hombre, ante el descubrimiento y el estupor, pero
entonces desaparece el humano, el invasor, y no necesita escarbar: pululan los
versos como polen, invisibles, con y por la piel de los sentidos.
Solo quiero decir, desde
mi inconciencia de mundo, que Pintura
número 100 (infinito número) es poesía, sin saberlo, sin proponérselo, sin
quererlo, espontáneo como el nacimiento de la primera única célula: poesía:
indestructible: de origen volcánico y de algas los pigmentos de las imágenes,
óleo de océano atlántico.
Y brota en el malpaís la
palabra barroca, sin ella no podría la poesía asomarse/no asomarse a la
magnanimidad de isla, de surcos sobre el océano comunicándose con otra isla,
imantados territorios náufragos, aislados, entrelazados, de isla.
Esta poesía con mayúsculas
se abre a los horizontes y al mismo tiempo se cierra en flor, de lava y mar, de
isla.
¿Son los números fechas,
instantes, luminosas heridas, pequeñas marcas que vamos dejando para
encontrarle el regreso a los recuerdos? ¿es un fósil el barroquismo? ¿es
leyenda lo barroco, la lengua de la palabra, surco, piedra, sed, pájaros de sol
trasparente trayendo todos los colores picoteando en las mañanas labriegas, en
las noches grilladas por la tristeza que es pobre? La pintura no es más que
plasmar la imagen, las infinitas imágenes dentro de la imagen, según el ánimo
de la luz, el óleo no es más que la esencia de la tierra, su misma raíz. Cada
número semeja un recuerdo como imagen, clavado en la pared imaginaria de la
memoria por punchas oxidadas por el salitre como heridas que salvan.
Es en el pétalo número tres
de la rosa de los vientos, en «los volcanes» (aquí soy débil, más débil), donde
Samir Delgado, o mejor dicho, la poesía de Samir, ya íntegra e impúdicamente despojado
del yo, es más isla, más silencio, herida, dolor, terruño, más uva sedienta,
siempre insatisfecha, de la roca volcánica. Sentencias. Cada destilarse de un
poema se desparrama sobre el lienzo en delicada, seca, pura sentencia. Samir: Pintura número 100: Poesía. Cuerpo de
poesía.
Solo es el comienzo.
Siempre
Quintín
Alonso Méndez, escritor y novelista
Bajamar,
Tenerife, 2020
PAUL CELAN se lanzó a las aguas del Sena la noche del 19 de abril de 1970.
El poeta hizo de la obra literaria en lengua alemana un testimonio de lo
indecible tras el sufrimiento padecido en el campo de concentración de
Auschwitz-Bikernau. Como otros poetas europeos apoyó la causa de la II
República española. Los franceses Paul Éluard, autor del afamado poema Liberté
de 1942 o René Char, que también participó de modo solidario en la suscripción
popular para la tumba de Antonio Machado, tuvieron en las aguas de París y la
Provenza francesa los motivos de inspiración para sus creaciones líricas. Tras
los cincuenta años del fallecimiento de Paul Celan a la vista, el otro exilio
de la vida que supone la muerte del poeta devuelve un halo de trascendencia a
sus poemas con la misma intensidad que desprende a esta hora la imagen de la
tumba de Collioure. Cruzar el puente Mirabeau en los versos de Apollinaire: viene la noche suena la hora
Samir Delgado, "La carta de Cambridge"
Prix International de Littérature Antonio Machado 2020
<<LUGAR INTERMEDIO>>
En la llamarada de tu cuerpo el único equilibrio
Alí Chumacero
I
UN
lugar intermedio
entre
la casa y el camino
mirar
hacia arriba
constituye
las estrellas
el
poema se hace cuerpo
del
tránsito vuelto para sí
tiempo
propio en el espacio
del
tiempo
II
Voy a sembrar un árbol de sol
Margarito Cuéllar
A
solas una tarde otoñal en el parque para ver la caída de la luz entre los
ramajes de la abundancia del verde y el antiguo campanario con balas de la
Revolución. Entonces saber a ciencia cierta del privilegio absoluto de estar
vivo ahí, en la tarde pletórica que regala su aire inmenso igual que la bonanza
del poema. Esa misma sensación íntima de la ciudad vista en la perspectiva de
las nubes. Cuantas veces ya en los aledaños del atardecer, esta isla
indivisible de lo visto, que hace del viaje interior un mapa de las golondrinas
y sus días
<<CONDICIÓN DEL AGUA>>
Todo es mundo y material para pintar
Roger
von Gunten
I
LA lluvia
de lejos
o estar
bajo la lluvia
el poema
trasciende
la condición
del agua
II
LAS nubes del nuevo país detenidas por un minuto intenso, profundo,
trascendental. Mirar las nubes durante un espacio de reflexión íntima a través
de la ventana solitaria. Sentirlas como propias en su condición del agua. Y en
esas nubes la historia de un tiempo propio que fue del poeta, más allá de la
ventana cerrar los ojos entonces, para alcanzar aquellos blancos que dan cuerda
a todos los mundos por venir
III
LA belleza es la experiencia de todas las experiencias-dijiste- la clave
está en que la belleza como tal, cualquiera que sea, devuelve al yo su
condición plena, de todas las experiencias suyas reunidas, en tanto que
capacidad de ver. Más allá de la idea de un objeto depositario que contrae
sobre sí la plenitud del mundo, la belleza incentiva en el que mira la
condición del agua: lo que vive da vida, el agua que siempre se experimenta de
un modo extrañamente compartido
Samir Delgado
Del libro "Los poemas perdidos de Luis Cernuda" (Literatelia, México, 2019)
El pincel también tuvo que seguir el camino del exilio de los poetas. Es el caso de Ramón Gaya, embarcado en el Sinaia. En su casa de Murcia observé mis primeras imágenes de Chapultepec antes de que el parque defeño formara parte de mi paisaje cotidiano predilecto en México, sus verdes, el colofón del azul, arboledas en domingo.
Con el poeta y artista me sucedió igual que con otras obras de arte: una vez asumida su verdad como propia — alétheia de los griegos — donación del color, del sentido interiorizado del óleo para uno mismo, al través del deleite contemplativo -sosiego del instante- el parque como tal se parecerá al cuadro, y no al revés. Este fenómeno de donación, transfusión estética, del cuadro a la realidad, sugiere un valor trascendental a la imagen, esbozo primordial para asumir una poética de la visibilidad, que en plena sociedad de la saturación, la velocidad y el predominio de lo informativo, me interesa como proyecto vital de escritura. Admiro la obra de Ramón Gaya desde entonces con una atención in crescendo, el murciano fallecido en 2005 es autor de poemas y ensayos sobre arte de una hondura iluminante. En uno de sus diarios muestra reticencia malhumorada por abandonar París sin ver su primavera, aquejado de haber vivido trece años sin estaciones en México DF. Y cuenta, ya de regreso en otros junios a mediados del 50:
<<Llegada a México. Atontamiento y cansancio. Una cierta alegría. Sensación de ceguera. Algunos buenos amigos han venido a recibirme. Un cielo espléndido, de una belleza desmesurada. Todo parece asentado en su lugar. No, no falta nada, o casi nada. Falto... yo. Veremos cuándo llego>>
Ramón Gaya formó parte de la experiencia republicana de las Misiones pedagógicas y en concreto del Museo circulante, en el que copias de obras de arte del Museo del Prado —las mismas obras salvadas por Alberti y María Teresa León bajo los bombardeos sobre Madrid— eran divulgadas en los pueblos más recónditos como fórmula de la renovación educativa del momento. Y también en las trincheras del frente, lugar donde la poesía de Miguel Hernández redoblaba los ánimos del combate. El pintor poeta, exiliado en México también, representa una figura crucial, vivificadora de la del del huerto —a diferencia de la huerta— como un espacio de cultura, exponente del intelectual español honesto y comprometido, cuya trayectoria artística y vivencial caminaba con el peso sobre los hombros de la historia fatídica de una república acribillada, plantado frente a un cuadro de Tiziano, de un atardecer en Italia:
<<Es magnífico y al mismo tiempo desesperante que, después de varios siglos, las cosas sigan ahí, completamente inéditas, desconocidas, intactas>>
Samir Delgado
Todas las calles de Nueva York se
parecen a un poema de Lorca. Cuando se llega a Nueva York por primera vez hay
un sentimiento de euforia combinado con la extrañeza de caminar el futuro, otro
planeta. El 14 de septiembre de 1959 el poeta uruguayo Mario Benedetti disfruta
de un cumpleaños en la Gran Manzana, y cuenta de un cielo de ayer sobre sus
hombros y de un gallo que canta al Empire State Building y millones de
mandíbulas en la ciudad de los rascacielos. Aquel era el año de la revolución
cubana, del auge bélico con la guerra de Vietnam y de las terribles
inundaciones en Uruguay. Y es además el año de la víspera de la novela La
Tregua en la que el poeta maduro, el hombre de escritorios y oficinas, ya
entrado en los cuarenta, atestigua la universalidad de la nostalgia del bandoneón
y de los cielos plomizos de Montevideo en un libro necesario dentro de la
narrativa latinoamericana.
Con su poema hecho desde Nueva York
tiene lugar la aportación del uruguayo al imaginario de los poetas que han dado
testimonio de la ciudad global a través de sus escrituras, los poemas
prevalecen al devenir de los tiempos, constituyen el acervo y la médula de los
lugares, de las memorias. José Hierro donó a la posteridad su último poemario
en 1998, el reconocido cuaderno neoyorquino donde hay un diálogo tardío con los
fantasmas que pueblan el Hudson lorquiano, el mismo río que Federico reinventó
en sus años de la Columbia University. La publicación del mítico libro fue en
México en 1940, todavía pueden encontrarse ediciones originales en las
librerías de antigüedades de la calle Donceles, cuatro años después de su
asesinato impune. Y otro de los libros enigmáticos corresponde al poeta árabe
Adonis que publica en 1971 el Epitafio para Nueva York, un ajuste de cuentas
del escritor sirio libanés con la metrópolis occidental.
La megalópolis que vio nacer la
poesía norteamericana por boca de Whitman lleva en sus entrañas los versos de
muchos poetas que han hecho de su mirada lírica un testamento decisivo. Y Benedetti
no podía quedarse en silencio tampoco, suyo es el poema de la extenuación
íntima y de la esperanza postergada, el poeta habla de la cruz del confort en
la frente del imperio y de un paso del tiempo que no es el verdadero, como no era
verdadero su cumpleaños en aquellas calles, en aquellas sombras.
Ahora que se cumple su centenario
hay que recordar la presencia del poeta uruguayo en Tenerife, en varias ocasiones
visitó la isla del Teide, fue memorable su recital poético en compañía de
Daniel Viglietti en el Paraninfo de la Universidad de La Laguna y cuando en el
año 2000 se le concedió el Premio Son Latino, allí fue donde le conocí y pude
saludarle, estrechar su mano, desearle buena suerte, al poeta de los inventarios y de los amores
juveniles, el de las primaveras con una esquina rota.
20 de septiembre de 2020
Firmada en el mes de agosto de 2002, en la víspera insospechada de su muerte por venir, el poeta Pedro Lezcano escribe en su ordenador, al que denomina juguete informático, una última carta a su amiga Maribel Lacave, autora canaria residente en Chile. Tras décadas de amistad, confiesa que quiere contarle como era aquel ahora suyo, tan distinto al de otro ayer, octogenario y maltrecho. Estaba comenzando un nuevo siglo, el poeta Pedro Lezcano había nacido en Madrid y habían pasado muchos otros veranos ante sus ojos, los más oscuros del franquismo y también los veranos de la democracia. Suya era la isla submarina, la que se encuentra bajo el agua, la de los poemas que escribió durante toda una vida.
Dice Pedro Lezcano en su carta que pensaba que morir era otra cosa, y celebra el mar y la luz, la maravilla inalcanzable del mundo en la casa de Santa Brígida. Hay fotografías de familia en esa última carta que Maribel Lacave conserva como oro en paño en su casa de Chiloé, en los sures del mundo que se han convertido en la otra isla de la poeta canaria, autora de libros necesarios en la literatura de nuestros días. Y le dice Pedro Lezcano a su lejana amiga, a quien prologó libros suyos con otras cartas, que a pesar de guardar luto por su cuerpo envejecido sigue luchando por amar la vida. Habla de Chile, de cuando fue en viaje semi clandestino para cumplir con la tarea de auxiliar con recaudaciones monetarias de solidaridad a los sindicatos chilenos que padecían la crueldad despiadada de la dictadura de Pinochet.
Y es que Pedro Lezcano fue un hombre pacifista y de
letras, amante de los libros y de la humanidad, ajedrecista y micólogo, poeta
dibujante que supo de imprentas y de dramaturgia, de revistas y tribunas. Y fue
además el escritor nacido en Madrid que hizo de la insularidad su predestinación.
El augurio de haber llegado al mundo en tierra continental le hizo descubrir los
secretos del volcán, admira a los modernistas y sus conocimientos de filosofía
pura le acercan a la cultura como el lugar desde el que vivir, desde el lado
iluminador del pensamiento crítico, de la rebeldía de ideales.
Ya es un clásico en la tradición insular de la poesía aludir a la Antología Cercada que compartió con los hermanos Millares Sall, el poema de la maleta de los años 80 llevado a cómic y musicalizado por el Taller Canario -Rogelio Botanz es su mejor recitador-, libros suyos forman parte esencial de las bibliotecas públicas de las islas y como Presidente del Cabildo de Gran Canaria, durante el primer lustro de los años 90, demostró que la poesía también deber entenderse con los imperativos de la vida pública. Tras años de militancia política en la izquierda fue de los diputados canarios que defendió la autodeterminación de los pueblos, el derecho democrático que debía ser ejercido para el progreso de una sociedad. De hecho, igual que otros poetas canarios, como Francisco Tarajano y Agustín Millares, fue defensor de la clase trabajadora. Amigo del Sahara y de Cuba, de Nicaragua, de los pueblos que tejen la esperanza de sus días, frente a un sistema que lleva al planeta hacia la fatalidad y el colapso.
En la última carta que Pedro Lezcano escribe a la poeta
canaria Maribel Lacave, cuyos versos considera un faro de honestidad, sabía que
conservaba la lucidez aunque en los atardeceres sombríos de la edad esa
clarividencia podía ser fatídica. Escribe de su paraíso, que era bañarse en la
costa de la isla con toda suerte de azares. Y le pide que le cuente de aquellas
tierras mapuches, del otro lado del mundo, y que regrese pronto, porque se le
estaban acumulando los abrazos sobre el mar. Y firma, de puño y letra, la
última carta, fe de vida.
Publicado originalmente en el periódico Canarias 7
13 de septiembre de 2020
Usted es hijo
de una madre canaria y de un padre libanés que emigró a las Islas Canarias.
¿Nos puede contar algo respecto a este detalle? Y ¿hasta qué punto influyen
sobre usted sus orígenes árabes emocionalmente hablando?
Desde hace
siglos las islas Canarias han sido un lugar de tránsito para muchas
generaciones de migrantes que encontraron en el archipiélago un lugar ideal
para mejorar las condiciones de vida. En mi caso mi padre fue un emigrante de
la guerra civil libanesa y el origen de nuestra familia está vinculado
directamente a un sentimiento de pertenencia a la identidad árabe que va más
allá de la lengua. Yo también soy árabe desde el corazón.
¿Había estado
alguna vez, como persona o poeta, en alguno de los países árabes? ¿Cómo fue la
experiencia y cuáles fueron sus impresiones?
Desde mi
infancia ha existido una memoria de Beirut, visité por primera vez el Líbano
cuando era niño y tengo una imagen muy nítida y transparente de aquella
experiencia, además el contacto con la familia ha sido permanente y por eso
tengo la sensación de que en años venideros cuando todo mejore regresaré a
Beirut. Ya he podido visitar también otros lugares como Ramallah en calidad de
invitado por el gobierno palestino en unas jornadas de intercambio entre
escritores hispanos y árabes en 2015. También he visitado Túnez o Jordania, de
todos modos al tener un padre árabe realmente tienes en casa el sabor de la
gastronomía y las costumbres árabes toda la vida.
¿Hay alguna
presencia de la cultura árabe en la literatura canaria generalmente y en la
poesía que usted escribe especialmente?
Hay un poema
del autor modernista Tomás Morales que habla de la tradición de las tiendas de
árabes en la famosa calle Triana de la capital de la isla de Gran Canaria, hay
en el imaginario colectivo de la sociedad canaria una cercanía especial hacia
la identidad árabe, y en mi caso escribo también desde mi propia condición de
libanés de segunda generación, aunque no hable árabe yo siempre reivindico un sentimiento de
arabidad que es mucho más perdurable que las cuestiones administrativas de un
pasaporte. Hay una forma de sentir lo árabe que es común a todas las naciones y
que constituye un destino de unidad y de paz para el futuro. Hay un proyecto en
el que estoy escribiendo en la actualidad sobre la posible amistad entre José
Martí y Ameen Rihani en Nueva York, dos de las personalidades más importantes
de la literatura en español y lengua árabe, es una gran idea para una novela.
¿Qué ecos tiene
usted de la literatura árabe? ¿Ha leído alguna vez algo de la poesía árabe
traducida al español? ¿Tuvo alguna experiencia con los poetas árabes en
España o en otra parte?
Uno de los
escritores árabes que sigo desde muy joven es a Khalil Gibran, la mezcla entre
la pintura y los libros de este autor libanés universal me ha cautivado desde
siempre, de hecho visité hace poco en el Museo Soumaya de Ciudad de México la
sala dedicada a su legado. Además he leído a poetas contemporáneos como Adonis
y Mahmud Darwish con mucha concentración. Y aparte tengo el privilegio de
contar con la amistad del escritor y traductor iraquí Abdul Hadi Sadoun, uno de
los referentes más notables de la literatura árabe hoy.
Si se le pide
presentar la literatura canaria para el lectorado árabe, ¿qué diría usted? ¿Qué
es lo que distingue a la literatura canaria?
Las islas eran
consideradas en la mitología griega como un lugar sagrado para la inmortalidad,
nuestro lugar en el mundo tiene tres continentes como frontera y la literatura
canaria ha sido siempre una prolongación exótica de la poesía y la novela
latinoamericana, con una atmósfera atlántica de gran valor cosmopolita. Tenemos
más de quinientos años de literatura y todas las corrientes estéticas han
tenido acento canario, desde el renacimiento hasta el surrealismo, hay
románticos canarios que reclamaban la memoria de los guanches en el siglo XIX y
la vanguardia literaria de las islas ha sido muy importante en la historia de
la poesía civil antes y después de la dictadura de Franco en España. La
literatura canaria es un espacio de universalidad.
¿Cuáles son, en
su opinión, los obstáculos ante el alcance de las letras canarias al mundo
árabe?
No existen
fronteras para la poesía y aunque las traducciones de un idioma a otro siempre
han sido un obstáculo en la historia hay que considerar que la belleza de la
literatura es internacional. Tengo fe en que el mundo árabe pueda conocer más
cerca la literatura de las islas Canarias, en las fuentes documentales del
mundo árabe también Canarias tuvo un lugar ideal por ser tierra de mitos y de
paisajes, de hecho también no debemos olvidar que Benito Pérez Galdós era
canario y que el escritor más importante en lengua española junto a Cervantes y
José Martí era de origen insular. También hay otros ejemplos de gran
importancia en el Caribe, sobre la relación entre el mundo árabe y la
literatura en español, me parece que es el momento de que se conozca más la
obra del cubano Fayad Jamis, un poeta nacido en México y de padre libanés que
hizo de La Habana su mayor inspiración.
Usted reside en
México hace casi cuatro años y se naturalizó mexicano, ¿podría esto entenderse
como esa búsqueda eterna de los poetas canarios de un horizonte más amplio que
su archipiélago tal como lo hicieron los literatos de Las Islas que llegaron a
la universalidad: Benito Pérez Galdós, Justo Jorge Padrón?
Estoy muy
agradecido a México por ser mi nuevo país de adopción, muchas generaciones de
escritores y artistas de la II República española encontraron en México una
segunda oportunidad para la libertad y una vida mejor. Se dice que los
escritores canarios que habitan en un continente expresan una energía de
expansión que proviene de la fuerza de los volcanes, hay pintores canarios como
Óscar Domínguez que vivieron en París y pasaron a formar parte de la historia
gracias a su originalidad creativa. Hay en México además un ambiente muy
próspero para la literatura y realmente es un privilegio poder escribir en la tierra
de los aztecas y los mayas
¿Alguna palabra
que quiere decir a los amantes de la poesía en el mundo árabe?
Todas las
culturas han considerado la poesía como uno de los más bellos patrimonios de la
humanidad, y como dijo Federico García Lorca la civilización árabe siempre fue
de una riqueza infinita para las ciencias, la literatura y todas las artes,
ojalá en el futuro todos los países reconozcan el valor de la literatura para
construir puentes de entendimiento y concordia entre las naciones, vivimos en
el mismo planeta y la poesía será una de las señas de identidad de la condición
humana.
Publicada en el periódico HesPress.com de Marruecos
(Agosto, 2020)
Ochenta
años después de ser exhibido en la famosa exposición internacional surrealista
celebrada en la galería Beaux-Arts de París, el gramófono de Oscar Domínguez
que había desaparecido ha vuelto a la realidad, bajo el comisariado de Emmanuel
Guigon volverá a ser el objeto hipnótico que revolucione la mirada de los
visitantes que acudan al Museo Picasso de Barcelona a partir de este mes de
julio y hasta la primera semana de noviembre. Gracias a una fotografía de Nick
de Morgoli se ha podido seguir el rastro de una pieza emblemática que el
surrealista canario regaló a Picasso después de la guerra mundial, de este modo
ochenta años después los regresos de Oscar Domínguez se están convirtiendo en
verdaderos revulsivos culturales que están reanimando la expectación y el
redescubrimiento de una obra artística que capitalizó los mejores años de la
vanguardia insular en los años de la Segunda República.
Oscar
Domínguez perteneció a la estirpe de los expatriados que nunca regresaron a las
islas durante el franquismo, huyó hacia Paris desde el Puerto de la Cruz en
Tenerife en un periplo legendario con pasaporte extranjero que constituyó el
aura del artista durante toda su vida. Excéntrico y surrealista, su dedicación
a vida o muerte a la creación plástica le llevó al extremo del suicidio en una
nochevieja parisina, un desenlace final que supuso su entrada por la puerta
grande a la galaxia de los inmortales. Desde que se cumpliera el centenario de
su nacimiento el pasado 2006 han sido múltiples los regresos del artista nacido
en La Laguna, su casa natal es un conocido establecimiento de hostelería y el
castillete donde pasó los años de su infancia en Guayonje, costa de Tacoronte,
permanece en estado de ruina, como si habitara realmente uno de los cuadros del
surrealista entre el vaho del tiempo perdido de los sueños. Una película de
Lucas Fernández y un documental de Miguel G. Morales, las salas permanentes
dedicadas a su obra en el TEA, novelas como la de Balbina Rivero y poemarios
como el de Octavio Pineda, merecedor del premio Pedro García Cabrera en 2015,
dialogan con el artista en una suerte de estela creativa que gira
resucitando al pintor. Muchos han sido
los regresos de Oscar Domínguez mediante la consumación de una miscelánea de
recordatorios y de conmemoraciones que han abordado en este nuevo siglo la
trayectoria de uno de los artistas más influyentes y paradigmáticos del
archipiélago y que fue conocido como le dragonier de Montparnasse. En 2014 su
Retrato de Roma supera el millón de euros y las imágenes en vivo del artista
pintando ante la cámara de Alain Resnais representan una de las ventanas para
asomarse a la personalidad mítica del surrealista tinerfeño.
Oscar
Domínguez fue el artista de la soledad insular, padecía una enfermedad que
afectaba sus extremidades y presumía de una vida amorosa marcada por el
desenfreno y la tragedia. No han sido pocos los estudios académicos y los
ensayos monográficos que han esclarecido buena parte de la obra artística de
Oscar Domínguez, desde la tesis del profesor Fernando Castro Borrego a las
valiosas investigaciones de Pilar Carreño Corbella, pasando por la
imprescindible monografía dedicada al artista en la colección de la Biblioteca
de Artistas Canarios del Gobierno de Canarias aparecida en 1996. El propio Emmanuel
GuigoN, actual director del Museu Picasso ya adelantaba en una conferencia
pronunciada en el Institut d´humanitats de Barcelona en 1994 la sorpresa para
la mirada que suponía la aportación del canario al arte universal. especialmente
por sus afamadas decalcomanías sin objeto preconcebido que fueron presentadas
por Breton en la revista Minotaure en 1936, el año fatídico del alzamiento
militar fascista que convirtió Tenerife en su primer escenario de barbarie.
Domínguez
formó parte de la generación surrealista y se fue replegando en sí mismo como
quien se adentra en la cueva guanche de sus cuadros. Ilustró una edición de los
Cantos de Maldoror o un libro de Paul Éluard, realizó exposiciones individuales
tardías por Europa pero ya nunca regresó a las islas. Desde su participación
activa en la generación de la revista Gaceta de Arte en Tenerife y su paso
meteórico por los cafés presididos por André Breton, las diferentes etapas de
su creación bascularon entre la figuración de la máquina de coser
electro-sexual hasta la era cósmica, buena parte de su pinturas se ha
considerado esenciales para el conocimiento de un siglo y de una época. De
hecho, su amistad con Picasso era total y de esa relación surge la posibilidad
del rescate de su objeto “Jamais” ahora expuesto en Barcelona con un aura
estelar que parece regresar del pasado a pesar de la pandemia global y
evidenciando el papel protagónico de los museos para seguir manteniendo la
llama del ensueño que caracterizó a artistas colosales como Oscar Domínguez.
Las
pinturas de Domínguez fueron cruciales para los espejos de su generación y
entre los mitos de su vida destacan la amistad con Ernesto Sábato, a quien
propuso un suicidio en pareja, y su relación con dos mujeres de vital importancia
en el panorama de las artes, con Maud Westerdahl, antes de que la artista
francesa se casara con el crítico de arte Eduardo Westerdahl, y su vínculo con
la vizcondesa de Noailles. Su último descanso radica en el París eterno de su
juventud, allá donde sus dos vidas se cruzan y todos los regresos posteriores a
su isla han sido un colofón interminable de diálogos y visitaciones.
Publicado originalmente en el periódico Canarias 7, agosto 2020
Fotografía cortesía de Alan Smith (Perú, 2019) |
En 1979 el poeta Alan Smith
descubre en la Biblioteca Nacional un libro inédito de Galdós que supondrá la
publicación de la novela póstuma “Rosalía”, una sorpresa inesperada para el
universo literario galdosiano y una predestinación para el joven profesor
norteamericano, nacido en Costa Rica, que este año se jubila en la Universidad
de Boston. Tras tomar conciencia de haber tenido ante sus ojos una novela sin
título que solamente conocía el propio Galdós, Alan Smith permaneció en el
metro madrileño con la perplejidad y la emoción de haber encontrado un
manuscrito que sería presentado parcialmente en el Coloquio Internacional de Literatura
Hispánica de Santander de 1981 y publicada en una edición de Cátedra de 1984.
Desde entonces han pasado
décadas entre dos siglos y el poeta Alan Smith ha representado a la estirpe de
ensayistas y profesores entregados en vida al estudio y la difusión del mundo
galdosiano. Suya ha sido una perseverancia doble, las nuevas lecturas sobre el
imaginario mitológico del escritor canario o su relación con otros autores como
Flaubert y la prolongación universal en el ámbito angloamericano de sus
novelas. Alan Smith ha legado su dedicación a Galdós en numerosos artículos
especializados, su firma en la Revista de anales galdosianos ha sido
providencial para establecer una continuidad generacional y su paso por las
islas en varias ocasiones ha significado la aportación de una mirada experta
sobre la literatura de Galdós, además de haber leído sus propios poemas
pertenecientes a la voz de una trayectoria creativa de reconocimiento
internacional. Libros suyos como Alcancía o Libro del lago contienen el pulso
lírico de un autor que escribe en español, con un acento madrileño puro, amante
de la literatura en ambas orillas- suya es la edición dedicada a la poesía de
Robert Creeley en el año 2000- y cuya pasión secreta por la pintura no tardará
en ser reconocida. Su sueño es pasar una larga temporada en Madrid pintando, no
ha cesado de viajar a España cada año y junto a su dedicación docente a orillas
del Charles River la escritura poética ha sido su verdadero lugar de
origen.
En este año del centenario de
la muerte de Galdós, la figura emblemática del autor que fallece ciego en el
Madrid de 1920 permanece bajo la estela crucial de representar a uno de los
mayores exponentes de la novela en español de todos los tiempos. Después de
Galdós, en el transcurso de un siglo han despertado nuevas miradas alrededor
del imaginario atlántico, el designio de la periferia y la conexión inédita de
narrativas mestizas que confluyen bajo el universo de la condición insular. Sin
duda, después de la novela póstuma encontrada por Alan Smith la imagen de Galdós
ha ganado mayor profundidad entre Castilla y América, con un testigo de
excepción que ha dedicado su carrera de profesor a estimular la lectura en
español y la investigación universitaria de numerosas generaciones en Boston. Galdós
refleja el más nítido pulso de cosmopolitismo literario que se asemeja a la
estela de otras personalidades tardías de la cultura universal en la modernidad
como Derek Walcott, Saint-John Perse y Lezama Lima, insulares también y que
como Galdós hicieron de la escritura un mundo para habitar.
Volver a Galdós cien años
después, con el eco de sus libros en la memoria de poetas como Alan Smith, establece
la posibilidad de nuevas ventanas que confluyen hacia la visión clarividente de
un escritor inmortal que universalizó las islas y la España de su época a
través de la literatura. Otros insulares como el Vizconde de Buen Paso o Alonso
Quesada también cruzaron el océano para llegar a Madrid con otros destinos, la
literatura de las islas ha forjado autores que como Galdós realizaron a su
manera un retablo de los episodios del tiempo que les tocó vivir y convirtieron
el oficio de la creación en un modo esencial de supervivencia. El poeta Alan
Smith descubrió a Galdós y en las islas tendrá su casa siempre.